martes, enero 25, 2011

La crítica inútil

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La crítica inútil

por Guillermo Vega Zaragoza

Publicado en la revista cultural En Tierra de Todos
y en el suplemento
Oveja Negra del Diario Amanecer de Oaxaca.


Desde que, como dicen, tengo “uso de razón”, este país siempre ha estado en crisis. Desde cuando apenas tenía nueve años, que entramos en crisis debido a la devaluación del peso frente al dólar del final del sexenio de Echeverría, hasta ahora, en pleno siglo XXI, cuando los gobiernos panistas aplican las leoninas medidas de “austeridad” y “liberalización económica” que los acreedores internacionales (FMI y Banco Mundial) les han impuesto y que implementan al pie de la letra, con las evidentes consecuencias de depauperización e injusticia social, a las que ahora se les ha agregado la violencia y la zozobra.

Crisis, dice el DRAE, tiene siete acepciones, todas relacionadas con el “momento en que se tiene que tomar una decisión”. La que más me gusta es ésta: “Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente”. Es decir, una crisis es un momento, no es un estado. No es posible estar siempre “en crisis”. ¿Entonces por qué, desde que recuerdo, siempre hemos estado “en crisis”? Y he llegado a la conclusión que es a la falta de crítica que aqueja a la grandísima mayoría de los mexicanos. Curiosamente —miren nomás—, “crítica” tiene la misma raíz que “crisis”.

En su agotadísimo libro Para saber lo que se dice II (Editorial Domés, 1992), el maestro Arrigo Coen explicó que el criterio es la “regla para apreciar la verdad o falsedad de lo que se juzga”, una “norma para atribuir valores”; es, en fin, la “capacidad de discernir”. Discernir significa cerner, o cernir, pasar por un cribo, tamizar, pasar por el cedazo, para separar. ¿Para separar qué? Lo cierto, lo valioso, de lo que no lo es. El criterio es, pues, el cedazo, el tamiz, la criba utilizada para apreciar lo verdadero, lo cierto, lo seguro. La crítica sería, pues, el ejercicio del criterio, la capacidad de discernir. Es decir, estamos en eterna crisis porque no sabemos discernir.

Cuando escucho o veo un programa de análisis deportivo—donde casi siempre se habla de futbol—, me sorprende la capacidad que tienen los periodistas para desmenuzar hasta el menor detalle de un partido, con una capacidad de análisis y observación digna de mejores causas. Me gusta pensar que si todos los problemas importantes y más apremiantes del país se analizaran con ese detenimiento, con esa pasión, con esa obsesión, otro gallo nos cantaría.

¿De veras nos cantaría otro gallo o nada más me estoy haciendo autoerotismos mentales?

En efecto, en el país hay crítica, hay voces que se atreven a discernir, a analizar y a señalar lo que debe cambiarse, a separar lo valioso de lo que no lo es. Dicen algunos: hoy en día gozamos de una libertad de expresión como nunca antes; hoy se puede decir (casi) todo sin que haya barruntos de represión como en otras épocas, sobre todo en la prensa escrita (los medios electrónicos son otra vaina) y ahora a través de la Internet, sin consecuencias… Ahora mismo, si quieres, le puedes mentar la madre al mismísimo Presidente de la República a través de Twitter y no pasa nada.

He ahí el principal problema: que no pasa nada. Para que la crítica sirva de algo debe tener consecuencias, debe provocar que las cosas cambien. ¿Cómo? Haciendo que aquellos a los que se critica tomen conciencia de que están haciendo mal las cosas y se ejerza una presión social o política sobre ellos. Pero resulta que nos podríamos pasar la vida criticando pero nada cambia positivamente; al contrario, sigue empeorando. ¿Por qué? Porque se tolera la crítica, pero no se le hace ningún caso. En un régimen represor, la menor crítica es intolerable: cadalso o cárcel. En un régimen supuestamente “democrático”, se tolera la crítica, pero no es tomada en cuenta. Se soporta y hasta se escucha, pero nunca se atiende. Es todavía peor, pues los dictadores antidemocráticos por lo menos reaccionan y tratan de acabar con sus críticos y opositores, pero los déspotas pseudodemocráticos —tanto de derecha como de izquierda— simple y sencillamente le pintan violines a los críticos. “Ni los veo ni los oigo”, como dijo el Chupacabras, a quien también se le atribuye esta máxima: “En México nunca pasa nada, y cuando pasa algo, de todos modos no pasa nada”.

Y eso se refleja en todos los ámbitos de la vida nacional: desde la política hasta la cultura y el deporte, desde el arte hasta la plaza pública, desde la casa hasta la escuela y el trabajo.

En este país, la crítica es inútil.

Y sin embargo, hay que seguirla haciendo, hasta que las cosas cambien.