¿Publicaste hoy?
por Rachel Toor
Mi amigo Jeff es profesor adjunto de Economía. Todos los días cuando llega de trabajar, su novia, Mo, le hace la misma pregunta: “¿Publicaste hoy?”
Es una broma. O algo así. Mo entiende que cuando llegue el momento de ocupar el puesto de profesor, Jeff será evaluado en su cátedra, su servicio y sus publicaciones. Es fácil imaginárselo trabajando en sus clases (sepultado bajo pilas de trabajos y exámenes, intercambiando cientos de correos electrónicos con estudiantes, programando horas de juntas en su oficina) y de servicios (interminables cenas elegantes durante los trabajos de investigación, juntas en la mañana, juntas en la tarde, juntas a toda hora).
¿Pero qué hace con la parte de las publicaciones?
La gente alejada de la academia puede escupir la gastada, aunque concisa frase: “Publica o perece”. Pero explicar el proceso que lleva a la publicación a Juan de las Pitas, o a una compañera comprensiva y compasiva que se llama Mo, no es fácil.
Antes de caer en el lado facultativo de la academia, pasé años en el negocio de las publicaciones editando los resultados de las investigaciones de la gente. Pero incluso entonces a veces estaba ciega a lo que realmente se necesitaba para hacer el trabajo que se requería para enviar algo a alguien como yo en el negocio editorial. Ese era un campo en particular del que sabía muy poco, como de casi todas las ciencias.
Cuando mi amigo Mike era un estudiante de física que trataba desesperadamente de terminar su tesis, podría haberle preguntado qué había logrado. Él podría haberme dicho muchas veces que se había pasado todo el día escribiendo el código que le permitiera analizar sus datos. O que había pasado 15 horas tratando de encontrar un error en el código que había escrito. Con frecuencia, a final de cuentas, no había escrito nada, no tenía ningún análisis y, para mí, no tenía nada visible que demostrara todas esas horas de trabajo.
Jeff, el economista, se pasaba mucho tiempo manipulando datos, diciéndole a su computadora que buscara ciertas variables, y luego otras. “Puedes ir detrás de muchas pistas falsas de esa manera”, dice. Puedes pasarte todo el día frente a la pantalla (o dos) y no tener nada que decir acerca de lo que has visto. Tan sólo te vas acercando poco a poco, tratando de alcanzar una idea que arraigue, tratando de encontrar la perla en un océano lleno de almejas.
He pasado muchos de mis días más felices sentada en un archivo escudriñando en cajas de cartas escritas hace 100 años. He buscado desgarrados y amarillentos recortes de periódicos sobre el clima y anuncios colocados en las vías férreas en la época en que se establecieron algunas reservaciones indias.
He manoseado (con cuidado, lo juro) notas de agradecimiento e invitaciones y anuncios de nacimiento; he estudiado tarjetas de reportes y diarios, he examinado concienzudamente paquetes de fotos. Por cada 20 horas en los archivos, era capaz de escribir, quizá, un par de párrafos. He viajado millas para ver cómo luce ahora el lugar, casi un siglo después del periodo sobre el que estaba escribiendo.
Es trabajo, pero sospecho que alguien que me viera pensaría que solamente estaba fisgoneando o pasando el rato. El hecho es que gran parte del tiempo en que los académicos trabajan parece desde fuera más como si estuvieran relajándose. Muchos de nosotros no posamos como la escultura de Rodin cuando estamos pensando.
¿Cómo se ve hacer trabajo intelectual? ¿Cómo se ve tener un momento de inspiración? ¿Formular una teoría? ¿Resolver un problema filosófico? ¿Qué se requiere para llegar al punto en que estás listo para sentarte a escribir algo, listo para presentar algo al mundo?
La experiencia me dice que algunas veces parece como si estuvieras jugando Solitario. O torciéndote el cabello, hablando contigo mismo, o sentándote inmóvil mirando el espacio.
Mi amigo Andrew, psiquiatra, es un experto en fisiología del sueño. Ha tenido un montón de ideas que han dado como resultado un fajo de publicaciones académicas. Piensa que el sueño es el resultado de condicionamiento, ritual y circunstancia. No puedes forzarte a ti mismo a dormir. Lo que puedes hacer, dice, es poner las condiciones y rituales que permitirán que suceda. Dejas salir al perro (o pones a la rata en su jaula). Te pones tu pijama acostumbrada. Te cepillas los dientes. Te metes a la cama. Y entonces, una vez que te has proporcionado el ambiente adecuado, finalmente, te quedas dormido.
