Recordando a la maestra Lilia Márquez Balderas, guerrillera de los libros
Sobre la dedicatoria de un Inventario a Lilia Márquez
(De la sección de cartas de la revista Proceso, núm. 1788)
Señor director:
Respecto de la dedicatoria que el maestro José Emilio Pacheco hizo “a la memoria de la maestra Lilia Márquez Balderas” en el Inventario de Proceso 1786, del 23 de enero del actual, queremos compartir con sus lectores quién fue ella.
La maestra Lilia Márquez nació en Chignahuapan, Puebla, el 22 de noviembre de 1938 y murió el 13 de enero de 2011 en el Distrito Federal. Durante un poco más de 45 años estuvo dedicada a la docencia. En 1962 se inició como maestra de secundaria; en 1971 formó parte de la generación que dio vida al Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), y en 1973 fue fundadora del Colegio de Bachilleres en el plantel 5, “Satélite”; posteriormente dio clases en el plantel 10, “Aeropuerto”, y fue asesora de Contenido en el Sistema de Enseñanza Abierto y a Distancia (SEAD); laboró igualmente en el Centro de Estudios 3, “Iztacalco”.
Los grandes amores de la maestra Lilia Márquez fueron, junto con la literatura, el montañismo en su juventud y el cine en los últimos años de su vida. En 1986 llegó a las oficinas generales de Bachilleres con la función de organizar juntas de trabajo con los 20 jefes de materia de igual número de planteles, en el área de lectura y redacción, literatura y taller de análisis de la comunicación, para revisar planes y programas de estudio de estas asignaturas y acordar actividades a realizar por los profesores con sus alumnos. Tuvo como idea invitar a un escritor para propiciar un diálogo con jefes de materia.
Lilia Márquez Balderas hizo una primera invitación al poeta José Joaquín Blanco, quien disertó sobre técnicas de enseñanza-aprendizaje en “Textos literarios”; al siguiente mes Juan Villoro acudió a charlar en torno a los “Textos periodísticos”, y en la tercera junta Horacio Quiroga habló de “Textos científicos”. Continuaron: Fernando Solana Olivares, Álvaro Mutis, Lucero Balcázar, Dolores Castro, Ángeles Mastretta, Ricardo Garibay, Fernando Benítez… y después invitó a los escritores a charlar con los estudiantes en cada uno de los 20 planteles del Colegio de Bachilleres: fueron Emiliano Pérez Cruz, Silvia Tomasa Rivera, Verónica Volkow, Efraín Bartolomé, Kira Galván… Compraba un libro para cada jefe de materia, otro para ella y uno más para el director del plantel visitado, 22 ejemplares en total, de su propio bolsillo.
El 8 de diciembre de 1994 se cumplió un primer ciclo que, al sumar las primeras cien conferencias, recibió el título de “Cien, por cierto”; el Centro de Estudios 3, “Iztacalco”, fue la sede de la ponencia Poesía y poética de fin de siglo, a cargo de José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2010.
Como cascada, siguieron Jorge Ayala Blanco, Naief Yehya, Óscar Wong, Gloria Gervitz, Felipe Garrido, Alejandro Rossi, Carlos Monsiváis, Tito Monterroso, Otto Raúl González, Jimmy Fortson (de quien, a sugerencia de José Lira, puso el nombre de Conversaciones para la inteligencia a un encuentro de novelistas, dramaturgos, periodistas, pintores, epigramistas, actores, con los estudiantes de Bachilleres).
Lilia Márquez fue acumulando sobrenombres: Maestra de los Papelitos (siempre andaba con hojas por fotocopiar algún poema, artículo o pequeño texto del próximo autor invitado; el teléfono anotado para confirmar o solicitar la cita); Hada Madrina de los Escritores, la nombró el narrador Guillermo Samperio en carta pública que envió a la comunidad de Bachilleres; Guerrillera de los Libros, la llamó Rafael Ramírez Heredia, en el número 2474 de la revista Siempre! del 16 de noviembre de 2000, mismo año en que Hugo Rascón Banda, como presidente de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), le hizo un reconocimiento público y entrega de un diploma por esta importante labor de difusión literaria.
En 2009, la escritora catalana Blanca Martínez subió a la red la historia, hasta entonces inconclusa, de la maestra Lilia Márquez, a quien sólo la detuvo la muerte, cuando falleció en su casa, rodeada de libros, después de tres años de enfermedad. Todo su acervo literario (más de mil libros, muchos firmados por sus autores, y una cantidad adicional de pequeñas obras, como un poema inédito, un dibujo, un comentario que el conferencista en turno estampaba en una libreta que la maestra dispuso para ese particular fin) no sabemos qué destino tendrá.
