Un cuentito
Al salir del departamento, tropezó en la escalera con un hombre que se desangraba por culpa de una cuchillada en el estómago. Se acordó que había olvidado los cigarrillos, pero ya no quiso regresar por ellos.
Llegó al trabajo y mientras subía en el elevador empezó un temblor. Quedó atrapado junto con tres mujeres. Una de ellas tenía tal convicción de que iba a morir sin haber amado que se arrodilló ante él, le abrió la bragueta y entonó un canto gregoriano utilizando su enjuto miembro como micrófono. Las otras dos mujeres la imitaron para luego besarse y acariciarse entre ellas. Después de cinco horas, el elevador volvió a funcionar. Llegó a su oficina, firmó unos documentos pendientes, respondió unos cuantos mensajes de correo electrónico y decidió ir a comer.
En la calle, tres granaderos macaneaban a una indígena que vendía naranjas. Dio un rodeo porque no quería pisar la sangre y se encontró con que su restaurante favorito estaba cerrado por violar el código de sanidad.
Se metió a un restaurante de comida rápida. Un comando de leprosos armados con metralletas perpetraba un asalto en ese momento, así que tuvo que esperar casi 20 minutos a que le tomaran la orden. Pidió una hamburguesa doble con queso (sin cebolla), unas papas fritas y una malteada de chocolate. Pagó 235 pesos. Un pinche robo.
Decidió no regresar a trabajar. En el camino encontró una sex shop en la que nunca había reparado antes. La dependienta, una rubia con enormes implantes de senos, se estaba abriendo el vientre con una espada samurai, así que juzgó inconveniente (y hasta grosero) interrumpirla para preguntarle por una película cuyo título no recordaba, pero donde una banda de putas guerrilleras tomaba por asalto un asilo de ancianos veteranos de guerra y los masacraban a punta de orgasmos e infartos al miocardio. Deambuló por los pasillos de la tienda y se llevó una película soft porno que aún no había visto y unas braguitas comestibles sabor cereza.
Llegó a casa, se quitó el saco y lo colgó con cuidado en el gancho detrás de la puerta. Se sentó en el sillón de la sala, donde yacía el cuerpo inerte de su padre. Lo hizo a un lado y sintió una molestia en la entrepierna. Se palpó y encontró un forúnculo de tamaño considerable. Lo exprimió y se limpió la mano en el papel tapiz.
Fue a la cocina y abrió el refrigerador. Sacó una botella de leche y la vació dentro de la caja de su cereal favorito, que siempre traía un juguete sorpresa. Se sentó en el sillón para ver las noticias. Encendió la televisión. El noticiero de la noche informaba que había estallado la última guerra mundial y que la nube radioactiva llegaría a la ciudad en unas cuantas horas.
Alguien tocó la puerta con insistencia. Decidió no abrir. Que la tiraran si así les apetecía. El juguete sorpresa no apareció por ninguna parte.
1 Comments:
pinche juguete sorpresa
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