Este proceso, piensa Andrew, es parecido a lo que hacen los académicos cuando tratan de resolver un problema intelectual. Nos arrastramos a nuestras oficinas y nos plantamos ante la computadora. O nos escabullimos en la biblioteca y nos hundimos en una silla cómoda. O damos la vuelta a la manzana 43 veces.
Recurrimos a los gestos que nos llevaron, en el pasado, al éxito cerebral. No podemos forzarnos a dar un gran paso intelectual como no podemos forzarnos a dormir. Todo lo que podemos hacer es preparar el ambiente y ejecutar los rituales asociados con el acto de pensar.
Una vez le pregunté a Seymour Benzer (el famoso genetista del Instituto Tecnológico de California, que resultó ser mi tío abuelo) si algo lo había sorprendido en su larga carrera. Lo pensó un momento y dijo que fue cuando tuvo un momento de “eureka”.
Hace muchos años el tío Seymour estaba acostado en su cama junto a la tía Dottie, pensando acerca del hecho de que cuando él desplegaba una especie particular de bacteria en una caja de Petri, no había ninguna placa de fagocitos. Mientras la tía Dootie roncaba, el tío Seymour se dio cuenta de que con la suficiente resolución de recombinación genética, sería capaz de hacer el mapa de la fina estructura interna del gen.
Esto, dice, lo mantuvo ocupado durante años. Hasta que murió recientemente, a los 86 años, mi tío abuelo fue a su laboratorio todos los días y trabajó hasta tarde en la noche; el último correo electrónico que recibí de él, un mes antes de su muerte, tenía la hora de 12:27 a.m. Si la tía Dottie se hubiera levantado, habría visto un hombre acostado en la cama, no a alguien que, en ese instante, había avanzado muchísimo hacia la creación del campo de la biología molecular y estableció los fundamentos de la neurociencia moderna.
No es siempre fácil seguir el paso de la evolución de nuestros pensamientos ni ser capaces de señalar un momento específico de eureka. (Quizá esto es algo bueno. Se supone que Arquímedes salió de su tina –luego de que se dio cuenta de que el volumen de un objeto se puede calcular si se sumerge en el agua‑ y corrió desnudo por toda Siracusa proclamando su descubrimiento. Prefiero pensar que el tío Seymour yacía recatadamente en su cama en lugar de salir encuerado por las calles de Pasadena).
Cuando empecé a competir en carreras, cada vez que le decía a mi hermano que había corrido una, me hacía la misma pregunta: “¿Ganaste?”. Eso disminuía cualquier logro que pudiera haber sentido –una mejora personal, sentirme mejor todo el tiempo, tener un gran día. Quizá el hecho de que él pensara que yo era lo suficientemente rápida como para ganar el maratón de Boston significaba me quería y creía en mí. Pero también significaba que los meses de trabajo duro que pasé entrenando se habían hecho invisibles por la forma en que formulaba la pregunta.
Esta columna, estoy segura que se dieron cuenta, queridos colegas académicos, no es para ustedes. No necesitan decirme que cuando están trabajando al resto del mundo a veces le parece como si se estuvieran haciendo rizos frente a la chimenea acariciando al gato. Esta columna es para sus esposos, esposas, compañeros, padres, familiares, amigos o desconocidos que hacen preguntas como “¿Cuándo te vas a titular? Ya pasaron cinco años”. O “¿Por qué no ha salido ese libro todavía? Llevas trabajando en él toda la vida”. Es para la gente que cree que los académicos se la pasan veraneando, para los que arguyen que tenemos trabajos cómodos porque sólo damos unas pocas clases a la semana por un par de horas, y para aquellos que piensan que leer libros no es trabajo. Esta columna es para aquellos que piensan que lograr que te publiquen es tan fácil como ganar el maratón de Boston.
Tomado de Chronicle Careers.
(Traducción: GVZ)
1 Comments:
Clap, clap, clap. Qué buen enlace publicaste hoy.
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