miércoles, enero 20, 2010

Entrevista con Rigoberto Castañeda en TOMA, Revista Mexicana de Cine 8

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Los muchos y variados miedos de Rigoberto Castañeda

LO QUE GUIÓN NON DA, FILMACIÓN NON PRESTA


Es un director de cine dedicado al género de terror. Tan sencillo. A pesar de ser mexicano y provenir de un país que ha producido una gran cantidad de cintas que imitan las fórmulas ajenas, antes que proponer las propias. Rigoberto Castañeda retomó e mito de La Llorona y luego encerró en un elevador a tres estadounidenses. Hora filmará en la sierra tarahumara.


Por Guillermo Vega Zaragoza


Rigoberto Castañeda (México, 1973) es el joven director que trajo de nuevo el terror a las pantallas mexicanas con Km. 31 (2006), cinta que actualiza y moderniza la leyenda de la Llorona y que tuvo una recepción y un éxito rotundos, ganando tres Arieles y amplia exhibición internacional. Con este triunfo sobre los hombros, viajó a Estados Unidos y España para realizar Blackout: Atrapados (Blackout, Estados Unidos, 2007), thriller psicológico sobre tres personas que permanecen encerradas 24 horas en un elevador descompuesto, que tuvo un éxito más discreto. Actualmente, Castañeda se encuentra preparando su siguiente proyecto: Lázaro, una historia de terror psicológico en la sierra tarahumara. Nos recibe en las oficinas de su productora, Changos Volando, en la colonia Condesa. Hiperactivo y locuaz, responde a la primera pregunta mientras al mismo tiempo contesta algunos correos electrónicos urgentes.


Algunos dicen que el cine de terror ya agotó sus fórmulas y, sin embargo, se siguen filmando muchas películas y la gente sigue viéndolas. ¿Qué crees que busca el público en las cintas de este género y, tú cómo director, qué buscas provocar en el espectador?


—El género de terror no se ha agotado para nada. Sería como decir que ya se agotó el género del cine de autor. Todos los géneros tienen sus ciclos, como modas. Por ejemplo, ahora casi no se producen westerns, pero hace unos años cuando apareció Los imperdonables (Unforgiven, Estados Unidos, 1992), de Clint Eastwood, se volvieron a poner de moda. Lo mismo pasa con el cine de terror. Tuvimos un boom gigantesco de cine de terror psicológico con el J-horror, este cine de fantasmas muy particular que surgió de Japón. En ese gran torbellino entró Km. 31. Muchos me dijeron que tenía muchas cosas en común con ese tipo de cine japonés. Sí, nada más que nuestra Llorona existe desde mucho antes que esas películas. Y sí, tiene muchas cosas que ver en cuanto a que cuidamos mucho visualmente que fuera una película que funcionara a nivel global. Hoy, cuando haces una película, tienes que fijarte muy bien en lo que se haciendo a nivel global, porque estás moviéndote en un planeta que está demasiado comunicado, donde todos consumen lo mismo en todos lados.


La charla sigue y Castañeda afirma que el cine en general es como cuando vas a la feria y ves los diferentes juegos que hay: los caballitos, el tiro al blanco… y la montaña rusa. “Para mí, el cine de terror es como subirte en la montaña rusa, a donde vas a hacer catarsis, a soltar tus miedos y encontrar otros tantos que no conocías, a donde vas a ver la fragilidad del ser humano y lo sensibles que somos a eso. Stephen King dijo que él seguía escribiendo historias de terror porque las personas creativas e imaginativas tienden a pensar en esas cosas, en esos momentos límite; creen que los asesinos existen y que en cualquier momento pueden llegar y apuñalarte, que en la soledad de tu casa puedes llegar a escuchar un alma en pena. La imaginación funciona mucho más rápido que los sentidos”.

Por cierto que Rigo, como se le conoce en el medio, dirigió el programa piloto de la serie televisiva Trece M13DOS (México, 2007). El miedo, prosigue la charla, es algo que mueve a los seres humanos. “Si no sintiéramos miedo, simplemente la sociedad no existiría. Nacemos con este primer sentimiento, que es el miedo. Cuando sales del vientre materno, ves una luz que jamás habías visto, sombras extrañas, voces chillantes… ¡terror, terror puro! Y hay la teoría de que cuando morimos, ese túnel luminoso que narra la gente que se ve, en realidad es una evocación de ese primer sentimiento al nacer. Es una regresión a tu miedo primordial. El miedo es nuestra esencia, es el sentimiento más puro y el primero que tuvimos. Evocarlo constantemente es sano. Quizá por eso a los que les apasiona este género son las personas más entrañables, las más sentimentales, las más amorosas, con un corazón gigantesco, aunque por fuera puedan parecer algo oscuras y retraídas. El sensibilizarnos de nuestra fragilidad nos hace ser personas mucho más humanas”.


¿Podemos hablar de un “terror mexicano”? ¿Por qué los productores y directores mexicanos no le han entrado tanto al género?


—En México se ha hecho cine de terror desde los años treinta. Abel Salazar tocó mucho el género como actor, director y productor. Sin embargo, no se le ha dado la debida importancia. No sé por qué se habla tanto de Juan López Moctezuma y Carlos Enrique Taboada, cuando la piedra angular del género en nuestro país es Abel Salazar. Sin embargo, no se puede hablar de algo que nos distinga como país en el género, porque hemos tenido la tendencia de ser imitadores. Por ejemplo, El vampiro (Fernando Méndez, 1957) es Drácula, pero no nos representa como sociedad ante el mundo; es una leyenda importada que hicimos a nuestra manera. Otro ejemplo: Hasta el viento tiene miedo (Carlos Enrique Taboada, 1968; Gustavo Moheno, 2007) es una importación de lo que era el terror italiano de los setentas, como Alarido (Suspiria, Dario Argento, 1977). En cambio, hay otras películas que no tienen tanto renombre, pero que nos representan mejor, como Alucarda, (Juan López Moctezuma, 1978), que tiene muchos elementos mexicanos: tiene que ver con un convento, tiene esta imaginería colonial que es muy nuestra. Nos falta tener esa voz. Lo que intento hacer con mis películas es tratar de evocar algo de “nacionalismo”, como con Km. 31, donde traté de modernizar la leyenda de la Llorona y traerla a un nuevo público. Hay que modernizar las historias, hacerlas partícipes de la globalización y entregarlas a los nuevos espectadores. Tampoco se trata de descubrir el hilo negro, sino de tomar las reglas clarísimas que tiene el género y darles nuestro toque distintivo para realizar películas que aporten. Entre más películas del género hagamos, haremos más industria y abriremos aún más el abanico.


