lunes, marzo 22, 2010

J.D. Salinger: El guardián al descubierto

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Por Guillermo Vega Zaragoza

A unas cuantas horas de haberse dado a conocer la muerte de J. D. Salinger, el 27 de enero de 2010, Bret Easton Ellis, el otrora enfant terrible de la literatura norteamericana de los ochentas con American Psycho, envió el siguiente mensaje en Twitter: “¡¡Sí!! Gracias a Dios por fin está muerto. He esperado este día por una jodida eternidad. ¡¡¡De fiesta esta noche!!!” En tanto, el también célebre Jay McInerney, consideró a Salinger “el escritor norteamericano más influyente desde Hemingway”. Y abundó el autor de Bright Lights, Big City: “Como Mark Twain, a quien imitó en la línea que abre The Catcher in the Rye, inyectó un nuevo tono coloquial en nuestra literatura. Es imposible imaginar la obra de Philip Roth o John Updike sin su influencia. Varias generaciones después, escritores como David Foster Wallace y Dave Eggers parecen aún estar calcando a Holden”.

Sin duda, de Holden Caulfield, el joven inconformista de la posguerra, a Patrick Bateman, el ejecutivo asesino de Wall Street, parece haber transcurrido una eternidad. El mundo ha cambiado enormidades al igual que los lectores. Piedra angular de la “Literatura del No”, de aquella cofradía de los Bartlebys, inventada por Enrique Vila-Matas, hombres que se negaron a seguir escribiendo como Juan Rulfo, Arthur Rimbaud y tantos otros, Salinger continúa provocando entusiasmos y enconos.

Más allá de las especulaciones acerca de la posibilidad de que luego de su muerte salgan a la luz los textos que Salinger escribió durante su autoimpuesto silencio de más de 45 años, resulta interesante echar un vistazo a algunas valoraciones acerca de su magra obra: apenas 36 textos publicados, incluida una novela, el último de ellos en 1965.

Jerome David Salinger nació el primero de enero de 1919 en Nueva York. A los 17 se enroló en la academia militar y publicó su primer cuento en 1940. Se alistó en el ejército en 1942, partió a Europa. Recibió entrenamiento de contrainteligencia y participó en varios enfrentamientos contra los nazis. En Alemania ayudó a liberar un campo de concentración y participó en el interrogatorio de los prisioneros de guerra. En 1944 entró en París, con las primeras tropas norteamericanas que liberaron la ciudad. Ahí encontró a Ernest Hemingway, que trabajaba como corresponsal de guerra. Ambos simpatizaron de inmediato y Salinger le enseñó sus relatos. Cuando su unidad desembarcó en Normandía, llevaba una máquina de escribir entre sus pertenencias.

Poco después del fin de las hostilidades, Jerry sufrió un colapso nervoso debido al estrés postraumático y fue relevado de su cargo en 1945. Su experiencia en la guerra lo marcó profundamente y le hizo cambiar su opinión sobre la humanidad. En el libro de memorias de su hija Margaret, El guardián de los sueños (Debate, 2002), Salinger llega a decirle a propósito de sus días en el ejército: “Nunca consigues deshacerte de ese olor a piel carbonizada”.

En diez años aparecieron 26 relatos suyos en diversas revistas, hasta que en 1951 publicó su única novela The Catcher in the Rye, la cual no fue muy bien recibida. Es célebre la reseña de James Stern en The New York Times, recién aparecido el libro, titulada “Ay, el mundo es un lugar asqueroso”, en la que imita el estilo utilizado del habla del personaje principal: “Este Salinger, es un tipo de cuentos cortos. Y sabe cómo escribir acerca de los chicos. Pero este libro está muy largo. Se pone un poco monótono. Me deprime. De veras que sí”. Para ese entonces, Salinger ya había publicado ocho de los relatos que incluiría en 1953 en el volumen Nueve cuentos, entre ellos varios considerados como verdaderas joyas del género: “Un día perfecto para el pez plátano” y “Para Esmé, con amor y sordidez”.

