Munich
El problema con las películas que abordan temas polémicos (generalmente políticos o religiosos) es que provocan que se pierda de vista lo más importante, lo estrictamente cinematográfico y que tiene que ver, principalmente, conque si la historia esta bien contada y filmada, más allá de si se está o no de acuerdo con la posición política, ética o religiosa que se plantea en la película.
Es el caso de Munich, la más reciente película de Steven Spielberg, la cual ha levantado polémica y no ha dejado contentos ni a tirios ni a troyanos, precisamente porque ninguno de los dos bandos quedan muy bien parados que digamos. Es decir, Spielberg ha tratado de ser equilibrado (que es muy diferente a ser objetivo, y que en este caso sería muy difícil, sobre todo porque se trata de un asunto sumamente controvertido y él, además, pertenece a uno de los bandos, o por lo menos, es de esa raza).
La historia se conoce muy bien: en plenos Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, un comando terrorista palestino, conocido como Septiembre Negro, secuestra y asesina a un grupo de deportistas israelíes. La película narra, basada supuestamente en hechos reales, la venganza fraguada por el gobierno de Israel para eliminar a los principales autores intelectuales del atentado. Le encarga la tarea a un comando encubierto del Mossad (el servicio secreto israelí), el cual poco a poco va eliminando a los palestinos. Sin embargo, algunos miembros del grupo, empezando por su líder, identificado en la película como Avner e interpretado por un muy solvente Eric Bana, entran en crisis de conciencia, pues ya no están tan seguros de estar haciendo justicia sino que sienten que están convirtiendo precisamente en eso que están combatiendo, es decir, en unos pinches terroristas desalmados.
El guión está basado en una novela escrita por un supuesto agente del Mossad que formó parte del mencionado comando encubierto. Sin embargo, se ha revelado que el tal George Jonas apenas era velador o portero de algún edificio del gobierno israelí y todo se lo inventó. Spielberg no se tomó la molestia de investigar más ni entrevistar a sobrevivientes de ambos bandos involucrados tanto en el atentado como en el operativo de venganza. Y creo intuir el por qué: a Spielberg lo que le interesaba no era tanto la fidelidad histórica sino plantear un dilema ético y humano: ¿quién tiene la razón en un caso como éste?, ¿quién puede arrogarse el monopolio de la aplicación de la justicia?, ¿quién decide lo que está mal y lo que está bien?
Desde luego, los judíos siempre han sostenido que ellos nada más se defienden y los palestinos siempre han alegado que cualquier método es válido para obligar a los isralíes a que salgan de Palestina. Como yo no tengo vela en el entierro del conflicto del Medio Oriente, pues no soy ni judío ni palestino, nada más me queda el ejercicio del sentido común. Los judíos vivieron en esa región (Palestina) durante muchos años, pero un día decidieron irse. Como era de esperarse, otros pueblos, entre ellos el palestino se establecieron ahí. Un buen día, después de padecer las atrocidades del nazismo y el holocausto, los judíos del mundo decidieron reunirse de nuevo y tener un país propio dónde vivir, y se les ocurrió que sería bueno regresar a la tierra de dónde salieron siglos atrás. Pero ya estaba ocupada. A la ONU le valieron gorro los derechos de los palestinos y le dio la razón a Israel para volverse a establecer en esa tierra que ellos reclamaron como propia. Y de ahí pa’l real.
En mi opinión, se debió haber aplicado el viejo adagio ése que reza: “El que se fue a La Villa perdió su silla”. Pero ya sabemos que, como dijo Quevedo, Gran Caballero es don Dinero y eso no fue problema para los judíos. El conflicto en Medio Oriente se ha complicado tanto que la posibilidad de llegar a un arreglo se vuelve cada vez más difícil, pues el encono y el odio cada vez se profundiza más.
Ojo: no quiero que se piense que soy antisemita. Reconozco muchas cosas positivas del pueblo judío, como la capacidad intelectual de muchos de sus miembros, su preocupación por la cultura y el conocimiento, y su capacidad para hacer negocios, pero creo que sus problemas se originan por su complejo de superioridad, eso de proclamarse el pueblo elegido de Dios los ha llevado siempre a sentirse superiores a todos los demás pueblos. Nada más hay que imaginarse el choque que sintieron cuando llegó un tipo llamado Jesús, que se proclamaba como hijo de Dios, y les dijo que a través de él Dios iba a establecer una nueva alianza con los seres humanos y que ahora el pueblo elegido de Dios era toda la humanidad y no sólo los hijos de Israel. Si yo hubiera sido judío en esa época, también le hubiera pedido a Pilatos que crucificara a ese judío loco y blasfemo.
En cuanto a la película, es totalmente recomendable, si se tiene ánimo de pensar y reflexionar, y no nada más ir al fajadero o a reírse como idiota. Spielberg es ya un director maduro, se ha alejado por fortuna del melodrama y la lágrima fácil, sabe mantener la tensión sin necesidad de tantos efectos especiales y mostrar con belleza sus ideas, con buena dirección de actores y solvencia narrativa. En eso Munich es infinitamente superior al bodriazo de La guerra de los mundos. Es más, parece que las hicieron dos personas diferentes, y en ésta ya hasta se atreve a entrarle a las escenas de sexo sin ningún rubor, enlazando eros y tanatos, el amor y la muerte, como en la vida misma, donde nada es totalamente blanco o totalmente negro, sino de una grisura en la que a veces logra brotar la luz.