jueves, abril 30, 2009

La novela, esa Gran Prostituta

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Mailer, fotografiado por Diane Arbus, 1963.

Para salirnos un poco de la vorágine informativa sobre la influenza, una cita tomada de Un arte espectral (Emecé, 2009), el excelente libro postumo de reflexiones sobre la escritura que nos dejó el polémico novelista norteamericano Norman Mailer.

Un día se encuentra platicando con su amigo-rival Gore Vidal, otro gran autor estadounidense, acerca de la situación de la novela moderna.

Comenta Mailer:

“Gore, reconócelo. La novela es como la Gran Prostituta en nuestra vida. Creemos que nos hemos librado de ella, pasamos a otras mujeres, nos tomamos el pulso y decidimos que por fin estamos disfrutando de nosotros mismos, y después damos vuelta en una esquina, y ahí está la Prostituta sonriéndonos, y estamos atrapados. Sabemos que la Prostituta todavía nos tiene agarrados”.

"Vidal dejó escapar esa sonrisa torcida de admiración que se arranca de él cuando algún otro ha acuñado una imagen que podría encajar en su estilo. “Es cierto —dijo—, la novela es la Gran Prostituta”.

"Todo novelista que se haya acostado con la Prostituta (sólo los poetas y los cuentistas tienen una musa) vuelven después jactándose como un soldado en campaña que sale de una parranda en un prostíbulo: “Viejo, la hice gemir”, dice el grito del escritor joven. Pero la Prostituta se ríe después en su cama vacía. “Él fue tan dulce al principio —declara— pero al final sólo hacía “Pip, pip, pip”.

"Un hombre pone su carácter en juego cuando escribe una novela. Todo lo que en él es perezoso, o meretricio, o poco madurado, complaciente, temeroso, ambicioso en exceso, o aterrado por la lógica final de su exploración puede quedar revelado en su libro. Algunos escritores tienen la habilidad de ocultar sus debilidades; algunos tienen cierto genio para convertir una debilidad en un manierismo de estilo aceptable. No obstante, ningún novelista puede escapar del todo de su propio carácter. Tal vez sea ésa la peor noticia que un escritor joven puede oír".

"Una nota más sobre la Prostituta. Un amigo, después de leer los párrafos previos, dijo: “Ése es el título de tu libro: Yo la hice gemir”. Le aseguré que nunca había tenido un día tan valiente como para estar dispuesto a usar ese título".

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Lo mejor y lo peor del ser humano

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Las situaciones extraordinarias, como esta emergencia sanitaria por la que estamos atravesando, hacen que aflore la verdadera naturaleza de cada persona, lo mejor o lo peor del ser humano. Todo el día, a todas horas, al mismo tiempo estamos siendo testigos de muestras extraordinarias de lucidez y de estupidez, de altruismo y de egoísmo, de solidaridad y de avaricia.

Decía Joseph Conrad: “La creencia en una fuente sobrenatural del mal es innecesaria. Los hombres por sí solos son perfectamente capaces de cualquier maldad”.

He recibido decenas de correos electrónicos con explicaciones sobre las motivaciones de esta emergencia sanitaria. Casi ninguna establece sus asertos como hipótesis, sino como hechos consumados: “Así es, esta es la verdad porque lo leí en tal publicación o en tal blog, me lo dijo fulano de tal o yo lo pensé así, porque yo no me dejo engañar”.

Es lógico que esto suceda: no hay nada peor que la incertidumbre. Hay personas que requieren la seguridad de creer en algo, no importa qué: Dios, un gurú, la ciencia, Superman, una ideología, ellos mismos. Les resulta insoportable la posibilidad de que algo no pueda ser explicado o que ellos no lo puedan entender de acuerdo con su limitada comprensión del universo. Por eso recurren a explicaciones simples o intrincadas, es lo de menos; lo que importa es que satisfagan su necesidad de seguridad, que es lo que requieren para poder seguir funcionando y no caer en la angustia y la zozobra.

(Por eso también es lamentable que se vaya a eliminar el estudio de la filosofía en el bachillerato. Ahora, tampoco es que antes los chavos se la pasaran en las tertulias discutiendo sobre Platón o Nietszche. Siempre ha existido prejuicios muy acendrados sobre la filosofía entre la gente común: de que nada más es puro rollo, que a quien le interesa la filosofía está medio loco, y que no sirve para nada práctico. Esto último se revela aún más falso en momentos como éste. Si la mayoría de la población tuviera idea de que la realidad es mucho más compleja que la telenovela de las nueve o la tabla de posiciones del futbol, no estaríamos sufriendo tanto).

Pocos fenómenos del universo son sencillos de explicar, mucho menos algo tan poco frecuente para el hombre común contemporáneo, como el de esta enfermedad pandémica. No es posible reducir todo a un solo factor, sino que los elementos involucrados son muchos y complejos. Y no los vamos a entender en un solo día, posiblemente ni en años. Además, las cosas apenas están sucediendo, y hay que esperar a que sucedan para luego analizarlos.

Además de aquellos que han muerto a causa del virus, una de las primeras víctimas ha sido el sentido común. Como lo decía un amigo mío, profesor guatemalteco, es evidente que los señores del gobierno encargados de comunicar sobre el problema a la población saben muy poco de medicina, de comunicación y de política. Y aquellos encargados de hacer llegar la información, los periodistas y locutores de los medios electrónicos, saben aún menos.

Las medidas adoptadas por los gobiernos federal y local del DF revelan lo que ya era predecible: su mayor temor es que la epidemia se les salga de las manos. Por eso han apostado al aislamiento y la “distancia social” de las personas, cerrando los lugares públicos y las actividades “no esenciales”. Y su miedo tiene una razón poderosa: el sistema de salud de México es un asco. Es incapaz de dar respuesta adecuada a una emergencia de estas magnitudes.

