martes, mayo 31, 2011

Este tundeteclas en el 9o. Informe del Gabinete Salvaje en el Foro Hilvana

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jueves, mayo 26, 2011

Ariadna en el Laberinto

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Leonora Carrington: "Y entonces vimos a la hija del Minotauro"
1953 .
Óleo sobre tela

por Guillermo Vega Zaragoza
Para Cristina, en su despedida

...papá me acaricia los cabellos, no fue nada, todo se va a poner bien, la primera vez que me revolcó una vaquilla, allá, en el cortijo de la familia, a las afueras de Madrid, antes de tumbarme, me hizo dar una vuelta completa por los aires, todos se asustaron pero yo me levanté como si nada, sacudiéndome la tierra, como para demostrar que eso era lo mío y que ni los golpes ni las cornadas ni las burlas me iban a hacer cambiar de opinión, cómo no me iba a gustar el toreo si desde chiquilla todo lo que veía, oía, olía y tocaba eran toros, toros y más toros, mi abuelo, ganadero, y mi padre, novillero que nunca pudo tomar la alternativa porque una fractura en la pierna que nunca soldó bien se cruzó en su camino, la cara angustiada de mamá cuando vio a mi padre volar por los aires, justo igual que yo, y el olor de la sangre mezclada con la arena, el sudor en la frente y el rictus de dolor combinado con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera estado esperando esa cornada toda la vida, como si el toreo fuera una eterna prórroga de ese momento, en que el hombre y la bestia se unen para convertirse por un sólo instante en un ser mitológico, estaba tan obsesionada con todo eso del Minotauro y la mitología griega que exigía que me llamaran Ariadna en vez de mi verdadero nombre, Ariadna en el laberinto, deseando ser salvada por Teseo, señalando el camino de regreso con su madeja de hilo, pero al mismo tiempo deseando ser devorada por el Minotauro, cuál era el nombre del Minotauro, una vez lo leí pero no me acuerdo, ah, sí, Asterio se llamaba, me acuerdo también de un cuadro de Leonora Carrington donde unos niños están viendo a la hija del Minotauro, yo quería ser la hija del Minotauro, me sentía la hija del Minotauro cuando empezaba a torear, hasta que bien pronto los golpes me hicieron darme cuenta de que iba ser un poco más difícil, las horas que pasaba después de las corridas escuchando discutir a papá y al abuelo sobre tal o cual corrida memorable de hace no sé cuántos años de El Cordobés, de Dominguín o de Manolete, que si los mejores toros eran los vazqueños o los de vistahermosa, leyendo y coleccionando las crónicas de los periódicos, me quedaba embebida admirando los ternos, sintiendo la textura del oro bordado sobre la seda, la plata y el azabache, antes de que los toreros, los amigos de papá y del abuelo, se los pusieran, asistir al pesaje de los toros y a la misa, siempre me gustó verlos salir al ruedo, al compás de los pasodobles, hacer el paseíllo con su cuadrilla, la forma en que el toro demostraba la bravura y el trapío y los primeros lances con que lo recibía el diestro, cómo lo invitaba y lo retaba con el capote, entrar al quite de los picadores y los banderilleros, el garbo y la galanura con que brindaba el toro a tal o cual persona distinguida, acomodar la muleta y prepararse para la estocada, cierro los ojos y las caras de los toreros después de una buena actuación con la espada, que decía el abuelo que representaba la mitad de la corrida, los rostros tensos y después liberados de una energía casi sexual, el pene erecto bajo la taleguilla, de eso siempre me di cuenta pero nunca lo comenté con nadie, pues en todo me fijaba y de todo tomaba nota, de todas las suertes y sus combinaciones, en poco tiempo me volví insoportable, porque sólo hablaba de verónicas, cambiadas, lances, chicuelinas, revoleras, serpentinas, hasta que mis amiguitas se aburrieron y me fui quedando sola, con papá como único amigo, compañero y confidente, alentándome la afición, tenía muñecas, cómo no, que me regalaba mamá, pero todas vestidas de sevillanas, al principio papá lo veía como un simple juego, y le servía de consuelo para compensar su frustrada vocación y el hecho de que Dios no lo hubiera bendecido con un hijo varón, era un juego hasta que al abuelo se le ocurrió comentar en el cortijo que yo le daba muy bien a la muletilla y que ya empezaba a lidiar vaquillas y que si no le creían en ese momento traían una y me lanzaba al ruedo, yo siempre había practicado sola, es un decir, con papá, el abuelo y los primos, nunca ante un público tan numeroso, pero cómo esa nena tan linda, rubita y llena de pecas se metía en esas cosas tan feas de hombres, alcancé a escuchar que decía una vieja gorda, pues sí, eran de hombres, pero no eran feas, a mí me gustaban mucho y les iba a demostrar que sí podía, salté al ruedo y entonces vi venir a la vaquilla más grande que hubiera visto en mi vida, o por lo menos así me pareció, me quedé petrificada, y desde luego que me ha dado un tope que me lanzó por los aires, pero me levanté y saqué la casta, como le gustaba decir al abuelo, le di una tanda de mis mejores pases, hasta que todos empezaron a aplaudir y un señor le dijo al abuelo, oiga, don Antonio, y no ha pensado que la niña podría hacer carrera en la fiesta brava, sería un trancazo, que no, tan bonita y con tantas cualidades, la gente se daría de bofetadas para conseguir billetes a las corridas de este ángel del Señor, mamá miró con unos ojos al abuelo mientras me curaba el rasguño en el codo, como queriendo decirle que ni lo pensara, pero el abuelo lo empezó y lo siguió pensando, hasta que se lo propuso a papá y papá me lo propuso a mí, y yo no pude dormir en una semana, de sólo estar pensando y pensando cómo me vería partiendo plaza con un terno morado obispo, lleno de bordados dorados, las chorreras, las medias de seda rosa, con montera, amarrándome la coleta con la castañeta y no con los listones de colores que me daba mamá, escuchar los pasodobles desde el centro de la plaza y no desde el graderío, sentir el vértigo de la cercanía del toro, recorrer su sangrante pelaje con la cadera, el olor de la sangre mezclada con la arena, perfilarme con la espada y hundirla en el morrillo para sentir lo mismo que yo creía que sentían los toreros cuando mataban al toro, ver mi nombre, Ariadna, no el verdadero, anunciado en los carteles, porque yo quería ser Ariadna, la amante del toro de Minos, le dije a papá que sí y todo fue más rápido de lo que esperábamos, no sé si por las relaciones del abuelo, por mi talento o por el simple morbo de ver a una torera, como lo mismo se ve a una mujer barbada o a una encantadora de serpientes, o por todo eso junto, pero a menos de dos años de mi presentación con picadores ya había toreado más de doscientas novilladas, primero en pequeñas plazas de provincias, hasta que la voz se corrió muy rápidamente y vinieron las ofertas para plazas más grandes, aunque papá diga que el sesenta por ciento viene por morbo, el veinte son villamelones y el resto son los verdaderos aficionados, me sigue imponiendo enfrentarme a tanto público, tan exigente, y no es por los chiflidos, los piropos o los insultos, que también me han dicho, me acuerdo la crónica que escribió un señor donde decía no sé que tantas florituras sobre mis pechos, si con el terno no se me ven nada, y mis caderas y mis piernas, y que parecía más una bailaora que había cambiado el tablao por el ruedo, por cosas como esas sentía la responsabilidad de demostrar que no por ser mujer quería que me tuvieran mayores consideraciones que a los hombres, la bestia no distingue si quien lo torea es hombre o mujer, aunque últimamente ya lo empecé a dudar, porque entre más toreo más voy conociendo a los animales y con los ojos nos lo decimos todo, nada más con ver al toro a los ojos sé si va a hacer una buena faena o no, si se va a dejar someter o no, si me va a lastimar o no, cuando se lo platiqué esto a mamá, me dijo que es igual con los hombres, que con los ojos te piden clemencia pero en el fondo se están preparando para darte la embestida, eso fue lo que se olvidé ahora, con este desgraciado mulato listón, que de Caramelo sólo tenía el nombre, yo sé que no va a pasar nada, como dice papá mientras me acaricia el cabello y el doctor sutura la herida en el muslo y yo siento muchas ganas de dormir y de perderme en el laberinto, como Ariadna, esperando que venga a rescatarme mi Teseo…

viernes, mayo 20, 2011

Con la rienda suelta, de Josefina Estrada

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Por Guillermo Vega Zaragoza


(Este texto lo leí en la presentación del libro de mi querida Josefina Estrada en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes el 28 de abril de 2004. También estuvieron en la mesa Ignacio Trejo Fuentes y Emiliano Pérez Cruz. Por alguna extraña razón
andaba perdido por ahí y no lo había subido al blog. Creo que vale la pena, porque el libro es muy bueno y merece ser leído y releído).

