lunes, abril 27, 2009

Lecciones que podría dejarnos la influenza porcina (si salimos de ésta)

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Amén de seguir viendo cómo evoluciona el manejo de la emergencia sanitaria por la epidemia de influenza porcina, es interesante analizar otros aspectos de este fenómeno inédito en nuestra sociedad.

Los medios están tratando de ponerse a la altura de las circunstancias: Las autoridades no han informado acerca de los nombres ni ubicaciones de las personas fallecidas y tampoco sobre las medidas que se han tomado para atender a sus familias y círculos cercanos (que podrían estar infectadas del virus).

Sin embargo, tampoco los medios de comunicación nacionales han hecho mucho para ir a las fuentes primarias. La gran mayoría se han quedado con las declaraciones oficiales. De la tele mexicana, sólo los de Cadena Tres (Canal 28) han entrevistado a familiares de presuntos pacientes y víctimas. Han sido medios extranjeros, como el Washington Post y la BBC los que han informado sobre testimonios de enfermos y doctores en los hospitales. Televisa y TV Azteca casi ni entrevistan a personas, o muy esporádicamente. Canal 11 y Cadena Tres armaron paneles de especialistas para responder preguntas del público.

La población está aprendiendo rápidamente sobre cuestiones de salud: Algo ha llamado la atención desde el primer momento: la pobre cultura acerca de la salud que tiene la población. Es increíble lo poco que saben las personas acerca de la forma en que funcionan sus propios cuerpos, los efectos de las enfermedades y la función de las medicinas. Tienen muy poca idea de cómo se transmiten las enfermedades, en qué consiste una vacuna o cómo pueden protegerse y prevenir el contagio.

Hay enfermedades fulminantes, pero otras tienen efectos que se van acumulando con el tiempo, silenciosas, que sólo se manifiestan cuando ya hay muy poco qué hacer, como el cáncer o la diabetes.

O como esta gripe porcina, que es un virus nuevo, para el que aún no hay vacuna y hay que esperar a que haya. La gente ha de creer que las vacunas son como hacer Kool Aid, que se toma un sobrecito y se llenan tambos y ya está la vacuna. No. Es necesario cultivar cepas del virus, hacer pruebas, ver los efectos, no es así como así. Y eso lleva meses o años.

Tampoco saben cómo funcionan las vacunas, pero piden que se las apliquen y creen que con eso ya son invencibles para todo. Las vacunas son como fotografías de las enfermedades que sirven al sistema inmunológico para identificarlas y eliminarlas si se llegan a presentar. Pero el sistema inmunológico poco puede hacer si el cuerpo del enfermo no tiene las defensas adecuadas a partir de una buena alimentación. El sistema inmunológico es el ejército del cuerpo, pero si ese ejército no tiene el parque adecuado, poco va a poder hacer cuando se presente la enfermedad invasora.

Sin embargo, poco a poco las personas están aprendiendo lo básico, a fuerza de repetírselos.

El primer antídoto para cualquier epidemia es el conocimiento: La desinformación y la estupidez son buenos aliados de los virus y microbios. Empezando por aquellos que se creen muy listillos, sabelostodo, que antes de enterarse ya están dictando veredictos inapelables: “Todo es una mamada, un invento del gobierno, a mí no me va a pasar nada, yo soy bien chingón”. Y salen a la calle sin cubrebocas y sin tomar ninguna medida de precaución. Eso sí: cuando se enferman son los primeros en chilar como mariquitas sin calzones y exigir que los atiendan y reclamar por los malos servicios de salud del gobierno.

Recuerdo hace más de 25 años, cuando se empezó a hablar del SIDA. Se decía que sólo le daba a los homosexuales. Si tú no lo eras, no tenías bronca, se pensaba. Pero empezaron a morirse personas heterosexuales, tipos bien machines y amas de casa. ¿Qué pasó? Pues que no era sólo enfermedad de gays. Aunque todavía hay gente que piensa que a ellos no les va a dar y se resisten a usar condón en relaciones casuales, sobre todo los jóvenes. Resultado: los niveles de contagio se habían estabilizado y ya están empezando a crecer otra vez.

También uno se pregunta por qué llegaron tan mal al hospital las personas que ya fallecieron por culpa de la influenza porcina. Las razones pueden ser muchas, desde malos diagnósticos hasta mala atención de médicos, pero creo que también debe haber una razón no tan imputable a los demás sino a las personas afectadas: la propia negligencia.

No sólo por falta de dinero sino también por falta de cultura de salud, muchas personas tienden a desestimar sus propios síntomas. Si a alguien le duele la cabeza y empieza a moquear, la madre dice: “Ha de ser un catarrito. Con una aspirina y un tecito se te quita”. O peor: “Con esta pastillita que me recetaron hace mucho se me quitó, tómatela”. O van a la farmacia o al dispensario médico de la iglesia a preguntarle al encargado qué se toma.

Si la cosa se pone peor y el enfermo empeora: “Nada, no tienes nada, lo que pasa es que no quieres a la escuela (o a trabajar). Levántate, no seas huevón, nadie deja de ir por una gripita”.

O si es madre o padre trabajador y abnegado, criado en la cultura del esfuerzo, piensa: “No, no puedo dejar de ir a chambear, porque me descuentan el día, o no saco lo del chivo. Aunque me duele la cabeza (o cualquier síntoma, por más doloroso que sea), me tomo esta pastilla y se me quita”.

Pero resulta que la cosa no se quita sino que se pone peor, y cuando eso sucede ya es muy tarde para revertir los efectos de la enfermedad, que se ha complicado aún más.

Gran parte de la imaginería colectiva sobre este tipo de fenómenos proviene de las películas y la televisión (esas grandes alfabetizadoras). Muchos, en cuanto escucharon las palabras “epidemia”, “pandemia”, “emergencia sanitaria”, pensaron seguramente en personal llegando en camiones con trajes amarillos sellados y mascarillas para levantar los cadáveres o llevarse a los “infectados”. O ya se imaginaban a zombies caminando por las calles buscando comerse los cerebros de los sobrevivientes.

La ficción televisiva y cinematográfica también ha difundido la idea de que todo es posible y de que todo ya existe y basta con desearlo y ordenarlo para que aparezca. Pero lamento informarles, a los que no se hayan dado cuenta: no todo lo que aparece en las pantallas de cine o televisión es real o posible. Es como pensar: ¿por qué no le llamaron a John McClane (Bruce Willis en Duro de matar) para que se echara a los terroristas el 11 de septiembre? O que traigan a MacGyver, para que con un alambrito y su navaja arregle una central nuclear.

Lamentablemente la vida real es mucho menos espectacular que las películas y las series de televisión. Y un poquito más lenta y aburrida.

El doctor House no aguantaría ni una mañana en una clínica de medicina familiar del IMSS o del ISSSTE.

Bueno, son cosas que se me ocurren, nomás.

2 Comments:

Blogger ira said...

Yo sabía que iba a encontrar sentido común acá.
Lo que más me caga en estos días son los listillos: ash, qué güeva, ash no chinguen, qué histéricos.

Me gustaría decirles: mira, tienes que cuidarte, NO porque nos importe un carajo que tú te mueras, sino pa que no andes contagiando, pendejo!

Abrazo mi querido Memo.

7:49 p.m.  
Blogger edegortari said...

Muchas felicidades: son cosas que se te ocurren y son mucho mejores y mejor planteadas que muchos columnistas que piensan que esto es una treta del gobierno, por ejemplo. Se agradece la inteligencia Saludos.

4:50 a.m.  

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