Lo mejor y lo peor del ser humano
Las situaciones extraordinarias, como esta emergencia sanitaria por la que estamos atravesando, hacen que aflore la verdadera naturaleza de cada persona, lo mejor o lo peor del ser humano. Todo el día, a todas horas, al mismo tiempo estamos siendo testigos de muestras extraordinarias de lucidez y de estupidez, de altruismo y de egoísmo, de solidaridad y de avaricia.
Decía Joseph Conrad: “La creencia en una fuente sobrenatural del mal es innecesaria. Los hombres por sí solos son perfectamente capaces de cualquier maldad”.
He recibido decenas de correos electrónicos con explicaciones sobre las motivaciones de esta emergencia sanitaria. Casi ninguna establece sus asertos como hipótesis, sino como hechos consumados: “Así es, esta es la verdad porque lo leí en tal publicación o en tal blog, me lo dijo fulano de tal o yo lo pensé así, porque yo no me dejo engañar”.
Es lógico que esto suceda: no hay nada peor que la incertidumbre. Hay personas que requieren la seguridad de creer en algo, no importa qué: Dios, un gurú, la ciencia, Superman, una ideología, ellos mismos. Les resulta insoportable la posibilidad de que algo no pueda ser explicado o que ellos no lo puedan entender de acuerdo con su limitada comprensión del universo. Por eso recurren a explicaciones simples o intrincadas, es lo de menos; lo que importa es que satisfagan su necesidad de seguridad, que es lo que requieren para poder seguir funcionando y no caer en la angustia y la zozobra.
(Por eso también es lamentable que se vaya a eliminar el estudio de la filosofía en el bachillerato. Ahora, tampoco es que antes los chavos se la pasaran en las tertulias discutiendo sobre Platón o Nietszche. Siempre ha existido prejuicios muy acendrados sobre la filosofía entre la gente común: de que nada más es puro rollo, que a quien le interesa la filosofía está medio loco, y que no sirve para nada práctico. Esto último se revela aún más falso en momentos como éste. Si la mayoría de la población tuviera idea de que la realidad es mucho más compleja que la telenovela de las nueve o la tabla de posiciones del futbol, no estaríamos sufriendo tanto).
Pocos fenómenos del universo son sencillos de explicar, mucho menos algo tan poco frecuente para el hombre común contemporáneo, como el de esta enfermedad pandémica. No es posible reducir todo a un solo factor, sino que los elementos involucrados son muchos y complejos. Y no los vamos a entender en un solo día, posiblemente ni en años. Además, las cosas apenas están sucediendo, y hay que esperar a que sucedan para luego analizarlos.
Además de aquellos que han muerto a causa del virus, una de las primeras víctimas ha sido el sentido común. Como lo decía un amigo mío, profesor guatemalteco, es evidente que los señores del gobierno encargados de comunicar sobre el problema a la población saben muy poco de medicina, de comunicación y de política. Y aquellos encargados de hacer llegar la información, los periodistas y locutores de los medios electrónicos, saben aún menos.
Las medidas adoptadas por los gobiernos federal y local del DF revelan lo que ya era predecible: su mayor temor es que la epidemia se les salga de las manos. Por eso han apostado al aislamiento y la “distancia social” de las personas, cerrando los lugares públicos y las actividades “no esenciales”. Y su miedo tiene una razón poderosa: el sistema de salud de México es un asco. Es incapaz de dar respuesta adecuada a una emergencia de estas magnitudes.
Leo reportajes en medios extranjeros que se escandalizan porque los pacientes tienen que esperar horas en las clínicas, los traen de un lado para otro y sufren un verdadero calvario para lograr que los atienda un doctor, aunque eso tampoco sea ninguna garantía de que se vayan a curar, porque falta que el doctor le “atine” al diagnóstico. Y esto es el pan de cada día. Y ahora nos parece sorprendente que eso suceda, como si siempre hubiéramos sido suecos o suizos o donde sea que el sistema de salud funcione como debe.
Los periodistas también se preguntan: ¿por qué en Estados Unidos no se están contagiando y muriendo tantos y por qué en ningún otro país se han tomado medidas tan drásticas como en México? Para empezar, habría que saber cómo funciona el sistema médico en Estados Unidos, lo cual desconozco (aunque después de haber visto el documental Sicko de Michael Moore, me doy una idea).
Esto me lleva a otra hipótesis: que una vez que haya pasada toda la emergencia, el gobierno asuma que en su estado actual el sistema de salud es totalmente insuficiente para enfrentar emergencias de este tipo y en general para atender a la población, y decida privatizarlo, precisamente como ya lo estaba haciendo con el Seguro Popular, pero ahora sí con la total anuencia de la población.
Y como sabemos, no necesariamente la privatización de los servicios garantiza una mejora, antes al contrario: se ponen peor, porque lo que le interesa únicamente a los empresarios es el lucro y la ganancia, y no necesariamente el servicio social.
2 Comments:
Si bien hay afirmaciones poco sustentadas, bien justifican la voz de un espíritu crítico; no necesariamente son compartidas por este lector, aunque sí respetables. Una pregunta: ¿a qué te refieres con que el gobierno privatiza la medicina con el Seguro Popular? me parece un dato no real, pero antes que otra cosa, espero me expliques cómo llegas a esa conclusión...
Saludos.
Hola Ricardo:
Se trata de la cuestión de que si alguien no comprueba muy bajos ingresos, tiene que pagar una cuota para adquirir el SP. Además, en los casos en que no haya posibilidad de atención en los hospitales públicos, se recurre a proveedores privados. En rigor no está privatizado, pero en la práctica tiende hacia allá.
En mi opinión, los servicios médicos deberían ser universales: seas trabajador o no, pobre o rico, por el simple hecho de ser mexicano, y deberían estar garantizados con el pago de impuestos, como sucede en otros países.
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