Hace dos décadas el diario unomásuno, dirigido aún por su fundador Manuel Becerra Acosta, era entonces el punto de referencia obligado en materia periodística de nuestro país. Fue innovador en muchos aspectos, desde los nombres que aglutinaban sus páginas hasta el diseño mismo, que exigía a los reporteros y articulistas a que fueran más directos y concisos a la hora de redactar. Pero, sobre todo, el unomásuno impulsó la renovación del lenguaje periodístico, no sólo en cuanto a las palabras propiamente dichas sino también en cuanto a los personajes que aparecían en las notas informativas, los reportajes y las crónicas, y en cuanto a la forma en que se contaban las historias protagonizadas por esos personajes.

Como pocas veces antes en el periodismo de la segunda mitad del siglo XX, en las páginas del unomásuno aparecieron los personajes de la ciudad, de esta ciudad que comenzaba a convertirse en monstruosa y que no tardaría en colapsarse con ayuda de las fuerzas telúricas y la ineptitud de sus gobernantes. Al diario se fueron sumando un grupo de jóvenes periodistas, formados en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, con ganas de hacer un periodismo fresco y novedoso, más cercano a la sociedad y menos a los grupos de poder; con textos que, además de cumplir con las reglas estrictas de la redacción periodística, se enriquecieran con los instrumentos, las herramientas y los recursos de la literatura, y que ayudaran a reflejar con mayor justeza la realidad que durante años había permanecido deformada por el discurso oficial.

Así, en las diferentes secciones del diario, pero sobre todo en la dedicada a los asuntos citadinos, aparecían crónicas urbanas, donde se contaba lo cotidiano y lo extraordinario que acontecía en los diferentes rumbos de la ciudad y su área conurbada. Eran los personajes de todos los días, cuyas venturas y desventuras no alcanzaban el rango de noticia, pero que sí eran dignas de contarse.

Fue como parte de ese laboratorio periodístico donde empezaron a aparecer los textos de Ignacio Trejo Fuentes, Emiliano Pérez Cruz y Josefina Estrada, entre otros tantos. Poco tiempo después, Huberto Batis empezó a impartir un taller de periodismo literario, donde se empezó a trabajar la crónica urbana. Gracias a su generosidad y perversa incitación de vocaciones, Batis publicaba los mejores trabajos de cada semana, cuando los “cronistas estrella”, como los aquí presentes, nos daban chance a nosotros, los incipientes aprendices de periodista, quienes les aprendíamos las mañas y de plano le copiábamos los hallazgos. Debo reconocer que al que sentía más cercano era, precisamente, a Emiliano Pérez Cruz, quizá debido a que yo también vivo en Neza y a que había creado un personaje, Pata de Perro, que servía como elemento unificador de sus relatos. Igualito que el Kawasaki, el personaje de Con la rienda suelta, de Josefina Estrada, me dije: “¿Y yo por qué no?” y quise emular las hazañas croniqueras del buen Emiliano, con mucho menos éxito, debo aceptar.

Estos antecedentes vienen a cuento, porque sin ellos resulta muy difícil entender de dónde viene un libro como el que hoy nos convoca. Estamos hablando de un época en la que, lamentablemente, muchas personas consideraban al periodismo una especie de hijo bastardo de la literatura. Nada menos que Salvador Novo decía que “no se puede alternar el santo ministerio de la maternidad que es la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”. Este abierto rechazo lo llegó a padecer alguien tan destacado como Fernando Benítez, quien se quejaba así: “Para los periodistas soy escritor, para los historiadores soy periodista, para sociólogos y antropólogos soy un diletante”.

Afortunadamente, en la actualidad parece haberse superado esta polémica estéril, aunque a veces surge por ahí algún necio que se empeña en hacer distingos. Hace tiempo ya lo había dicho Alejo Carpentier: “Para mí, el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad... Podríamos definir al periodista como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo. El novelista, para simplificar la dicotomía, es un hombre que trabaja retrospectivamente, contemplando, analizando, el acontecimiento, cuando su trayectoria ha llegado a su término. El periodista, digo, trabaja en caliente, trabaja sobre la materia activa y cotidiana. El novelista la contempla en la distancia con la necesaria perspectiva como un acontecer cumplido y terminado”.

Ejemplos abundan de periodistas que, sin menoscabo de su profesión de comunicadores, igualmente practican también la creación literaria. Gabriel García Márquez, que no obstante su Premio Nobel de Literatura, siempre se ha definido fundamentalmente como periodista, Mario Vargas Llosa, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolfe, Ryszard Kapuscinski y un largo etcétera. Mientras tanto, en México, podríamos mencionar a Manuel Gutiérrez Najera, Guillermo Prieto, Martín Luis Guzmán, Ricardo Garibay, Elena Poniatowska, Edmundo Valadés, Efraín Huerta, José Revueltas, Vicente Leñero y Cristina Pacheco, entre muchos otros

No es posible establecer con exactitud hasta qué punto el ejercicio periodístico puede ayudar a un escritor a mejorar una obra literaria. Pero sí podemos afirmar que aquel escritor que cuenta con experiencia como periodista posee herramientas adicionales que le permiten emprender con más recursos las azarosas tareas de la creación literaria, como queda demostrado en la obra de Josefina Estrada y, en especial, en este libro con el que se hizo acreedora al Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2003.

Con la rienda suelta cuenta la vida y milagros de El Kawasaki, Román Aquiles Lara Guzmán, para más señas, oriundo de los bravos rumbos de Tacubaya. Es la historia de uno de tantos chavos a quienes las circunstancias de la vida y su mala cabeza los van llevando por los caminos de la destrucción, del alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia y el crimen. Pero, bueno, hasta aquí no tenemos nada nuevo. ¿Qué es lo que hace único el testimonio del Kawasaki? ¿Por qué lo eligió la autora como protagonista de este libro? Para empezar, hay que hacer hincapié en que a Josefina Estrada siempre le han llamado la atención los temas y los personajes límite: al límite de la moralidad y las buenas costumbres (como Ángeles, la protagonista de Desde que Dios amanece), al límite de la sociedad (como Fortuna, la Virgen de Medianoche), al límite de la existencia (como los cadáveres de Señas particulares), al límite de la cordura, como este Kawasaki, quien por cierto ya se encontraba delineado en sus rasgos fundamentales en una crónica aparecida en unomásuno y luego compilada en Para morir iguales.

Pero no sólo eso. Es claro que a Josefina Estrada le atrajo, además, su capacidad fabuladora. De eso no cabe la menor duda. El Kawasaki es un fabulador, un narrador nato, que edita, compone, añade, mejora, aumenta y exagera los elementos de su relato, y sobre todo su participación en el mismo, como si creyera que lo que narra no fuera lo suficientemente interesante para su interlocutora. Pero en su afán de enmascarar la verdad de lo que cuenta, El Kawasaki se revela tal cuál es: una víctima que se prefiere verdugo, aunque con eso se lleve a todos de corbata, hasta a él mismo. ¿A final de cuentas no es lo mismo que hace cualquier escritor o novelista a la hora de narrar?