Leo reportajes en medios extranjeros que se escandalizan porque los pacientes tienen que esperar horas en las clínicas, los traen de un lado para otro y sufren un verdadero calvario para lograr que los atienda un doctor, aunque eso tampoco sea ninguna garantía de que se vayan a curar, porque falta que el doctor le “atine” al diagnóstico. Y esto es el pan de cada día. Y ahora nos parece sorprendente que eso suceda, como si siempre hubiéramos sido suecos o suizos o donde sea que el sistema de salud funcione como debe.

Los periodistas también se preguntan: ¿por qué en Estados Unidos no se están contagiando y muriendo tantos y por qué en ningún otro país se han tomado medidas tan drásticas como en México? Para empezar, habría que saber cómo funciona el sistema médico en Estados Unidos, lo cual desconozco (aunque después de haber visto el documental Sicko de Michael Moore, me doy una idea).

Esto me lleva a otra hipótesis: que una vez que haya pasada toda la emergencia, el gobierno asuma que en su estado actual el sistema de salud es totalmente insuficiente para enfrentar emergencias de este tipo y en general para atender a la población, y decida privatizarlo, precisamente como ya lo estaba haciendo con el Seguro Popular, pero ahora sí con la total anuencia de la población.

Y como sabemos, no necesariamente la privatización de los servicios garantiza una mejora, antes al contrario: se ponen peor, porque lo que le interesa únicamente a los empresarios es el lucro y la ganancia, y no necesariamente el servicio social.

lunes, abril 27, 2009

Lecciones que podría dejarnos la influenza porcina (si salimos de ésta)

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Amén de seguir viendo cómo evoluciona el manejo de la emergencia sanitaria por la epidemia de influenza porcina, es interesante analizar otros aspectos de este fenómeno inédito en nuestra sociedad.

Los medios están tratando de ponerse a la altura de las circunstancias: Las autoridades no han informado acerca de los nombres ni ubicaciones de las personas fallecidas y tampoco sobre las medidas que se han tomado para atender a sus familias y círculos cercanos (que podrían estar infectadas del virus).

Sin embargo, tampoco los medios de comunicación nacionales han hecho mucho para ir a las fuentes primarias. La gran mayoría se han quedado con las declaraciones oficiales. De la tele mexicana, sólo los de Cadena Tres (Canal 28) han entrevistado a familiares de presuntos pacientes y víctimas. Han sido medios extranjeros, como el Washington Post y la BBC los que han informado sobre testimonios de enfermos y doctores en los hospitales. Televisa y TV Azteca casi ni entrevistan a personas, o muy esporádicamente. Canal 11 y Cadena Tres armaron paneles de especialistas para responder preguntas del público.

La población está aprendiendo rápidamente sobre cuestiones de salud: Algo ha llamado la atención desde el primer momento: la pobre cultura acerca de la salud que tiene la población. Es increíble lo poco que saben las personas acerca de la forma en que funcionan sus propios cuerpos, los efectos de las enfermedades y la función de las medicinas. Tienen muy poca idea de cómo se transmiten las enfermedades, en qué consiste una vacuna o cómo pueden protegerse y prevenir el contagio.

Hay enfermedades fulminantes, pero otras tienen efectos que se van acumulando con el tiempo, silenciosas, que sólo se manifiestan cuando ya hay muy poco qué hacer, como el cáncer o la diabetes.

O como esta gripe porcina, que es un virus nuevo, para el que aún no hay vacuna y hay que esperar a que haya. La gente ha de creer que las vacunas son como hacer Kool Aid, que se toma un sobrecito y se llenan tambos y ya está la vacuna. No. Es necesario cultivar cepas del virus, hacer pruebas, ver los efectos, no es así como así. Y eso lleva meses o años.

Tampoco saben cómo funcionan las vacunas, pero piden que se las apliquen y creen que con eso ya son invencibles para todo. Las vacunas son como fotografías de las enfermedades que sirven al sistema inmunológico para identificarlas y eliminarlas si se llegan a presentar. Pero el sistema inmunológico poco puede hacer si el cuerpo del enfermo no tiene las defensas adecuadas a partir de una buena alimentación. El sistema inmunológico es el ejército del cuerpo, pero si ese ejército no tiene el parque adecuado, poco va a poder hacer cuando se presente la enfermedad invasora.

Sin embargo, poco a poco las personas están aprendiendo lo básico, a fuerza de repetírselos.

El primer antídoto para cualquier epidemia es el conocimiento: La desinformación y la estupidez son buenos aliados de los virus y microbios. Empezando por aquellos que se creen muy listillos, sabelostodo, que antes de enterarse ya están dictando veredictos inapelables: “Todo es una mamada, un invento del gobierno, a mí no me va a pasar nada, yo soy bien chingón”. Y salen a la calle sin cubrebocas y sin tomar ninguna medida de precaución. Eso sí: cuando se enferman son los primeros en chilar como mariquitas sin calzones y exigir que los atiendan y reclamar por los malos servicios de salud del gobierno.

Recuerdo hace más de 25 años, cuando se empezó a hablar del SIDA. Se decía que sólo le daba a los homosexuales. Si tú no lo eras, no tenías bronca, se pensaba. Pero empezaron a morirse personas heterosexuales, tipos bien machines y amas de casa. ¿Qué pasó? Pues que no era sólo enfermedad de gays. Aunque todavía hay gente que piensa que a ellos no les va a dar y se resisten a usar condón en relaciones casuales, sobre todo los jóvenes. Resultado: los niveles de contagio se habían estabilizado y ya están empezando a crecer otra vez.