En 2008, la maestra dirigió un oficio a Bachilleres, donde ofreció donar este acervo, pero el donativo no se concretó. Sus sobrinos y un grupo de amigos platicamos el día del funeral sobre las siguientes opciones: ofrecer lo mencionado en donación a la UNAM, a una biblioteca pública o a alguna casa de la cultura delegacional; o bien, trasladar el acervo al lugar de origen de la maestra para establecer una sala de lectura pública que lleve su nombre.
Durante 24 años la maestra organizó conferencias con aproximadamente mil 500 exponentes entre poetas, dramaturgos, periodistas, narradores… y fue acopiando anécdotas de escritores que bien merecerían ser compiladas en un libro que destaque esta labor en pro de la difusión cultural. En 1998, Hugo Gutiérrez Vega, actual director de La Jornada Semanal, enterado del trabajo de la maestra Lilia, comentó que en todo el mundo no había un caso similar, y recordó que en la década de los años cincuenta Ernest Hemingway inició un ciclo de conferencias en barrios y locales sindicales de Estados Unidos que apenas sobrepasaron las 50.
En otra ocasión, el maestro José Emilio Pacheco también elogió su labor recordando que, en la antigua URSS, Evtuchenko y otros poetas y escritores soviéticos iniciaron algo similar y tampoco superaron la anterior cifra, por lo que esa labor de la maestra Lilia, al parecer, no ha sido repetida y merece ser dada a conocer colectivamente.
Atentamente
Juan Villeda Hidalgo
ydalgo025@yahoo.com.mx
(Publicado en La Razón, sábado, 22 de enero de 2011)
Alrededor del féretro los dolientes se pasaban un libro de mano en mano. No era de oraciones, ni la Biblia, era de poemas escritos por José Emilio Pacheco. Cada uno leía uno de los poemas que contenía la obra en homenaje a su Maestra, que no sólo los enseñó a leer, sino les hizo conocer y escuchar de propia voz a cerca de mil 500 escritores, poetas, actores, pintores, escultores, investigadores y periodistas.
Era el 13 de enero pasado cuando murió, a los 72 años, Lilia Márquez Balderas, esta Maestra del Sistema de Educación Abierta del Colegio de Bachilleres, quien dedicó 45 años de su vida a la docencia y a la que el cuentista Guillermo Samperio llamaba El Hada Madrina de la Literatura. Sus restos en la capilla 5 de los velatorios del ISSSTE ubicados en Miguel Schultz 124, colonia San Rafael, reunieron a sus alumnos y amigos que, como iniciados, le leyeron poemas.
Esta viejecita de un metro 50 centímetros de estatura, encorvada, de pelo ralo, escaso y mal pintado, se ganó el mote de Hada Madrina a fuerza de invertir su sueldo en comprar libros a sus alumnos, necear con autores para convencerlos de dar una conferencia en el Colegio, donde hacen el esfuerzo de estudiar personas que trabajan para sostener a sus familias, adolescentes que de repente se hicieron madres solteras o muchachos a quienes la vida les muestra su rostro más duro.
“Jorobe y jorobe”. Por estos alumnos la Maestra Lilia iba a los recintos donde sabía que dictarían una ponencia. A los ponentes los acosaba con llamadas telefónicas diarias o de plano hacia guardias afuera de su casa aunque eso implicara quedarse toda la noche esperando. Lo que fuera necesario para convencerlos de acudir a sus Conversaciones con la inteligencia, como se llamaba el programa que ella creó en 1986.
En una ocasión fue a casa del narrador Roberto Bravo, autor de El Infierno es un horizonte abierto. Tocó el timbre y salió su esposa. Le dijo que el escritor no había llegado. La Maestra se metió a su vieja Caribe de los años 70 y ahí lo esperó.
Al amanecer, la mujer del literato salió y vio a la viejecita dormida en el auto. Se acercó apenada y le confesó que Bravo no regresaría. Estaban divorciados. Pero esas cosas no se le dicen a un extraño y hasta ese momento la Maestra lo era, porque fue la misma ex esposa quien la ayudó a convencerlo para que diera una charla a los jóvenes del Bachilleres.
Otros escritores le daban largas. Le decían: “hábleme el próximo año”. Y cuando habían transcurrido los 365 días exactos y ellos ni se acordaban de la maestra, sonaba el teléfono. Se reanudaba la insistencia.
A Carlos Monsiváis, (fallecido el 26 de junio de 2010), le llamó todos los días durante un año. Al escucharla al otro lado del auricular, el cronista, para evadirla, impostaba la voz y la asemejaba a Titino, el muñeco de ventrílocuo famoso en los años 70 y 80. Le decía ser su tía pensando que así lo dejaría en paz.
