Boleros y tánatos. Crónicas a destiempo, de Fernando Reyes
Crónica de mi crónica
por Fernando Reyes
En agosto de 2004, durante la presentación de Antología de lo indecible, volumen de cuentos escritos por Guillermo Vega Zaragoza, en la Capilla Británica, leí un fragmento del cuento dañado "De fornicare angelorum", frente a un retablo religioso. Hubo excelente humor, amigos y vino. Recuerdo que uno de los cuentos de Vega estaba incompleto en la edición original. Quince días después, él mismo fue presentador de mi antología Pragmatáfora, en la cual el cuento mal editado en su edición de autor venía completito en mi compilación. Una cosa es la reseña de un libro; otra, muy distinta, la crónica de la presentación de un libro. La mayoría de las veces para el público —y también para los escritores y sus respectivos presentadores— resulta más interesante lo que acontece durante y en tomo a la presentación, que el libro mismo. Por ello hoy en día muchos escritores buscan a presentadores de renombre e incluso personajes famosos aunque nada tengan que ver con la literatura. Otros gastan en los mejores vinos y bocadillos; se hacen acompañar de músicos, performance, instalaciones, pintores o histriónicos lectores, todo con tal de que llegue más gente a la presentación, o que se haga más ruido en la prensa, que casi nunca llega, a menos que se trate de los cinco escritores conocidos de siempre, los mismos que salen en la televisión y la radio. He escrito ya al respecto, y estoy preparando otro libro que trata sobre este tipo de crónicas. Yo he tratado de hacer lo mismo con tal de atrapar lectores. Cuando presenté mi primer libro, llevé un hámster que estuvo dando vueltas todo el evento aterrando a Mónica Lavín, quien miraba no con poco miedo la jaula del roedor. Ella misma presentó su libro Hotel Limbo en un hotel en el que un pintor dibuja a una mujer desnuda: claro que se puso más atención a las curvas de la chica que a las palabras de Margo Glanz. Eduardo Casar, cuando presentó Amaneceres del Husar en la Facultad de Filosofía y Letras, hizo una entrevista a ultratumba a Jorge Luis Borges, quien habló muy bien de aquella novela lúdica. Llegó disfrazado y no le dejaron ingresar un caballo a la sala de presentación.
En la Capilla Británica en aquel agosto, compartí la mesa con Guillermo Samperio, Mauricio Carrera y Alberto Chimal. Este último me dio el correo de Miguel Barberena, director del suplemento cultural Arena del periódico Excélsior. Me comuniqué con él un par de veces y llegó el fin del año. Al inicio del 2005 me invitó a colaborar. Lo raro fue que comencé a publicar en el espacio que correspondía a Alberto Chimal, quien subía como la espuma en el ámbito cultural. Así, mi primera crónica apareció el 6 de marzo en la columna "Mundo raro", misma en la que Alberto había publicado su comentario al libro de Vega Zaragoza.
Debajo de mi ficha, decía: "Alberto Chimal, columnista titular de Mundo Raro, está de vacaciones". Se me hizo tan rara esa nota, primero porque no imaginaba a Chimal nadando, esquiando o buceando; y si así fuera, tampoco lo imaginaba dejando de escribir un solo día y mandando su texto desde cualquier parte del mundo. Un mundo raro en verdad. En aquella sección, publiqué un texto sobre el "día de la familia", que se le había ocurrido a "Vicente Fucks" (así titularon el pie de foto) para contrarrestar la debacle de las instituciones mexicanas. "De presidentes, televisión y domingos familiares", se llamó mi primera crónica. La dediqué a mis hijas, con quienes recién ya no vivía. Ver mi texto publicado ese preciso día calmó un poco aquel domingo solitario.
El siguiente texto apareció ya como parte de una columna propia que Barberena intituló "Citadinas". Cada quince días, Miguel me daba la libertad de escribir de lo que se me diera la gana, desde cuestiones meramente personales e internas, encuentros con amigos escritores, desencuentros con personajes políticos y de la farándula, hasta choremas sociológicos y días de guardar. En Arena compartí con plumas de alto calibre como la de Armando González Torres, Eve Gil, Héctor Carreto, Edilberto Aldán, Rafael Vargas Pasaye, entre otros talentos creadores con aliento crítico. Dejamos de publicar hasta que Vázquez Raña compró el periódico.
Desde entonces me mal acostumbré a hablar sobre lo que me viniera en gana; así que fue difícil encontrar un nuevo escaparate impreso. Empecé a escribir, como muchos, en la red. Primero en un grupo denominado sogemescuelas, en donde a veces aparecían textos de Eduardo Casar, Mónica Lavín, y otros profesores de aquel grupo-escuela. Luego, como de manera epistolar, en uno grupito que yo formé y en el que recibía buenos comentarios esporádicamente. Otras revistas han dado cabida a mis textos, entre las que destaco Molino de Letras de Chapingo, Opción ITAM, En Tierra de Todos de Campeche, Gaceta del CCH Vallejo, Guardagujas, el suplemento de La Jornada de Aguascalientes y otras no menos importantes.
Las crónicas aquí reunidas (llamadas también por los editores "ensayos de abrevadero", "choros mareadores", "artículos tendenciosos", "textículos con testos", "emilios para el ocio", "pedradas y piedritas", incluso "chuparrosas", por una columna que intitulé con un verso de la "Suave Patria", en el que Velarde llama a la patria "equilibrista chuparrosa") las edito en este volumen de una manera libérrima y sin cronología. No respeto mucho lo 0rto0doxo de los géneros, por ello éstas son un tanto crónicas, un tanto ensayos, y otro tanto relatos, incluso epístolas. Muchas de ellas las escribí desde las vísceras. Otras para divertirme echando estiércol en vez de desgañitarme en la calle o pelearme en algún ministerio público, oficina burocrática o institución cultural. Las demás, simplemente porque lo tenía que hacer, lo tenía que decir, que escribir. Quedarme callado me habría matado, se me habría podrido dentro como un cáncer de palabras.
Sé que muchos le han negado valor literario a la crónica y al ensayo. Lo tachan de "periodístico", como si este género incluso no tuviera su propia importancia. En las buenas escuelas de periodismo leen a Montaigne y Bacon. El Nuevo Periodismo Norteamericano dio a luz gran calidad literaria. La mayor parte de las grandes plumas del siglo XIX mexicano hicieron crónica y ensayo. Alfonso Reyes y Carlos Fuentes escribieron toda su vida en periódicos. Lo mismo que José Emilio Pacheco y Carlos Montemayor. La narrativa y la poesía no se manchan con la tinta del periódico. Leer sus ensayos es leer buena parte de su obra, de su estilo, de su visión literaria, de su concepción del mundo.
No es mi intención que se encuentren méritos estéticos en mis textos. Ya dije que éstos deben concebirse como una mezcla de vísceras, corazón y sesos. Si a Carlos Monsiváis, en cuanto a valor literario, lo hicieron trizas sus detractores. ¿Qué le puede esperar a este humilde tundeteclas?
Ustedes verán, a través de mis textos, cuál es mi intención. Es salirme de mi burbuja, bajarme de mi torre, es decir lo que otros callan, es decir lo que otros no oyen, o no quieren oír o lo que ya todos saben, es decir algo fuera de mí, algo sobre mi tiempo, algo sobre mi entorno, sobre "los otros que me dan plena existencia".
(Texto incluido en Boleros y tánatos. Crónicas a destiempo, de Fernando Reyes, publicado por Ediciones Libera, 2010)
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