jueves, septiembre 01, 2011

Violencia y silencio



por Guillermo Vega Zaragoza

"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", dijo Theodor Adorno años después de que el mundo conoció los crímenes de los nazis en contra de los judíos. Nunca entendí la razón profunda de semejante afirmación. Me parecía una exageración. Hasta que hace unos días todo el peso de su verdad me cayó encima, como una inmensa lápida. El primer acercamiento fue con el caso del asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia. El escritor aseguró públicamente que no volvería a escribiría poesía después de lo que le había sucedido.

Pude entender que el dolor de perder a un ser querido de esa manera puede llegar a ser insoportable (si a veces lo es aunque la muerte no sea tan trágica). Pero Sicilia no sólo decidió no escribir poesía sino que se propuso impulsar un movimiento ciudadano para tratar de cambiar la situación de violencia por la que atraviesa el país. Encabezó una marcha de Cuernavaca a la Ciudad de México, convocó a la sociedad civil a unirse en torno a un acuerdo nacional y emplazó al gobierno y los partidos políticos a cambiar de una vez por todas para acabar con la impunidad y la injusticia. La biografía de Sicilia, su formación cristiana, su compromiso social y su experiencia política lo llevaron a tomar esa decisión, a convertir el dolor en energía positiva, quizá con algo de martirologio, de expiación: querer sacrificarse, como Cristo, por los demás.

Sin embargo, simple y sencillamente, no todos tenemos la preparación y las agallas para tomar una decisión semejante. Pienso en cómo hubiera reaccionado yo ante una situación como la de Javier Sicilia. Definitivamente, me hubiera hundido en una profunda depresión, quizá de semanas o meses; no hubiera querido saber de nada ni nadie, mucho menos se me hubiera ocurrido salir a la calle a marchar y protestar.

Lo reconozco: soy débil, miedoso y egoísta (muy parecido a usted, estimado lector). Siempre había sostenido esto: mi dolor de muelas me duele más que tu cáncer, simplemente porque el dolor de muelas lo siento yo. Pero ¿qué pasa cuando el cáncer parece estar invadiéndonos a todos? O peor: cuando seguimos creyendo que es un dolor de muelas, pero en realidad se está convirtiendo en un cáncer incurable.

Esta certidumbre me asaltó luego de leer el escalofriante (uso esta palabra por no encontrar otra mejor) relato de un sobreviviente de las matanzas perpetradas por la banda de los Zetas en San Fernando, Tamaulipas, y que han salido a la luz al descubrirse casi dos centenares de cadáveres en las llamadas “narcofosas” de esa población. El testimonio apareció en el blogdelnarco.com (fuente no oficial de muchas historias y testimonios provenientes de los mismos narcotraficantes o, por lo menos, de alguien muy cercano a ellos) y fue retomada por varios periodistas. El asunto es que los Zetas “levantaron” a las víctimas en los autobuses que iban rumbo a Reynosa, ultimaron a los viejos y enfermos, violaron a las mujeres jóvenes, lanzaron a un perol con ácido a los niños y les dieron sendos mazos a los hombres para que se destrozaran entre sí. Los sobrevivientes pasarían a formar parte de las fuerzas especiales de los Zetas, “el otro ejército”.

He resumido al máximo el relato, porque lo que me interesa resaltar es: ¿Cómo responder a eso? ¿Qué reacción debo tener: indignación, coraje, asco, ira, miedo, desolación? ¿Todo eso junto? ¿Qué hemos hecho, TODOS (por comisión o por omisión, de esto no escapa nadie), para llegar a esta situación? ¿Podemos seguir llamándonos civilizados? Y lo peor: ¿tenemos alguna esperanza de solución? Yo no la sé. Y mi primera reacción ante ello fue guardar silencio, por no saber qué decir, por sentir, precisamente lo que afirmó Adorno: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Escribir cualquier cosa después de conocer esos actos sucedidos en San Fernando y permanecer como si nada hubiera pasado podría parecer hasta obsceno. Pero no lo es. Es probable que Adorno haya querido decir que sólo escribir poesía después de Auschwitz, sin hacer nada más, es un acto de barbarie, porque lo que hay que hacer es empezar a cambiar esta realidad antes de que el cáncer en verdad sea incurable. Y sí: lo primero que nos asalta es el silencio pero luego tenemos que actuar, y entonces, sólo una vez después de haber actuado, otra vez, escribir.