En tus películas se pueden detectar guiños a películas de otros directores, aunque ya es distinguible el avance hacia un estilo propio. ¿Cuáles son tus principales influencias?


—Mi primera influencia ha sido siempre Alfred Hitchcock, desde chavito. Recuerdo que no me dejaban ver su programa en la tele y que cuando escuchaba el tema de la serie se me enchinaba hasta la piel. Pensaba estudiar algo relacionado con las matemáticas, pero entré a trabajar a una productora y por casualidad leí el libro de entrevistas de François Truffaut con Hitchcock (El cine según Hitchcock, Alianza Editorial). Alguien me vio leyéndolo y supuso que me gustaba el cine y me dijo que por qué no estudiaba cine. De hecho, acepté hacer Blackout: Atrapados porque creí que era un proyecto que le hubiera gustado hacer a Hitchcock. Es como mi papá postizo. Luego está Stanley Kubrick, sobre todo El resplandor (The shining, Reino Unido-Estados Unidos, 1980) que fue a primera película de terror que vi en mi vida, a los siete años; en Km. 31, hay muchos guiños a esa película. Ya más adelante, sobre todo por haberlos estudiado, están los Davids: Lynch y Cronenberg. Por el lado oscuro del camino (Lost highway, Estados Unidos, 1997) contiene escenas que son absolutamente aterrorizantes y perturbadoras por la forma en que juega con tu cerebro. Cronenberg es el que mejor ha estudiado la fragilidad del cuerpo humano, cómo puede ser afectado y los efectos que tiene esto a nivel psicológico.


¿No te interesa el terror japonés? Algunos han identificado elementos de ese cine en Km. 31.


Con Km. 31 dijimos: “Va a ser la primera película de terror desde hace mucho tiempo y necesitamos que sea un éxito”. Yo siempre busco definir un estilo visual en mis películas. Vimos todas las películas de terror que pudimos, que se habían hecho en los últimos cinco años y tomamos nota de sus estilos visuales, porque queríamos acercarnos al estilo visual que se estaba usando entonces a nivel global. Fue algo consciente. Sí, hay algunas similitudes: el fantasma de la Llorona con el de El aro (Ringu, Hideo Nakata, 1998 y The ring, Gore Verbinski, 2002) y el del niño con el de La maldición (Ju-on, 2002 y The Grudge, 2005, de Takashi Shimizu). Aunque yo tenía escrito el guión de Km. 31 desde muchos años antes que salieran estas películas, los productores querían algo nuevo, pero les dije: “esta es una historia nuestra, mexicana, y si se parece, pues ni modo, hay que vivir con ello”. Pero, en combinación con lo que se hizo a nivel visual, se sintió demasiado cercano a ese estilo. A final de cuentas, el público agradeció que una película mexicana de terror pudiera funcionar tan bien a nivel global. En Blackout: Atrapados quise alejarme de ese estilo y escogí una estética punk, como de finales de los setenta. En cada película intento hacer una búsqueda, porque cada cinta es una pieza única.


Director de varios capítulos de la serie televisiva Terminales (México, 2008), Castañeda expresa su malestar: “Me desespera que en México se desdeñe a las películas de género. Todas las películas tienen un género. ¡Hasta las de Reygadas son de género!, de género experimental. Voy a decir algo que a algunos podría parecer una barbaridad, pero es la realidad: es mucho más difícil hacer una película de género (terror, ciencia ficción, suspenso, thriller psicológico) que hacer cine experimental o de arte. ¿Por qué? Porque la regla principal del cine de arte es no tener reglas. ¿Qué es más fácil: ceñirte a las reglas o romperlas?”


Si pudieras, ¿qué cambiarías en las películas que has realizado?


—En ambas mejoraría el guión. En Km. 31, desde el principio supimos que teníamos ciertas fallas, sobre todo en el segundo acto, que pensamos que en edición podríamos arreglar, lo cual es un clásico en la industria cinematográfica mundial: “Sí, en edición lo arreglamos”. Ajá. Nada de eso. Si no se arregla desde el guión, se va a quedar para siempre, para la historia. Por esa experiencia, me metí a estudiar y me volví un freak de los guiones. En Blackout: Atrapados, tuvimos que eliminar una subtrama, cuya ausencia se siente, aunque no todos los espectadores la llegan a percibir. El guión es lo más importante y en México nos falla mucho todavía. Lo que guión no da, filmación non presta. Eso, ni hablar.


Guillermo Vega Zaragoza. Escritor, periodista y profesor. Es redactor y corrector en la Revista de la Universidad de México y profesor en a Escuela de Escritores de SOGEM, Puebla.

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El octavo número de TOMA. Revista Mexicana de Cine, editada por PasodeGato, Ediciones y Producciones Escénicas, circulará durante enero y febrero de 2010 por todo el país en locales cerrados como Sanborns, Caffé Caffé, librerías Educal y Gandhi.

Para entrevistas o mayor información, comunicarse a los teléfonos 56 88 92 32 y 56 88 87 56, al correo electrónico: revistatoma@gmail.com o a las oficinas ubicadas en Eleuterio Méndez 11, Col. Churubusco-Coyoacán, C. P. 04120 en la ciudad de México.