Pero, como en su oportunidad comentó el cuentista Rafael Ramírez Heredia, autor del premiado Rayo Macoy, esta Maestra está “jorobe y jorobe”, Monsiváis se rindió y fue a dar una charla.
Logró llevar a sus alumnos a Alí Chumacero, Sergio Pitol, Vicente Quirarte, Germán List, Paco Ignacio Taibo II, Armando Ramírez, Guillermo Sheridan, Luis Villoro, Carlos Illescas, Eduardo Lizalde, Raquel Tibol, Silvia Molina, Felipe Garrido, Armando Jiménez, Eliseo Diego, Antonio Alatorre, Adela Fernández (hija del mítico cineasta Emilio El indio Fernández), Carlos Montemayor, Guiomar Cantú, Bárbara Jacobs, Hernán Lara Zavala, Federico Patán, Alejandro Licona, Juan Bañuelos y Tomás Segovia, entre muchos otros.
Incluso convenció a Augusto Monterroso, autor del cuento más corto ("Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí") y quien rara vez accedía a dar conferencias.
Eterna enamorada de la obra del poeta José Emilio Pacheco, consiguió, tras 8 años de insistencia, que el hoy Premio Cervantes 2010, dictara la Conversación con la Inteligencia número 100. Fue el 8 de diciembre de 1994 al plantel 3 Iztacalco y la charla se llamó “Poesía y poética de fin de siglo”.
Algunos escritores, sobre todo los que iniciaban camino en la literatura, le decían al final de la conferencia: “¿Cómo nos vamos a arreglar, maestra?”. Ella hurgaba en su monedero y sacaba un par de billetes que eran parte de su salario, que al final de su vida fue de 8 mil pesos quincenales.
Esto aparte de que iba por ellos a su casa, los llevaba en su auto al plantel acordado para el diálogo, los invitaba a comer o tomar café y los regresaba a su casa.
Amor a la profesión y a las letras. También con su sueldo compraba 22 libros de cada autor que se presentaba y les pedía dedicarlos: uno para ella, 20 para los jefes de materia, y uno más para el director general del Colegio de Bachilleres.
A sus alumnos también les compraba ejemplares. En su pequeño cubículo del plantel 3, repleto de libros, recortes de diarios, revistas y fotografías de José Emilio Pacheco, los muchachos se sentaban alrededor de ella a que les leyera. O entre todos se repartían fragmentos para leer en voz alta. Y siempre había un volumen para algunos de ellos.
Al terminar su jornada laboral invitaba la cena. No importaba si eran dos o 10 los alumnos a quienes debía pagar la cuenta, pues se negaba a que ellos aportaran un solo peso. Esas cenas las convertía en tertulias. Les preguntaba sobre los libros que les había regalado e intercambiaban interpretaciones y puntos de vista.
Y así se la podían pasar hasta las 2 de la madrugada, entre sorbos de café de Sanborns o Vips y citas literarias. Al final iba a dejar a sus casas a quienes cupieran en su auto, un tiempo un Volkswagen, luego una Caribe desvencijada y, al último, un Tsuru.
La Maestra pudo jubilarse a los 45 años, pero aún a los 70 seguía ejerciendo la docencia. No quería dejar de hacer lo que le gustaba. Su departamento en Pantitlán sólo lo usaba como dormitorio. No se podía hacer más ahí, pues parecía bodega de libros de tantos que tenía apilados hasta encima de la estufa.
Su jornada iniciaba a las 7 de la mañana: clases en secundaria en la zona del Ajusco, luego al Colegio de Bachilleres. Todos los días.
Como siempre ocurre, la enfermedad fue la única que la doblegó. Padecía diabetes, contra la que luchó durante muchos años a sabiendas que iba a perder la batalla.
Todavía en diciembre del año pasado, estando en cama pero confiada en recuperarse, pensó en escribirle una carta al director general del Colegio de Bachilleres, Roberto Castañón para pedirle dejarla seguir organizando las Conversaciones con la Inteligencia, sin cobrar.
Ya no pudo escribirla. Falleció el 13 de enero pasado. Sus restos fueron cremados y sus alumnos y amigos organizan llevar en caravana sus cenizas a su pueble natal, Chignahuapan, Puebla, a donde le gustaba ir algunos fines de semana a descansar en balnearios de aguas termales. Y si en vida fue ella la que llamó cientos de veces a los escritores, en su muerte, tocó a José Emilio Pacheco, su autor de culto, tomar el teléfono para dar el pésame y despedir a La Maestra Lilia, al Hada Madrina de la Literatura.
