Beber nos hace miopes
En un interesante artículo publicado en The New Yorker (Febrero 15-22, 2010), el ensayista Malcolm Gladwell, autor de libros como The Tipping Point y Outliers, explica que la cultura de cada grupo social afecta el efecto que el alcohol tiene en sus miembros. Es decir, la forma de emborracharse es una consecuencia social, no sólo personal. Cuenta, por ejemplo, los hábitos de los miembros la pequeña villa boliviana de Montero a la hora de beber alcohol: sólo lo hacen los fines de semana, con un ritual estricto y preestablecido que todo mundo sigue en las reuniones, pero sobre todo, lo hacen en paz, simplemente platican y nunca hay peleas entre ellos, a pesar de que beben con vehemencia una especie de ron que, luego de ser analizado, se encontró que era alcohol industrial. Después de cada reunión, los contertulios se retiran en paz a sus casas y al día siguiente se presentan a sus trabajos. Nunca beben entre semana. También relata que en la comunidad italiana de New Haven, los hábitos alcohólicos de los miembros están ligados con las horas de comida. Es decir, beben vino todos los días, en cada comida, pero nunca más de una o dos copas, salvo en ocasiones especiales, como fiestas y reuniones. En ninguna de las dos comunidades el alcoholismo es un problema de salud pública. No hay agresiones verbales ni sexuales, ni peleas ni desórdenes. En cambio, en el campus de cualquier universidad norteamericana, la ingestión de cerveza —que es como una cerbatana en comparación con la bazuca que representa el ron de los bolivianos— en un viernes por la noche, puede hacer que los estudiantes entren en una especie de furor sexual que a veces hace necesaria la presencia de la policía.
¿Por qué? Los antropólogos han empezado a cambiar la forma en que se había concebido la ingestión del alcohol en la sociedad. Generalmente se piensa que el alcohol tiene efectos iguales en todos los individuos, que así como la cafeína nos anima, el alcohol nos desinhibe, que nos quita las restricciones psicológicas que hacen que nos portemos bien estando sobrios y provoca que hagamos cosas que comúnmente no haríamos. A final de cuentas, es una droga.
Nos presenta dos ejemplos: en Kenia, un borracho tenía aterrada la aldea, porque cada vez que se ponía beodo, atacaba a las personas que se atravesaban en su camino. Un antropólogo estaba de visita en la villa y escuchó un alboroto. Todos echaban a correr y alguien le dijo que se escondiera porque ahí venía el borracho violento. No atinó a huir, pero cuál sería su sorpresa que en cuanto el borracho lo vio y lo tuvo enfrente, dejó de correr, caminó lentamente delante de él, lo saludó muy cortésmente y en cuanto pasó, siguió persiguiendo a los miembros de su aldea.
Otro caso: los indios mixe de Oaxaca beben y a veces se hacen de palabras, empiezan a discutir, se gritan y se agarran a golpes entre ellos. Todos traen machetes, pero nunca los usan en estas peleas. Se pelean hasta que uno de ellos cae al suelo. El vencedor ayuda al perdedor a levantarse y generalmente se retiran abrazándose como amigos. Si el alcohol en verdad rompiera todas las inhibiciones, el borracho de Kenia hubiera agarrado parejo y no hubiera saludado cortésmente al forastero y los indios mixes no se pelearían nada más a golpes sino utilizarían sus machetes.
Otra idea común en relación con el alcohol es que nos “infla”; es decir, que nos creemos lo que no somos cuando bebemos. Si alguien se siente feo, se creerá guapo; si alguien es tímido, se volverá audaz. Pero no necesariamente es así. Gladwell explica que lo que provoca el alcohol es una alteración en la percepción negativa que creemos que los demás tienen de nosotros mismos. Es decir, si alguien se siente guapo y los demás lo perciben como guapo, el alcohol no lo hará sentirse aún más guapo. Si alguien es valiente y arrojado y los demás lo aprecian como tal, la bebida no lo hará sentirse aún más valiente. El alcohol sólo nos hace sentir más guapos si pensamos que lo somos y el mundo no está de acuerdo con esta percepción.
También se piensa que el alcohol reduce la ansiedad. Pero no necesariamente es así. Si estás en un estadio de futbol viendo un emocionante partido, seguramente te olvidarás de tus problemas, pero no sucederá lo mismo si bebes solo en un bar; al contrario, te pondrás más ansioso al pensar en tus problemas.
He aquí el meollo del artículo: el efecto principal del alcohol es que reduce nuestro campo de visión emocional y mental. Provoca un estado de miopía en el que se entienden las cosas superficialmente, y los aspectos inmediatos de las experiencias tienen una influencia desproporcionada en la conducta y las emociones. El alcohol hace que las cosas que tenemos enfrente destaquen aún más y que las cosas que están en el fondo desaparezcan. La bebida hace que no escuchemos lo que los demás dicen de nosotros sino que atendamos a lo que tenemos enfrente de nosotros y que nos interesa en ese momento. “La borrachera no es inhibición. La borrachera es miopía”, dice Gladwell.
