viernes, febrero 11, 2011

Creo en el poder de la literatura

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por Carlos Valdés (1928-1991)

Autor de El nombre es lo de menos, entre otras obras, y fundador,
junto con el maestro Huberto Batis, de los míticos
Cuadernos del viento.


Creo en el poder de la literatura para volver más auténtica y profunda la vida del hombre

Creo que la existencia del escritor está empeñada en la lucha con el estilo y la vida.

Creo que la ardua lucha con el estilo y su dominio no bastan. Expresarse correcta y bellamente no basta. Cuando el escritor carece de un mensaje trascendente convierte su obra en un instrumento perfecto, pero inútil, sin espíritu, como una de esas máquinas grandiosas y de apariencia impresionante a las que sus inventores no les han encontrado objeto. (Cuando hablo de utilidad no me refiero al pragmatismo económico, moral, político o social, sino a lo que es útil al espíritu del hombre).

Creo que el compromiso del artista con la vida consiste en conocer el mundo que lo rodea, en convertirse en testigo e intérprete fiel de la naturaleza. En cierto sentido los métodos ordenadores del artista superan a las leyes ciegas de la naturaleza. El artista impone el orden y la armonía donde imperan las sombras y el caos.

Creo que el artista más genial es el que logra penetrar en la esencia de las cosas y de los hombres, y domina el arte de la claridad y la luz.

Creo que la vocación del artista y la del santo se asemejan en su idealismo, recorren caminos paralelos, pero divergen hacia puntos opuestos e irreconciliables. La subjetividad del artista desemboca en formas concretas de culto; en cambio, el místico adora las abstracciones más puras. El místico tiene más afinidad con el matemático y el filósofo; en cambio, el artista se parece más a los locos y a los amantes. El artista es un loco y un amante que goza de una conciencia y una lucidez deslumbradora, conciencia muchas veces inadvertida para el propio artista, y sólo se revela a través del trabajo y la creación.

Creo que la literatura presupone el conocimiento de sí mismo; pero no se trata de un conocimiento analítico, sino intuitivo. El artista sabe, pero muchas veces ignora de dónde proviene su conocimiento. El artista puede aun ignorar muchos datos enciclopédicos, y hasta equivocarse en las teorías que sustenta, pero lo redime la intuición, la ciencia infusa que no se aprende en ningún texto.

Creo que la gran literatura es radical porque penetra hasta las raíces de la existencia humana. No acepta soluciones ni moralejas superficiales, advierte las contradicciones y las expone con valentía revolucionaria.

Creo que el escritor debe ser libre en el más amplio sentido del vocablo, y no convertirse en instrumento de intereses ajenos a la literatura, y debe desafiar todas las convenciones, no transigir con nada, ni retroceder ante la muerte o la locura.

Creo que el escritor no debe seguir recetas ni preceptos establecidos. Cada artista debe encontrar su propio camino, su voz propia.

Creo que los caminos de la literatura son múltiples y misteriosos, y hasta a los guías más perfectos los ataca el vértigo y la duda. Creo que en la literatura no hay nada escrito, ni definitivo.

Creo que la literatura no puede ser una condecoración, un premio a la constancia del académico que se somete y trabaja en la paz de los claustros universitarios.

Creo que el temple del verdadero escritor se prueba en la lucha cotidiana, en el heroísmo cotidiano, en la vigilancia cotidiana, en el trabajo cotidiano por mantener vivo y despierto el fuego de su conciencia.

Creo que si la crítica, el pensamiento analítico consigue descifrar el enigma de la literatura, ese día la literatura y la poesía, carentes del misterio protector, se convertirán en ejercicios de erudición intrascendente, en una especie de crucigrama para probar la paciencia de los aburridos.

Creo en la literatura, creo en el poder de la literatura para volver más auténtica y profunda la vida del hombre.

Creo en los que creen en la literatura, en los humildes de espíritu que aceptan el misterio, y que sólo atinan a ser humildes y esperan con fe el milagro de la iluminación.

Creo que en el reino de la literatura los esfuerzos fácilmente se convierten en polvo y en humo, y el mayor pecado es la vanagloria. La indigencia es el castigo del que todo cree tenerlo. Los artistas sin excepción deben esforzarse por encontrar su camino, porque muchos empiezan la jornada, pero pocos ven el término de sus fatigas. La literatura es una profesión de desesperanza. El que no trabaja se halla condenado al fracaso y al olvido. El artista laborioso ha recorrido la mitad del camino; pero que nadie afirme con vanagloria: “Estoy salvado”, porque sólo la caprichosa y esquiva gracia es capaz de salvarlo.

Expuesto en "Los narradores ante el público" (05/08/1965).
Tomado de Recuerdos inútiles.