Idilio
Con aire de fatiga entraba el mar
en el desfiladero
El viento helado
dispersaba la nieve de la montaña
y tú
parecías un poco de primavera
anticipo
de la vida bullente bajo los hielos
calor
para la tierra muerta
cauterio
de su corteza ensangrentada
Me enseñaste los nombres de las aves
la edad
de los pinos inconsolables
la hora
en que suben y bajan las mareas
En la diafanidad de la mañana
se borraban las penas
la nostalgia
del extranjero
el rumor
de guerras y desastres
El mundo
volvía a ser un jardín
que repoblaban
los primeros fantasmas
una página en blanco
una vasija
en donde sólo cupo aquel instante
El mar latía
En tus ojos
se anulaban los siglos
la miseria
que llamamos historia
el horror
que agazapa su insidia en el futuro
Y el viento
era otra vez la libertad
que en vano
intentamos fijar
en las banderas
Como un tañido funerario entró
hasta el bosque un olor de muerte
Las aguas
se mancharon de Iodo y de veneno
Y los guardias
llegaron a ahuyentarmos
Porque sin darnos cuenta pisábamos
el terreno prohibido
de la fábrica atroz
en que elaboran
defoliador y gas paralizante
Poema leído por Pedro, uno de sus alumnos, en el funeral de la maestra Lilia Márquez
Mtra. Lilia Márquez - Dibujo y Literatura In Memorian.
Yo recuerdo que hacia estas portadas cada día, la mtra. Lilia me pasaba un pequeño texto o el título de la conferencia y yo trazaba una idea en cuestión de minutos, porque eran gráficos que tenía cierta urgencia. Siendo admirador de Brad Holland y de Rafal Olbisnky, usaba la ilustración conceptual para eslabonar ideas y conceptos con palabras; eran gráficos en blanco y negro, ya que en el Departamento de Diseño Gráfico era de recursos sobrios pero no por ello sin talento. Yo recuerdo haber hecho muchos gráficos cada día, estas imágenes fueron como la golosina visual de la mtra. Lilia, siempre quedo complacida con la eficacia de mis imágenes, que también provocaron ciertas anécdotas, como la de un joven escritor que miro asombrado como la portada era como un retrato de él (el individuo se rapaba el cabello), que yo había dibujado... sin conocerlo. Todavía conservo algunos originales y más o menos fueron como 500 dibujos en blanco y negro trazados primero con lápiz y depués en plumón, para pasarlos al escáner y usarlos en el diseño.
Siendo yo un aficionado también a la literatura muchas veces tuve charlas con la mtra. Lilia sobre el mundo de las letras, recuerdo que siempre se declaraba fan de Jose Emilio Pacheco, siempre me animó a seguir adelante con mis trabajos, pinturas y obra personal que ella conocía. Alguna vez inclusive me invitó a dar una conferencia sobre literatura y dibujo, en el plantel Iztacalco del CB cuando ya no trabajaba para la institución.
La mtra. Lilia era una persona menudita de complexión frágil pero de inteligencia sagaz y de gran dignidad ante la vida y su trabajo. Ella siempre demostró pasión por acercar a los estudiantes a las letras, a la narrativa y a la poesía. Yo recuerdo algunas reuniones que tuvimos en compañía de sus estudiantes en algún café y daba gusto ver como algunos de ellos mostraban un gran interés en la lectura, algunos en escribir y otros en declamar.
También me viene a la memoria su oficina en el Colegio, que era pequeña pero interesante: la mtra. Lilia a veces se perdía entre los muchos y variados libros en sus estantes, o entre pilas de revistas, folletos, etc. Me recordaba un poco esa entrada del programa televisivo de Ray Braydbury: esa afición de los escritores por coleccionar todo tipos de cosas, como para esconderse y protegerse de los demás (no en balde Monsi nos dejo un museo). Era en verdad increíble ver todos las cosas que había en ese pequeño espacio, un mundo creado con cariño por su habitante, sobresalían sus queridas figuras de tortugas hechas en los más variados materiales, muchas regaladas. Una lista enorme de escritores que habían participado de sus conferencias colgaba de uno de los vidrios de su oficina. Después de mi paso por la institución educativa, llegue a visitarla, tomarnos un café y dejarle algún dibujo ... puedo presumir que fuimos amigos, se le extrañara bastante, así que a manera de homenaje publico publico una serie de esas viñetas en el ciberespacio, todas en relación a diferentes temas, pero teniendo en común el sello de la pluma, de la letra, de aquello que hace a los hombres narrar, escribir .... vivir ....
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