El martes se llevó a cabo la ceremonia en honor a Alejandro Céssar Rendón en la que se colocó una placa en el salón de la Escuela de Escritores de SOGEM donde solía dar clases. Rendón fue uno de los fundadores de la escuela y ex director de la misma,
y falleció apenas en enero de este año.
Luego se realizó una mesa redonda donde se recordó al gran maestro. Allí estuvo Eduardo Casar, también maestro de la Escuela y leyó el siguiente texto, que reproduzco sin permiso del autor.
- Rendón, Alejandro Cessar...
- Presente.
por Eduardo Casar
Hace 19 años, una alumna mía, Marcela del Río, había comenzado a dar clases aquí y luego le ofrecieron algo en Orlando. Me pidió que la sustituyera en una clase y a mí se me ocurrió lo de las piezas sueltas de composición literaria que todavía sigo dando. Porque como decía aquel: lo provisional es lo más permanente.
Lo que encontré es que en la Escuela de Escritores había otro clima, otra atención, otra avidez. A diferencia de las clases más académicamente formales de la Facultad de Filosofía y Letras donde yo las daba (las clases), las de aquí estaban solamente determinadas por la libertad creativa y no por requisitos prestablecidos: allá se estudia literatura, aquí se hace.. Aquí se viene a meter las manos en la masa de la musa, mucilaginosamente; a hacer cocina literaria y a compartir sus sabores y sus sabias savias con los demás que están haciendo despliegues y desmanes semejantes.
Esto fue para mi un cambio que he incorporado a mi forma de ser yo y sin el cual sería otra persona, parecida a mí, claro, pero sería otro.
Me recibió el propio Mefistófeles-Unsaín, con su afán intimidatorio, que siempre me cayó bien porque encuentro simpáticos a los que se quieren hacer malos. Y algo me vió que me aceptó y me mandó con el director: el policía bueno: Alejandro Céssar Rendón. Era curioso verlos a los dos, Unsaín y Rendón, tan altos, tan distintos.
Alejandro era la suavidad, la profunda amabilidad erguida, aunque él procuraba encorvarse un poquito como en una suerte de caravana hacia su interlocutor. Nunca lo vi enojado, nunca lo viví encanojarse; lo debe haber hecho, como todos, pero a mí no me tocó, debe haber dado miedo, con su aire de Conde Drácula, su camisa negra de encaje, su pinta de Gargamel, sus cejas pobladas y su capa y su barba.
(Tengo como un punto luminoso en mi handicap pensar que como me vio que yo portaba muy orondo mi cola de caballo y no me pasaba nada, él decidió dejársela... y la suya sobrevivió a la mía.)
Entre nuestras curiosidades está un proyecto en el que, por la inciativa de Alma Velasco, trabajamos juntos Rendón y yo (más él que yo) para representar la batalla de Tenochtitlan sobre las aguas del lago de Chapultepec. El proyecto no se realizó pero lo bueno es que a Rendón sí le pagaron el trabajo. Ese líquido escenario ya había sido antes invadido por Alejandro porque él es el autor (y muchos no lo saben) del libreto del Lago de los Cisnes que todavía sigue flotando, aunque el cisne negro se ha ido confundiendo lentamente con la sombra que ha crecido como tinta en el agua.
La casa de Alejandro era una casa extrañisima, llena de sorpresas y de símbolos. Parecía estar construida de dimensiones distintas y contiguas, como las dimensiones esas de los sueños, donde atravesar un umbral significa entrar en la cultura oriental y si caminas llegas al México de los 50s, y luego a la modernidad minimalista, y luego a los tiendas de los jeques de Arabia, y después de la noche mil una sales a Mixcoac, medio erizado, y cuando te atropellan te das cuenta de que no habías despertado.
Bueno: pues sostengo que Alejandro era como su casa.
Así, muchifacético, dueño de una intimidad sorprendente e inventada. Atravesado por gatos (nunca he sabido cuántos) y por sueños, por hondonadas de hielo seco y paredes de libreros que imitaban las etapas constructivas del Templo Mayor.
Así debe haber sido Alejandro por dentro: un problema de arquitectura imposible de resolver para los médicos.
–¿Qué es esto?
- Es un sillón de cuero, es negro. Sirve para leer novelas del siglo XIX...
-¿Y esto aquí, junto al píloro?
-Eso es una sala para conversaciones sobre teatro, las butacas son originales.
-¿Y esto, aquí... que se mueve?
- Es la cocina, la máquina de coser es para entrelazar los platillos con la literatura...
-¿ A qué huele?
- A cardamomo.
- ¿Y eso, con las mesas redondas y el refrigeradorcito?
-Es para eso, para mesas redondas y para que los amigos se junten cada mes que celebramos algún aniversario.
-¿Y esos?
- Son los ponentes de la mesa del mes anterior...si no los oye es porque están afónicos...
- ¿Y esos pies sin un zapato que salen del baño chico?
- Ah, ese es un profesor de la Escuela, como es muy sincero le gusta dormirse así, se apellida Casar...
Rendón era como su casa. Junto con Paco Pacheco se construyó una imprenta que no tenía más empleados que los recursos de la modernidad, y que parecía una flamante oficina de claras colocaciones literarias. Abrieron el sello editorial Mixcóatl, donde muchos de sus amigos y sus alumnos publicamos, muriéndonos de risa en la cara de las editorialotas, que ni se dieron cuenta.
Rendón era como su casa. A últimas fechas construyó su propio teatro, donde representaba, ante un público no mayor de 15 personas una obra que se puede considerar como el testamento del escritor de teatro, del dramaturgo que siempre fue, y al que le bastamos esas 15 personas. Y los miles de alumnos que tuvo.
Quien es como su casa construye además esa necesidad albañil en quienes lo rodean queriendo acompañarle y aprenderle. Cada uno de nosotros ha ido construyendo su propia casa interna, y nuestro director original es uno de los fantasmas favoritos que recorre sus habitaciones y amablemente, encorvándose por delicadeza, nos sugiere ampliaciones.
Hay que hacer que brille el agua para que se destaque el cisne negro de Alejandro Rendón.
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