En Cuentos y cuentistas. El canon del cuento (Páginas de Espuma, 2009), Harold Bloom confiesa que la relectura de los cuentos de Salinger resulta una experiencia heterogénea. “Todos ellos tienen su componente de época: retratos de una perdida Nueva York, o de neoyorquinos fuera de suciedad, en la América posterior a la Segunda Guerra Mundial que desapareció para siempre con la ‘revolución cultural’ (por ponerle un nombre) a finales de la década los años sesenta”. Bloom afirma que sus personajes siguen resultándole encantadores y se vuelven estremecedores por “su humana espiritualidad, ajena al dogma y a la maldad”. Pone de relieve su oído para los diálogos, “heredado de Hemingway y de Fitzgerald”, y apunta que “la destreza de Salinger está fuera de toda duda; sus relatos se ejecutan exactamente como él pretende y se sostienen como narraciones, incluso si las actitudes sociales puedan parecer ahora con frecuencia arcaicas o pintorescas”.

Es difícil rastrear si los cuentos de Salinger fueron traducidos al español y publicados en alguna publicación de España o Latinoamérica antes de la aparición de su única novela. Lo que sí se sabe es que fue la Compañía General Fabril Editora, de Argentina, la que publicó en 1961 la primera traducción de la novela de Salinger, realizada por Manuel Méndez de Andes, bajo el título de El cazador oculto, título que algunos consideran más sugerente que el casi literal El guardián entre el centeno, de la versión de Alianza Editorial traducida por Carmen Criado y publicada en 1978.

Para el peruano Alfredo Bryce Echenique —autor de Un mundo para Julius, novela emparentada en más de un sentido con la de Salinger—, el personaje de Holden Caulfield “es un típico adolescente de Manhattan, al que Salinger apenas le permite moverse por una ciudad bastante anónima, que, en el fondo, no es más que el fantasma del Nueva York de Scott Fitzgerald…, que Salinger convirtió en el paisaje simbólico adecuado para situar su crónica del creciente dominio del utilitarismo en la vida norteamericana”.

Por su parte, en el ensayo “J.D. Salinger o el suicidio en abonos”, incluido en Vuelo sobre las profundidades (Lumen, 2008), el mexicano José Agustín hace un recuento de la vida y obra de Salinger, autor que tuvo una influencia decisiva en su propia escritura, sobre todo al principio de su carrera, en novelas como La tumba, De perfil y Se está haciendo tarde (final en laguna), así como en la de Gustavo Sáinz, sobre todo en Gazapo. Sin Salinger no es posible entender lo que Margo Glantz denominó como “La Onda”.

José Agustín resume así el significado de la novela de Salinger: “Fuera del ‘sentido y de las metas de la vida’ tradicionales, desgastadas ya a mediados del siglo XX, un joven sensible, que percibe la insensatez del sistema y carece de espacios para expresarse y moverse, puede ver que la sociedad es una cárcel o un laberinto asfixiante. Holden no es rebelde por naturaleza, por el contrario, su sencillez lo hace no pedir demasiado; podría adaptarse fácilmente. Pero no es así, y desde el principio no encaja, siempre está profundamente insatisfecho. Por eso The catcher está tan ligado a la contracultura y se volvió un clásico de la generación de los sesenta”.

En 1961, se publicó Franny and Zooey, dos historias aparecidas con anterioridad sobre los miembros de la familia Glass, personajes clave de su universo narrativo. Se trata de un relato corto y una noveleta, que funcionan como una sola obra. Nuevamente la crítica estuvo dividida. Nada menos que George Steiner consideró a “Zooey” como “una pieza de deforme autoindulgencia”. No obstante, cuarenta años después en la New York Review of Books, Janet Malcom la calificó como “la obra maestra de Salinger”.

En su reseña del libro para el NYT, John Updike afirmó que “la intensa atención de Salinger a los gestos y la entonación lo ayudan a convertirlo, entre sus contemporáneos, en un artista literario único y relevante”, y señaló que “sus ficciones, en lugar de ser adustas bravuconadas, tienen humor y atractivo, su irónica pero persistente desesperanza aborda la forma y el matiz de la vida americana actual”. Sin embargo, advirtió que corría el peligro de convertirse en enrevesado y estático: “El sentido de la composición no está entre las fortalezas de Salinger”.

