Con la rienda suelta, de Josefina Estrada
Por Guillermo Vega Zaragoza
(Este texto lo leí en la presentación del libro de mi querida Josefina Estrada en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes el 28 de abril de 2004. También estuvieron en la mesa Ignacio Trejo Fuentes y Emiliano Pérez Cruz. Por alguna extraña razón andaba perdido por ahí y no lo había subido al blog. Creo que vale la pena, porque el libro es muy bueno y merece ser leído y releído).
Hace dos décadas el diario unomásuno, dirigido aún por su fundador Manuel Becerra Acosta, era entonces el punto de referencia obligado en materia periodística de nuestro país. Fue innovador en muchos aspectos, desde los nombres que aglutinaban sus páginas hasta el diseño mismo, que exigía a los reporteros y articulistas a que fueran más directos y concisos a la hora de redactar. Pero, sobre todo, el unomásuno impulsó la renovación del lenguaje periodístico, no sólo en cuanto a las palabras propiamente dichas sino también en cuanto a los personajes que aparecían en las notas informativas, los reportajes y las crónicas, y en cuanto a la forma en que se contaban las historias protagonizadas por esos personajes.
Como pocas veces antes en el periodismo de la segunda mitad del siglo XX, en las páginas del unomásuno aparecieron los personajes de la ciudad, de esta ciudad que comenzaba a convertirse en monstruosa y que no tardaría en colapsarse con ayuda de las fuerzas telúricas y la ineptitud de sus gobernantes. Al diario se fueron sumando un grupo de jóvenes periodistas, formados en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, con ganas de hacer un periodismo fresco y novedoso, más cercano a la sociedad y menos a los grupos de poder; con textos que, además de cumplir con las reglas estrictas de la redacción periodística, se enriquecieran con los instrumentos, las herramientas y los recursos de la literatura, y que ayudaran a reflejar con mayor justeza la realidad que durante años había permanecido deformada por el discurso oficial.
Así, en las diferentes secciones del diario, pero sobre todo en la dedicada a los asuntos citadinos, aparecían crónicas urbanas, donde se contaba lo cotidiano y lo extraordinario que acontecía en los diferentes rumbos de la ciudad y su área conurbada. Eran los personajes de todos los días, cuyas venturas y desventuras no alcanzaban el rango de noticia, pero que sí eran dignas de contarse.
Fue como parte de ese laboratorio periodístico donde empezaron a aparecer los textos de Ignacio Trejo Fuentes, Emiliano Pérez Cruz y Josefina Estrada, entre otros tantos. Poco tiempo después, Huberto Batis empezó a impartir un taller de periodismo literario, donde se empezó a trabajar la crónica urbana. Gracias a su generosidad y perversa incitación de vocaciones, Batis publicaba los mejores trabajos de cada semana, cuando los “cronistas estrella”, como los aquí presentes, nos daban chance a nosotros, los incipientes aprendices de periodista, quienes les aprendíamos las mañas y de plano le copiábamos los hallazgos. Debo reconocer que al que sentía más cercano era, precisamente, a Emiliano Pérez Cruz, quizá debido a que yo también vivo en Neza y a que había creado un personaje, Pata de Perro, que servía como elemento unificador de sus relatos. Igualito que el Kawasaki, el personaje de Con la rienda suelta, de Josefina Estrada, me dije: “¿Y yo por qué no?” y quise emular las hazañas croniqueras del buen Emiliano, con mucho menos éxito, debo aceptar.
Estos antecedentes vienen a cuento, porque sin ellos resulta muy difícil entender de dónde viene un libro como el que hoy nos convoca. Estamos hablando de un época en la que, lamentablemente, muchas personas consideraban al periodismo una especie de hijo bastardo de la literatura. Nada menos que Salvador Novo decía que “no se puede alternar el santo ministerio de la maternidad que es la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”. Este abierto rechazo lo llegó a padecer alguien tan destacado como Fernando Benítez, quien se quejaba así: “Para los periodistas soy escritor, para los historiadores soy periodista, para sociólogos y antropólogos soy un diletante”.
Afortunadamente, en la actualidad parece haberse superado esta polémica estéril, aunque a veces surge por ahí algún necio que se empeña en hacer distingos. Hace tiempo ya lo había dicho Alejo Carpentier: “Para mí, el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad... Podríamos definir al periodista como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo. El novelista, para simplificar la dicotomía, es un hombre que trabaja retrospectivamente, contemplando, analizando, el acontecimiento, cuando su trayectoria ha llegado a su término. El periodista, digo, trabaja en caliente, trabaja sobre la materia activa y cotidiana. El novelista la contempla en la distancia con la necesaria perspectiva como un acontecer cumplido y terminado”.
Ejemplos abundan de periodistas que, sin menoscabo de su profesión de comunicadores, igualmente practican también la creación literaria. Gabriel García Márquez, que no obstante su Premio Nobel de Literatura, siempre se ha definido fundamentalmente como periodista, Mario Vargas Llosa, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Truman Capote, Tom Wolfe, Ryszard Kapuscinski y un largo etcétera. Mientras tanto, en México, podríamos mencionar a Manuel Gutiérrez Najera, Guillermo Prieto, Martín Luis Guzmán, Ricardo Garibay, Elena Poniatowska, Edmundo Valadés, Efraín Huerta, José Revueltas, Vicente Leñero y Cristina Pacheco, entre muchos otros
No es posible establecer con exactitud hasta qué punto el ejercicio periodístico puede ayudar a un escritor a mejorar una obra literaria. Pero sí podemos afirmar que aquel escritor que cuenta con experiencia como periodista posee herramientas adicionales que le permiten emprender con más recursos las azarosas tareas de la creación literaria, como queda demostrado en la obra de Josefina Estrada y, en especial, en este libro con el que se hizo acreedora al Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2003.
