Esas "tecniquerías" de la poesía
La postura común y corriente, aun entre poetas, es desdeñar los asuntos de métrica como temas de una aridez intransitable, puntos “académicos” o “detalles” de plano inútiles. Es algo de veras extraño, como si le dijéramos con todo aplomo a un esforzado estudiante de música: “No te preocupes de partituras; despreocúpate de la notación, pues estás llamado a cosas más altas y todo eso te distrae de tu genio. No te quemes las pestañas ni te desveles. Basta lo siguiente: el canto o el chiflido de una melodía es lo importante; puedes prescindir de las complicaciones de la armonía y de todas esas tecniquerías”.
En poesía, el resultado de estas recomendaciones está a la vista. Nadie quiere, claro, poetas ocupados de la métrica todo el tiempo; más bien, poetas conocedores de su oficio, aun cuando más temprano o más tarde rompan todas las reglas. ¿Cómo me voy a oponer al endecasílabo si no sé nada acerca de su historia ni de sus características? Cuando lo haya conocido bien, seré capaz de subvertido, destruirlo, modificarlo.
David Huerta, poeta.
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