jueves, enero 05, 2012
La frase con la que Emilio Portes (Guadalajara, 1976) define su segundo largometraje, Pastorela (México, 2011),
es concisa y directa: “Es una película de judiciales contra exorcistas
metidos en una comedia”. Luego, añade juguetón otra broma de uno de los
actores, que la cinta cuenta con un “elenco multiestelar de los feos del
cine nacional”: Joaquín Cosío, Carlos Cobos, Eduardo España, Silverio
Palacios, Dagoberto Gama, Ernesto Yáñez, el gran Eduardo Manzano −en
una actuación excepcional como el Obispo) y Ana Serradilla, como la
monja que es objeto de deseo y detona el conflicto que da vida a la
cinta: Chucho (Cosío), un policía que siempre ha interpretado al diablo
en la pastorela de su pueblo, es sustituido por el nuevo sacerdote de la
parroquia, el exorcista Mundo (Cobos). También avisa que el estreno
será el 11-11-11, es decir, el 11 de noviembre de 2011.
En entrevistas por separado, el director
Portes y los actores Cosío, Cobos, España y Serradilla hablaron sobre su
experiencia al filmar esta delirante y desenfrenada comedia. Pero
primero, un poco de antecedentes:
La idea del guión de Pastorela surgió desde antes que terminara la filmación de la anterior película de Portes, Conozca La Cabeza de Juan Pérez (México,
2008). El guión, de la autoría del mismo director, fue retrabajado
durante el Segundo Taller de Perfeccionamiento para Guión
Cinematográfico “Alejandro Galindo” en 2007, coordinado por Vicente
Leñero. Al final del taller fue uno de los tres guionistas premiados.
En agosto de ese año recibió apoyo del
Programa para Desarrollo de Proyectos Cinematográficos del Instituto
Mexicano de Cinematografía (IMCINE) para la elaboración de su carpeta. Y
al mes siguiente fue uno de los quince proyectos mexicanos aceptados
para participar en el Taller Morelia Lab. Fue filmada en nueve semanas,
de diciembre de 2008 a finales de febrero del 2009. Y en el vigésimo
quinto Festival Internacional de Cine en Guadalajara obtuvo siete
premios Guadalajara Construye en 2010.
Dice Emilio Portes: “Pastorela
surge a raíz de un documental que hice sobre el diablo, en el que había
exorcistas, locutores de radio y diablos de pastorela. De ahí surge la
idea de hacer una comedia de vicios donde se pudieran confrontar la
soberbia y la vanidad, representados por los personajes principales, y
que termina siendo una alegoría de esa antigua batalla entre el bien
como el mal, pero algo que la distingue es que los dos bandos van
mutando, los personajes cambian del mal al bien y del bien al mal, y en
algún momento todos personifican al diablo de alguna u otra manera,
incluso la monja, que es un personaje muy pequeño: si ella no hubiera
seducido al padre al inicio de la cinta no se desataría la comedia de
enredos que termina apoteósicamente”.
En el paquete promocional de la película
se afirma que si quisiéramos comparar esta película, podríamos pensar
que es una mezcla entre Los Hermanos Caradura (Blues Brothers, 1980, de John Landis) y El día de la Bestia
(1995, de Alex de la iglesia), aunque el estilo nos refiere también a
las comedias de Tin Tán de los años cuarenta filmadas por Gilberto
Martínez Solares.
Continúa el director tapatío: “El género
de la comedia permite meterte en otros, como el de acción y el de
terror, con escenas que en la película están filmadas muy en serio pero
en el contexto de la comedia resultan chistosas. Incluso descubrí con
gusto, en algunas proyecciones con público, que las escenas de terror
verdaderamente asustan a la gente. Me dio mucho gusto comprobar que la
película funciona en varios niveles y que logramos manejar una línea muy
delgada entre la comedia y el terror. En ese sentido la película es muy
catártica: o se ríen o se asustan, y se divierten mucho.
“Es una película muy grande: hay acción, hay terror, tiene un casting
muy grande de actores muy buenos. Cobos y Cosío son como dos trenes que
van a encontrarse y al final chocan de manera espectacular. Hay muchos
extras y quería que incluso los pequeños papeles tuvieran un rostro muy
definido; hay mucho vestuario, mucho diseño de arte”.
Para Joaquín Cosío, quien se consagró
entre el público nacional con su interpretación del personaje de “El
Cochiloco” en la multipremiada El infierno (2010, de Luis Estrada), el mayor reto de Pastorela
fue “entrar al tono que requería el director para interpretar a Chucho
en esta carnicería metafísica”, donde intentó “estar a la altura del
resto del elenco, de Carlos Cobos, de Lalo España”. Piensa que el casting fue un acierto, pues entre risas afirma que Portes “ha abierto la puerta a los feos del cine nacional”.