También uno se pregunta por qué llegaron tan mal al hospital las personas que ya fallecieron por culpa de la influenza porcina. Las razones pueden ser muchas, desde malos diagnósticos hasta mala atención de médicos, pero creo que también debe haber una razón no tan imputable a los demás sino a las personas afectadas: la propia negligencia.

No sólo por falta de dinero sino también por falta de cultura de salud, muchas personas tienden a desestimar sus propios síntomas. Si a alguien le duele la cabeza y empieza a moquear, la madre dice: “Ha de ser un catarrito. Con una aspirina y un tecito se te quita”. O peor: “Con esta pastillita que me recetaron hace mucho se me quitó, tómatela”. O van a la farmacia o al dispensario médico de la iglesia a preguntarle al encargado qué se toma.

Si la cosa se pone peor y el enfermo empeora: “Nada, no tienes nada, lo que pasa es que no quieres a la escuela (o a trabajar). Levántate, no seas huevón, nadie deja de ir por una gripita”.

O si es madre o padre trabajador y abnegado, criado en la cultura del esfuerzo, piensa: “No, no puedo dejar de ir a chambear, porque me descuentan el día, o no saco lo del chivo. Aunque me duele la cabeza (o cualquier síntoma, por más doloroso que sea), me tomo esta pastilla y se me quita”.

Pero resulta que la cosa no se quita sino que se pone peor, y cuando eso sucede ya es muy tarde para revertir los efectos de la enfermedad, que se ha complicado aún más.

Gran parte de la imaginería colectiva sobre este tipo de fenómenos proviene de las películas y la televisión (esas grandes alfabetizadoras). Muchos, en cuanto escucharon las palabras “epidemia”, “pandemia”, “emergencia sanitaria”, pensaron seguramente en personal llegando en camiones con trajes amarillos sellados y mascarillas para levantar los cadáveres o llevarse a los “infectados”. O ya se imaginaban a zombies caminando por las calles buscando comerse los cerebros de los sobrevivientes.

La ficción televisiva y cinematográfica también ha difundido la idea de que todo es posible y de que todo ya existe y basta con desearlo y ordenarlo para que aparezca. Pero lamento informarles, a los que no se hayan dado cuenta: no todo lo que aparece en las pantallas de cine o televisión es real o posible. Es como pensar: ¿por qué no le llamaron a John McClane (Bruce Willis en Duro de matar) para que se echara a los terroristas el 11 de septiembre? O que traigan a MacGyver, para que con un alambrito y su navaja arregle una central nuclear.

Lamentablemente la vida real es mucho menos espectacular que las películas y las series de televisión. Y un poquito más lenta y aburrida.

El doctor House no aguantaría ni una mañana en una clínica de medicina familiar del IMSS o del ISSSTE.

Bueno, son cosas que se me ocurren, nomás.

domingo, abril 26, 2009

Influenza: ¿qué hacer?

por Javier Flores

http://www.jornada.unam.mx/2009/04/26/index.php?section=ciencias&article=a03a1cie

Las personas infectadas con el virus de la influenza porcina no están condenadas a muerte, ni deben ser objeto de discriminación. Uno de los efectos adversos de la forma en la que se estableció la alerta sanitaria ante esta epidemia, es que se generó pánico. Las autoridades de salud se alarmaron (quizá de forma justificada) y trasmitieron este estado de ánimo a la población. Pero para quienes han adquirido la enfermedad o la puedan adquirir en los próximos días, es importante saber que pueden recobrar la salud si son atendidos oportunamente. Pienso en las familias que están muy preocupadas y que, como todas, no quieren ver a algunos de sus integrantes enfermos. Pero también pienso en aquellas que tienen a alguno de sus padres, hermanos o hijos afectados por este mal. ¿Qué hacer?

La prevención. Es muy importante seguir las recomendaciones de la Secretaría de Salud, instancia que coordina las acciones para enfrentar esta epidemia. Ante una contingencia como la presente (a menos que se cometan errores garrafales, que no es el caso actual), se deben seguir las directrices de la autoridad sanitaria. Hay que evitar, en lo posible, el contacto con personas enfermas, lo que implica procurar no asistir a lugares de alta concentración, lavarse las manos (yo agregaría: lavarse la cara, tomar una aspirina y usar gotas antisépticas para los ojos). Seguir todas las recomendaciones de la Ssa publicadas en todos los medios de comunicación. Todas están orientadas a evitar el contagio. Como el agente es un virus nuevo, no se ha desarrollado una vacuna que resulte efectiva; las medidas generales de higiene, acompañadas de una buena alimentación, son en este momento los únicos elementos disponibles para la prevención.

El agente. Es muy importante identificar al agente, es decir, el virus causante de la influenza. Se trata, de acuerdo con las autoridades sanitarias, de una variedad de origen porcino. Pertenece a la familia ortomixoviridiae. Está formado por una molécula de ácido ribonucleico (RNA) cuya cubierta posee dos glicoproteínas (azúcares unidas a proteínas). Una de ellas es la hematuglutinina (HA) cuya función en unirse a la superficie de las células que invade; la otra, que se llama neuraminidasa (NA), facilita la liberación del virus al interior de las células donde se reproduce. Existen varios tipos de virus de la influenza porcina. Sus nombres dependen de las características de estas glicoproteínas. Las más frecuentes en el cerdo son la H1N1 y la H3N2. Hay, además, uno de origen euroasiático, el H1N2. Alguno de estos tipos virales (probablemente el último), sufrió una mutación, es decir, modificó la estructura de su RNA, y de las glicoproteínas de su superficie. Este cambio produjo que una infección que pudiera ocurrir bidireccionalmente de cerdo a humano, adquiriera la capacidad de transmitirse de humano a humano. La identificación del agente es de primera importancia, pues puede conducir a la elaboración futura de una vacuna que ahora no se tiene.