Además, los invitamos a visitar nuestra bitácora en línea y el sitio Facebook: http://revistatoma.wordpress.com y http://es-la.facebook.com/revista.toma Y la página Internet: http://ww.pasodegato.com


martes, enero 19, 2010

El infierno de un hombre serio



Ya entrados en recrear mitos ancestrales, los hermanos Ethan y Joel Coen ahora dan su propia, oscura, mordaz y enigmática versión de la historia del santo Job en A serious man, una cinta notable con reminiscencias de sus mejores momentos fílmicos, como fueron Barton Fink, The Big Lebowski, The Man Who Wasn't There y O Brother, Where Art Thou?

La película comienza con una fábula extraña hablada en yiddish: en un pueblo de Europa central, en el siglo XIX, un hombre llega a su casa y le cuenta a su mujer que se ha encontrado en la calle al rabino Groshkover y que lo ha invitado a comer. Ella, sorprendida, le dice que no puede ser posible, porque el rabino falleció hace tres años. Ella le dice que es un dybbuk, una especie de fantasma. En eso llega, el rabino y la mujer le encaja un punzón en el pecho para comprobar que es un dybbuk. El rabino sigue riendo, aunque le sale sangre del pecho y sale a la calle. El marido le dice que se han condenado y ella responde que es preferible eso a tener que soportar a un demonio.

Pasamos a la vida de Larry Gopnik, un profesor de física en un suburbio judío de Minneapolis en 1967. El ambiente es como una pesadilla de Woody Allen: narices aguileñas, lentes de pasta y barbas por doquier. Él es, efectivamente, un hombre serio, que hace todo lo que han dicho que es correcto, pero todo en la vida empieza a irle mal: su mujer lo engaña con su mejor amigo y le pide el divorcio; un alumno coreano trata de sobornarlo para que no lo repruebe, poniendo en peligro su nombramiento de catedrático; su hijo adolescente fuma marihuana y lo ha embarcado en un club de discos sin avisarle; su hija está obsesionada con el lavado de su cabello y en operarse la nariz; su hermano es una especie de genio autista que se la pasa haciendo notas en su libreta para encontrar la fórmula para descifrar los mecanismos del azar y además le encantan las apuestas; su torvo vecino invade su jardín; la esposa de éste se asolea desnuda y fuma mota en el patio.

Como es un hombre justo, Larry quiere desentrañar el significado de lo que le está pasando. Para tratar de entender por qué Dios se ensaña con él de esta forma o si le está tratando de decir algo que no alcanza a comprender, acude en busca de auxilio espiritual con los rabinos de su comunidad. Uno, el más joven, no tiene ni idea y le pide que simplemente acepte las cosas. Otro, más viejo, le cuenta la historia de un dentista que encuentra grabada una inscripción en hebreo en los dientes de un paciente goy que dice “Ayúdame”; el dentista se obsesiona con ello hasta que descubre que los símbolos también podrían ser un número telefónico, lo marca y encuentra que es una recaudería, a la que acude; hasta entonces puede dormir tranquilo. Larry le pregunta al rabino qué pasó con el paciente que tenía inscritas las letras y el rabino le responde: “¿A quién le importa?”

El rabino más viejo ni siquiera lo recibe. Entonces, las cosas empiezan a cambiar, parece que todo se va arreglando: el amante de su esposa muere en un accidente, la esposa del vecino lo invita a fumar mota, su hijo celebra su bar mitzvah bajo los influjos de la marihuana, pero sin mayores contratiempos. Hasta que recibe la cuenta del abogado por tres mil dólares. Decide entonces aceptar el soborno del alumno. Pero en cuanto modifica la calificación se suceden otros hechos catastróficos y la película termina abruptamente, dejándonos exactamente igual que el protagonista: estupefactos ante la arbitrariedad del azar o del destino, como se prefiera.

Sin estrellas, con un reparto de muy buenos actores, poco conocidos en el medio fílmico, con reconocida solvencia e irónica contención, los Coen cuentan una fábula sobre la utilidad o inutilidad de la fe, sobre la incertidumbre de hacer lo correcto o incorrecto, sobre la existencia o inexistencia de Dios, en un mundo caótico y vertiginoso, haciéndonos reflexionar acerca de que las pequeñas catástrofes cotidianas o las grandes tragedias humanas a veces no tienen ninguna explicación, ninguna causa, por más que busquemos hallarles algún sentido. De poco sirven las quejas y los cuestionamientos. Simplemente suceden, hay que aceptarlas y seguir adelante.

Tal y como lo dice el epígrafe de Elie Wiesel con que comienza la película: “Recibe con sencillez todo lo que te pase”.

lunes, enero 11, 2010

LOS MIEDOS Y LA BUTACA: Disquisiciones sobre el género de terror, en TOMA. Revista Mexicana de Cine

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TOMA. Revista Mexicana de Cine
inicia el año 2010 con la edición de su octavo número


LOS MIEDOS Y LA BUTACA
Disquisiciones sobre el género de terror

• Entrevistas con dos directores mexicanos de cine de terror: Rigoberto Castañeda y Gustavo Moheno. Escritos de Alberto Chimal, José Felipe Coria, Mauricio Matamoros, Armando Casas y Ezzio Avendaño.

• Desde Argentina, conversaciones con dos importantes cineastas sudamericanos: Leonardo Favio y Mariano Llinás.

• Alejandro Ramírez, director de Cinépolis y de la Canacine, adelanta las cifras del negocio de la exhibición durante 2009.

• Gustavo Cova charla sobre la animación Boogie, el aceitoso; Elisa Salinas habla de Contracorriente y Rigoberto Perezcano aborda Norteado. José Esteban Martínez reflexiona sobre el primer año de la Comisión de Filmaciones de Zacatecas.