Pero Josefina no se limita simplemente a reproducir el habla del Kawasaki como una simple transcriptora. Muy al contrario, crea y recrea ese habla llena de retruécanos, interjecciones, modismos, caló y construcciones casi barrocas de tan intrincadas, a la manera de Ricardo Garibay en Las glorias del Gran Púas, elevándolo a la altura de grandes pícaros literarios como Pito Pérez, la Princesa del Palacio de Hierro o el Vampiro de la Colonia Roma. Es decir, si el Kawasaki no habla en la realidad como lo retrata Josefina Estrada en este liro, pues peor para la realidad.

El otro gran hallazgo es la retorcida escala de valores que “norman” (es un decir) la vida del Kawasaki. El afán de dejar de ser lo que es y la constante comparación con lo que los demás son o tienen, son su motor vital. Cada vez que El Kawasaki emprende algo es porque se cuestiona: “¿Y yo por qué no?” “¿Y yo por qué no tengo un carrote?” “¿Y yo por qué no tengo una vieja bien buena?” “¿Y yo por qué no soy el más cabrón de la banda?” “¿Y yo por qué no soy el más pacheco?” Hasta que podríamos decir junto con él: “¿Y yo por qué no estoy loco como los demás?”

En efecto: El Kawasaki es, como diría Ronald D. Laing en Razón, locura y familia, “el chivo expiatorio”, la víctima propiciatoria que encarna los traumas, las taras y la locura de su familia. Resulta revelador y escalofriante el episodio donde el padre del Kawaski, con el cerebro dañado por los años de aspirar thinner como consecuencia de su oficio de barnizador, empieza a ver alucinaciones en la televisión. El pequeño Román decide llevarle la corriente, para que su padre se calme. A final de cuentas, el que termina enloqueciendo es Román, a pesar de que él crea que su mente ha permanecido intacta.

A partir de ahí el camino del Kawasaki estará marcado por una mala decisión tras otra: desde querer ser el pandillero más maldito, el drogadicto más pacheco, el granadero más perro, el robacoches más intrépido, el reo más respetado, el hombre más macho. Siempre más, más, más. Si el pecado de Lucifer fue la soberbia, el del Kawasaki es la insaciabilidad. Para él nunca nada es suficiente y he ahí la razón principal de sus desgracias.

Sin embargo, no se me juzgue mal. Todo esto es una apreciación mía, no de la autora. Es ya sintomático en sus libros que de Josefina Estrada evite cualquier asomo de juicio o moraleja en relación con la vida de sus personajes. Siempre deja abierta la posibilidad de que el lector tenga la última palabra, de que sea él quien juzgue y decida el destino final de sus creaciones. ¿Sentará cabeza el Kawasaki? ¿Dejará de autocompadecerse y justificarse y afrontará de una vez por todas la realidad de su existencia? Si quieren saberlo, compren y lean el libro, y ya después platicamos.

martes, mayo 17, 2011

Fernando Reyes, palabrero

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Mi querido amigo Fernando Reyes me regaló con motivo de mi cumpleaños un libro suyo, el más reciente, titulado Y el corazón apalabrémonoslo. Se trata de un libro artesanal, realizado totalmente a mano, con una portada muy bella, de amate hecho por artesanos de Puebla, y un grabado de Tania Reyescartín. Lo hizo la Editorial Ehéccatl. Es un tiraje limitado de 100 ejemplares, y a mí me tocó el número 44, que es el número de años que cumplo, debidamente dedicado por el autor.

Además de la belleza de su confección material, el libro reúne un conjunto de poemas cuyo tema fundamental es la palabra, o mejor dicho: el amor por la palabra. Este es el libro en el que Fernando Reyes le declara abiertamente su amor a la palabra, al arte de decir, al arte de escribir.

Como en su anterior poemario El pez goloso de tu lengua, Fernando recurre a numerosas técnicas de composición, las cuales domina con maestría. Ahora nos entrega, además, una serie de bellos y originales "caligramas" a la manera de Apollinaire (ahora los pretenciosos le llamarían "poesía visual").

Pero no sólo eso: Fernando hace lo que ya casi nadie se atreve: experimentar con la forma y el lenguaje, cuando todo ya parecía agotado. y como todo experimento, a veces sale bien, a veces no, pero la mayoría de las veces sale algo muy bueno. Es ahí donde se demuestra el oficio y la inteligencia para salir avante de los retos que el poeta mismo se plantea. Fernando es arriesgado e irreverente, pero al mismo tiempo respetuoso de su material de trabajo: la palabra misma.

Reproduzco el breve texto en prosa que cierra el volumen, en el que creo que Fernando se describe totalmente y, de alguna manera, nos describe a todos los que nos dedicamos a esto de la escritura por verdadero amor, y a ti, hipócrita lector, mi hermano, mi semejante, como diría el maldito Baudelaire.

Palabrero: obrero de la palabra
Por Fernando Reyes


Mi casa fueron mis palabras.
Octavio Paz

Soy un palabrero. Trabajo en la consfrucción de la palabra, soy un obrero en su edificio. Me la paso día y noche en la obra, paleando palabras, paladeándolas, clavándolas donde deben, desatornlllándolas, volviéndolas a atornillar. Picándolas y reconstruyéndolas. Las trasformo en puertas y ventanas, pero también en muros.

Vivo de las palabras, muero por ellas, y esto no es puro palabrerío. Desde niño preferí jugar más con las palabras que con amigos. Luego con ellas tuve a ellos Después del gusto por las palabras, me vino el gusto por las mujeres, a quienes me acercaba, por supuesto, a través de las palabras, Ellas y ellas, con ellas, ellas para ellas.

Como de las palabras, me alimento de ellas, son la materia de mi trabajo, mi herramienta. Me han pagado bien. Me encantan las condenadas, a ellas estoy condenado y por ellas estoy encantado. Junto una por una y construyo historias, les encuentro la medida y ellas encuentran el ritmo, bailan a veces en los versos. Las entabico y levanto ideas. Son como flechas, entre más precisas mejor le atinan al blanco, al significado, al sentido. Con sentido ellas, yo encuentro mi sentido. Consentido soy de ellas y en ellas me encuentro.

Las palabras, siempre tan vivarachas, tan móviles, con vida propia, transformables. Buscamos siempre la precisa, la adecuada, la mera mera. Pero se rebelan unas y nos dan dolores de cabeza, aquéllas, las inefables, las impronunciables, las retóricas, las metafisicas, las mqy dignas, las que no se dejan toquetear, coquetear con ellas no es tan fácil.

Me he apalabrado con las susodichas en otros idiomas. Las colecciono e incluso me las rapto, se las he arrebatado a otros para sugerir besos, organizar fiestas, nombrar los misterios de los perros, de los niños y los locos. A mí ellas han estado a punto de volverme también loco. He escrito tantas y luego pienso que no he dicho casi nada; al menos nada nuevo.

De todas ellas, de todas las que existen en todos los diccionarios de todas las lenguas y las que faltan por escribirse y decirse, de todas ellas yo he inventado apenas una docena. Las palabras que nos identifican, que nos edifican, que nos deifican no son nuestras aunque lo parezcan, aunque las sintamos parte de nosotros. Son de todos, son de todos los tiempos, son prestadas. Son de ustedes, de quienes las leen.

Toma, todas estas palabras son tuyas. Aprópiate de ellas.

Arrebátame la palabra, quítame las palabras de la boca, apalábrate con ellas, hazte de palabras, haz té de palabras, y toma. Un té helado para que te refresques y tengas la palabra en la punta de la lengua, porque aquí en la obra está duro el calor. Hazme caso, tómame la palabra. La construcción no es tan fácil. Te doy mi palabra, lo vas a necesitar. Y cuando sientas que tienes la boca seca, que te has quedado sin palabras, aqu í estaré yo de nuevo para darte palabras de aliento. Que tu pala abra caminos hacia tu propia casa, la casa construida con tus palabras.

