Por Guillermo Vega Zaragoza
Para nadie es un secreto que en ninguna época ha sido fácil dedicarse a la literatura. Pero menos aún ahora, en el México de hoy, pseudodemocrático y ultraliberal, todo parece estar en contra del arte y la cultura, sobre todo de la literatura.
Por eso, hoy más que nunca, que un grupo de desadaptados sociales, ilusos, locos, extraviados y necios, primero, decidan estudiar en una escuela de escritores durante dos años y, después, decidan publicar un libro colectivo, merece todo nuestro encomio y al mismo tiempo nuestra compasión.
Sabemos que no es fácil seguir empeñados en algo tan aparentemente inútil como la escritura de cuentos, poemas, novelas, obras de teatro, ensayos, guiones, que nunca lo ha sido y que nunca lo será. Y digo que es digno de encomio, porque la aparición de un nuevo libro, sobre todo de nuevos autores, debería ser siempre motivo de fiesta, de celebración, en una sociedad culta y educada, verdaderamente progresista y democrática.
Pero no, ya sabemos que en este país a pocos les importa que se edite un nuevo libro, se exhiba una nueva película o se estrene una nueva obra de teatro, porque aquí son pocos los que verdaderamente cumplen con lo que deben hacer: gobernantes que no gobiernan, padres que no educan, policías que no protegen, maestros que no enseñan, estudiantes que no estudian, actores que no actúan y, aunque pueda parecer increíble: escritores que no escriben. O no escriben bien, que debería de ser su única preocupación. Si ésos que no hacen lo que deben, lo hicieran, sin pedirles que hagan más ni menos, apenas lo justo, es seguro que la mitad de los problemas sociales, políticos y económicos que padecemos se resolverían.
En el caso del campo literario esta indolencia resulta aún más preocupante. Muchos de los editores de las empresas multinacionales que ahora dominan el mercado de los libros, no saben su oficio. Creen saber lo que el público quiere leer, pero ellos mismos no leen ni a los autores que publican. Creen saber vender, pero la literatura no es una mercancía cualquiera. No se puede vender como si fuera detergente o mayonesa. Es necesario entender cómo funciona el mercado literario. Por lo mismo, los libreros no saben vender libros. Las librerías se han convertido en bodegas inhóspitas que acumulan pilas y pilas de libros de saldo que nos mandan las editoriales españolas, a veces a precios muy bajos, pero que pocos compran y, desde luego, nadie lee. Si aparece una novedad, hay que comprarla en ese momento, porque si se acaban los cinco o diez ejemplares que hay en la librería, quién sabe cuándo lo vuelvan a traer. Si un libro no está en el estante, la explicación del encargado siempre es la misma: “Está agotado”.
Y, desde luego, están los lectores. Pero aquí hay que hacer una distinción: están las personas que nunca han leído nada, por deficiencias del sistema educativo, pereza mental o, simplemente, porque ya no es una exigencia social el conocimiento adquirido a través del estudio y la lectura. La prueba más escandalosa y fehaciente está en que millones de mexicanos votaron por un tipo que nunca leyó un libro completo en su vida, que no leía los periódicos para no entristecerse y que aprendió todo lo que sabía sobre la vida leyendo las nubes. Es más: hasta es autor de un libro que no escribió y, desde luego, nunca leyó.
Por otro lado, están los más jóvenes, los que en este momento tienen menos de 20 años, que no leen libros, que nunca en su vida han pisado una librería o una biblioteca, a pesar de tener acceso a ellas, pero que sí leen y también escriben. Leen y escriben mucho más que lo que sus propios padres y abuelos leyeron y escribieron en toda su vida. Sólo que ahora leen y escriben en y través de la computadora: escriben correos electrónicos, chatean interminablemente, incluso noches enteras, escriben mensajes en sus celulares, leen noticias, blogs, y mensajes de otros jóvenes como ellos. Y además ven la televisión, escuchan toneladas de canciones, miran películas y videos, se sumergen en los videojuegos por horas y horas.
Dije: “los menores de 20 años”, los mismos años que tiene esta Escuela de Escritores. Veinte años en que la realidad, el mundo, el país cambiaron y mucho, aunque parezca que todo sigue estando igual. Muchas cosas han cambiado para mal y de otras tantas aún no se sabe si el cambio será benéfico o catastrófico. Éste último es el caso de la literatura. Es posible que los fundamentos de la creación literaria no hayan cambiado muchos en apenas dos décadas, pero sí ha cambiado el público lector y la manera de acercarse a él.
Hace apenas unas semanas, la empresa amazon.com, la librería más grande del mundo que hace sus ventas sólo por Internet, lanzó un aparatito, el Kindle, que algunos llaman “el iPod de los libros”. En unos cuantos años más, podremos comprar, a cualquier hora y desde cualquier lugar, con sólo apretar un botón cualquier libro disponible en formato digital. Podremos traer con nosotros y consultarla en el momento requerido nuestra propia biblioteca personal de cientos o miles de volúmenes, en un sencillo adminículo electrónico.