El tratamiento. Las personas infectadas con este virus no se van a morir, a menos que no reciban los cuidados y el tratamiento adecuado. En una epidemia, esto pone a prueba a los sistemas de salud, pues el número de casos puede rebasar su capacidad de atención adecuada y oportuna. A falta de una vacuna, la herramienta de que se dispone, es el empleo de antivirales como el oseltamivir. Este fármaco es una prodroga, quiere decir que su molécula se transforma en el organismo cambiando su estructura y su efecto es inhibir a la neuraminidasa; o sea, bloquea la entrada del virus a las células, lo que impide su reproducción. Es objeto de discusión si puede emplearse con objetivos de prevención, pero en todos los casos debe ser prescrito por un médico.

¿Qué hacer? Si una persona ha adquirido la enfermedad, ha de ser tratada con todo respeto y cariño, jamás deben ser discriminadas, mucho menos abandonadas. Quienes tienen contacto con el enfermo, familiares o personal médico, deben contar con todas las medidas de protección e higiene, pues de lo contrario el problema será doble. El tiempo juega un papel muy importante. Hay que acudir al médico particular o a los servicios de salud pública, de inmediato. Y estar pendientes de que su familiar reciba el tratamiento adecuado, denunciando los casos en los que esto no ocurra.

Medidas contra la influenza

Las autoridades sanitarias federales y capitalinas recomiendan:

• Mantenerse alejado de personas enfermas con infecciones respiratorias

• Lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón

• No saludar de beso ni de mano

• Cubrirse la boca al toser y estornudar con un pañuelo desechable o con el antebrazo; tirar el pañuelo a la basura y lavarse las manos

• Evitar contacto con personas enfermas

• No escupir en el suelo

• No compartir alimentos, vasos o cubiertos

• Ventilar y permitir la entrada de los rayos solares en casas, oficinas y lugares cerrados, sin crear corrientes bruscas de aire

• Mantener limpias las cubiertas de cocina y baño, manijas y barandales, así como juguetes, teléfonos y objetos de uso común

• No fumar en lugares cerrados, ni cerca de niños, ancianos o enfermos

• Comer frutas y verduras ricas en vitaminas A y C (zanahorias, papaya, guayaba, naranja, mandarina, lima, limón y piña)

• Acudir al médico si se presentan síntomas

• Tomar agua y mantenerse activo

Si se corrobora la enfermedad, para no contagiar:

• Visitar al médico para que establezca el diagnóstico y tratamiento y no medicarse en ningún caso

• Permanecer en reposo en casa, hasta que no haya síntomas

• No saludar de mano ni de beso

• Cubrirse nariz y boca al estornudar

• No escupir en el suelo

• Utilizar cubrebocas, tirar el pañuelo desechable en una bolsa de plástico y estornudar sobre el ángulo interno del codo

• Una vez transcurridas 24 horas sin ningún síntoma, se puede regresar a las labores habituales

¿Cuándo acudir al médico?

Personas sanas con:

•Fiebre

• Dolor de cabeza, de garganta y en el cuerpo

• Sensación de cansancio intenso

Personas con problemas pulmonares, cardiacos o diabéticos con:

• Fiebre

• Dolor de cabeza, garganta y cuerpo

Adultos con síntomas de alarma:

• Fiebre alta y dificultad para respirar

• Síntomas de trastorno de la conciencia

• Vómitos o diarrea persistentes o severos

• Agravamiento de una enfermedad crónica

Niños con síntomas de alarma:

• Fiebre alta y dificultad respiratoria

• Aumento de la respiración

• Si no despierta o muestra gran irritabilidad

• Presentación de convulsiones

• Rechazo a tomar líquidos

• Vómitos o diarrea persistentes o severos

Se recomienda que a los enfermos los acompañe únicamente una persona a las unidades de atención sanitaria

Atención telefónica y por Internet

• Líneas de nformación sobre la influenza: 01800 1231010, y en el Distrito Federal: 5658 1111 y 5533 5533

• Gobierno del DF, chat de orientación y enlaces informativos: www.df.gob.mx/index.jsp

• Foro en línea sobre la infuenza de la Secretaría de Salud: http://foros.calderon.presidencia.gob.mx/

• Página de la Secretaría de Salud federal con diversos enlaces informativos: http://portal.salud.gob.mx

viernes, abril 24, 2009

De "Elliot Ness" a "Doctor House"...

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Soldado repartiendo cubrebocas en el DF.
(Foto: Reforma)

Aventuro mis hipótesis acerca de la manera tan "peculiar" en que se está manejando lo de la emergencia sanitaria por la epidemia de influenza:

1) Hipótesis 1: En verdad, los que nos desgobiernan son unos ineptos que no saben cómo manejar una situación que se les está saliendo o ya se les salió de las manos, y suspendieron las clases y eventos multitudinarios para ganar tiempo y evitar que se expanda el virus, en lo que encuentran una solución.

2) Hipótesis 2: En realidad, la cosa no es tan grave, pero el gobierno de Calderón ha decidido aprovechar la coyuntura para distraer a la opinión pública sobre la deplorable batalla perdida contra el narco y busca reposicionarse en el imaginario colectivo, ya no como el "Elliot Ness" del combate al crimen, sino como el "Doctor House" que nos va a salvar de los gérmenes malignos. En sus declaraciones ante el Consejo Nacional de Salud, Calderón ha dicho que "el gobierno está consciente de la seriedad del brote de influenza" y que "ha tomado medidas para proteger a la población".