El público acude a las salas cinematográficas para divertirse, para entretenerse, para evadirse, incluso cuando la pantalla se encuentra llena de sangre, es sacudida por la crueldad del abuso, aparece afeada y deformada por monstruos, o bien, enrarecida por extraños fenómenos paranormales. Quizás encuentre en esta experiencia una forma de conjurar dichos horrores de su vida cotidiana. Es decir, desde la butaca puede atisbar la violencia de lo existente, si se quiere más despiadada, pero desde la seguridad de una barrera lejana, como mero testigo al que nada de ello tocará. El miedo mismo, empero, posee muchas más implicaciones en nosotros y en la sociedad. La propia realidad que nos rodea nos ha reservado sustos, espantos y dolores mucho peores que los mostrados en la gran pantalla, pues van desde los más profundos miedos ancestrales –a la oscuridad, a las alturas o a las arañas– y psicológicos –a los padres, a los extraños, a lo desconocido–, hasta dar con la degradada realidad del México contemporáneo –con sus miles de ejecuciones, sus crisis económicas y sanitarias, en fin, con sus tragedias diarias–.

Uno de los más exitosos géneros cinematográficos, el del terror, es motivo de las reflexiones del dossier central del octavo número de TOMA. Revista Mexicana de Cine, publicación bimestral de reflexión, análisis e información en torno al fenómeno cinematográfico en México y en el resto del mundo que, durante enero y febrero del 2010 circulará por todo el país.

En esta edición se incluyen dos entrevistas con realizadores mexicanos especializados en el cine de terror. El primero, Rigoberto Castañeda, director de Km. 31 (México, 2006) y Blackout (Estados Unidos, 2007) -entrevistado por Guillermo Vega Zaragoza- plantea que es más difícil apegarse a las reglas de un género como este que realizar cine experimental; por su parte, Gustavo Moheno, director de Hasta el viento tiene miedo (México, 2007) y del guión de El libro de piedra (2009), dice estar más interesado en crear atmósferas que inquieten, que en las que asusten.

El resto del dossier se compone de ensayos diversos. El crítico cinematográfico José Felipe Coria entrega un texto acerca de las distintas interpretaciones del cine de terror, desde una forma del linchamiento público hasta una puerta hacia la oscuridad interior. El escritor Alberto Chimal realiza un recorrido crítico por algunos filmes basados en obras literarias de Edgar Allan Poe. El investigador Mauricio Matamoros explora los usos del aparato de televisión como vehículo del mal en algunas cintas. El cineasta Armando Casas recorre una veintena de representaciones del diablo en el cine. El realizador Ezzio Avendaño entrega una oda a los dos protagonistas de El Exorcista, Karras y Merrin. Además se incluyen testimonios sobre el festival Macabro y la distribuidora Star Castle, especializados en este tipo de cinematografía.

El resto de la revista ofrece temas diversos. Alfredo Joskowicz prosigue su acucioso recuento histórico sobre el paradigma en el cine documental, iniciado el número anterior, ahora repasando la obra de autores como Rutmann, Ivens, Vertov y Riefenstahl. Inauguramos la sección “Industria” con Alejandro Ramírez, director general de Cinépolis y presidente de la Canacine, quien adelanta las cifras del negocio de la exhibición en México durante el 2009, que se mantuvieron prácticamente idénticas a las del 2008, pese a la alerta sanitaria por la influenza. Laura Gorham entrega un responso por la directora de casting Claudia Becker, recientemente fallecida.

La sección “Fotofijas”, ofrece una muestra del trabajo fotográfico de Alberto Ibáñez en el largometraje Norteado (México, 2008), de Rigoberto Perezcano, director oaxaqueño del que se incluye una entrevista. Y se entregan adelantos sobre dos de los festivales más importantes que vienen en México: FICCO y Ambulante.

Y en la sección de estrenos se incluye una charla con Gustavo Cova, director del largometraje animado Boogie, el aceitoso (Argentina, 2009) y otra con Elisa Salinas, codirectora (con Rafael Gutiérrez) de la cinta Contracorriente (México, 2005). Incluimos, desde Argentina, un par de diálogos con dos importantes realizadores, Leonardo Favio y Mariano Llinás, y una charla con José Esteban Martínez, director de la Comisión de Filmaciones de Zacatecas, a un año de su creación.

El octavo número de TOMA. Revista Mexicana de Cine, editada por PasodeGato, Ediciones y Producciones Escénicas, circulará durante enero y febrero de 2010 por todo el país en locales cerrados como Sanborns, Caffé Caffé, librerías Educal y Gandhi.

Para entrevistas o mayor información, comunicarse a los teléfonos
56 88 92 32 y 56 88 87 56, al correo electrónico revistatoma@gmail.com
o a las oficinas ubicadas en Eleuterio Méndez 11, Col. Churubusco-Coyoacán,
C. P. 04120 en la ciudad de México.

Además, los invitamos a visitar nuestra bitácora en línea y el sitio Facebook:
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domingo, enero 10, 2010

Todavía hay redes sociales para rato (por fortuna)

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En su columna de hoy en el periódico Milenio Diario (http://impreso.milenio.com/node/8700843), el crítico televisivo Álvaro Cueva aborda de nuevo el affaire Esteban Arce, pero centra su atención sobre lo sucedido en las redes sociales, o lo que él llama la Internet 2.0 (que son cosas diferentes; las redes serían la Web 2.0), y que considera "un escándalo".

Primero, Cueva se pregunta:

"¿Qué es “la nota” hoy por hoy? ¿Un acontecimiento que cumple con los más elementales requisitos periodísticos o un tema que a un grupo de twitteros se le ocurrió que se tenía que discutir?"