Encuentro con la verdadera poesía

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Por Guillermo Vega Zaragoza

(Prólogo a Inventario de Caricias,
de Jorge Contreras, Editorial Fridaura, 2011)

Conocí a Jorge Contreras el mismo día que en la editorial Fridaura nos entregaron los ejemplares de nuestros respectivos primeros poemarios. Para celebrar la feliz coincidencia, nos fuimos a echar unas cervezas. Platicamos (¿de qué más?) de poesía. Me enteré entonces de su gran pasión y admiración por el más célebre de sus paisanos: Ignacio Rodríguez Galván, nuestro primer poeta nacional, oriundo de Tizayuca, Hidalgo. Luego leí su libro, debidamente dedicado, con el inquisitivo título de ¿Quién soy otro sino tú? y quedé impresionado con la intensidad de su voz poética, la de un joven desatado, a quien el lenguaje, las formas y la poética tradicionales le quedaban pequeñas para lo que tenía que decir. Muy en consonancia con los proverbiales aires hidalguenses, los poemas de Jorge eran vendavales frescos, agresivos y potentes.

Desde entonces hemos compartido infinidad de vivencias, desde francachelas hasta presentaciones de libros, fiestas y reuniones de trabajo, en las que siempre sale a relucir el carácter eminentemente poético de Jorge. Acaso he conocido tres personas en mi vida a las cuales no dudé desde el primer momento en reconocerlos como poetas. Uno de ellos, sin duda el más joven, es Jorge Contreras.

Jorge es un poeta vital, que ha buscado fundir en una sola experiencia la poesía y la vivencia. Al principio, su juventud y su empuje lo llevaron a identificarse con cierto “malditismo” (algo más de pose que de actitud iconoclasta), pero poco a poco se fue decantando hasta aparecer como lo que verdaderamente es: un poeta romántico en su acepción literaria, no necesariamente la común y corriente. Sí, Jorge escribe sobre el amor, pero sobre todo sus poemas hablan de la vida, de la pasión y de la agonía que implica vivir, respirar, comer, beber, fornicar y sobrevivir en un mundo como el actual.

Si en su primer libro encontramos esos poemas como gritos que llaman a la rebelión vital a través de la música de las palabras, ahora, en Inventario de Caricias, Jorge Contreras nos ofrece una versión más pulida de sí mismo y de su voz poética: más que gritos son susurros, más que vendavales son brisa, más que desplantes son reflexiones de un poeta que ha madurado como hombre, que ha sufrido, que sufre, y que del sufrimiento interno ha sacado lo mejor de sí.

En su nuevo libro es evidente que Jorge Contreras es un mejor poeta que antes. La palabra poética, las imágenes, las metáforas, todo su arsenal ha sido cuidadosamente escogido y decantado. Se nota el pulimento, la labor de orfebrería, de aplicación dedicada a encontrar una voz, una voz adecuada para lo que tenía que decir en este libro. Son poemas que van de lo confesional a lo intimista, de la declaración desesperada a las intensidades del amor más delicado y devoto.

Los versos de Jorge son casi caricias. Eso es lo que ha buscado y logrado: que sus palabras logran la ilusión de tocar el cuerpo del lector, de la lectora, de la mujer o las mujeres (a “la musa”) a las que van dirigidos muchos de los poemas. “Escribirte es tratar de salvarte del olvido”, afirma al final de uno de ellos. En efecto: las caricias no dejan huella, más que en el alma y en el recuerdo, pero se desvanecen y corren el riesgo de desaparecer. A la palabra la acechan los mismos peligros. Por eso la poesía es el esfuerzo por rescatar, por apresar, por crear la ilusión de la permanencia del instante, de lo que, por su naturaleza es leve y efímero, como las caricias, como las palabras, como el amor, como la vida. Este es un libro de un poeta que va avanzando a la madurez de su voz poética, que la pulido a fuerza de escribir, de revisar, de borrar, de desechar, de decantar, de cribar las palabras, para quedarse con las mejores.

Pero también, como algunos pocos libros de poetas contemporáneos, nos hace volver a plantearnos la pregunta que hacía Robert Graves en La Diosa Blanca: “¿Cuál es la utilidad o la función de la poesía en la actualidad?”, y que él mismo respondió: “La función de la poesía es la invocación religiosa de la Musa; su utilidad es la mezcla de exaltación y de horror que su presencia suscita”. La poesía es, así, una advertencia y un recordatorio al hombre para que recobre la armonía con la familia de criaturas vivientes entre las cuales ha nacido, en una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía, “en la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta poseído por la verdad”. Este Inventario de Caricias es un urgente recordatorio más para entrar en contacto con el mundo, con uno mismo, a través de la verdadera poesía.

Numerazo de Cine TOMA sobre la crítica cinematográfica


En circulación, el décimo sexto número de la revista cine TOMA

Los comentaristas pioneros del cinematógrafo, los teóricos europeos, los críticos mexicanos en activo, el ejercicio desde el Internet, la radio y la televisión.

Miquel, Reyes, Guzmán, de Luna, Ayala Blanco, Bonfil, García, Aviña, García Tsao, Solórzano, de la Colina, Tovar, Pantoja, Pohlenz, Aguilar, Ortega, Hernández, Valdés Peña, Riquer.

Un ejercicio de reflexión en torno al fenómeno Presunto culpable y el ejercicio de la justicia desde las herramientas fílmicas.

En estrenos: Gerardo Tort y su Viaje Redondo; Camilla Belle y su protagónico en Pobres Divas. Adelanto de La ciudad del cine, de Hugo Lara. Festivales: Distrital, Cine en el Campo y Mix.