3) Hipótesis 3: Aprovechar la coyuntura para sacar a la soldadesca a las calles de la Ciudad de México y el Estado de México (ya lo hizo hoy: el Ejército inició hoy un plan de auxilio a la población civil en el DF; el operativo contempla el despliegue de 180 efectivos a bordo de 12 camiones tipo comando, que se distribuirán en seis puntos de la Ciudad de México) con el pretexto de "ayudar a la población". Luego algo sucederá: la cosa "se pondrá peor" o habrá algo que hará que los militares entren en acción. Es más: los medios y la población pedirán que el Ejército se haga cargo de la situación.

Entonces los militares ya no regresarán a los cuarteles en un buen rato...

De cualquiera de las tres, la cosa está de la rechifosca...

Por lo pronto, les recomiendo que lean o, por lo menos, se enteren de que trata el libro de Naomi Klein, La doctrina del shock, en que establece que la teoría del shock en los individuos (como cuando los pacientes con problemas mentales eran reducidos mediante electroshocks) funciona de la misma manera con sociedades enteras. El shock puede ser un desastre natural, un ataque terrorista, una guerra (o una epidemia), lo que nos convierte a todos en niños desorientados en búsqueda de líderes que nos protejan.

Después del shock, los individuos se muestran más propensos a obedecer. “El estado de shock es temporal por definición, y la mejor manera de permanecer orientado y resistir el shock es saber qué es lo que te está pasando y por qué.”

Ver este video sobre el libro, dirigido por Alfonso Cuarón:

jueves, abril 23, 2009

Homenaje a Ricardo Garibay en Bellas Artes

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Rendirán homenaje a Ricardo Garibay en Bellas Artes

  • Para recordarlo a 10 años de su muerte, Froylán López Narváez, René Avilés Fabila y Josefina Estrada, se reunirán este domingo 26 de abril a las 12 am en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes
  • Autoridades del ámbito de la cultura, colegas y amigos rendirán el próximo domingo un homenaje al periodista, dramaturgo, poeta y conductor mexicano Ricardo Garibay (1923-1999), quien algún día quiso ser cantante y acabó siendo prodigioso narrador.

Para recordarlo a 10 años de su muerte, Froylán López Narváez, René Avilés Fabila y Josefina Estrada, se reunirán en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, para hablar de la vida y obra del ganador de premios como el Mazatlán de Literatura, el Nacional de Periodismo y el de Narrativa de Colima.

Oriundo del estado de Hidalgo, Garibay estudió Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fue becario del Centro Mexicano de Escritores, donde conoció a gente de la talla de Juan Rulfo y Juan José Arreola.

Su espíritu y la filosofía con la que se condujo por la vida puede vislumbrarse a través de algunas confesiones que con el tiempo hizo públicas, como cuando sostuvo que nunca consiguió ser enteramente auténtico.

De hecho, decía, "me gustaría parecerme al boxeador que sin oportunidad ninguna de triunfo, como alegre suicidio, sigue rompiéndose el alma hasta el último round".

"No hay exageración ni fábrica de sueños en lo que he escrito. Por desgracia, cada línea es verdadera. Sólo lamento, ya lo dije, no tener el poder para comunicar la entraña ni las dimensiones del suplicio y del miedo", comentó con modestia en otra ocasión.

Y es que según el propio Garibay fue hasta los 42 años, quizá un poco antes, cuando inventó su literatura y se dio a la tarea de buscarla.

Fue entonces cuando se dedicó a escribir casi 50 libros, entre ellos "La casa que arde de noche" (1971), "Aires de blues" (1984), "Oficio de leer" (1996), y guiones cinematográficos como "El mil usos" y "El Púas" y reportajes como "Nuestra señora de la Soledad en Coyoacán, Acapulco y Chicoasén".

Para los conocedores de su obra, un aspecto relevante de ella fueron las autobiografías, que recomendaba así: "Se escribe en línea recta y de una sola cosa. Pobre línea que avanza con submarina lentitud buscando abarcar devorar el horizonte del pasado en la memoria inmenso".

Garibay murió en 1999 víctima de cáncer, a los 76 años, no sin antes sentenciar que "leer y escribir, siendo cosa de todos los días, son un lujo". (Con información de Notimex/GCE)

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Ricardo Garibay, luchador incansable de las letras
por Liliana Jiménez Mota

http://www.literaturainba.com/escritores/escritores_more.php?id=7539_0_15_0_M

Este año se cumple una década de la muerte de uno de los escritores más prolíficos de México, Ricardo Garibay.

Nacido en Tulancingo, Hidalgo, el 18 de enero de 1923, se dedicó a la escritura, periodismo, cine, teatro y televisión. Con un espíritu rebelde y apasionado, el escritor tenía bien definida la convicción de su oficio: “Desde los 17 años viví para leer y escribir. Hice 3 carreras universitarias y no me recibí de ninguna, no tengo ningún titulo; leer y escribir, todo lo demás lo pasé frívolamente. Mandé al carajo la vida; tenía un compromiso, escribir”.

Así es: Garibay estudió Derecho, Filosofía y Psicología, pero no se tituló en ninguna. Sin embargo, fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1952 a 1953, junto con Juan Rulfo y Juan José Arreola; y se desempeñó como jefe de prensa de la Secretaria de Educación Pública en 1953. Además, fue profesor de literatura en la UNAM y Presidente del Colegio de Ciencias y Artes de Hidalgo; y entró al Sistema Nacional de Creadores de Arte en 1994, como creador emérito.

“Escribir es un acto de amor, muchos momentos en la escritura son un verdadero orgasmo”, afirmaba Garibay, quien, en 1965, ganó el Premio Mazatlán de Literatura por Beber un caliz; y en 1975 obtuvo el Premio al Mejor Libro Extranjero Publicado en Francia por La casa que arde de noche.

Galardonado también con el Premio Nacional de Periodismo en 1987 y el Premio Narrativa de Colima en 1989, el escritor colaboró en Plural, Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, El Universal, Novedades y Excélsior, entre muchos otros.