En principio, habría que decir que las redes sociales no son "medios periodísticos". Son eso, redes sociales, que sí, se alimentan de las notas informativas y los temas de los periódicos y medios tradicionales, pero que tienen su propia dinámica y no responden necesariamente a los mismos intereses de los "periodistas tradicionales".

En las redes, un tema, cualquiera que sea, puede durar días, horas o minutos o ni siquiera figurar. Eso sí, se transmite en cuestión de segundos y no se cuenta con ningún tipo de censura (hasta que alguien te reporta al sistema por estar infringiendo las normas de conviviencia).

Cueva se asombra de que, en lugar de que en las redes se aborden temas importantes como el aumento a los impuestos, se hable de si "Tiger Woods se ve guapo con camisa o sin camisa".

Pero yo pregunto: ¿no es lo mismo que hacen los medios "tradicionales"?

¿No El Universal y el Reforma lo hacen a través de sus periódicos El Gráfico y Metro, donde ponen al mismo nivel los muertos del narco que las nalgas de las encueradas (precisamente sobre eso reflexiona Verónica Murguía en su columna de La Jornada Semanal de hoy: http://www.jornada.unam.mx/2010/01/10/sem-veronica.html)? ¿No hace lo mismo su periódico?

A mí me sorprende la cantidad de esfuerzo que aplican los medios a asuntos tan trascendentes como si a Lindsay Lohan se le vio un pezón o le aplicaron photoshop a sus fotos. Y eso no sale de las redes sociales, sale de los medios tradicionales. He aquí una muestra: http://www.eluniversal.com.mx/notas/648423.html.

Vale citar ampliamente a Álvaro Cueva:

"Internet 2.0 es la solución a muchos de los grandes problemas de comunicación de la humanidad, sólo que muy pocos mexicanos tienen acceso democrático a ella y está llena de trampas."

"Por un lado hay personas que han hecho de este medio una válvula de escape para sus frustraciones y llevan ahí una vida virtual llena de popularidad y glamour que contrasta con su opacidad en el mundo real."

"Por el otro, hay infiltrados de diferentes empresas, partidos y grupos cuya misión es manipular las cosas a favor o en contra de determinados intereses. Y en medio, hay toda clase de patologías. ¡Toda!"

Pregunto yo: ¿qué no es lo mismo que sucede en la realidad? ¿No hay todo eso en la prensa, radio y televisión?

A los ejemplos me remito:

Frustrados: Eduardo Ruiz Healy y Oscar Mario Beteta en Radio Fórmula.

Afán de notoriedad por sus opacas vidas: Daniel Bisogno, Gustavo Adolfo Infante, Verónica Gallardo y casi todos los conductores de programas de espectáculos.

Infiltrados de empresas y partidos: columnistas y articulistas de El Universal, Milenio, Reforma...

Patologías: Alfredo Palacios en Radio Fórmula y Carlos Marín en Tercer Grado.

Álvaro Cueva, a quien admiro y respeto como profesional de su ramo, generaliza injustamente.

Comprendo el pavor que siente: es el mismo que sienten los políticos, los ejecutivos de empresas y "líderes de opinión" que presienten el fin de la realidad como la conocían, una realidad en la que ellos eran los que decidían qué era la noticia, cuándo y cómo deberían conocerse los hechos de la realidad y lo que la gente debía de pensar.

Es decir, una realidad autoritaria, antidemocrática. Eso está cambiando. Y eso les causa pavor.

Pavor que lleva, por ejemplo, a un periodista antes tan respetable como Ciro Gómez Leyva a escribir cosas como ésta en su columna del pasado viernes (http://impreso.milenio.com/node/8699762):

"Tengo una idea muy general sobre las redes sociales y en más de una ocasión he estado tentado a formar parte de ellas. Quizá lo haga más adelante, cuando comprenda mejor de qué se tratan".

"Mientras tanto, me sigo moviendo en el “viejo” esquema de la prensa escrita, la radio y la televisión. Me sujeto a sus códigos, lógica, ética. Tal vez algún día puede mentir y adjetivar en Twitter como no es válido y nunca lo ha sido en los “viejos medios”. Tal vez algún día me enfrasque en una discusión con alguien que le ha mandado a sus 3 mil seguidores este tweet: “El vale verga de ciro no puede ver a los ojos a nadie porque es pinche chaquetero ojete culero”. Tal vez entonces me convierta en un maestro de la injuria en 140 caracteres".

"En lo que llega ese día, aquí seguiremos: tratando de registrar bien la información, de procesarla bien, de presentarla bien. Haciendo periodismo, pues".

"Dejémosles la calumnia a los “modernistas” que no dan para otra cosa".

(Por cierto, Gómez Leyva se refiere sin mencionarlo a Federico Arriola, que era su jefe y amigo. De hecho Arriola, un tuittero muy activo, le respondió en la sección de comentarios de la nota, que al momento en que escribo esto tenía 327 comentarios. ¿Le respondió a él o a alguien Gómez Leyva? No. ¿Cómo? Él es "el señor periodista" y los que participamos en las redes sociales somos "modernistas que no damos para más". Es decir, el mismo desprecio de siempre de los medios a su público.

En las redes tú puedes saber muy bien quién te dice qué y puedes reportarlo para que lo eliminen de la comunidad, privilegio que no te dan los medios tradicionales, que además siempre han servido para que los políticos y periodistas se manden "recaditos" a través de las columnas).

Otro ejemplo es el despropósito de un diputado por regular las redes sociales para que los jóvenes no evadan el alcoholímetro ¡Háganme el favor! (http://www.eluniversal.com.mx/notas/650582.html), lo que revela su total ignorancia acerca de cómo funcionan estos nuevos medios de comunicación.

O lo que están haciendo en España para evitar la descarga de música por Internet (http://www.eluniversal.com.mx/cultura/62037.html). ¿Cómo le van a hacer para cerrar una página que está en otro país donde sus jueces no tienen jurisdicción? Lo que sigue es que restrinjan el acceso a la red como en China o Cuba. ¿Es muy democrático impedir la libre comunicación de las personas?