Fotofijas con imágenes inéditas de Maya Goded. El proyecto de la Cineteca Tijuana.
Espacio privilegiado del espectador, del amante del arte cinematográfico, del cinéfilo declarado, la crítica de cine es el necesario espejeo que las películas provocan en la sociedad. Incómodos, cierto; dolorosos, en ocasiones; equivocados, a veces; otros más con intereses ocultos detrás, dichos comentarios y reflexiones son la respuesta, tanto de profesionales como de aficionados, a la fascinación que la pantalla y el arte fílmico mantienen sobre las audiencias masivas.
Impresos en papel periódico, pero también transmitidos por ondas hertzianas, lanzados mediante fibra óptica a los televisores, contenidos en largos ensayos de revistas especializadas o en bitácoras electrónicas personales, incluso trazados sucintamente en mensajes de texto cortos, todos ellos conforman el complejo, intrincado e inexplicable mundo de los críticos de cine.
A ellos, a esa parte poco visible pero tremendamente pensante del vasto universo cinematográfico, está dedicado el dossier central del décimo sexto número de la revista cine TOMA, publicación bimensual de reflexión, análisis e información en torno al fenómeno cinematográfico en México y el resto del mundo, que circulará por el país durante mayo y junio de 2011.
El historiador Ángel Miquel ofrece un ensayo sobre Carlos Noriega Hope, uno de los primeros comentaristas del cinematógrafo; también se incluyen sendos artículos de los escritores Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes, quienes firmaban con el seudónimo común de Fósforo; más tarde, el erotómano y escritor Andrés de Luna realiza una revisión sobre la relación entre arte y crítica, teoría y análisis; se incluye una larga entrevista con el crítico e investigador Jorge Ayala Blanco, recientemente galardonado con las medallas Salvador Toscano, de la Filmoteca de la UNAM y al Mérito Académico de la misma casa de estudios; el crítico de La Jornada, Carlos Bonfil, reflexiona en torno al oficio y a la cinefilia; y el de Reforma, Rafael Aviña, especula sobre el futuro de la profesión ante el cambiante panorama de los medios de comunicación.
Más adelante, en entrevista con José Juan Reyes, Gustavo García propone que las escuelas de cine o la Cineteca Nacional abran planes de estudios para formar críticos; luego, Guillermo Vega Zaragoza nos entrega el cuestionario paralelo con que interrogó a un par de críticos de formaciones y generaciones distintas: Leonardo García Tsao, de La Jornada, y Fernanda Solórzano, de Letras Libres; el escritor José de la Colina, ex director del Semanario Cultural del extinto Novedades, refiere su gusto por comentar las películas; por su parte, Luis Tovar, jefe de redacción de La Jornada Semanal, plantea una defensa de la añeja tradición de la crítica artística; el ex encargado de Cine Club de Guanajuato y ex programador de Canal Once, Jorge Pantoja, reflexiona sobre el propósito de exhibir; mientras que Ricardo Pohlenz entrega un panegírico sobre A. Caín, seudónimo como crítico del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante; Arturo Aguilar, de Reporte índigo, comparte un reportaje sobre la crítica de cine; sobre el ejercicio mudado al Internet y a las bitácoras electrónicas, entregan testimonios José Luis Ortega, creador de Cinefagia, y Paxton Hernández; por su parte, José Antonio Valdés Peña, relata su experiencia como comentarista de Canal Once, y Sonia Riquer aborda las particularidades de la experiencia radiofónica a través de la señal de Radio Educación.
Un segundo dossier se concentra, ahora, mediante siete reflexiones realizadas por Víctor Ugalde, en las pequeñas certezas y las muchas incertidumbres que resultan de un caso como el del documental Presunto culpable, de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, en peligro de salir de cartelera por una orden judicial, pero que también provocó una avalancha mediática en contra de los personajes que aparecen como villanos. Se incluye una lista de películas mexicanas prohibidas, censuradas o alteradas por muy diversos motivos, así como una carta abierta, firmada por decenas de cineastas, en la que advierten que: “El documentalista no es un juez y que la realidad no está hecha de buenos y malos”.
La sección Fotofijas incluye una serie fotográfica inédita, Welcome to Lipstick, de la afamada artista mexicana Maya Goded, realizadas en la zona roja de una ciudad fronteriza del norte del país. El crítico e investigador Hugo Lara Chávez presenta un adelanto de su libro La ciudad del cine, editado por la Cineteca Nacional, un repaso al imaginario urbano a través de las imágenes cinematográficas. Y se incluye un texto de Guadalupe Ferrer sobre el libro Filmoteca de la UNAM. 50 años, de Rafael Aviña.
La sección Festivales incluye adelantos al trigésimo primer Foro Internacional de la Cineteca; la segunda edición de Distrital. Cine y Otros Mundos; el cuarto Festival Internacional de Cine en el Campo, y los quince años de Mix México. Festival de Diversidad Sexual en Cine y Video. En la parte de Estrenos, aparecen entrevistas con Gerardo Tort, director del largometraje Viaje redondo, y con la actriz Camilla Belle, protagonista de la producción méxico-estadounidense Pobres divas, de Ángel Gracia. Finalmente, cierra este número un reporte sobre el arranque de la Cineteca Tijuana, un espacio de cultura cinematográfica en el noroeste del país que contará con sala de proyección de 35 mm para finales de julio.

El décimo quinto número de TOMA. Revista Mexicana de Cine, editada por PasodeGato, Ediciones y Producciones Escénicas, circulará durante mayo y junio de 2011 por todo el país en locales cerrados como Sanborns, Caffé Caffé, librerías Educal y Gandhi.

Para entrevistas o mayor información, comunicarse a los teléfonos 56 88 92 32 y 56 88 87 56; al correo electrónico revistatoma@gmail.com,

o a las oficinas ubicadas en callejón de Eleuterio Méndez 11, Colonia Churubusco-Coyoacán,

C. P. 04120 en la ciudad de México.

Además, los invitamos a seguirnos por Facebook y Twitter.
Así como la página Internet de Paso de Gato.

jueves, mayo 12, 2011

Presentación novela "Muerte caracol" de Ivonne Reyes en Bellas Artes

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domingo, mayo 08, 2011

Cuando no haya adictos que compren droga, no habrá tráfico

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Burroughs y Kerouac

DECLARACIÓN: TESTIMONIO SOBRE UNA ENFERMEDAD

por William S. Burroughs

Desperté de la Enfermedad a los cuarenta y cinco años, sereno, cuerdo y en bastante buen estado de salud, a no ser por un hígado algo resentido y ese aspecto de llevar la carne de prestado que tienen todos los que sobreviven a la Enfermedad... La mayoría de esos supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer, yo tomé notas detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. No tengo un recuerdo preciso de haber escrito las notas publicadas ahora con el título de EL ALMUERZO DESNUDO. El título fue sugerido por Jack Kerouac. Hasta mi reciente recuperación no comprendí lo que significaba exactamente lo que dicen sus palabras: ALMUERZO DESNUDO: un instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores.

La Enfermedad es la adicción a la droga y yo fui adicto durante quince años. Cuando digo adicto quiero decir adicto a la droga (término genérico para el opio y/o sus derivados, incluyendo todos los sintéticos, del demerol al palfium). He consumido la droga bajo muchas formas: morfina, heroína, dilaudid, eucodal, pantopón, diccodid, diosane, opio, demerol, dolofina, palfium. La he fumado, comido, aspirado, inyectado en vena-piel-músculo, introducido en supositorios rectales. La aguja no es importante. Tanto da que la aspires, la fumes, la comas o te la metas por el culo, el resultado es el mismo: adicción. Cuando hablo de adicción a la droga no me refiero al kif, la marihuana o cualquier preparado de hachís, mescalina, Bannisteria caapi, LSD6, hongos sagrados, ni a ninguna droga del grupo de los alucinógenos... No hay pruebas de que el uso de algún alucinógeno produzca dependencia física. La acción de esas sustancias es fisiológicamente la opuesta a la acción de la droga. El celo de los departamentos de narcóticos de Estados Unidos y otros países ha dado lugar a una lamentable confusión entre las dos clases de drogas.

He visto el modo exacto en que actúa el virus de la droga a lo largo de quince años de adicción. La pirámide de la droga: cada nivel devora al de abajo (no es casualidad que los de arriba sean siempre gordos y los adictos de la calle siempre flacos) hasta el punto más alto, o los puntos más altos; porque hay muchas pirámides de la droga alimentándose de las gentes del mundo y todas construidas sobre los principios básicos del monopolio:

- Nunca des por nada.
- Nunca des más de lo que tienes que dar (tener al comprador siempre hambriento y hacerle esperar siempre).
- Recupera siempre todo lo que te sea posible.
El traficante siempre lo recupera todo. El adicto necesita más y más droga para conservar forma humana... para espantar al Mono.

La droga es un molde de monopolio y posesión. El adicto aguanta mientras sus piernas drogadas le lleven directo a recaer sobre el rayo de droga. La droga es cuantitativa y mensurable con gran precisión. Cuanta más droga consumas menos tienes y cuanta más tengas más usas. Todos los que utilizan alucinógenos los consideran sagrados —hay cultos del peyote y la bannisteria, cultos del hachís y de los hongos («los hongos sagrados de México permiten al hombre ver a Dios»)—, pero nunca nadie ha sugerido siquiera que la droga sea sagrada. No hay cultos del opio. El opio es profano y cuantitativo como el dinero. He oído que en la India hubo una vez una droga beneficiosa y no adictiva. Se llamaba soma y se representa como una hermosa marea azul. Si el soma existió alguna vez, el traficante logró embotellarlo y monopolizarlo, y venderlo y convertirlo en la misma DROGA de toda la vida.

La droga es el producto ideal... la mercancía definitiva. No hace falta literatura para vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para suplicar que le vendan... El comerciante de droga no vende su producto al consumidor, vende el consumidor a su producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente. Paga a sus empleados en droga.