Mientras la teoría de la desinhibición sugiere que el bebedor es insensible al ambiente, la teoría de la miopía dice, por el contrario, que el bebedor, en algunos casos, está muy sensible al ambiente, sobre todo a lo que tiene delante de él. Gladwell cuenta un experimento curioso hecho en Canadá: en un bar se les preguntó a tanto a personas sobrias como bebidas si se irían con una persona que conocieron para, una vez estando solos, se dieran cuenta que ninguno de los dos trae un condón. ¿De todas formas se atreverían a hacer el amor sin protección? Como era de esperarse, los borrachos superaron a los sobrios 5.36 a 3.91 en una escala de 10 a 1, donde 10 es “lo haría sin duda” y 1 es “de ninguna manera”. Luego se hizo el mismo experimento, pero en la entrada a algunos clientes se les puso un sello en la mano con la leyenda: “El SIDA mata”. Y sorpresa: los bebedores con la leyenda en la mano que aceptaron que harían el hacer el amor sin protección con un extraño fueron un poco menos que las personas sobrias. Es decir, no pudieron deshacerse de la racionalización necesaria para hacer a un lado el riesgo de contraer el SIDA. “Cuando las normas y estándares son claros y consistentes, el bebedor puede volverse aún más observante de las reglas que sus contrapartes sobrias”, señala Gladwell.
¿Qué implicaciones tiene todo esto? Que los jóvenes que se vuelven locos cuando beben en un antro o en un partido de futbol, no necesariamente tienen que comportarse así. Si lo hacen, es porque responden a las señales del ambiente inmediato: la música, las luces parpadeantes, el baile, los gritos, las porras, los anuncios, las películas y programas de televisión, que les dicen una y otra vez que “ser joven es reventarse”, que está permitido beber, ser escandaloso y patán cuando se es joven, que es lo que la sociedad espera de ellos. “Las personas aprenden acerca de la borrachera lo que sus sociedades les aportan., y se comportan en consonancia con esta comprensión, se vuelven confirmaciones vivientes de las enseñanzas de la sociedad”. En suma: dado que las sociedades obtienen de los individuos el tipo de conducta alcohólica que les permiten, se merecen lo que obtienen.
Aquí quiero citar textualmente a Gladwell: “Hay algo acerca de la dimensión social de este problema que nos evade: Cuando enfrentamos el asunto de la juventud desenfrenada en el bar, nos alegramos de que se eleve la edad para beber, que se graven sus cervezas, que se les castigue si manejan en estado de ebriedad y que se les ponga en tratamiento si su hábito se convierte en adicción. Pero somos reacios a darles un ejemplo positivo y constructivo sobre la forma de beber. Las consecuencias de este error son considerables, porque, a fin de cuentas, para lidiar con la bebida la cultura es una herramienta más poderosa que la medicina, la economía o las leyes… En ninguna parte de la multitud de mensajes y señales que emiten la cultura popular y las instituciones sociales relacionadas con el alcohol existe algún tipo de consenso sobre lo que se supone que debería significar la bebida”.
Si nuestros legisladores y autoridades capitalinas fueran un poco menos soberbias e ignorantes, le echarían un ojo a este tipo de investigaciones antes de emprender acciones a todas luces autoritarias como el alcoholímetro o tratar de evitar que los jóvenes se manden por Twitter la ubicación de los retenes. Deberían tratar de entender cuál es la dinámica social que hace que los jóvenes beban en demasía en las cantinas, bares y antros. Por ejemplo, está comprobado que en lugar de que haga que la gente beba menos, el alcoholímetro provoca que las personas beban más en menos tiempo, ya que al urgirles que pidan las bebidas finales antes de que se cierre la barra, piden dobles o triples tragos y los engullen más rápidamente. Más bien, las autoridades de salud deberían investigar cuáles son las causas sociales y culturales que hacen que las personas beban hasta ponerse idiotas y creer que pueden manejar un vehículo. ¿Quién no ha estado con un borracho que se pone necio y dice: “Manejo mejor cuando ando pedo”? Es exactamente lo mismo que plantea Gladwell acerca de la alteración de la percepción negativa. Cree que borracho maneja mejor cuando en realidad hasta sobrio maneja de la chingada. O que hacen que los hinchas beban como desaforados el domingo, pierda o gane su equipo favorito, y no se presenten a trabajar el lunes. ¿No dijo alguna vez un diputado que si perdían las Chivas afectaba la productividad del país?
Pueden leer el artículo en inglés aquí.
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