FRANCISCO VARGAS Y LA EXPERIENCIA DE DIFUSIÓN CON MULTIMEDIOS ALTERNATIVOS
EL MURO ES LA DISTRIBUCIÓN Y LA EXHIBICIÓN
Era una película en blanco y negro, sobre la guerra sucia en la sierra de Guerrero, que había triunfado en festivales. Por lo tanto, ninguna distribuidora quiso apostar por El Violín. Entonces el propio director decidió montar una distribuidora y logró mantenerse 16 semanas en cartelera.
Por Guillermo Vega Zaragoza
Aparecido en CINE TOMA Revista Mexicana de Cine, número 11, julio-agosto 2010
El cineasta Francisco Vargas, director de El Violín (México, 2005), pone el dedo en la llaga y afirma tajante: “El principal problema de la industria del cine en México es la distribución”. Se trata de un muro casi infranqueable con el que se topa todo aquel que logra realizar una película. Por ello, dice, es urgente abrir una puerta en ese muro para que pueda pasar el cine mexicano. Y el primer paso es legislar al respecto y obligar a los distribuidores y exhibidores a que proporcionen condiciones benéficas a las películas que se hacen en nuestro país.
En su oficina en los Estudios Churubusco, el cineasta se encuentra rodeado de fotos y carteles alusivos a su cinta que ha obtenido 26 premios en festivales tales como los de Cannes, Cartagena, Ghent, Huelva, Lima, San Sebastián, Sao Paulo y Salónica, además de ganar tres Arieles en 2007, por lo que se anuncia como la “película mexicana más premiada de todos los tiempos”.
En una charla larga y apasionante en la que Vargas explicó la forma en que logró sortear todos los obstáculos para que el público viera y apreciara una película que muchos consideraban, primero infilmable, y después inexhibible, porque parecía que había sido concebida para llevar la contra a lo que se considera “comercial” en el cine mexicano. Como acepta él mismo: “A veces me decían que si de veras quería hacer la película, porque hacía todo de una manera diferente, a contracorriente”.
¿Cómo fue tu experiencia al buscar una distribuidora para El Violín?
—La parte más complicada fue distribuir El Violín en México, y decir eso en el caso de esta película es demasiado, porque tuvo muchos problemas desde su producción: poca gente confiaba en ella, filmada en blanco y negro, con actores muy buenos pero poco conocidos, un tema complicado, nos tardamos seis años en hacerla. La estrenamos en Cannes y obtuvo muchísimos premios, pero eso no fue suficiente para generar interés para sacarla aquí. Se las llevé a las distribuidoras en México y los ofrecimientos fueron francamente indignantes, por ejemplo en cuanto a mínimos de garantía y anticipos de distribución, parecía que nosotros íbamos a tener que pagar para que la distribuyeran. Incluso hubo alguien que me ofreció salir a cartelera con una copia. Cuando vimos esta situación, decidimos convertirnos en distribuidora y nos asociamos con Canana Films.
Luego de que crees que lo más difícil es hacer la película, sobre todo cuando es tu primera película, te lanzas a la mar, como un loco aventurero, y sientes que vas a la deriva, en la incertidumbre absoluta, y cuando la acabas sientes que vas a llegar a buen puerto, y gritas “¡Tierra a la vista!”, pero te das cuenta de que no es ningún puerto, que es un espejismo, porque te encuentras con un muro gigantesco que tienes que saltar con tu película en la espalda, como el Pípila. El muro es la distribución y la exhibición.
¿Y cómo le hiciste para saltar el muro?
—Lo lamentable es que el muro no se puede saltar. Mientras no se legisle y no cambien las condiciones, no va a cambiar. No es un asunto de buenas intenciones ni de declaraciones, sino de cambios estructurales, porque las condiciones del sistema de distribución y exhibición no han cambiado. No hay que saltar el muro, ¡hay que abrirle una puta puerta al muro! No se trata de ponerle una bomba, no es un asunto de valientes ni de heroísmo, porque así no vamos a llegar muy lejos, sino de obligar a los distribuidores a que abran una puerta por donde pueda pasar el cine mexicano. En efecto, hay problemas de recursos y de producción, de miles de cosas, pero el principal obstáculo para que el cine mexicano llegue al público es la distribución. ¿Para qué queremos hacer miles de películas si nadie las va poder ver en el cine y nos vamos a tener que conformar con enseñárselas a nuestros cheleroamigos?
¿Cómo llegar a un acuerdo si los intereses de los distribuidores van por un lado y los de los cineastas mexicanos por otro?