La droga produce una fórmula básica de virus «maligno»: El álgebra de la necesidad. El rostro del «mal» es siempre el rostro de la necesidad total. El drogadicto es un hombre con una necesidad absoluta de droga. A partir de cierta frecuencia, la necesidad no conoce límite ni control alguno. Con palabras de necesidad total: «¿Estás dispuesto?» Sí, lo estás. Estás dispuesto a mentir, engañar, denunciar a tus amigos, robar, hacer lo que sea para satisfacer esa necesidad total. Porque estarás en un estado de enfermedad total, de posesión total, imposibilitado para hacer cualquier otra cosa. Los drogadictos son enfermos que no pueden actuar más que como actúan. Un perro rabioso no puede sino morder. Adoptar una actitud puritana no conduce a nada, salvo que se pretenda mantener el virus en funcionamiento. Y la droga es una gran industria. Recuerdo una conversación con un norteamericano que trabajaba en la comisión para la fiebre aftosa, en México. Seiscientos al mes más gastos:

—¿Cuánto durará la epidemia? —pregunté.

—Mientras podamos hacerla durar... Sí... tal vez surjan otros focos en Sudamérica —dijo, como soñando.

Si se quiere alterar o anular una pirámide de números en relación serial, se altera o se elimina el número base. Si queremos aniquilar la pirámide de la droga, tenemos que empezar por la base de la pirámide: el adicto de la calle, y dejarnos de quijotescos ataques a los llamados «de arriba», que son todos reemplazables de inmediato. El adicto de la calle que necesita la droga para vivir es el único factor insustituible en la ecuación de la droga. Cuando no haya adictos que compren droga, no habrá tráfico. Pero mientras exista necesidad de droga, habrá alguien que la proporcione.

Los adictos pueden ser curados o puestos en cuarentena (es decir, que se les adjudica una ración de morfina, bajo una mínima vigilancia, como a los afectados por el tifus). Si se llega a hacer esto, las pirámides de droga del mundo se derrumbarán. El único país que aplica este método al problema de la droga es, por lo que yo sé, Inglaterra. Hay unos quinientos adictos censados en el Reino Unido. En la próxima generación, cuando los adictos actualmente en cuarentena mueran y se descubran analgésicos que actúen sobre una base no opiácea, el virus de la droga será como la viruela, un capítulo cerrado, una curiosidad médica.

La vacuna que puede relegar el virus de la droga a un pasado sin futuro existe ya. Esa vacuna es el tratamiento de apomorfina descubierto por un médico inglés cuyo nombre debo ocultar hasta que me autorice a usarlo y a citar pasajes de su libro, que cubre treinta años de tratamiento de alcohólicos y adictos con apomorfina. La apomorfina es un compuesto que se forma al hervir morfina y ácido clorhídrico. Se descubrió años antes de ser utilizado para tratar a los adictos. Durante muchos años, la apomorfina, que no tiene propiedades narcóticas ni analgésicas, se aplicó únicamente como emético, para provocar vómitos en casos de envenenamiento. Actúa directamente sobre el centro del vómito, en el cerebro posterior.

Encontré esta vacuna al final del trayecto de la droga. Estaba viviendo en una habitación del barrio moro de Tánger. Hacía un año que no me bañaba ni me cambiaba de ropa, ni me la quitaba más que para meterme una aguja cada hora en aquella carne fibrosa, como madera gris, de la adicción terminal. Nunca limpié ni quité el polvo de la habitación. Las cajas de ampollas vacías y la basura llegaban hasta el techo. Luz y agua cortadas mucho tiempo por falta de pago. No hacía absolutamente nada. Podía pasarme ocho horas mirándome la punta del zapato. Sólo me ponía en movimiento cuando se vaciaba el reloj de arena corporal de la droga. Si venía a visitarme algún amigo —y rara vez lo hacían, puesto que quedaba poco que visitar de mí— seguía allí sentado sin importarme que hubiese entrado en mi campo visual —una pantalla gris cada vez más confusa y más débil—, ni cuando fuese a salir de él. Si se hubiese muerto en el sitio, yo hubiera seguido allí sentado mirándome el zapato y esperando para revisarle los bolsillos. ¿Tú no? Porque nunca tenía droga suficiente, nadie la tiene nunca. Dos gramos de morfina al día y seguía sin ser suficiente. Y largas esperas delante de la farmacia. En el negocio de la droga la demora es norma. El Hombre nunca llega a la hora. Y no por casualidad. No hay casualidades en el mundo de la droga. Al adicto se le enseña con precisión una y otra vez lo que sucederá si no consigue comprar su ración. Junta el dinero o ya sabes. Y de repente mi hábito empezó a crecer y crecer. Tres, cuatro gramos al día. Y seguía sin bastarme. Y no podía pagar.

Allí estaba, con mi último cheque en la mano, y me di cuenta de que era mi último cheque. Tomé el primer avión a Londres.

El médico me explicó que la apomorfina actúa sobre el cerebro posterior para regular el metabolismo y normalizar el flujo sanguíneo de modo que el sistema enzimático de la adicción se destruye en un período de cuatro o cinco días. Una vez regulado el cerebro se retira la apomorfina y sólo vuelve a usarse si hay recaída. (Nadie toma apomorfina por placer. No se ha registrado ni un solo caso de adicción a la apomorfina.) Acepté someterme al tratamiento e ingresé en una clínica. Las primeras veinticuatro horas estuve literalmente loco y paranoico, como les pasa a muchos adictos con fuerte carencia. Veinticuatro horas de tratamiento intensivo de apomorfina disiparon el delirio. El doctor me mostró la ficha. Me habían puesto pequeñas cantidades de morfina que no bastaban para explicar la ausencia de los síntomas de carencia más severos, como calambres en piernas y estómago, fiebre y mi propio síntoma particular y personal, la quemadura fría, una especie de urticaria frotada con mentol por todo el cuerpo. Cada adicto tiene un síntoma particular y personal que escapa a todo control. Faltaba un factor en la ecuación de la carencia, y ese factor no podía ser más que la apomorfina. Vi que el tratamiento de apomorfina funcionaba de verdad. A los ocho días abandoné la clínica y comía y dormía normalmente. Permanecí dos años enteros sin drogarme, un récord desde hacía doce años. Recaí durante unos meses de resultas del dolor de una enfermedad. Otra cura de apomorfina me ha mantenido alejado de la droga hasta el momento en que escribo.

La cura de apomorfina es cualitativamente distinta de otros métodos de cura. Los he probado todos. Reducción rápida, reducción lenta, cortisona, antihistamínicos, tranquilizantes, curas de sueño, tolserol, reserpina. Ninguna de esas curas superó la primera oportunidad de reincidir. Puedo asegurar que nunca me curé metabólicamente hasta haber realizado la cura de apomorfina. La abrumadora frecuencia de las recaídas, según las estadísticas del Hospital de Narcóticos de Lexington, ha inducido a muchos médicos a declarar que la adicción es incurable. En Lexington practican una cura de reducción con dolofina y, que yo sepa, nunca han probado con la apomorfina. La realidad es que este tratamiento ha sido muy poco estudiado. No se han hecho investigaciones con variantes de la fórmula de la apomorfina ni con sintéticos. No hay duda de que podrían obtenerse sustancias cincuenta veces más potentes que la apomorfina y eliminarse el efecto secundario del vómito.

La apomorfina es un regulador metabólico y psíquico que puede suspenderse en cuanto ha cumplido su misión. El mundo está inundado de tranquilizantes y estimulantes y, sin embargo, no se presta atención a este regulador único. Ninguno de los grandes laboratorios farmacéuticos ha investigado sobre él. Considero que el estudio de la síntesis de la apomorfina y de sus variantes abrirá las fronteras médicas más allá del problema de la adicción.

La vacuna de la viruela se encontró con la vociferante oposición de un grupo de lunáticos antivacunas. No hay duda de que si el virus de la droga se contrarresta, habrá un clamor de protesta lanzado por individuos interesados o desequilibrados. La droga es un negocio grande; siempre hay maníacos y especuladores. No se les debe permitir que interfieran la labor esencial de aplicar el tratamiento de inoculación y cuarentena. El virus de la droga es el principal problema de salud pública en el mundo de hoy.

Puesto que EL ALMUERZO DESNUDO trata de este problema, es brutal, obsceno y repugnante por necesidad. La Enfermedad suele tener detalles repulsivos no aptos para estómagos sensibles.