En televisión condujo los programas Autores y libros, Poesía para militantes, Mujeres, mujeres, mujeres, A los normalistas con amor, en Canal Once; y en Imevisión, Temas de Garibay y Calidoscopio.

La obra de Ricardo Garibay se compone aproximadamente de 50 libros, en los que exploró diversos géneros: novela, cuento, ensayo, crónica, reportaje, guión cinematográfico y teatro.

Algunos de sus libros son Beber un caliz (1965), La casa que arde de noche (1971), Rapsodia para un escándalo (1971), Aires de blues (1984), Oficio de leer (1996) y Feria de letras (1998). En sus guiones cinematográficos figuran Lo que es del César (1970), El mil usos (1971) y El Púas (1991). En teatro se encuentran Diálogos mexicanos (1975), Mujeres en un acto (1978) y ¡Lindas maestras! (1985). Entre sus reportajes aparecen Nuestra Señora de la Soledad en Coyoacán (1955), Acapulco (1978) y Chicoasén (1986).

El escritor falleció de cáncer a los 76 años, heredando un amplio acervo de letras. “Tengo pocos diálogos, tengo pocos amigos, pero son indispensables para que viva, para que entienda que la vida tiene algún sentido. Yo solo, metido en mi pequeña biblioteca, me consumiría pronto. La soledad hace sufrir, uno necesita del otro, oír la voz del otro, fuerte, para poder vivir”.

Ricardo Garibay
Fragmento de su participación en Los narradores ante el público

Mi padre se llamaba Ricardo Garibay Zendejas; mi madre, Bárbara Ortega Céspedes; la sangre de él venía de Jalisco, de Autlán de la Grana; La de ella, de Metztitlán, en Hidalgo. Ambos tenían un amor muy preciso por leer y escribir; escribían con pulcritud, hasta con hermosura, y él leía como a nadie he oído mejor: los versos brotaban con misterio de su voz, musicales y dolorosos, y la prosa conseguía una como grandilocuencia natural que la alejaba de quehaceres cotidianos. Así, desde el principio supe que esas tareas, leer y escribir, siendo cosa de todos los días, son lujo.

Mi abuelo materno, que murió santo, se llamaba Domingo Ortega y hacía versos; su primogénito, Domingo Ortega también, era poeta de inspiración frondosa y brillante, y anda en antologías hidalguenses. Éste fue mi primer maestro, el más severo de cuantos he tenido. Su saber y su memoria eran grandes; en su poesía hay oro macizo. De no haber existido su mexicana provincia —que es espíritu enjuto y voraz— ahora iodos juntos diríamos sus poemas. Me hablaba de clásicos, de románticos, los recitaba sin término; me sometía a ejercicios de rima y de ritmo, enderezaba mis adjetivos, los aplaudía, los tachaba; se alegraba de mis esfuerzos, pero buscaba constantemente contagiarme la humildad que la vida le había hincado en el alma; detrás de cada elogio aparecía la censura, la corrección, la exigencia. "No está mal, está bien, este verso es muy bueno, es muy bueno... pero acuérdate, fíjate en los acentos... estás lejos todavía…" Detrás de su amor vigilaba su asco por el envanecimiento. Murió como si tuviera cientos de años, de tan sabio, de tan resignado, de tan desdeñoso de sí. Su retrato está en la pared principal del aula principal de la escuela en Metztitlán; desde allí sus ojos, un poco de águila, un poco esa tranquila y soberana furia, contemplan el caserío y los campos que él tanto amó, los que pudrieron y devoraron su destino.

Mi abuelo paterno, José de Jesús Garibay, fue jefe político de muchos pueblos durante el porfiriato; era coronel temible y versificador melancólico, y de sus hijos, Jaime Garibay era amigo de Abreu Gómez y ganó juegos florales de poesía en los años veintes.

Mis dos abuelos se conocieron en Molango una noche, pronto hará un siglo. Como número fuerte de la fiesta ambos dijeron sus versos. No se volvieron a ver, ni nada en mucho tiempo fue indicio de que se juntarían conmigo.

Es decir: la literatura era ejercicio tradicional en mi casa, por las dos ramas. Los autores —españoles, franceses, mexicanos— eran viejos conocidos, personas amadas, personas de nuestra intimidad. No que fuéramos casa de gran biblioteca, quehaceres literarios profesionales, amistades eminentes entre los hombres que escribían entonces; pero siempre hubo allí libros y lecturas y un soñarse ilustres porque vivíamos con la certeza de ser familia de escritores y que los escritores son gente que guarda un secreto precioso. Y era como si pensáramos: "Alguno, alguno habrá de lograrse, esperamos desde quién sabe cuándo, alguno de nosotros tendrá que ser; y entonces verán, verán los demás entonces por qué aparentemente no éramos nada ni nadie." Mi padre, viéndome abandonar la carrera de abogado, leer y desvelarme escribiendo, embestir obstáculos que yo mismo multiplicaba a mi alrededor y no atinarle al éxito desde ninguna trinchera, decía con pena y con esperanza: "Éste ya tropezó, ni modo... Ahora, lo de ser escritor... pues a ver si sale, aunque no sea gran cosa, pero a ver si sale." Salí; aunque todavía espero no cumplir completamente su esperanza.

El clima de mi casa era severo: principios sólidos, duros como hierro, y catolicidad vigilante, sin muchos rezos, como conciencia diaria de ser y de deber ser.