Cito de nuevo extensamente a Cueva:

"Claro, existen miles de cibernautas honestos que comparten información a todos los niveles, pero a mí no me deja de hacer ruido que algo tan manipulable esté dictando la agenda de México y del mundo".

"Es como pretender que Wikipedia, que se presta para que se digan muchas mentiras, sustituya a las fuentes documentales. Hay que meditar sobre esta revolución antes de que alcance otras dimensiones".

"El detalle es que lo que menos tienen los cibernautas es disposición para meditar".

"Los cibernautas no quieren leer, quieren ser leídos. No quieren ver, quieren ser vistos. No quieren oír, quieren ser oídos".

"Por eso casi nadie lee más de dos párrafos, casi nadie mira más de tres minutos y casi nadie oye las grabaciones hasta el final".

"Pero todos opinan, todos hablan, todos escriben, todos suben imágenes y todos quieren que se les atienda a la hora que sea como si no existiera otra vida, como si eso fuera redituable".

De nuevo, el peligro de las generalizaciones y de la paranoia.

Nadie manipula las redes sociales. Esas son paranoias de tiempos de los Díaz (de Don Porfirio y Díaz Ordaz).

No todas las personas son estúpidas como quisieran muchos políticos, empresarios y periodistas para seguir aprovechándose y enriqueciéndose a costa del trabajo de millones de personas que a diario se desloman para obtener unos cuantos pesos para vivir dignamente, y otros, muchos millones, ni siquiera eso, para apenas sobrevivir e irla pasando.

Hasta cierto punto resulta lógico que muchas personas utilicen las redes sociales para desfogar sus frustraciones o para tratar de figurar y llamar la atención, pero lo que sí resulta un exceso es que muchos artistas, periodistas y personas públicas las utilicen para atraer aún más atención.

Es cierto, muchos utilizan el Twitter para debatir cosas interesantes, a pesar de la limitación de los 140 caracteres, pero lo que me parece una exageración es que haya periodistas que tienen espacios en prensa, radio televisión y se la pasen tuitteando cosas que nada más le importan a sus amigos más cercanos (por ejemplo, si ya comieron, si ya se van a acostar, si les duele el estómago, si están con fulano o mengano, si su perro se echó una miada o si están aburridos por el tráfico).

Ejemplos: Carolina Rocha (de TV Azteca), Mariana H. (de Cadena Tres e Imagen) y Vianey Esquinca (de Excélsior). Y las menciono porque son algunas de las "personalidades" a las que sigo. Dejé de seguir a Federico Arriola porque tiene compulsión a tuittear absolutamente todo lo que pasa por su cabeza.

Por otro lado, tengo amigos que no son luminarias y siempre comparten información interesante, incluso sus reflexiones cotidianas invitan a pensar, a reír o te dejan intrigado sobre lo que habrán querido decir.

Ejemplos: Alberto Chimal, Alejandro Romero, El Andrei, Rose Mary Espinosa y muchos, muchos otros.

Voy a hablar de mi caso personal:

Desde hace años soy entusiasta de los medios digitales. Los sigo siempre muy de cerca. Soy periodista y escritor y me interesa conocer la forma en que todo esto está cambiando la forma en que vivimos. pero también leo libros y revistas, veo televisión (radio casi no escucho), veo películas, voy al teatro (no tan seguido como quisiera), pero sobre todo procuro conversar y compartir cosas con la gente, con mis amigos, mis alumnos y mis compañeros de trabajo, muchos de los cuales, a pesar de vivir lejos, tengo siempre presentes a través de la pantalla de la computadora.

A muchos otros no los conozco en persona, pero a veces los siento más cercanos que mis vecinos a los que sólo saludo de vez en cuando a pesar de estar a unos pasos de distancia de mi casa. Y también hay muchos a los que no conozco y a lo mejor ni me interesaría conocer más profundamente.

Es como la vida misma. Pero con la posibilidad de aprovechar estas herramientas de comunicación, para compartir, para reflexionar, para acordar y disentir, para discutir, para tratar de cambiar la realidad desde nuestras pequeñas trincheras cotidianas.

Un amigo me preguntó hace unos días por qué una persona como yo le dedicaba tanto tiempo tiempo al tema de Esteban Arce. Esteban Arce como persona en sí es lo de menos (aunque me cae en la punta del basto por imbécil).

Lo que me interesa es lo que representa en sí: la estupidez del autoritarismo de los medios, de los empresarios y de los políticos. Creen que porque tienen el control y el acceso a los medios pueden hacer y decir lo que quieran.

Lamento comunicarles que eso se está empezando a acabar. Por eso lo quieren parar, por eso están temblando.

Lo de Esteban Arce es apenas otro ensayo. Ya sucedieron cosas: la campaña antivoto de 2009, la rebelión tuittera contra el impuesto a la Internet.

Espérense a que vengan las elecciones del 2012. Si las del 2006 fueron de los blogs, las del 2012 van a ser las de las redes sociales.

Obama ganó por la organización y la lana que juntaron sus jóvenes simpatizantes internautas. Sólo falta que surja un candidato por Twitter o Facebook, como en Chile.

Las redes sociales son reflejo de la sociedad misma. Cambiemos la realidad y cambiarán las redes sociales. O mejor: utilicemos las redes sociales para cambiar la realidad.

jueves, enero 07, 2010

Affaire Esteban Arce: los medios electrónicos deben aprender a escuchar y poner atención

En su blog, Geraldina González de la Vega ofrece una interesante argumentación sobre los límites de la libertad de expresión, a propósito del affaire Esteban Arce y su "ilustrada" opinión sobre la diversidad y las preferencias sexuales.