Por su parte, para Carlos Cobos, actor
que ha fundado su carrera fundamentalmente en papeles dramáticos de
infinidad de obras del teatro nacional, la clave está en “ponerse en
manos del director y dejarse ir”. Para él, el principal reto fue
contenerse, no salirse del tono que le pedía Portes, porque a veces
tiende a “perderse en el camino”, y, sobre todo, interactuar con Joaquín
Cosío, a quien calificó como “un monstruo de la actuación”.
En tanto, Lalo España, comediante con
larga trayectoria en teatro, televisión y cine, afirma que se divirtió
mucho durante la filmación, aunque lo “hayan puesto a correr”. Asevera
que “el humor es un bálsamo para aguantar la violenta realidad” y que Pastorela
es “una película arriesgada y valiente que se atreve a mostrar lo tonto
que es el manejo del poder, porque por una tontería, por una cosa de
egos, se desata el infierno. Es una perfecta analogía de cómo funciona
el gobierno”. En esto coincide con Cobos, quien señala: “Eso le sucede
al país: cuando alguien se siente con tantito poder ya se está
aprovechando”.
La bella entre tanto feo es Ana
Serradilla, quien realiza un papel que nunca había hecho antes, “el de
una monja, que se desenvuelve en la ambigüedad”, pues al mismo tiempo
que detona el conflicto, es el objeto de deseo de varios personajes y
funciona como conciencia ambivalente del padre Mundo, interpretado por
Cobos.
El director Emilio Portes piensa que “lo que vuelve entrañables a los personajes principales de Pastorela
es que son llevados hasta sus últimas consecuencias, se mueren en la
raya, tienen mucha convicción y terminan jugándose el todo por el todo, y
por eso llegan a esos grados de violencia, sin que la película sea
específicamente violenta dentro del género de la comedia. En ella no hay
nada grotesco ni tan gráfico como para que la gente salga espantada. Se
cuidó mucho el tono para que no fuera gráficamente violenta”.
Para Cosío, Pastorela es “una
gran película en todo el sentido de la palabra”, la cual “busca que la
gente, además de divertirse, reflexione sobre la realidad que estamos
viviendo”. En tanto, para Cobos es “un exquisito pastel, una delicia, es
ácida, es jocosa, se desarrolla con una gran sagacidad irónica”, pues
“todos somos buenos y malos, todos llevamos un ángel y un diablo
dentro”. Lalo España afirma que “es una película muy valiente porque se
atreve a desmitificar los malos manejos de ciertos universos, como el de
la Iglesia” y espera que la gente se deje sorprender, pues “el cine es
siempre un albur, nunca se sabe qué va a pasar.
Portes, egresado del Centro de
Capacitación Cinematográfica y cuyo primer largometraje obtuvo cuatro
premios Ariel, señala: “Afortunadamente para Pastorela contamos con un mejor presupuesto que en Conozca la cabeza de Juan Pérez,
con cerca de 27 millones de pesos, que es muy poco para lo mucho que se
ve en pantalla. También fue complicado filmar en el periodo decembrino
para realizar ciertas secuencias, como la balacera en el Zócalo. Pero la
gente fue muy noble y ayudaron en la filmación. Las mejores escenas no
hubieran sido posibles sin la participación de la gente. Hay un buen
retrato de la ciudad. Hubo mucho apoyo del Gobierno del Distrito Federal
para decir: Sí, queremos una gran persecución como las que vemos en otras
películas, pero en nuestra ciudad, y que la ciudad sea protagónica de
esa gran persecución. Pocas veces ha lucido tanto la ciudad en una
secuencia de persecución tan grande”.
En relación con que a la película le pudiera suceder algo parecido a El crimen del Padre Amaro
(Carlos Carrera, 2002), que incomodó a ciertos sectores católicos
conservadores, el director tapatío dice: “No temo que moleste a la
jerarquía católica, pero si le hacen publicidad espero que sí (risas).
Se trata solamente de una comedia de judiciales contra exorcistas y
aunque es muy irreverente, creo que no ofende al culto de ninguna manera
y al final termina haciendo una buena analogía de la bipolaridad del
bien contra el mal”.
Para Cobos, “de seguro la Iglesia nos va a
excomulgar”, dice riendo y afirma que “ojalá levante ámpula”, pues
“todos reaccionan cuando se sienten criticados; todos tenemos cola que
nos pisen y en la Iglesia se maneja una doble moral, ellos sí pueden
mentir y ser pederastas, y la verdad es que el padre Mundo se queda
corto; conozco a curas que son peores, unos verdaderos hijos del
demonio”.
Este artículo forma parte de los contenidos del número 19 de la revista cine TOMA, de noviembre-diciembre de 2011.
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