martes, febrero 15, 2011

Un escritor famoso

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por Gore Vidal


Hace poco comenté de pasada ante un magnetófono que hubo un tiempo en que fui un novelista famoso. Cuando se me aseguró, educadamente, que todavía era conocido y leído, me expliqué. No hablaba de mi caso particular, sino de una categoría a la que pertenecí y que ahora ha dejado de existir. Yo sigo aquí, pero la categoría no. Hoy día hablar de un novelista famoso es como hablar de un ebanista o un diseñador de lanchas motoras famoso. El adjetivo no se corresponde con el sustantivo. ¿Cómo va a ser famoso un novelista (al margen de lo conocido que pueda ser a título personal para la prensa) si la novela en sí tiene tan poca trascendencia para la gente culta y menos aún para la población en general? La novela como instrumento educativo es cualquier cosa menos famosa.

Actualmente no existe el novelista famoso, como tampoco existe el poeta famoso. Empleo el adjetivo en un sentido estricto. Según los entendidos, ser famoso es que se hable mucho de uno, por lo general bien. Es algo tan gris y deslucido como eso. Pero hace treinta años las novelas eran realmente leídas y discutidas por quienes no las escribían ni de hecho las leían. Un libro podía ser famoso entonces, mientras que ahora rara es la vez que el público menciona un libro, a menos que, como el El Código Da Vinci, esté siendo metamorfoseado en una película que atenta contra una creencia.

Al contrario de lo que muchos creen, la fama literaria no tiene nada que ver con la calidad de la obra o la verdadera gloria, ni siquiera con el hecho de que un escritor conste en el programa de estudios del departamento de literatura de una universidad, ya de por sí tan alejada del Ágora como el umbrío sendero de la Academia. Para cualquier artista, la fama se mide por el interés que ha despertado en el Ágora su última obra. Si lo que ha escrito solo lo conocen unos pocos profesionales o entusiastas (Faulkner comparó a los amantes de la literatura con criadores de perros, escasos pero apasionados hasta el extremo de la locura con el tema del linaje), entonces no solo no es famoso, sino que también es intrascendente para su época, la única que ha conocido; tampoco puede soñar con los ávidos lectores de un siglo posterior, como hizo Stendhal. Si las novelas y los poemas no interesan actualmente al Ágora, hacia el año 3091 no existirán si no es como objetos de interés monacal. Eso no es ni bueno ni malo. Simplemente no es famoso.

(Navegación a la vista, Literatura Mondadori, 2008)