viernes, febrero 18, 2011

Del amor y otras ideas erróneas

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Publicado en el suplemento del semanario Trinchera. Polìtica y Cultura del 17 de febrero de 2011.

Por Guillermo Vega Zaragoza

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? es el título de un cuento y de un libro del escritor norteamericano Raymond Carver. Y parece una pregunta digna de ser respondida en estos días, en los que la mercadotecnia nos ubica en “el mes del amor”, ya no sólo un día, el 14 de febrero, sino todo el mes.

¿Quién que es no ha estado enamorado? ¿Quién no sabe que el amor “es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado”? ¿Que “es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado”? ¿Que “es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada”, como lo establecieron los versos de Quevedo?

Pues sí. La palabra “amor” y sus derivados es, sin lugar a dudas, la más utilizada en los medios de comunicación: en películas, canciones, revistas, libros, series y telenovelas. Tal parece que no hay otro tema que preocupe más al ser humano. Pero cabría preguntarse: si todos estamos preocupados por el amor, si a todos nos interesa amar y ser amados, ¿por qué hay personas que no se sienten amadas o, aún peor, incapaces de amar, a los demás y a sí mismos? Es decir, ¿por qué hay personas infelices porque no tienen amor en sus vidas?

En principio, aventuro una hipótesis: se debe a dos ideas erróneas acerca del amor, ampliamente difundidas y reforzadas por los medios de comunicación, la familia y las relaciones sociales; a saber, primordialmente:

1) “El amor lo justifica todo”. Esta idea es una de las más asumidas y puede hacer que las personas padezcan sufrimientos atroces y experimenten decepciones y frustraciones sin límite. En nombre del amor se cometen las tonterías más inimaginables, por ejemplo, que muchas mujeres soporten a un patán por pareja, que las insulta, las sobaja e incluso llega a golpearlas y hasta matarlas. Por esta idea errónea de que “el amor todo lo soporta”, muchas personas toleran que sus hijos y parientes más queridos les falten el respeto, sean irresponsables y hagan fechorías, pues “el amor es ciego”.

Véase cualquiera de las telenovelas de cualquier época (todas son iguales y su premisa es la misma): la protagonista (generalmente bella, buena, sin malicia y evidentemente tonta) se enamora del galán (guapo, de buenos sentimientos y también evidentemente afectado de sus facultades mentales). El personaje de “el malo” o “la mala”, el antagonista, hará lo inimaginable para impedir que la pareja consuma su amor y sea feliz, cometerá maldades y felonías sin límite para hacerles la vida imposible. Los tórtolos, por su parte, son incapaces de darse cuenta de todo lo que se trama alrededor de ellos, son buenos y también bien intencionado, rayando en la imbecilidad. El malo, sin embargo, no es malo nomás porque sí, también quiere ser amado, pero por alguna razón no lo ha logrado (no se ha ganado el amor), pero si alguien lo quisiera no sería tan malo. Al fin de cuentas, todos deseamos amar y ser amados. El amor redime todos los errores y todos los pecados. Y todas las estupideces. Y al final —nos dicen— el amor siempre triunfa.

Estas son las ideas a las que mañana, tarde y noche un gran segmento de la población está expuesto, razón por la cual termina por creer y asumir que así es, que así debe ser, que el amor es lo más importante, que el amor lo justifica y lo perdona todo, que si las cosas se hacen en su nombre, al final se obtendrá la recompensa tan deseada por todos: el AMOR.

Todo esto —lamento tener que informarles a ustedes por este medio, queridos lectores— son puras patrañas. El amor no lo justifica todo. Sí, en efecto, es una parte sustancial de la vida de los seres humanos, pero el miedo a no tener amor o a perderlo no justifica atrocidades ni estupideces ni acciones irresponsables. Vivimos rodeados de mensajes que nos inculcan que sin amor no somos nada, que no valemos nada sin él, que somos menos que piltrafas. Y no es así. El amor — lamento contradecirlos, señores poetas y escritores de canciones populares— tiene como eje inicial principalmente el amor a sí mismo. Alguien que, en principio, no se ama a sí mismo, que no se acepta como es, con sus cualidades y defectos, es incapaz de dar amor y, por ende, siente que no merece ser amado.

Esto nos lleva la siguiente idea errónea acerca del amor:

2) “El amor se conquista”. Para ser amado, se dice, hay que hacerse merecedor de ese amor. Es decir, hay que ser de determinada manera y hacer determinadas cosas para que el otro nos ame. No es suficiente con ser simplemente como uno es. Hay que ser algo más a lo que en realidad se es para merecer el amor. Hay que ser bello, esbelto, deseable (sobre todo en el caso de las mujeres) y ser exitoso en términos económicos y materiales (sobre todo en el caso de los hombres). Si se es feo y pobre, las posibilidades de alcanzar el amor disminuyen estrepitosamente. Entonces, si no se tiene la suerte de heredar genes que nos permitan ser guapos, es obligatorio esmerarse en alcanzar el éxito, en “ser alguien”, en triunfar, para merecer las preferencias de la persona amada.