Con la rienda suelta cuenta la vida y milagros de El Kawasaki, Román Aquiles Lara Guzmán, para más señas, oriundo de los bravos rumbos de Tacubaya. Es la historia de uno de tantos chavos a quienes las circunstancias de la vida y su mala cabeza los van llevando por los caminos de la destrucción, del alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia y el crimen. Pero, bueno, hasta aquí no tenemos nada nuevo. ¿Qué es lo que hace único el testimonio del Kawasaki? ¿Por qué lo eligió la autora como protagonista de este libro? Para empezar, hay que hacer hincapié en que a Josefina Estrada siempre le han llamado la atención los temas y los personajes límite: al límite de la moralidad y las buenas costumbres (como Ángeles, la protagonista de Desde que Dios amanece), al límite de la sociedad (como Fortuna, la Virgen de Medianoche), al límite de la existencia (como los cadáveres de Señas particulares), al límite de la cordura, como este Kawasaki, quien por cierto ya se encontraba delineado en sus rasgos fundamentales en una crónica aparecida en unomásuno y luego compilada en Para morir iguales.
Pero no sólo eso. Es claro que a Josefina Estrada le atrajo, además, su capacidad fabuladora. De eso no cabe la menor duda. El Kawasaki es un fabulador, un narrador nato, que edita, compone, añade, mejora, aumenta y exagera los elementos de su relato, y sobre todo su participación en el mismo, como si creyera que lo que narra no fuera lo suficientemente interesante para su interlocutora. Pero en su afán de enmascarar la verdad de lo que cuenta, El Kawasaki se revela tal cuál es: una víctima que se prefiere verdugo, aunque con eso se lleve a todos de corbata, hasta a él mismo. ¿A final de cuentas no es lo mismo que hace cualquier escritor o novelista a la hora de narrar?
Pero Josefina no se limita simplemente a reproducir el habla del Kawasaki como una simple transcriptora. Muy al contrario, crea y recrea ese habla llena de retruécanos, interjecciones, modismos, caló y construcciones casi barrocas de tan intrincadas, a la manera de Ricardo Garibay en Las glorias del Gran Púas, elevándolo a la altura de grandes pícaros literarios como Pito Pérez, la Princesa del Palacio de Hierro o el Vampiro de la Colonia Roma. Es decir, si el Kawasaki no habla en la realidad como lo retrata Josefina Estrada en este liro, pues peor para la realidad.
El otro gran hallazgo es la retorcida escala de valores que “norman” (es un decir) la vida del Kawasaki. El afán de dejar de ser lo que es y la constante comparación con lo que los demás son o tienen, son su motor vital. Cada vez que El Kawasaki emprende algo es porque se cuestiona: “¿Y yo por qué no?” “¿Y yo por qué no tengo un carrote?” “¿Y yo por qué no tengo una vieja bien buena?” “¿Y yo por qué no soy el más cabrón de la banda?” “¿Y yo por qué no soy el más pacheco?” Hasta que podríamos decir junto con él: “¿Y yo por qué no estoy loco como los demás?”
En efecto: El Kawasaki es, como diría Ronald D. Laing en Razón, locura y familia, “el chivo expiatorio”, la víctima propiciatoria que encarna los traumas, las taras y la locura de su familia. Resulta revelador y escalofriante el episodio donde el padre del Kawaski, con el cerebro dañado por los años de aspirar thinner como consecuencia de su oficio de barnizador, empieza a ver alucinaciones en la televisión. El pequeño Román decide llevarle la corriente, para que su padre se calme. A final de cuentas, el que termina enloqueciendo es Román, a pesar de que él crea que su mente ha permanecido intacta.
A partir de ahí el camino del Kawasaki estará marcado por una mala decisión tras otra: desde querer ser el pandillero más maldito, el drogadicto más pacheco, el granadero más perro, el robacoches más intrépido, el reo más respetado, el hombre más macho. Siempre más, más, más. Si el pecado de Lucifer fue la soberbia, el del Kawasaki es la insaciabilidad. Para él nunca nada es suficiente y he ahí la razón principal de sus desgracias.
Sin embargo, no se me juzgue mal. Todo esto es una apreciación mía, no de la autora. Es ya sintomático en sus libros que de Josefina Estrada evite cualquier asomo de juicio o moraleja en relación con la vida de sus personajes. Siempre deja abierta la posibilidad de que el lector tenga la última palabra, de que sea él quien juzgue y decida el destino final de sus creaciones. ¿Sentará cabeza el Kawasaki? ¿Dejará de autocompadecerse y justificarse y afrontará de una vez por todas la realidad de su existencia? Si quieren saberlo, compren y lean el libro, y ya después platicamos.
6 Comments:
Maestro Vega Zaragoza. Me reconozco parte de esa historia de periodistas haciendo literatura en forma de crónica urbana. Voy al leer el libro. ¿Sabe dónde puedo conseguirlo?
Gracias, maestra. Lo puede conseguir en el sitio de la editorial: www.planceditores.com/
Saludos.
Guillermo Vega Z.
Hola, no sabes si la Josefina Estrada tiene algún blog o página dónde se le pueda contactar.
Este es su FB:
http://facebook.com/josefina.estrada2
Gracias
Buenos días, disculpen la molestia ¿alguna persona sabe donde puedo conseguir el libro?, no lo encuentro por ningún lado, mil gracias
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