—Ese es el principal problema, porque el cine es visto como una mercancía. Nadie ha dicho que queremos que el cine no sea negocio. No se puede convencer sólo con buenas intenciones, porque los intereses del capital globalizado no respeta fronteras ni ideologías. Todos sabemos cuáles son las cosas que están mal, que hay que cambiar el sistema de distribución y exhibición, pero sólo nos estamos quedando en el discurso, que por cierto ya se está desgastando. Hay que empujar para que se muevan las cosas. Se empieza con legislar al respecto, emular lo que han hecho otros países, y obligar a los distribuidores para que las cosas cambien. El problema también es que, desde el Estado mismo, el cine es visto como una mercancía y no como un bien cultural. Hasta la UNESCO reconoce que el cine es un bien patrimonial inmaterial, por lo que se le debe aplicar una excepción cultural para protegerlo. Sin embargo, a muchos les da miedo siquiera en pensar la idea de “proteger” al cine, porque les suena a proteccionismo y dicen que va en contra del libre mercado. Además, la incultura de nuestros políticos es terrorífica, al grado de atreverse a sugerir que si no sería mejor dejar de filmar películas en México, ya que tenemos tantos problemas para hacerlas y no podemos competir con los gringos. Es como sugerir que, como dependemos de la economía de Estados Unidos, por qué no dejamos de hablar español.
Específicamente, ¿en que consistió tu estrategia?
—Diseñamos una estrategia que se basó en sacar pocas copias para tener una permanencia mucho mayor en las salas, que no nos removieran, y que diera tiempo de que el boca a boca hiciera que la gente se enterara de la existencia de la película y la quisiera ver. Buscamos una relación normal con los distribuidores y los exhibidores; lo que marcó la diferencia fue la manera en que lo hicimos. Estábamos seguros de que teníamos una película de calidad, a pesar de que ellos no le vieran futuro comercial, porque, según ellos, no es del tipo de cine que “le gusta a la gente”. Lo hicimos todo al revés con esta idea: vamos a no estorbarles en sus salas. No queríamos ni podíamos aspirar ser competencia a los grandes estrenos de Hollywood. Salimos en un fin de semana complicado, porque se estrenaba al mismo tiempo que, creo, Spiderman. Empezamos con 20 copias, que luego fueron 40, y logramos sostenernos 16 semanas.
“Tratar de competir era echarse la soga cuello. No teníamos diez millones de dólares para publicidad, digo, no los tuvimos ni para hacer la película, así que hicimos todo lo contrario. Sacamos ventaja a la desventaja para rodear el muro. No usamos la publicidad tradicional para promover una película sino una estrategia multimedios alternativa, que costó menos y ofreció los resultados que buscábamos. Por ejemplo, en lugar de pagar espectaculares en el periférico, durante varios días pusimos mantas en las entradas y las salidas de la ciudad, que costaban dos pesos y decían: “Yo ya vi El Violín, ¿y tú?”, para incitar a la gente a que le hiciera publicidad a la película. Hicimos un estudio de mercado. No la sacamos al “¡a′i se va!”, ni a la “¡viva México!”, ni al “¡sí se puede!”, porque nos hubiera llevado al fracaso. Hicimos lo que queríamos hacer con un análisis profundo y una planeación inteligente, viendo cuáles eran nuestras ventajas y nuestras desventajas, definiendo a qué públicos queríamos llegar. Pienso que la gran mayoría de las películas mexicanas adolecen de eso.
¿Crees que el problema es querer vender las películas mexicanas de la misma manera que las de Hollywood?
—Sí, queremos emular patrones y fórmulas del cine gringo, de todo a todo, desde las temáticas, las formas de producción y la forma en que se sacan al público. Hay una fascinación por querer hacer todo como si fuéramos Hollywood. Pero eso pasa casi en todo el mundo, menos en, digamos, China o la India, o en aquellos países donde se ha protegido al cine y se ha legislado al respecto. Hay esta fantasía —insostenible, por cierto— de querer emular en todo a Hollywood. Lo curioso es que a la hora de preguntarle a la gente qué tipo de películas mexicanas ve, tienen muy poco que ver con el modelo hollywoodense. Incluso, aquellas películas que siguen el modelo gringo al pie de la letra no necesariamente han tenido el éxito que esperaban. Y esto es lógico, porque no somos iguales a ellos, tenemos diferente color de piel, pensamos diferente, sentimos diferente, tenemos problemas diferentes.
“Esta hegemonía del cine de Estados Unidos ha hecho que México tenga una de las carteleras más pobres del mundo. No hay variedad. Hay muchas salas y mucha entrada de dinero por venta de boletos, pero la oferta cinematográfica es francamente raquítica. Por ejemplo, no hay salas dónde ver películas clásicas. Aunque existen por ahí algunos oasis, es lamentable que en una megalópolis como la Ciudad de México no haya una oferta rica, variada, interesante, en materia de cine.
¿Qué te dejó la experiencia de la distribución de El Violín?
—Me dejó muchas satisfacciones en muchos sentidos, pero en el tema de la distribución, quedé totalmente satisfecho. Siempre hay que desear más, no conformarse, pero en este caso, a pesar de que muchos dijeron que era una película imposible de hacer primero y luego de que a la gente la viera y le gustara, pude demostrar que eso no era cierto, que estamos necesitados de otras propuestas, que el cine que vemos no es el único cine que queremos ver, que hay público para otro tipo de ofertas cinematográficas.
Guillermo Vega Zaragoza. Escritor, periodista y profesor. Es redactor y corrector en la Revista de la Universidad de México y colaborador de La Jornada Semanal.