Dos años después, en 1963, de nuevo Salinger reuniría en libro dos narraciones ya publicadas: Raise High the Roof Beam, Carpenters, and Seymour: An Introduction, más capítulos de la saga de los Glass. Cuando se reeditó el libro en español en 2004, el escritor argentino Rodrigo Fresán señaló que estos relatos poseen una cualidad misteriosa: “Salinger es un escritor virósico y con alta potencia de contagio; un escritor que contamina y que hay que saber manejar con precaución”, porque “se corre el riesgo de quedar atrapado entre sus redes”. Salinger, dice Fresán, tiene que ver más con el lector que con el escritor. “Salinger enseña más a leer que a escribir y tal vez por eso, para muchos, Salinger es un autor ‘menor’. Su literatura existe más en función de sus lectores que de sus colegas; de la necesidad de producir determinados efectos en los lectores; de ‘atacar’ iluminando”.

El 19 de junio de 1965 apareció el último cuento publicado por Salinger: “Hapworth 16, 1924”, una larga carta del joven Seymour Glass, el mismo personaje de “A Perfect Day for Bananafish”. En 1997 se amagó con que aparecería en forma de libro, pero su publicación fue pospuesta indefinidamente. Se trata de un relato cronológicamente anterior a todas las incursiones de la familia Glass en el universo narrativo de Salinger. Fue interpretado por algunos como el cierre de un ciclo y así lo fue. A partir de entonces, lo demás fue silencio.

Atenuada por biografías desautorizadas y libros de memorias que revelaban detalles sórdidos de su vida, con los años la obra de Salinger, sobre todo, El guardián… se convirtió en objeto de culto y lectura obligatoria en las preparatorias. Sin embargo, poco a poco los lectores más jóvenes lo fueron abandonando. Con algo de pesar, Bryce Echenique apunta: “Puedo pensar en pocos escritores que hayan vivido tan de cerca como Salinger el abandono masivo y casi simultáneo de sus muchísimos lectores. Fiel a sus obsesiones o limitado por ellas, la sensibilidad de Salinger le impide salir de su vecindario o su clase social, y sus personajes continúan hundiéndose en su neurosis cotidiana y en su visión de una jungla de asfalto en la que ni los picaros logran sobrevivir. Esto hace que, ya a principio de los sesenta, la crítica empiece a impacientarse con el empecinamiento de un autor que se niega a salir de su guarida para respirar los aires de cambio”.

En junio de 2009, un juez federal ordenó que se detuviera temporalmente la publicación de 60 Years Later: Coming Through the Rye, (60 años después: Atravesando el centeno), una especie de continuación de la historia de Holden Caulfield escrita por un tal J.D. California, de Suecia, donde el famoso personaje creado por Salinger es un vejete que se escapó del asilo y su bienamada hermana Phoebe una drogadicta hundida en la locura.

A propósito de esta situación, la editora de la New York Times Book Review, Jennifer Schuessler, se dio a la tarea de investigar qué tanto los lectores jóvenes seguían identificándose con el héroe adolescente. Lo que encontró no fue muy halagüeño. Los jóvenes de hoy ya no son como los de los sesentas. En general, los estudiantes ya no sienten mucha compasión por los antihéroes alienados y se enfocan más en distinguirse de la sociedad que en tratar de cambiarla. “Ahora los héroes de la cultura popular son los nerds que conquistan el mundo —como Harry Potter— y no los adorables perdedores que lo rechazan”, apunta Schuessler. Un estudiante de 15 años confesó: “En mi clase todos odiamos a Holden. Queríamos decirle: ‘Cállate y tomate tu Prozac’”.

No obstante, independientemente de su popularidad actual, es posible seguir suscribiendo lo que Bryce Echenique señaló en 1994: Salinger fue un escritor lleno de oficio, de talento, de sensibilidad y maestría; que, al igual que otros grandes escritores antes que él, escribió con la esperanza de influir en la vida espiritual de sus lectores, y que realmente tocó un punto neurálgico de la sociedad norteamericana: el horror ante la irrecuperabilidad de la juventud. Como apuntó con certeza Fresán, Salinger es y seguirá siendo, de algún modo, la juventud, nuestra juventud. “Es un escritor que nos recuerda demasiadas cosas de nosotros mismos; su relectura en ocasiones nos perturba no por quién es él sino por quiénes fuimos nosotros”.

Publicado en La Jornada Semanal.