Si el formato MP3 tiene a la industria disquera en su lecho de muerte, no se necesita mucha imaginación para prever lo que sucederá con el sistema editorial. Aunque justo es reconocer que muchos escritores y lectores aún se resisten a admitir la realidad y siguen empeñados en venerar y defender a capa y espada “este último bastión de lo analógico”, como lo llamó Jeff Bezos, el creador de amazon.com y del mencionado Kindle: este poderoso medio de educación, cultura y conocimiento, que llamamos libro, el cual está empezando a vivir sus últimos momentos como hasta ahora lo hemos conocido.
A estas alturas, muchos de los aquí presentes se preguntarán: ¿Y a qué horas va a hablar del libro que se supone vino a presentar? Aunque no lo crean, he estado hablando todo el tiempo de él. Primero, porque la inmensa mayoría de los autores cursaron una materia conmigo, y a otros cuantos los considero amigos y personas entrañables en mi vida. Hace tres años exactamente comencé a dar clases en esta escuela y los de la generación XXXVII fueron mi segundo grupo. Hoy, a dos años de haber egresado, aparece por fin su libro colectivo de generación. Muchos de los textos aquí incluidos se hicieron al calor de los trabajos, tareas y ejercicios realizados en clase. Dos años pueden parecer una eternidad en la vida de un escritor. Lo que para un autor hace apenas un año era una novedad, un descubrimiento entusiasmante, ahora ya podría parecerle algo inocente y chabacano. A todo nos pasa. Incluso a Octavio Paz. Cada nueva edición de Libertad bajo palabra era más delgada porque quitaba dos o tres poemas primerizos en cada ocasión.
¿Valió la pena la espera? No sé si para los autores, porque resulta que una vez aparecido el libro ahora la pelota está del lado del lector. Y como lector puedo decir que la parte cuentística, la que me tocó en encomienda, me resultó, por decir lo menos, paradójica. En efecto, como bien lo señala Eduardo Antonio Parra en la introducción a la parte de cuento, aquí “tenemos la oportunidad de calibrar cuáles son los temas, las formas, las estrategias y las visiones del mundo que adquirirán preponderancia en los próximos años”. Es cierto: aquí están, recurrentes, los temas que preocupan, agobian y obsesionan a estos escritores: los conflictos de pareja, la sexualidad lúdica, el deseo trágico, el amor y el desamor, la paráfrasis de mitos y obras clásicas, la muerte y la venganza, la zozobra urbana, la búsqueda de la identidad.
Sin embargo, he aquí la paradoja: a pesar de la multiplicidad de temas en la muestra narrativa que nos ofrecen estos autores, poco hay de audacia y atrevimiento formal, de experimentación, de ruptura de esquemas y cánones. En muy contados y agradecibles casos, algunos se atreven (tímidamente, tampoco vayan a creer que es el inicio de una revolución) a romper con la ¡puntuación tradicional!, y otros más a jugar con las voces y tiempos narrativos, por lo que es posible entrever una tendencia a respetar lo clásico, a venerar lo ya muy hecho y dicho. También es posible detectar, en más casos de los que uno quisiera, una especie de urgencia por terminar el texto, por adelantar o desarrollar insuficientemente el desenlace, quizá por impericia, quizá por impaciencia. Por ello, nos encontramos algunos textos prometedores cuando comienzan a leerse, pero que resultan algo decepcionantes conforme se va a acercando el final.
Esto no es ni bueno ni malo, simplemente es. Aunque uno, como lector, esperaría que un libro de escritores noveles ofreciera mucho más que textos razonablemente bien escritos, que demuestran la adquisición y asimilación de herramientas adecuadas para realizar una obra literaria.
No obstante, en las circunstancias actuales, el arte literario debería ser más que eso. La literatura (la literatura que pretende trascender por lo menos una o dos generaciones más) debe implicar riesgo, apuesta y valentía; exige desparpajo, descaro, insolencia, humor; demanda irreverencia, ironía, desmadre, renovación formal. Debería implicar, en suma, la promesa de un atisbo de futuro más promisorio para la literatura.
Y esto no es una imprecación sino una invitación y una provocación a los autores. Una invitación a que promuevan ustedes mismos la circulación del libro entre los lectores, utilizando todos los medios a su alcance. Regálenlo, súbanlo a Internet, mándenselo por correo electrónico a todos sus amigos y conocidos. No teman: nadie se va a hacer rico (ustedes menos que nadie) con él. Lo importante es que circule, que tenga el mayor número de lectores posible, para que sean ellos los que decidan si ha valido o no la pena tanto esfuerzo y sacrificio para que el libro saliera a la luz.
Y una provocación para que dejen estos textos atrás y miren hacia adelante: ya se demostraron que pueden, que tienen las agallas para dedicar buena parte de sus vidas a ser escritores. Ahora demuestren que están llamados a crear una obra que valga la pena, que sobresalga y trascienda, que rompa con lo gastado y aburrido, que apueste por el riesgo y la renovación. Aunque pierdan algunas veces. Así es esto. No hay nada seguro. Hay que seguir apostando. En una de esas les toca ganar, y ya vendrá otro calvario, pero de ese hablamos en otra ocasión.
Muchas felicidades por la aparición de su libro, colegas escritores.
(Leído en el Foro Rodolfo Usigli de la SOGEM el 22 de enero de 2008 en la presentación del libro Inmensa minoría,. Reunión literaria, de alumnos de la generación XXXVII de la Escuela de Escritores de la SOGEM)