(Si no lo vieron, está en youtube.com: http://www.youtube.com/watch?v=g3vHlS1hr5E)

Desde la perspectiva de Geraldina, hasta los estúpidos tienen derecho a emitir sus opiniones, siempre y cuando no pasen de ahí, de simples opiniones. Y sostengo que Arce es estúpido, no por su intolerancia a la homosexualidad, sino por la sarta de sandeces que vomita todos los días, demostrando su anémica inteligencia.

Además, se da el caso de que el tal Esteban lo hace utilizando un medio de comunicación concesionado por el Estado, a pesar de que sea explotado por una empresa privada. Es decir, hay responsabilidades que deben cumpir por ley.

¿Es válido que tipos como él lo utilicen para dar rienda suelta a su imbecilidad congénita todos los días durante tres o cuatro horas? Siempre habrá la opción de cambiar de canal o apagar la TV, pero si quiere decir estupideces que lo haga a su propio costo: que abra una cuenta de FB o Twitter, que publique un blog, que haga videos y los suba a youtube, o que funde un periódico o una revista, pero que no lo haga en la televisión ni en la radio, que son medios concesionados por el Estado, es decir, son propiedad de todos, no nada más de los dueños de las empresas que explotan la concesión.

Gracias a las quejas que levantaron varias personas, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) levantó una queja contra Esteban Arce y éste contestó: "Nunca imaginé que se hiciera tanta controversia y no me importa, aquí digo las cosas que yo pienso y no me pongo a ver si la gente está de acuerdo o no con mis opiniones". Como quien dice, le vale lo que piensen los demás.

El día de hoy, el crítico televisivo Álvaro Cueva desde su columna en el periódico Milenio Diario defiende el derecho de Arce a decir lo que quiera y apunta: "
Estoy verdaderamente asustado, pero no por lo que dijo Esteban Arce sino por la irresponsabilidad de los comunicadores que trabajan frente a las cámaras y los micrófonos de los medios tradicionales, y por la reacción de la gente que se expresa por internet".

Como Cueva tiene cuentas en Twitter y Facebook, yo le dejé el siguiente comentario en su página de éste último:

Como diría aquél: con todo respeto, permíteme disentir, mi querido Álvaro: ¿entonces porque Auschwitz pasó hace 60 años o más ya no importa?

Es irrelevante si lo que dijo fue hace un mes. Sigue siendo de actualidad porque opinó sobre algo que se sigue debatiendo. ¿O qué, porque la exclusiva no la dio Milenio no importa? ¿Cuántas notas ha sacado Milenio de internet y Facebook, como lo de los tenis del hijo del Peje?

Por otro lado, me extraña que minimices la actividad de feisbukeros y tuiteros, donde tú también participas. Las posiblidades de estos medios aún están por explorarse en este paisito. Lógico: los políticos y los señores de los medios electrónicos tiemblan porque esto está creando un canal de opinión que no pueden manipular. Por eso prefieren minimizarlo.

¿No has sido tú, Álvaro, el que has pedido siempre en tu columna que las televisoras respeten a los televidentes? Bueno, estamos empezando a exigir ese respeto y nadie nos va a poder callar. Primero Esteban Arce y después todos los demás.

Este asunto no es menor. La gente de los medios tradicionales lo quiere minimizar porque ven en las redes sociales una amenaza; les gusta que la gente opine sobre los políticos y los artistas, pero no sobre ellos. Hablan de linchamiento cuando muchos de los llamados "lìderes de opinión" de radio y TV todos los días pontifican, condenan y critican haciendo oídos sordos a las quejas del público. Afortunadamente ahora existen estos medios (blogs y redes sociales) que permiten la interacción inmediata e irrestricta del público.

Y van a tener que aprender a escuchar y poner atención.

miércoles, enero 06, 2010

Avatar o más vale una vez azulado que cien descolorido



Lo peor que le puede pasar a cualquier artista es que su obra deje impasible al público, o algo así dijo Oscar Wilde. Por eso me parece entretenido leer las opiniones tanto a favor como en contra acerca de la película Avatar, de James Cameron. No obstante, a mí me gusta ser equilibrado y poner énfasis más en lo positivo que lo negativo, sin negar esto último. El maestro Juan Miguel de Mora nos dijo alguna vez en su clase de “Historia de la cultura” que hasta de las peores obras de arte se puede sacar alguna enseñanza. Y, en mi opinión, Avatar es una cinta impresionante por varias razones, sin llegar al extremo de considerarla una “obra maestra” como lo han hecho algunos de sus entusiastas admiradores.

En principio, hay que reconocer que Avatar marca un hito en la historia del cine, no sólo por la cantidad de dinero y de personas que la han visto y verán, sino por los recursos tecnológicos implicados y la calidad con que fueron utilizados. Si ya desde El señor de los anillos habíamos entrado en una nueva etapa de la producción cinematográfica, donde es casi imposible distinguir lo real de lo digitalmente creado, con Avatar nos encontramos con la creación de un mundo fantástico absolutamente convincente y creado a través de la tecnología digital. Recuerdo aún la fascinación con la que vi Final fantasy (The spirits within), en 2001, y sin embargo, todavía no se lograba que los personajes digitales transmitieran toda la complejidad de los gestos y movimientos realmente humanos. Cameron tuvo que esperar a que la tecnología le permitiera alcanzar estos niveles de expresividad logrados en Avatar. Es la ventaja de contar con todo el dinero del mundo para hacer lo que quieres y como lo quieres.

En cuanto al discurso antibélico-ecologista, me parece bien aunque un poco elemental. Cameron sabe que el público masivo no pone atención a las sutilezas, que hay que ser claro y directo, casi casi gritándolo para que no les quepa la menor duda. Y sí, en efecto, Cameron pinta a los ejecutivos y militares humanos como verdaderas bestias, a las que únicamente les importa el dinero y la destrucción, y los verdaderamente “humanos” resultan ser los azulados Na’vi. A mí, como pocas veces, me llegó un momento en que me dieron ganas de patear en la jeta al estúpido coronel Quaritch y al “ejecutivo” Selfridge.

