El
fetiche del libro de papel
Por
Guillermo Vega Zaragoza
(Publicado en la revista Migala núm. ?)
Hace poco apareció en España un libro titulado
Enfermos del libro. Breviario personal de
bibliopatías propias y ajenas (Universidad de Sevilla, 2009), escrito por
el diplomático y bibliófilo Miguel Albero. Es un exhaustivo y ameno compendio
de todas las patologías relacionadas con ese artefacto compuesto de caracteres
e imágenes impresas en hojas de papel, unidos entre sí en una de sus orillas y
aprisionados por unas tapas de algún material un poco más grueso y resistente.
La primera de ellas es, desde luego, la bibliofilia: el amor desaforado por los
libros. Es decir, no por la lectura en sí, sino por el libro como objeto. Los
bibliófilos coleccionan libros, los almacenan en inmensas bibliotecas,
persiguen en forma enfermiza incunables, ejemplares raros o primeras ediciones.
Son personas que gozan —a veces con un fervor casi erótico— con el contacto de
las hojas, el empastado, incluso con el olor característico de los libros
viejos o nuevos, no importa. Ah: y además afirman que el libro de papel nunca
va a desaparecer, que no hay mejor instrumento para transmitir el conocimiento,
que ha durado siglos, que no se necesita energía adicional para hacerlo
funcionar, que se puede leer en la alberca, que… Bah, paparruchas.
Simple y sencillamente valdría recordarles un
nombre: Eróstrato. Si no les suena es porque fue un tipo que se quiso hacer famoso
prendiéndole fuego al Templo de Artemisa en Éfeso. Su maldición ha sido,
precisamente, que nadie se acuerde de su nombre. Me atrevo a traerlo a colación
para recordarles a todos los bibliófilos que sólo bastaría un pequeño y humilde
cerillo encendido para convertir a los objetos de sus amores en cenizas.
Es cierto: exagero. He recurrido al reductio ad absurdum para resaltar que
lo que pierden de vista los defensores del libro de papel es que lo importante
del libro como invención, como artefacto tecnológico, no es el soporte en sí,
sino el formato: ese rectángulo en donde se acomodan las letras en cada página
y la posibilidad de leerlas en sucesión o en desorden, como uno quiera. Esa es
la fortaleza del libro como idea, como concepto. Eso es lo que va a tardar
mucho en desaparecer, hasta que la humanidad invente algo mejor para transmitir
el conocimiento de persona a persona y de generación en generación. Lo del
soporte es lo de menos, porque la tecnología digital permite el almacenamiento
y la distribución de libros electrónicos tan amplia y rápida como nunca antes. Así
lo ha destacado Jeff Bezos, el CEO de Amazon, la librería más grande del mundo,
cuando lanzó el Kindle, su propio dispositivo para libros electrónicos. Su
objetivo (que seguramente logrará en unos años) es que Amazon pueda ofrecer cualquier
libro impreso, en cualquier lenguaje en cualquier época, disponible para
descarga en 60 segundos.
En efecto, el libro de papel no desaparecerá
sino que se convertirá en un asunto de excéntricos y extravagantes, como los
cazadores de mariposas, que a nadie molestan y hasta enternecedores resultan.
El libro de papel dejará de ser el medio principal para la transmisión de
conocimiento y la lectura; dimitirá en favor de los soportes electrónicos, los
llamados e-books, o libros
electrónicos, que, es cierto, presentan en este momento tanto ventajas (sin
duda, la más importante: tener a la disposición inmediata cualquier libro, sin
depender del espacio físico, con unos cuantos clicks) como desventajas (las
cuestiones de formatos, programas, dispositivos de lectura, etcétera), pero
sólo se requiere tiempo para que se resuelvan éstas últimas y pasen a
convertirse en el estándar para la edición de libros.
Es comprensible que los bibliófilos se sientan
amenazados por la proliferación de la tecnología digital. Eso mismo debieron
haber sentido los monjes copistas de la Edad Media con la aparición de la
imprenta: “¿Ahora qué haremos?” Nada: comprar libros. Los bibliófilos tendrán
que comprarse su Kindle, su iPad o lo que sea que se convierta en el lector
dominante), y leer libros electrónicos.
5 Comments:
No hay nada más fascinante, para mi, que tener un libro entre mis manos y llevarlo a donde vaya. Poner el separador entre sus hojas, marcarlo cuando algunas de sus frases me resultan importantes, secarlo cuando el café ha caído sobre sus tapas, usarlo como libro y como todo lo demás. Su figura es perfecta, su olor, un capricho que me enciende y me provoca seguir leyendo. Llevar un libro a donde vaya, en mi bolsa o en mis manos, me da la posibilidad de nunca sentirme sola.
Melissa Limón
Lo dicho: fetichismo. Saludos!!!
¡Cielos me han descubierto! ¡Soy un fetichista!
Muy buen artículo, la única objeción es que los e-books son sólo la «electrificación de libro» y que las posibilidades que ofrecerán en muy poco tiempo no se vislumbran.
Creo que los ebook nunca podrán estar a la altura de los libros de papel. De libros en ebook nunca llegarán a existir los millones y millones de libros de papel que existen y nunca durarán tanto, ni con cerillas, ni con agua, ni con guerras, han podido conseguir su desaparición.
La satisfacción de ver, mirar, oler, leer, tocar, besar, acariciar,.. un libro nunca será igualada por los ebook, y los ebook no durarán ni la milésima parte de años que han durado y durarán los libros de siempre, cualquier día de estos inventarán una nueva maquinilla para meter cosas digitalizadas y los ebook pasarán a la historia, las pilas de pudrirán, se irá la luz o un poco de agua les hará sacar humo, que es lo único que tienen.......
No entiendo cual es el problema de ser un fetichista del libro, siempre y cuando lo leas y no sea solo un objeto de adorno, de todos modos si este fuera el caso, es preferible coleccionar textos antes que cabezas de animales. Creo que la sociedad lo único que hace es criticar los gustos de los demás antes de hacerse una autocritica. Es tan lamentable el asunto que me da vergüenza estar escribiendo en un blog en este instante, ja.
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