Hace ya más de un mes que no posteo nada y he recibido airados reclamos (nomás dos) de los asiduos lectores de este remedo de blog. Les pediría disculpas, pero tampoco suelo caer tan bajo, jaja. Nomás les agradezco que se den sus vueltas por acá a ver qué hay de nuevo.
Sólo tengo que decirles que he andado con mucha chamba, enfrascado y sumergido hasta el cuello en un proyecto que ha absorbido mi atención todos estos días. Tiene que ver con preparar a maestros para darles clases de creación literaria a niños de primaria.
Es un megaproyecto y un equipo de colegas de la Escuela de Escritores de SOGEM andamos metidos en la preparación de los programas, la impartición de clases y la organización (más bien desorganización) junto con las autoridades correspondientes. Después de un inicio azaroso y harto desgastante, parece que el proyecto por fin va agarrando su propio paso. Ya luego les contaré con más calmita.
Afortunadamente, el fin de este año y el inicio del siguiente (con todo y que se pronostica una cuesta de enero que más bien parece acantilado) pinta bien, por lo menos desde el punto de vista financiero y de trabajo para este humilde y ocupado tundeteclas: desde que renuncié a mi vida como
exitoso- ejecutivo-de-una-empresa-de-telecomunicaciones y me lancé a la incierta y
freelance-trópica (el adjetivo es de Armando Vega-Gil, alias el Botello-Palomazo) vida de escritor
full-time, no había recibido aguinaldo ni prestaciones, hasta que, por fin, este año me dieron la plaza en la oficina donde había estado cobrando por honorarios desde hacía más de cuatro años. Es decir, hasta para guardar algo me va a alcanzar.
Yo, que desde hace casi ocho años había vivido tronándome los dedos cada fin de menos porque no salían a tiempo los dichosos cheques de las colaboraciones que tenía que cobrar aquí y allá (snif, suena música de violines y el tundeteclas pone cara de "con ésta sí me dan el Oscar, o de a perdis el Ariel").
También se están cocinando otros proyectos: una nueva revista que no sé a qué horas voy a aterrizar, más cursos y talleres, y más chambitas por fuera que me siguen cayendo, gracias a Diosito que me quiere tanto y a mis cuates que no me olvidan.
Y, por si fuera poco, tengo que traerme la mitad de la biblioteca que todavía tengo en lo que era la casa de mis papás y no sé donde voy a poner tanto pinche libro (bueno, no son pinches, pero de todos modos no sé donde los voy a poner).
Y siguen más fiestas, brindis, taquizas, intercambios de regalos, ¡y todavía no llegan las posadas!
Lo único que faltaría para completar el cuadro es que se apareciera o cayera por fin la "adecuada". Digo, unas cuantas candidatas ya pasaron a la segunda fase, pero, ay, cómo se hacen del rogar algunas para dar su brazo a torcer.
Deberían aprender de la abuelita de Facundo Cabral ("Fecundo Cabrón", le decía El Loco Valdez), que argumentaba, con una lógica diáfana e impecable: "Dios es amor, y decirle que no a una proposición de amor es decirle que no a Dios. Y como yo soy muy creyente y respetuosa del Señor, acepto todas las proposiciones que Él me manda".
El amor es un bien no renovable. No lo desperdicien (¡Órale! A ver si no me fusila la frase algún publicista. ¿O ya lo había dicho alguien?).
Bueno, pues es todo. Les prometo que la próxima semana me emparejo.
Se cuidan. Si beben, no manejen. Pero aún mejor: si beben, no le marquen por el celular a deshoras. Siempre resulta contraproducente, yo sé lo que les digo.