La música popular mexicana está llena canciones de despechados, de rechazados por la pareja, de hombres y mujeres que reclaman no haber sido valorados, que los han despreciado y los han abandonado por otro. Y, como corolario, se lanzan a la bebida para soportar su dolor. He ahí todo un género: el bolero. O las canciones de nuestro más celebrado compositor, José Alfredo Jiménez; de nuestros más celebrados cantantes, como José José, o más recientemente de la multitud de grupos norteños, de banda o de la “onda grupera”. Pensemos en canciones como “Mi razón” de la Sonora Santanera: “Aquí estoy entre botellas, apagando con el vino mi dolor, celebrando a mi manera, la derrota de mi pobre corazón. Y si acaso ya inconciente, agobiado por los humos del alcohol, no me culpen si le grito, si entre lágrimas le llamo, todo tiene su razón”.

Evidentemente, esta idea de que “el amor se conquista” también es errónea. Es cierto, hay mucho de biológico en lo que hemos dado por llamar amor, y que en realidad es puro instinto: la perpetuación de la especie. Las hembras buscan al macho que les garantice, además de buenos y variados genes, el mantenimiento y la protección de la prole. Y el macho, por su parte, busca una hembra que sea depositaria de su herencia genética. Esto, que en el resto de las animales sigue siendo tan claro y elemental, en la especie humana se ha complejizado a tal grado, gracias a la evolución y, sobre todo, la cultura, que ha dado lugar a conductas y comportamientos variados y extravagantes, como regalar flores y chocolates, escribir poemas, tatuarse el nombre de la amada en un brazo o poner a su nombre una mansión de millones de dólares.

Es evidente que en la actualizada estamos viviendo un radical cambio de roles en la sociedad, que está transformando la sociedad y sus instituciones, sobre todo la familia. La gran mayoría de las mujeres ya no responden al estereotipo tradicional, aquel en el que estaban supeditadas a la voluntad y los caprichos de los hombres. Cada vez más son las mujeres que trabajan, se ganan la vida por sí mismas, ocupan puestos de responsabilidad a todos los niveles; destacan en los negocios, la ciencia, las artes y los deportes, y además son cabeza de familia. Y ante esta nueva realidad, inevitable, los hombres hemos tenido que cambiar nuestra forma de entender y relacionarnos con el género femenino, viéndolas cada vez más como iguales en derechos y obligaciones, y no como subordinadas a la voluntad masculina. Es decir, verlas como compañeras, como una verdadera pareja, y no como un objeto de deseo que requiere ser “conquistado”. Y la principal forma de relación entre los seres humanos es, como lo definió Sócrates hace casi 2,500 años en la Grecia clásica, es el amor, que consiste fundamentalmente en lo siguiente: en “desear que la persona amada sea lo más feliz posible”. ¿Y cómo puedo hacer que el otro sea feliz, si yo no lo soy en principio?

He ahí el principal argumento contra estas dos ideas erróneas acerca del amor: para amar, primero hay que amarse uno mismo. Si se antepone el amor al otro por encima del amor a uno mismo, se está cometiendo un error: no puede aceptarse nada por encima del amor a uno mismo (y aquí ya algunos podrán discutir si el amor a dios o lo que sea, pero no es el tema de este artículo). Y por la misma razón, el que quiera amarnos debe aceptarnos como somos, con nuestras virtudes y defectos, pero sobre todo, puede amarnos porque somos felices, porque estamos felices con lo que somos y, por lo tanto, podemos dar y prodigar amor. De otra forma —me temo que es necesario reconocerlo—, es casi imposible.

5 Comments:

Blogger A l d 0 said...

Claro que tienes más que razón Memo, pero vieras como sufren mis pubertas alumnas de prepa cuando les pongo la disitinción entre amor necesidades /biológicas y ni hablar de perpetuidad mitica de mujer abnegadaopenlegs de la taranoverla.

2:38 p.m.  
Blogger Guillermo Vega Zaragoza said...

He ahí la cuestión, hay mucho por hacer para romper con eas ideas. Gracias por leer y comentar. Saludos.

3:25 p.m.  
Blogger Atteconqueso said...

Yo tengo la teoría de que el amor es algo que inventaron nuestros padres, o los padres de nuestros padres. Es una gran mentira como "el dinero no hace la felicidad", "no importa lo que tienes sino lo que eres", y una larga lista de etcéteras.
En lo personal, yo no creo que el amor justifique todo ni creo que el amor se conquiste. Soy alguien muy exigente, y tal vez eso hace difícil que alguien esté conmigo, pero no me importa. Creo que muchos hombres se sienten intimidados por mujeres que piensan, que trabajan, que son exitosas; buscan mujeres sumisas, dependientes, ante las cuales ellos sean los héroes. Yo no quiero un héroe, yo quiero alguien pleno que esté dispuesto a amarme con virtudes y defectos (sobretodo con defectos), porque yo haré lo mismo. Tal vez me esté condenando a ser "la señora loca de los gatos", pero no estoy dispuesta a pedir menos.
Espero que alguien, algún día, me demuestre que el amor no es una mentira inventada por los marketeros para vender miles de millones de dólares en productos durante el mes de febrero. Mientras tanto, estaré buscando nombres para gatos.

9:59 a.m.  
Blogger Guillermo Vega Zaragoza said...

De acuerdo con usted, doctora. Gracias por la visita. Nos estamos leyendo.

12:43 p.m.  
Blogger Diva de noche said...

Vine buscando algo que sustentara mi idea de que el amor lo justifica todo...me voy con Sócrates...el amor es todo aquello que hacemos para que la persona que amamos sea feliz siempre que me ame en primer lugar a mi..
Me gusta tu prosa...un saludo

11:46 p.m.  

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