Nací en 1923. Mi infancia, mientras escribo esto, se me aparece bajo tres luces: el terror ante mi padre, la exasperación y la fatiga en el templo, la algarabía y la guerra en la calle. Es posible que en cualquiera otra ocasión se me aparezca bajo luces diferentes. Era yo vivaz y cobarde y vivía cercado de pesadillas. En la escuela hacía con fácil velocidad los trabajos de los más fuertes, para que me protegieran contra los más débiles. Yo no peleaba por nada del mundo. Hace unos años le propuse a un escritor amigo un cuento, que él escribió y yo no he podido escribir: un niño a la hora del recreo es amenazado por otro: pelearán "a la salida"; entre el recreo y el fin de clases hay dos horas, y durante dos horas agoniza el niño primero esperando el momento de los golpes, mientras el maestro habla del género gramatical, la fronda de un manzano se mece en el patio, y los muchachos se pasan de pupitre a pupitre apresurados papeles que hablan de la riña inminente. A mis doce años dijo una maestra: "Garibay tiene facilidad para redactar." A los trece escribí varias cuartetas y un soneto. Mi madre decía, a propósito de cualquier cosa: "Un soneto, ha escrito un soneto." Comencé a escribir a toda hora en la preparatoria, a los diecisiete años. Me animaba Erasmo Castellanos Quinto, amado, sapientísimo. En 1941 leer y escribir eran ya mis ocupaciones exclusivas. Con Henrique González Casanova, Fausto Vega, Gustavo Galindo —desgraciadamente hoy banquero— y con Juan Noyola —tan respetable después, tan lamentable su muerte— discutía yo sin respiro y con perfecta ignorancia problemas que veíamos accesibles y que otros jóvenes —los de todas las épocas, supongo— tampoco han resuelto: A dónde vamos y de dónde venimos, o Qué es la tragedia, o La existencia o inexistencia de Dios.

Después, años profesionales, Facultad de Jurisprudencia, Facultad de Filosofía y Letras, El Colegio de México, teatro experimental. Nada de aulas, mucho billar, gimnasio, amor —"tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida", por supuesto—, libros y música y soledad. No la soledad de veras, que se ha vivido momentáneamente en años adultos, sino la que el hombre de veinte años fabrica dinamitando puentes a su alrededor, la que viene de la madurez del embrión, de la congestión de riquezas apenas esbozadas alma adentro. Ya sabemos que tiempo andando esas riquezas se esfumarán y en el alma quedarán sólo palabras: humo de la baca en el jeroglífico chino. Esos años, 1942 a 1946, confirman mis ineptitudes y mi vocación. Son años de gimnasia literaria. La Biblia, la Iliada y la Odisea muchas veces, Siglo de Oro español, franceses, ingleses, alemanes, americanos y mexicanos de este siglo. Proust, Joyce, Faulkner, Wassermann, Vasconcelos, Gabriel Miró, García Lorca, San Juan de la Cruz, Bach, Beethoven, Debussy son principales. Escribía —escribíamos— todas las madrugadas, caminábamos todas las noches de punta a punta el Paseo de la Reforma, hablábamos y fumábamos. Nuestra facha era casi surrealista: éramos grandes señores nocturnos llenos de rencor, sin fortuna, sin mujeres, sin vicios, sin virtudes, greñudos y presagiosos; los que ya nombré y Rubén Bonifaz y Jorge Hernández Campos. Guardo —no sé por qué no las quemo, no lo sé— cuatro cajas grandes con mi literatura de esos años.

jueves, abril 16, 2009

Puente Bohemio en Tetela de Ocampo

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Mi amiga, la siempre inquieta e indomable Mayte Bonilla, tuvo la idea de organizar unas Estancias reCreativas (especie de "retiros" literarios, donde un grupo de personas se reúnen para leer, escribir y comentar textos, además de convivir sin las presiones cotidianas y el estrés de la gran ciudad) en el Tlapalcalli, la casa estudio creada por el artista Rafael Bonilla, en Tetela de Ocampo, al norte del Estado de Puebla.

La primera Estancia reCreativa bautizada en esta ocasión como Puente Bohemio se realizará del viernes 1 de mayo al domingo 3 de mayo, con la participación de acá su tundeteclas de confianza y distinción como escritor invitado.

Esta será la primera experiencia que servirá para ajustar detalles y abrirlo a más personas, por lo que ahora sólo será un grupo pequeño.

Si les interesa y quieren saber más sobre el proyecto de las Estancias reCreativas, pueden visitar el blog de Tlapalcalli en: http://tetelazos.blogspot.com/

lunes, abril 13, 2009

Insano desvarío II: Lectura de poesía erótica

El próximo jueves 16 de abril, a las 19 horas, acá su tundeteclas de confianza estará en el ciclo de Lectura de poesía erótica "Insano desvarío II", en el Café Rocka El Foro, ubicado en Av. Pantitlán, esquina con calle Plateros, en la colonia Porfirio Díaz, en el mismísimo corazón de Nezahualcóyotl, Estado de México.

Para los que no sepan llegar les dejo aquí un enlace con el mapa.

Y el teléfono del lugar, por si se pierden: 55 22 71 75 03

Allá nos vemos.

miércoles, abril 08, 2009

Las posibilidades del odio

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Vivo a una cuadra de una estación del Metro. Se trata de una colonia pequeña, tan pequeña que sólo tiene ocho calles y dos accesos para entrar con automóvil. Además, tiene vigilancia privada. Diariamente, muchas personas estacionan sus carros en las calles aledañas a la estación del Metro; los dejan ahí durante el día y utilizan el transporte colectivo para trasladarse a sus trabajos, a la escuela o a hacer compras al centro, vaya uno a saber.

Este fenómeno ha producido otro: la aparición casi instantánea de “franeleros”, también conocidos como los “viene-viene”: desempleados que han encontrado una forma de sobrevivencia en el supuesto servicio de “cuidar” los automóviles que se estacionan en la vía pública. Además del de vigilancia, ofrecen otros servicios como los de lavado, pulido y encerado.

