De patanería y otras "vocaciones liberales"
Krauze: "No me lo tome a mal, rector, pero resulta evidente que yo tengo mejor gusto para las corbatas que usted".
Monsi: "A mí ni me vean. Yo nunca he usado".
Comprobado. Los eventos sociales más aburridos son dos: los matrimonios por lo civil y las presentaciones de libros. Desde luego, los únicos que en dichas ocasiones están nerviosos, excitados y a veces hasta felices, son los directamente involucrados, a saber: los novios que luego pasaran a ser esposos y el autor del libro.
Algo más insoportable que soplarse completa la epístola de Melchor Ocampo (creo que ya no la leen en todos lados, sino que la cambiaron por algo más “políticamente correcto”, pero pa’l caso es lo mismo), es una perorata infumable sobre una obra que uno apenas va a leer (si es que le regalan el libro o lo venden ahí mismo pero con descuento).
Y si soy tan categórico en mi afirmación es porque tengo los pelos de la burra en la mano. Así como muchos se alquilan como plomeros, carpinteros o niños Dios para las fiestas, parece que yo me alquilo para presentar libros. O debería hacerlo, porque me llueven las propuestas. Creo que no lo hago tan mal, porque trato de ser breve, correcto y objetivo. Si un libro de plano no me gusta, declino la invitación discretamente y todos felices.
Pero si acepto, trato de aplicar un poco de la educación que me dieron mis padres. Es decir, si te invitan a presentar un libro es para que en general hables bien de él y recomiendes su lectura. Claro, no se trata de deshacerse en elogios y lanzar una candidatura al Nobel de Literatura en ese momento, pero es de gente bien nacida y con buena crianza hacer un pequeño esfuerzo para no concentrarse solamente en los aspectos negativos de una obra (que todas los pueden llegar a tener, sin duda) y resaltar en cambio sus mejores características.
He sido testigo de demostraciones insólitas de patanería en algunas presentaciones. Como aquella ocasión en que un chavo, estudiante universitario, presentó su primer librito de poemas, e invitó a unos de sus maestros para que lo apadrinara. El tal padrino puso al ahijado como lazo de cochino en público. Para ser honestos, los poemas no eran muy buenos, se les notaba lo primerizos, pero entonces ¿para qué aceptó el maestro?
En otra ocasión, un tipo se quiso hacer el listillo y criticó mordazmente el libro que presentaba. El autor, con el rostro enrojecido, tuvo que tragar camote, pero mostró un poco más de elegancia y educación: agradeció los comentarios y le retiró el saludo para siempre al patán sujeto.
Todo esto viene a cuento porque hace un par de días, Enrique Krauze, ese “empresario cultural”, fue invitado a presentar un libro conmemorativo sobre los centenarios de la Independencia y la Revolución editado por la UNAM. Seguramente fue “su indeclinable vocación liberal e independiente” la que lo obligó a criticar abiertamente, en público, la edición y el contenido de los libros, desde que si eran “muy lujosos” hasta que si dejaban fuera muchos temas o resultaba cuestionable el aspecto historiográfico.
Por ejemplo, se aventó esta puntazada, según la nota publicada en Milenio:
"Dijo que le preocupaba una nueva corriente historiográfica en México que está reflejada en algunos textos, y que impide la verdadera crítica, donde los autores se autocitan, hacen referencia a la obra de sus colegas o realizan comentarios de los comentarios, propiciando únicamente una discusión circular".
Nomás le faltó decir: "Deberían tomar como ejemplo mis Biografías del Poder", rebosantes de rigor metodológico".
Me imagino que la Directora del Instituto de Investigaciones Históricas, Alicia Mayer, responsable de la publicación, debió desear que en ese mismo instante se la tragara la tierra. “¿En qué estaba pensando cuando se me ocurrió invitar a éste a presentar el libro?”, debió cavilar, aunque ya demasiado tarde.
Son varias las razones que se podrían elucubrar para explicar la lamentable demostración de mal gusto escenificada por el historiador Krauze: a lo mejor le molestó que no le encargaran la edición del libro a su boyante e independiente empresa; a lo mejor está sentido porque la UNAM no le ha organizado ningún homenaje por su 60 aniversario (que sí le hicieron Tusquets y el FCE, editoras de sus libros, por cierto); a lo mejor le quiso cobrar la factura al Rector De la Fuente por andarse juntando con el Mesías Tropical; a lo mejor le cayó mal estar en la misma mesa con Carlos Monsiváis. O todo junto, vaya uno a saber.
Lo único cierto es que la actitud de Krauze resultó de pésima educación. Yo quisiera probar, a ver si aguanta él (con todo lo “liberal”, “plural”, “abierto” y “tolerante” que dice que es), que en alguna presentación de un libro de su editorial o de su autoría, a uno de los invitados se le ocurriera hablar mal de la obra en cuestión, o siquiera se atreviera a destacar un detalle negativo. Claro, eso sería imposible, porque el doctor Krauze es muy inteligente: nunca se le va ocurrir invitar a alguien que no sea su incondicional, a alguien que está seguro de que no le va a salir con una patanería como la que él le propinó a la UNAM, con la que podría haber mostrado un poquito de humildad y agradecimiento, ya que en ella estudió Ingeniería Industrial y fue consejero universitario. Humildad y agradecimiento son virtudes que no tendrían que estar peleadas con la "indeclinable vocación liberal".
Etiquetas: POLÍTICA Y COSAS PEORES