martes, enero 23, 2007

Roald Dahl

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En sus extraordinarios relatos de infancia que llevan el título de Boy, Roald Dahl nos cuenta las peripecias de su vida hasta los 20 años, en el seno de una familia singular en una época singular. A los lectores actuales nos podrían parecer hasta increíbles muchas de las cosas que les sucedían a un chico de principios del siglo XX en Inglaterra. En algunos casos, son verdaderas historias de terror, como las frecuentes golpizas a varazos que les propinaban los maestros a los alumnos o la vez que el auto familiar chocó con un árbol y Roald se rebanó literalmente la nariz con el vidrio del parabrisas y se la volvieron a pegar.

Y entre todo eso está la felicidad de un niño que tuvo una madre que lo crió y lo amó y una familia numerosa y muy unida. Lamentablemente, el padre de Dahl, un próspero comerciante (que por cierto estaba manco), murió de pulmonía cuando el niño tenía siete años. Aún así, conservó recuerdos imborrables de él y nos revela algo sorprendente:

"Mi padre sustentaba una curiosa teoría en cuanto al modo de desarrollar el sentido de la belleza en las mentes de sus hijos. Cada vez que mi madre se quedaba embarazada, esperaba hasta los tres últimos meses de embarazo y entonces le anunciaba que debían comenzar los 'paseos esplendorosos'. Estos paseos esplendorosos consistían en llevarla a sitios de gran belleza de paisaje y pasear con ella por espacio de más o menos una hora cada día a fin de que absorbiese el esplendor del entorno. Su teoría era que si los ojos de una mujer encinta observaban constantemente la hermosura de la naturaleza, esta hermosura se transmitiría de alguna manera a la mente del hijo por nacer, y éste sería luego un amante de las cosas bellas. Tal fue el tratamiento que todos sus hijos recibieron antes de venir al mundo".

Me preguntó yo si esto explicará el atroz sentido de la belleza que padecen muchos compatriotas, sobre todo capitalinos, quienes desde el vientre materno se han visto expuestos a la dizque música grupera de los peseros y comercios ambulantes, a la espeluznante estética de las revistas de espectáculos, y al nulo sentido de la lógica de las telenovelas que miran absortas sus madres, amén de la contaminación visual y auditiva a la que todos estamos expuestos. ¿Será?

Los libros de Dahl son altamente recomendables, no sólo los dedicados al público infantil y juvenil, ampliamente conocidos y difundidos, sino también sus relatos para adultos, como los incluidos en Historias extraordinarias. Verdaderas cátedras sobre el arte de escribir cuentos de las que todos los que nos dedicamos a este oficio deberíamos aprender, sobre todo la economía de recursos pra lograr la máxima efectividad narrativa.

Sobre su trabajo como escritor, al final de Boy, reflexiona Dahl:

"La vida de un escritor es un verdadero infierno comparada con la de un empleado. El escritor tiene que obligarse a trabajar. Ha de establecer sus propios horarios y si no acude a sentarse a su mesa de trabajo no hay nadie que le amoneste. Si es autor de obras de ficción, vive en un mundo de temores. Cada nuevo día exige ideas nuevas, y jamás puede estar seguro de que se le vayan a ocurrir. Dos horas de trabajo dejan al autor de ficción absolutamente exhausto. Durante esas dos horas ha estado a leguas de distancia, ha sido otra persona, en un lugar distinto, con gente totalmente distinta, y el esfuerzo de volver al entorno habitual es muy grande. Es casi una conmoción. El escritor sale de su cuarto de trabajo como aturdido. Le apetece un trago. Lo necesita. Es un hecho que casi todos los autores de ficción beben más whisky del que les conviene para su salud. Lo hacen para darse fe, esperanza y ánimo. Es un insensato el que se empeña en ser escritor. Su única compensación es la libertad absoluta. No tiene quien le mande, salvo su propio espíritu, y eso, estoy seguro, es lo que le tienta."

Aquí hay una buena introducción a su vida y obra en la revista Imaginaria.

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