Como bien apuntó Alfredo C. Villeda en Milenio Diario (http://impreso.milenio.com/node/8696976) , Avatar es muchas películas. “Si se prefiere, más bien es una serie de fragmentos de múltiples filmes. Avatar es el espectáculo total que fue en su momento Terminator (1984), del mismo realizador. Es la ambiciosa y taquillera Titanic (1997), pero también la sombría Aliens (1986) y la revolucionaria Matrix (Wachowski Brothers, 1999). Avatar es James Cameron de visita tocando la puerta de sus aficiones, contemporáneas la mayoría, y de dos o tres lecturas, de entre las que surge diáfano el relato “La noche boca arriba”, porque Avatar es, también, Julio Cortázar, con sus ojos felinos y su talla descomunal”.

Pero, sobre todo, si los mexicanos estuviéramos más familiarizados con los orígenes de nuestra cultura, nos debería hacer mucho sentido la historia de Avatar. Avatar es la conquista de América y la caída de México-Tenochtitlan. Los españoles buscaban el oro y la plata, los humanos el unobtanium (que por cierto es una mot portemanteau —o palabra compuesta— para nombrar algún material inexistente pero que se necesita para completar un invento o un experimento científico). Los aztecas esperaban el regreso de Quetzalcóatl, los Na’vi el de Toruk Makto. Pero a diferencia de los pandorianos, los habitantes de Mesoamérica estaban divididos, no contaron con un héroe o caudillo que los encabezara contra los españoles, creyeron que éstos vendrían a liberarlos del yugo azteca y en lugar de eso terminaron esclavizándolos. Además, la naturaleza funcionó en contra de los propios indígenas, a diferencia de la fauna de Pandora: la viruela mermó considerablemente a la población autóctona.

Avatar es, sobre todo, un relato épico, heroico, donde el protagonista recorre todos los pasos del camino del héroe que descubrió Joseph Campbell. En ese sentido, Cameron es impecable. En efecto, hay algunos hoyos en la trama, ¿pero qué relato fantástico no los tiene?

Para finalizar: no debería preocuparnos si los “señores de la guerra”, los gobernantes y políticos entienden el mensaje, y tampoco si todo el gran público hace conciencia. El verdadero artista crea para unos cuantos elegidos, que acusan recibo y levantan la mano: “Yo sí entendí lo que quieres decir”.

Pero aún así no basta con entenderlo sino que nos sirva para cambiar, para transformarnos, para no enfrascarnos en la espiral de bestialidad y cinismo a la que estamos llevando al mundo, para ser verdaderamente humanos, aunque para eso tengamos que transmigrar nuestras almas en gigantescos cuerpos azules.

sábado, enero 02, 2010

Sherlock Holmes, héroe de acción



Pues ya fui a ver Sherlock Holmes y me gustó. Sé que algunos puristas ya han puesto el grito en el cielo y quieren crucificar al pobre de Guy Ritchie (con soportar a Madonna tuvo suficiente castigo el pobre) por hacer la cosa para la cual lo contrataron: convertir al detective por antonomasia en un héroe de acción.

Quizá yo mismo también la hubiera hecho de toficos hace un tiempo, pero lo cierto es que ya me he vuelto menos extremista y más comprensivo. Para mí está bien que se hagan películas basadas en obras literarias. Es una excelente manera de acercar a las nuevas generaciones a la lectura, aunque sea por curiosidad. Ahora los editores podrán republicar las aventuras escritas por Conan Doyle con Robert Downey Jr. y Jude Law en la cubierta y vender unos cuantos miles de ejemplares.

También me parece bien que en las películas se tomen la libertad de reinterpretar y modificar los mitos y ponerlos a la altura de las circunstancias actuales. Ahora se trató de actualizar el personaje tomándose algunas libertades y, contrariamente a lo que algunos creen, corrigiendo algunas ineactitudes e inventos que las anteriores versiones cinematográficas sobre el personaje nos han endilgado. Por ejemplo, la imagen del doctor Watson: gordito, bonachón y medio lerdo. Quizá se exageró un poco poniendo al carilindo Law, pero le añade más atractivo, no nada más el papel de sidekick (patiño, pa' que me entiendan). También se eliminó eso de la gorrita de alas (como del Chavo del Ocho), que nunca se menciona en las obras originales y cuantimenos eso de "Elemental, mi querido Watson" (que siempre me sonó como a "Claro, pendejo, ¿qué no ves?").

Por su parte, Robert Downey siempre me ha caído bien, y ahora aún más porque ha sabido resurgir de sus propias cenizas cuando parecía que su carrera se había ido por el caño a causa de sus adicciones. Quizá está algo chaparro, pero le añade el toque justo de locuacidad y desmadre para hacer entrañable su interpretación.

La que sí siento algo fuera de lugar es a la tal Rachel McAdams. Entiendo que había que ponerle cierta tensión romántica a la cinta, pero creo que está de más y le añade bien poco a la historia. Además, ¿quién va a creer que una tipa con esa carita y ese cuerpo iba a ser la némesis de Holmes, la única persona que lo pudo vencer en las narraciones originales?

Quizá las escenas de acción están demasiado "ritcheadas" (ni modo, así es él y así le salen), pero en general la puesta en escena es impecable; le queda muy bien a la historia ese look cochambroso que le pone a sus cintas desde Lock, Stock and Two Smoking Barrels y Snatch. Si no era así Londres en la época de Holmes, creo que se parecía muchísimo. Hasta es posible oler y sentir el ollín de la gran capital industrial que era en ese entonces.

Y, como ya es previsible, seguirán una o dos secuelas, para que el detective se enfrente a su archienemigo, el malvado señor Moriarty. Preparen las palomitas desde ahorita.