viernes, abril 08, 2011

El Credo de J.G. Balllard

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CREDO

por J.G. Ballard


Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para liberar
la verdad que llevamos adentro, para sujetar la noche, para trascender
la muerte, para hechizar las autopistas, para congraciarnos con los
pájaros, para asegurarnos las confidencias de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en
la paz del bosque sumergido, en las excitaciones de la playa de
vacaciones desierta, en la elegancia de los cementerios de
automóviles, en el misterio de los edificios para estacionamiento de
coches, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en las olvidadas pistas de aterrizaje de Wake Island que apuntan
hacia los Pacíficos de nuestras imaginaciones.

Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de las
ventanas de su nariz y en el brillo de su labio inferior- en la
melancolía de los conscriptos argentinos heridos@ en las ‘obsesionadas
sonrisas del personal de las gasolineras- en mi sueño de Margaret
Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel
olvidado ante la mirada de un tuberculoso empleado de una gasolinera.

Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus
imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en la unión de sus cuerpos
desencantados con los encantados rieles cromados de los mostradores de
los supermercados; en su cálida tolerancia de mis propias
perversiones.

Creo en la muerte del futuro, en el agotamiento del tiempo, en nuestra
búsqueda de un tiempo nuevo dentro de las sonrisas de las camareras de
las autopistas y de los ojos cansados de los controladores del tráfico
aéreo en aeropuertos fuera de estación.

Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y mujeres, en las
posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la princesa
Di, en los dulces olores que emanan de sus labios mientras miran las
cámaras del mundo entero.

Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido
común de las piedras, en la demencia de las flores, en la enfermedad
reservada para la raza humana por los astronautas de la ‘misión Apolo.

Creo en nada.

Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer,
Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las
Torres de Watts, Bocklin, Francis Bacon, y todos los artistas
invisibles encerrados en las instituciones psiquiátricas del planeta.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las
montañas, en el disparate del electromagnetismo, en la farsa de la
geometría, en la crueldad de la aritmética, en la intención asesina de
la lógica.

Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por la postura de
sus propias piernas, en la pureza de sus cuerpos desaliñados, en los
rastros de partes pudendas que dejan en los baños de hoteles
miserables.

Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo
que ha volado alguna vez, en la piedra arrojada por un niño pequeño,
que lleva la sabiduría de los estadistas y de las parteras.

Creo en la dulzura del bisturí del cirujano, en la ¡limitada geometría
de la pantalla del cine, en el universo oculto dentro de los
supermercados, en la soledad del sol, en la locuacidad de los
planetas, en nuestra repetitividad, en la inexistencia del universo y
en el aburrimiento del átomo.

Creo en la luz que emiten los grabadores de video en las vidrieras de
las tiendas, en las mesiánicas agudezas de las rejillas de los
radiadores de los automóviles de exhibición, en la elegancia de las
manchas de aceite en las barquillas de los motores de los 747
estacionados en las pistas asfaltadas de los aeropuertos.

Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las
infinitas posibilidades del presente.

Creo en el trastorno de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs,
Huysmans, Genet, Céline, Swift, Defoc, Carroll, Coleridge, Kafka.

Creo en los proyectistas de las Pirámides, el Empire State Building,
el Führerbunker de Berlín, las pistas de aterrizaje de Wake Island.

Creo en los olores corporales de la princesa Di.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en las jaquecas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los
calendarios, la traición de los relojes.

Creo en la angustia, la psicosis y la desesperación.

Creo en las perversiones, en nuestro enamoramiento de árboles,
princesas, primeras ministros, gasolineras abandonadas (más bellas que
el Taj Mahal), nubes y pájaros.

Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.

Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.

Creo en el alcoholismo, en las enfermedades venéreas, en la fiebre y en
el agotamiento.

Creo en el dolor.

Creo en la desesperación.

Creo en todos los niños.

Creo en los mapas, los diagramas, los códigos, los juegos de. ajedrez,
los rompecabezas, los horarios de vuelos, los letreros indicadores de
los aeropuertos.

Creo en todos los pretextos.

Creo en todas las razones.

Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todas las rabias.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la bondad de los
árboles, en la sabiduría de la luz.


(Rolado en Facebook por los KFGC quienes a su vez lo tomaron de http://blogs.alfaguara.com/fernandezmallo/ que a su vez lo tomó de Milagros de vida (Mondadori, 2008), del mismo Ballard)