martes, junio 28, 2011

El regreso del gatillo más rápido

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El regreso del gatillo más rápido
(Prólogo a Rocanrol suicida, de Rogelio Flores,
Editorial VersodestierrO, 2011)

por Guillermo Vega Zaragoza

Algunos escogimos ser escritores porque no pudimos ser estrellas de rock. Por eso siempre he pensado que, al igual de los discos de rock, los escritores sufrimos el síndrome del segundo disco (y del tercero y del cuarto, en fin…). En el primer disco-libro, el rocanrolero-escritor pone toda su mejor carne en el asador. No podría ser de otra forma: se ha pasado años afinando sus historias en talleres y tertulias con amigos, ha hecho decenas de versiones, con esos textos ha afinado su estilo, una voz propia. Si esa voz es única, el primer libro destaca inevitablemente y deja al público pidiendo por más. Entonces viene la exigencia del segundo libro. Como algunos roqueros, también algunos escritores lo arman con los resabios, las sobras de lo que quedó del primero. Si tienen suerte, la obra puede pegar, igualar el éxito de su incursión inicial entre el público. Pero la mayoría de las veces, la jugada no resulta como se esperaba.

Pocos son, entonces, los escritores que se proponen plantear algo diferente una vez que se han presentado ante los lectores. En este, su segundo libro de cuentos, Rogelio Flores hace una apuesta diferente a la de su afortunado debut con Adiós Princesa (2005). En aquel primer volumen, Rogelio decidió probar la madera con la que estaba hecha su vocación narradora. Como un nuevo pistolero desconocido recién llegado a la comarca, retó a duelo a los más guapos del pueblo, desenfundó siempre más rápido y los dejó a todos y cada uno tendidos con la cara al sol. Disparos rápidos, certeros, mortíferos, cada uno de los cuentos de su cartuchera estaban destinados a causar estragos en el lector. Matar o morir, era la premisa. Armado de personajes en situaciones límite, al borde de la locura, del desamor, de la ley, de la vida y la esperanza, Rogelio Flores se distinguió de inmediato con una prosa precisa, afilada, como la navaja de un pendenciero que busca camorra.

Adiós Princesa, sin embargo, cumplió su ciclo. Había que buscar nuevos derroteros, otras cuentas que saldar. Nuestro escritor decidió emprender otro viaje, ahora más íntimo, hacia el alma, hacia el interior de los personajes, no tanto para redimirlos o enfrentarlos ante su destino trágico, sino para tratar de entenderlos, de que el lector comprenda sus cuitas, sus conflictos, sus tragedias. No es que nuestro autor se haya ablandado o haya colgado los bártulos. Nada de eso. Al contrario. Ha regresado, pero más sabio, con mayor poder en sus dedos, en su palabra, en su estilo, en su concepción del cuento y de la literatura. Pero, al mismo tiempo, Rocanrol suicida apuesta por el juego, por el placer, por la eterna búsqueda del amor y el encuentro fortuito del desamor, lo agridulce de la existencia, a través de personajes que se enfrentan a sus conflictos, sus problemas, grandes o pequeños, sencillos o complejos, desde la fatalidad de lo inevitable.

El cuento, ya se sabe, debe registrar el momento en que los personajes se enfrentan a una transformación fundamental en sus vidas. Una vez asimiladas las enseñanzas de sus queridos y admirados maestros —Hemingway, Fitzgerald, Bukowski, Carver—, Rogelio Flores nos muestra, con precisión entomológica, esos instantes en las historias de sus protagonistas, que si uno no supiera que están hechos sólo de palabras, podría asegurar que se los ha encontrado en cualquier esquina, en un vagón del metro, en un bar o en la cola para tirar la basura en las mañanas. Así de sólida y entrañable es la ilusión de realidad que logra Rogelio Flores en unas cuantas páginas, lo que lo confirma como el solvente narrador que es.

Ahora el reto se duplica, la apuesta se dobla. Menudo handicap que tiene Rogelio Flores para su tercer libro. Pero no adelantemos vísperas. En tanto, el lector puede gozar esta colección de historias como se disfruta un disco de buen rock, macizo y preciso, como si fuera un rocanrol suicida.