Ciertos pasajes del libro que han sido calificados de pornográficos están escritos como una proclama contra la pena de muerte, a la manera de Una modesta proposición de Jonathan Swift. Estas secciones pretenden poner al descubierto que la pena capital es un anacronismo obsceno, bárbaro y repugnante. Como siempre, el almuerzo está desnudo. Si los países civilizados quieren volver a los ritos druídicos de la horca en el Bosque Sagrado, a beber sangre con los aztecas o a alimentar a sus dioses con sangre de sacrificios humanos, que vean lo que de verdad comen y beben. Que vean lo que hay en la gran cuchara de las noticias.

Tengo casi terminada una secuela de EL ALMUERZO DESNUDO. Una extensión matemática del álgebra de la necesidad más allá del virus de la droga. Porque hay muchas formas de adicción, creo que todas ellas obedecen a ciertas leyes elementales. Con palabras de Heiderberg: «Quizá éste no sea el mejor de los universos posibles pero es muy probable que sea uno de los más simples. » Si el hombre logra ver.

Post scriptum... ¿Y tú no?

Y hablando personalmente, y si un hombre habla de cualquier otra manera ya podemos ir empezando a buscar a su Papaíto Protoplasma o Célula Madre... No quiero oír más historias sabidas ni más mentiras sobre drogas... Las mismas cosas repetidas un millón de veces y más cuando no vale la pena decir nada porque nunca pasa NADA en el mundo de la droga.

La única excusa para esta agotada ruta de muerte es la SENSACIÓN cuando el circuito de la droga se cierra por falta de pago y la piel drogada se muere por falta de droga y sobredosis de tiempo y la Piel Vieja ha olvidado el juego de la piel acortando el camino cubierto por la droga como hacen las pieles... Se precipita un estado de exposición total cuando el Adicto Golpeante no puede sino ver, oler y oír... Cuidado con los coches...

Está claro que la droga es una ruta-alrededor-del-mundo-empujando-una-bolita-de-opio-con-la-nariz. Estrictamente para escarabajos-vagabundo montón de basura-droga. Y por tanto listo para liquidación. Cansado de verlo por ahí.

Los yonquis siempre se quejan de frío, como ellos lo llaman; se levantan el cuello de sus chaquetas negras y se abrigan el flaco pescuezo... pura trampa de drogado. Un yonqui no quiere sentir calor, quiere estar fresco, más fresco, FRÍO. Pero quiere el FRÍO como quiere su droga, no FUERA, donde no le sirve de nada, sino DENTRO, para poder estar sentado por ahí con la columna vertebral como un gato hidráulico... y su metabolismo aproximándose al CERO absoluto. Muchas veces los adictos TERMINALES se pasan dos meses sin mover el vientre y los intestinos forman adherencias permanentes —¿a quién no?— que requieren la intervención de un descorazonador de manzanas o de su equivalente quirúrgico... Así es la vida en la Vieja Casa de Hielo. ¿Para qué moverse y perder el TIEMPO?

Hay sitio para uno más, señor.

Algunos individuos van de sensaciones termodinámicas. Inventaron la termodinámica... ¿No lo harías tú?

Y algunos de nosotros buscamos sensaciones diferentes y se hace abiertamente igual que me gusta ver lo que como y viceversa mutatis mutandis si se tercia. El salón del almuerzo desnudo de Bill... Pasen ustedes... Bueno para jóvenes y viejos, hombres y bestias. Nada como un poco de aceite de culebra para engrasar las ruedas y montar el número en la pista, Bautista. ¿De qué lado estás? ¿Congelado hidráulico? ¿O quieres echar un vistazo con el Buen Bill?

Este es, pues, el Problema de la Salud Mundial del que hablaba en el Artículo. El Panorama que se Despliega ante Nosotros, Amigos MÍOS. ¿Oigo murmurar algo sobre una navaja particular y un timador de segunda conocido porque inventó La Cuenta? ¿Tú no? La navaja perteneció a un hombre llamado Occam, y no fue un coleccionista de cicatrices. Ludwing Wittgenstein, Tractatus Logicus-Philosophicus: «Si una proposición NO ES NECESARIA, NO TIENE SENTIDO y se aproxima al SIGNIFICADO CERO. »

—¿Y qué hay más INNECESARIO que la droga si Tú no la necesitas?

Respuesta: —Los yonquis, si Tú no te drogas.

Os aseguro que he oído bastantes conversaciones lentas, pero ningún otro GRUPO SOCIAL puede compararse a la LENTITUD termodinámica de la droga. El adicto a la heroína no dice apenas nada, y eso puedo aguantarlo. Pero el «Fumador» de opio ya es más activo, puesto que tiene una tienda y una Lámpara... y tal vez 7-9-10 allí tendidos como reptiles que invernan y mantienen la temperatura a Nivel de Conversación: qué bajo han caído los otros yonquis «en cambio nosotros, NOSOTROS tenemos la tienda y la lámpara y la tienda y la lámpara y la tienda y aquí está agradable y caliente agradable y caliente agradable y AQUÍ y agradable y FUERA HACE FRÍO... HACE FRÍO FUERA donde los comedores de basura y los chicos de la aguja no durarán dos años, no, ni siquiera seis meses durarán vagabundeando por ahí, no tienen nada de clase... En cambio nosotros estamos AQUÍ SENTADOS y nunca aumentamos la DOSIS... nunca-nunca aumentamos la dosis nunca excepto ESTA NOCHE que es una NOCHE ESPECIAL con todos esos comedores de basura y chicos de la aguja ahí fuera pasando frío... y nunca nos lo comemos, nunca, nunca, nunca lo comemos... Disculpe por favor, voy hasta la Fuente de las Gotas Vivas que todos tienen en el bolsillo y las bolitas de opio que se meten por el culo en un dedil mezcladas con las Joyas de la Familia y la otra mierda».

Hay sitio para uno más, señor.

Bueno, cuando el disco empieza a girar por el billonésimo año luz y el rollo no cambia jamás, nosotros los no-yonquis tomamos una actitud drástica y los hombres se separan de los jovenzuelos de la droga.

La única forma de protegerse de tan terrible peligro es venir AQUÍ y amancebarse con Caribdis... Te trataré bien, chico... Caramelos y cigarrillos.

Aquí estoy, después de quince años metido en esa tienda. Dentro y fuera dentro y fuera dentro y FUERA. CAMBIO Y CORTO. Escuchad pues al viejo tío Bill Burroughs que inventó el truco del regulador de la máquina de sumar Burroughs, basado en el principio del gato hidráulico, hagas lo que hagas con la palanca siempre el mismo resultado para unas coordenadas dadas. Sigue mis lecciones cuanto antes... ¿no quieres?

Bebés paregóricos del mundo, uníos. No tenemos nada que perder, sólo nuestros Traficantes. Y NO SON NECESARIOS.

Mirad, MIRAD bien el camino de la droga antes de viajar por él y liaros con las Malas Compañías.

Palabras para el que sabe.

(Introducción a El almuerzo desnudo)

jueves, mayo 05, 2011

Entrevista con Carlos Carrera, Presidente de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas


El próximo sábado 7 de mayo es la 53 entrega del Ariel, el máximo galardón al que pueden aspirar quienes se dedican al cine en nuestro país. En el número 15 de Cine TOMA Revista Mexicana de Cine apareció una entrevista con el director Carlos Carrera, Presidente del Comité Coordinador de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, A.C. (AMACC), donde habla de los cambios en la selección y elección de los ganadores.

"La idea es hacer un sistema de elección más democrático"

Por Guillermo Vega Zaragoza


Siete veces ganador del Ariel de Plata, cinco de ellas como director —la más reciente en 2010 por Backyard, el traspatio—, el cineasta Carlos Carrera es el nuevo Presidente del Comité Coordinador de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, A.C. (AMACC), que otorga año con año el máximo galardón del cine nacional. Afirma que “la Academia no pertenece sólo a los miembros activos sino a toda la comunidad cinematográfica y también al público”, por lo que “todos deben participar en la búsqueda de nuevas maneras para difundir el cine mexicano”. Señala que la AMACC es democrática y que ahora será más incluyente, con la ampliación de la participación en el proceso de selección y premiación no sólo a aquellos que hayan ganado Arieles sino también a los que hayan sido nominados por lo menos en dos ocasiones. Además, para analizar las cintas, se agruparán por especialidades.