En la calle aledaña a mi casa, por donde paso todos los días para tomar el Metro, había tres franeleros: un hombre ya mayor, flaco, con gorra, pero muy movido. Otro moreno, bajito, que se aparecía esporádicamente, y uno más, un gordo, prieto, no tan joven, malencarado y que usaba muletas, debido a alguna malformación en las piernas, muy probablemente consecuencia de la polio. Su complexión regordeta, redonda y los brazos y las piernas delgados y cortos le daban una apariencia de batracio.

Mi padre era una persona eminentemente social. Se hacía amigo hasta de las piedras, así que no tardó en entablar plática con los franeleros cuando salía a la tienda, a la farmacia o al puesto de periódicos. Yo no soy así. Pueden pasar años antes de que la señora de la tiendita de la esquina donde compro algo todos los días sepa cómo me llamo, dónde vivo o a qué me dedico. No es una cuestión de esnobismo ni nada que se le parezca, simplemente no me gusta conocer gente nomás porque sí, ni entablar plática con nadie si no es estrictamente necesario (casi nunca lo es, por lo demás).

Pero en el caso de los franeleros tenía una razón más, sobre todo en el caso del que usaba muletas: su presencia me causaba sentimientos encontrados. Al mismo tiempo que me caía mal (nunca me hizo nada, ni siquiera cruzamos palabra), me daba algo de miedo. Me caía mal porque, evidentemente, era el más holgazán de los tres. Siempre se la pasaba sentado. Sólo se levantaba cuando algún conductor le extendía una moneda. ¿Qué servicio de “vigilancia” podía proporcionar en caso de que alguien quisiera abrir o robarse un automóvil? Con un simple empujón estaba fuera de combate.

Por otra parte, me caía mal que se la pasara mirando lascivamente a las mujeres, sobre todo a las jóvenes, cuando se acercaban a él para preguntarle alguna dirección o cualquier otra cosa. Incluso se atrevía a piropearlas. Algunas simplemente sonreían y se iban, pero otras, las menos, respondían a su insolencia. De cualquier manera, el tipo siempre festejaba sus gracejadas con los otros dos, con grandes risotadas.

Todo el día se la pasaban bebiendo (en la esquina hay una vinatería, así que no tenían que esforzarse mucho). El tipo dormía en el camellón de la calle, sobre unos cartones y se cubría con unas cobijas sucias. Un día ni siquiera alcanzó a instalar su improvisado camastro y se quedó dormido a mitad del camellón, con las muletas a un lado.

Al pasar por esa esquina siempre evitaba hacer contacto visual con él, aunque al principio percibía algo así como un esbozo de sonrisa, sobre todo cuando un día me vio que caminaba junto con mi padre, quien sí lo saludó animadamente.

Y decía que también me daba algo de miedo, por algo que le encantaba repetir a mi madre en cuanto tenía oportunidad: “Dios dijo: Cuídate de los buenos, porque a los malos yo te los señalaré”, y para que no quedara lugar a dudas, explicaba: “Por eso, hay que tener cuidado de todos los que tienen algún defecto: los cojos, los mancos, los tuertos, los enanos… hasta de los feos hay que cuidarse”. Desde luego, cuando era niño creía a pie juntillas todo lo que me decía mi mamá, pero conforme fui creciendo y me deshice de tantas paparruchas que me había inculcado, olvidé por completo ese “consejo”. Hasta ahora, que veía a este tipo todos los días, por lo menos dos veces diarias.

Pero también sentía una especie de angustia, porque me recordaba algo que leí hace muchos años y que incluso copié en una de mis libretas: “Los inválidos, los deformes nos turban espiritualmente porque son la prefiguración de una de nuestras posibilidades”. Es del Cuaderno de escritura de Salvador Elizondo.

Un día mi padre enfermó y a los pocos meses falleció. Al principio, sin darme cuenta, seguía su misma rutina: levantarme temprano, ir por el periódico y comprar un jugo. A los pocos días, primero, el vendedor de periódicos y luego el de los jugos, me preguntaron por mi padre. Simplemente, les dije: “Falleció. Cáncer”. Y salía corriendo para que no me vieran con los ojos anegados de lágrimas.

Mientras, el tipo de las muletas seguía ahí, sentado en el mismo lugar, emborrachándose, molestando a las mujeres, ocupando un lugar en el mundo que bien podría seguir ocupando mi padre. ¿Quién necesitaba en el mundo a ese tipo? Nadie, pensaba yo. En cambio, yo necesito aún a mi padre. Y murió.

“¡Carajo! ¿Por qué no mejor se murió este maldito sapo y siguió viviendo mi padre? ¿Por qué no es un poco más justo este pinche mundo de mierda?” Eso pensaba cada vez que veía al tipo de las muletas. Un rencor callado, pero muy profundo. Me daban ganas de agarrarlo a patadas ahí mismo. Incluso llegué a fantasear sobre la posibilidad de deshacerme de él; pensaba en cómo lo hubiera hecho Patrick Bateman, el de American Psycho.

Hasta que un día, el tipo simplemente desapareció. Así nomás. Pasaron los días y ni sus luces. Su lugar lo ocupó otro hombre, igual de borracho, pero sin muletas.

Entonces sentí una sorda desazón. Sé que yo no tuve nada que ver, pero el simple hecho de haber pensado y deseado su desaparición me causaba un poco de culpa. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue que ya no tenía en quién colocar mi odio por la muerte de mi padre. Y al ya no tener en dónde ponerlo ni a quién dedicárselo, el rencor contra el mundo desapareció. Se fue junto con el tipo de las muletas.

Después de todo, pensándolo bien, el que se hayan cruzado nuestras existencias no fue tan inútil.