martes, mayo 17, 2011

Fernando Reyes, palabrero

Photobucket

Mi querido amigo Fernando Reyes me regaló con motivo de mi cumpleaños un libro suyo, el más reciente, titulado Y el corazón apalabrémonoslo. Se trata de un libro artesanal, realizado totalmente a mano, con una portada muy bella, de amate hecho por artesanos de Puebla, y un grabado de Tania Reyescartín. Lo hizo la Editorial Ehéccatl. Es un tiraje limitado de 100 ejemplares, y a mí me tocó el número 44, que es el número de años que cumplo, debidamente dedicado por el autor.

Además de la belleza de su confección material, el libro reúne un conjunto de poemas cuyo tema fundamental es la palabra, o mejor dicho: el amor por la palabra. Este es el libro en el que Fernando Reyes le declara abiertamente su amor a la palabra, al arte de decir, al arte de escribir.

Como en su anterior poemario El pez goloso de tu lengua, Fernando recurre a numerosas técnicas de composición, las cuales domina con maestría. Ahora nos entrega, además, una serie de bellos y originales "caligramas" a la manera de Apollinaire (ahora los pretenciosos le llamarían "poesía visual").

Pero no sólo eso: Fernando hace lo que ya casi nadie se atreve: experimentar con la forma y el lenguaje, cuando todo ya parecía agotado. y como todo experimento, a veces sale bien, a veces no, pero la mayoría de las veces sale algo muy bueno. Es ahí donde se demuestra el oficio y la inteligencia para salir avante de los retos que el poeta mismo se plantea. Fernando es arriesgado e irreverente, pero al mismo tiempo respetuoso de su material de trabajo: la palabra misma.

Reproduzco el breve texto en prosa que cierra el volumen, en el que creo que Fernando se describe totalmente y, de alguna manera, nos describe a todos los que nos dedicamos a esto de la escritura por verdadero amor, y a ti, hipócrita lector, mi hermano, mi semejante, como diría el maldito Baudelaire.

Palabrero: obrero de la palabra
Por Fernando Reyes


Mi casa fueron mis palabras.
Octavio Paz

Soy un palabrero. Trabajo en la consfrucción de la palabra, soy un obrero en su edificio. Me la paso día y noche en la obra, paleando palabras, paladeándolas, clavándolas donde deben, desatornlllándolas, volviéndolas a atornillar. Picándolas y reconstruyéndolas. Las trasformo en puertas y ventanas, pero también en muros.

Vivo de las palabras, muero por ellas, y esto no es puro palabrerío. Desde niño preferí jugar más con las palabras que con amigos. Luego con ellas tuve a ellos Después del gusto por las palabras, me vino el gusto por las mujeres, a quienes me acercaba, por supuesto, a través de las palabras, Ellas y ellas, con ellas, ellas para ellas.

Como de las palabras, me alimento de ellas, son la materia de mi trabajo, mi herramienta. Me han pagado bien. Me encantan las condenadas, a ellas estoy condenado y por ellas estoy encantado. Junto una por una y construyo historias, les encuentro la medida y ellas encuentran el ritmo, bailan a veces en los versos. Las entabico y levanto ideas. Son como flechas, entre más precisas mejor le atinan al blanco, al significado, al sentido. Con sentido ellas, yo encuentro mi sentido. Consentido soy de ellas y en ellas me encuentro.

Las palabras, siempre tan vivarachas, tan móviles, con vida propia, transformables. Buscamos siempre la precisa, la adecuada, la mera mera. Pero se rebelan unas y nos dan dolores de cabeza, aquéllas, las inefables, las impronunciables, las retóricas, las metafisicas, las mqy dignas, las que no se dejan toquetear, coquetear con ellas no es tan fácil.

Me he apalabrado con las susodichas en otros idiomas. Las colecciono e incluso me las rapto, se las he arrebatado a otros para sugerir besos, organizar fiestas, nombrar los misterios de los perros, de los niños y los locos. A mí ellas han estado a punto de volverme también loco. He escrito tantas y luego pienso que no he dicho casi nada; al menos nada nuevo.

De todas ellas, de todas las que existen en todos los diccionarios de todas las lenguas y las que faltan por escribirse y decirse, de todas ellas yo he inventado apenas una docena. Las palabras que nos identifican, que nos edifican, que nos deifican no son nuestras aunque lo parezcan, aunque las sintamos parte de nosotros. Son de todos, son de todos los tiempos, son prestadas. Son de ustedes, de quienes las leen.

Toma, todas estas palabras son tuyas. Aprópiate de ellas.

Arrebátame la palabra, quítame las palabras de la boca, apalábrate con ellas, hazte de palabras, haz té de palabras, y toma. Un té helado para que te refresques y tengas la palabra en la punta de la lengua, porque aquí en la obra está duro el calor. Hazme caso, tómame la palabra. La construcción no es tan fácil. Te doy mi palabra, lo vas a necesitar. Y cuando sientas que tienes la boca seca, que te has quedado sin palabras, aqu í estaré yo de nuevo para darte palabras de aliento. Que tu pala abra caminos hacia tu propia casa, la casa construida con tus palabras.