Carrera llega a la presidencia de la AMACC, luego de que terminara el periodo de Pedro Armendáriz al frente de la institución en septiembre de 2010. La Academia enfrentó en 2009 una acalorada polémica, cuando en la 51 ceremonia de premiación de los Arieles, el actor Daniel Jiménez Cacho leyó una carta presuntamente firmada por miembros de la “comunidad cinematográfica” donde le pedía a Armendáriz “refundar la Academia, acorde a los nuevos tiempos” y “revisar los mecanismos de selección de nominaciones”.

Fundada en 1946, en el momento cumbre del auge del cine mexicano —en ese año se filmaron 85 películas—, la Academia agrupaba a los diversos gremios de la comunidad cinematográfica nacional, hasta que en 1998 fue reestructurada y pasó a estar integrada por creadores cinematográficos. En entrevista, Carrera explica cuáles serán las novedades que integrará en su gestión al funcionamiento de la AMACC.

—En 1998, cuando se reformó la Academia, se hizo una consulta, salieron algunos nombres y desde entonces nos invitaron a participar. Empezó, bien, sólida, con apoyo del CONACULTA en esa época. La AMACC siempre ha tenido proyectos diversos, los más visibles son las nominaciones al Ariel, que es el premio de mayor trayectoria histórica y uno de los más rigurosos. Hay otros proyectos que, si bien se han realizado a lo largo de la existencia de la Academia, no han tenido la difusión suficiente, como ciclos de conferencias, colaboración con la UNAM, hasta el de una publicación, que por motivos presupuestales no se ha realizado. Además de dar los premios Ariel y ser la institución que funciona como puente para los premios en España y Estados Unidos, la idea es convocar a proyectos de más largo plazo, por ejemplo, hacer un programa de radio y eventualmente buscar otra sede, que tenga un centro de atención al público y una sala de proyecciones abierta al público en general.

—El tema de los Arieles es uno de los más polémicos…

—En relación con los premios, la idea es hacer un sistema de elección más democrático, si se quiere, pero conservando el rigor que ha caracterizado la elección de los premiados. Si bien la Academia antes era un grupo reducido que decidía ternas y premios, y después se abrió a que votaran todos los miembros que habían obtenido un Ariel, siempre ha habido esa sospecha de que los reconocimientos se deciden de manera muy cerrada. Lo que sí me consta es que la elección es muy rigurosa; todos los miembros que participaban en el proceso veían todas las películas, se hacia un estudio muy serio de las bondades de las películas, con la actitud de rescatar lo bueno y no tanto regodearse en los defectos. Eso me consta, pero no ha parecido ser suficiente para la comunidad, y siempre ha habido polémica. Los que ganan están contentos y los que no ganan están enojados, pero así son todas las premiaciones. Por eso, ahora la idea es incluir a más miembros de la comunidad para que también puedan ser parte del comité de premiación, además de los que han ganado un Ariel, que estén también los que han sido nominados por lo menos en dos ocasiones y que por razones diversas no lo han obtenido, pero que por su trayectoria y su conocimiento tienen la capacidad para participar en el análisis para decidir los premios. También, a partir de este año, el proceso de selección funcionará por especialidades, como sucede en otras academias del mundo; en el caso de los Arieles ya está organizado para ser así, pero para el Oscar y el Goya se seguirá haciendo por votación directa de todos los miembros del comité de premiación.

—Eso es un avance importante, porque se ha cuestionado que la selección y las premiaciones no han sido lo suficientemente plurales e “incluyentes”…

—La selección ha sido tan incluyente que se toman en cuenta todas películas que tienen una distribución muy pequeña y se les reconoce por su calidad, y no pesa cuál tiene más publicidad o más méritos de producción. Compiten al parejo películas con producción muy grande con películas independientes hechas de manera muy marginal. También se ha criticado que se califica como mejor película, por igual, a un documental y a una de ficción. En mi opinión, no hay un género mejor que otro, o menos importante que otro, y en esta época se están disolviendo las clasificaciones tan cuadradas.

—Muchos creen que los Arieles se eligen como los Oscares, pero en realidad pocos saben cómo se hace. ¿Cómo es el proceso de selección en la Academia?

—Se vota por las películas que se inscriben, que no necesariamente son todas las películas que se estrenan comercialmente, lo cual estaría bien, pero por los estatutos sólo se analizan las que se inscriben. En varias ocasiones, algunas películas importantes en su momento, por ejemplo, Y tú mamá también, no se han inscrito, algunas en señal de protesta o algo así. Este año hay bastante participación, ya están en Internet las películas que se han inscrito. Es un trabajal, aunque algunos dicen que no hacemos nada. Somos 36 activos y pueden votar alrededor de 600 que han obtenido Arieles.

—Pero también se dice que votan muy pocos…

—A veces la participación es muy pequeña, por motivos de trabajo o lo que sea. Esperamos que este año sea mayor. La comunidad ha mostrado interés de participar en el proceso y ahora estamos abriendo la posibilidad de hacerlo de manera seria y rigurosa. En los premios siempre hay un ingrediente de subjetividad y es muy difícil ser totalmente justo cuando, una vez que se han cumplido ciertos criterios de calidad, se está premiando algo que depende de gustos personales.

—¿Cómo es el proceso de votación?

—Se hacen funciones de exhibición para que los miembros de la Academia vean las películas y se ponen a circular paquetes de DVD para los que no pueden asistir. Hemos insistido que es responsabilidad de los académicos ir viendo lo que se estrena de cine mexicano a lo largo del año. Desde el año pasado se puede votar por Internet, cuando antes se tenía que ir a emitir el voto a la sede de la Academia. Subió un poco la participación, pero no tanto como debería ser.

—¿Qué otros proyectos piensas impulsar?

—Tenemos problemas de presupuesto, pero estamos buscando la manera de hacer más cosas. Es importante dejar claro que la Academia no pertenece sólo a los miembros activos sino a toda la comunidad cinematográfica y también al público. Por eso hay que buscar nuevas maneras para difundir el cine mexicano. Haremos un anuario de las películas que participen en las premiaciones de la Academia, porque no tenemos la capacidad de abarcar todo lo que se estrena. También sistematizaremos nuestro archivo y pondremos a disposición del público nuestra videoteca en cuanto podamos, porque nuestras instalaciones actuales no se prestan mucho para eso. A diferencia de otras academias, como las de EU y España, la nuestra es una Academia muy joven, y al mismo tiempo que necesita ser independiente, necesita los recursos de las instituciones culturales. En España, el Ministerio de Cultura mantiene a la Academia de Cine, aquí en México cada año dependemos de la voluntad de las autoridades del CONACULTA para otorgarnos recursos. Estamos buscando reestructurar el patronato para no depender de los dineros gubernamentales, pero ahorita está como en animación suspendida.

—¿Cómo ves la situación del cine en España, con lo de la Ley Sinde, que persigue que la gente baje las películas de Internet, y que llevó a que renunciara Alex de la Iglesia, presidente de la Academia Española de Cine?

—Es muy difícil controlar eso, por una cuestión práctica. Creo que pasados ciertos modos de distribución, las películas ya deberían pasar a ser de dominio público, pero sí es necesario algún tipo de regulación, aunque no sé cómo se pueda implementar. En Estados Unidos, cuando firmas un contrato, te ponen que incluye cine, televisión y todos los medios habidos y por haber en el mundo, en la eternidad y en el universo (risas). Habría que considerar en los documentos legales todo el fenómeno audiovisual. Aquí estamos en pañales en los asuntos de nuevas tecnologías. En nuestra legislación es necesario ponernos al día para proteger los derechos de autor.