domingo, noviembre 01, 2009

¿Cuánto cuesta un poema?

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Poetas osculares toman Bellas Artes

por Fernando Reyes


(Esto lo leyó Fernando Reyes en la presentación de su antología Nectáfora. Antología del beso en la poesía mexicana, y que tuvo lugar el pasado miércoles 28 en el Palacio de Bellas Artes. Como se dieron cuenta quienes fueron a dicho acto (y los que no, pues aquí estoy yo para informaros debidamente), acá su tundeteclas no pudo hacer acto de presencia debido a cuestiones de salud (me subió la presión arterial bien cabrón), pero me hubiera encantado compartir de nuevo la mesa y la poesía con toda la cuatitud que sigue (seguimos) en la necia de gestar nuestros propios proyectos sin necesidad de andar perreando bequitas ni premiecitos (si llegan, bienvenidos; pero tampoco nos desvivimos por ellos).

“No seas tonto –me dijo con una altisonancia un colega-, ¿para qué promocionas a otros y no a ti mismo? Y además no les cobras ni un quinto”, y agregó otra altisonancia. Llevo varios años y diez antologías pensando en aquella pregunta. La primera compilación que hice, como esta última, la edité con dinero de mi bolsillo. Fantasiofrenia. Antología del cuento dañado. Agotada en unas cuántas semanas, hasta la fecha me siguen pidiendo que la reedite. Recuerdo que aquellos cuentos fueron reseñados por Nacho Trejo Fuentes, recuerdo que mis alumnos se la peleaban; uno de ellos me dijo “¿Ya no tiene otra, maestro?, es que mi abuelita se quedó con ella?” Recuerdo que mi suegro, quien no había leído un libro en décadas, me incitó a lanzar Fantasiofrenia II, texto también agotadísimo. Cuando convoqué para esta segunda parte, solicité una carta en que cedieran los derechos para esta edición, pues también me habían advertido –con altisonancias, claro- que tuviera cuidado con esas cuestiones patrimoniales, sobre todo cuídate de los Rulfo, marca registrada. Todavía guardo con afecto la única carta de cesión de derechos que recibí, escrita a mano, letra neurótica, escaneada: el firmante: Guillermo Samperio, narrador dañado, amigo ídem. Con él compartieron el índice desde los decanos Gonzalo Martre y Gerardo de la Torre hasta Memo Vega y Edgar Avilés, quienes siempre confiaron en mi proyecto. También agradecí las plumas de Mauricio Carrera, Alberto Chimal, Ernesto Murguía, Eve Gil, Marcial Fernández, y otros jóvenes inéditos no menos talentosos.

El siguiente paso era lanzarme al mercado: necesitaba una buena inversión, socios, una oficina o local, lidiar con la burocracia de Dinamarca #84, trámites de International Standar Book Number, buscar distribuidores, negociar con los emporios libreros, en fin; rendirle cuentas al señor Carstens. Ser el microempresario con todas las oportunidades que el gobierno de Fox sembró en este país. ¿Eso era lo que quería? ¿Que mis libros se vendieran tres o cuatro veces más caros de lo que yo podría venderlos? No. ¿Y mi tiempo para escribir, para leer, para enseñar y seguir juntando escritores que hablen de lo que a mí se me antoje? Vender de mano en mano, de presentación en presentación, de feria en feria, de universitario en universitario, es – me lo ha enseñado un amigo que se encuentra en esta mesa- tremendamente digno. Para hacerme rico, ya estoy planeando con mi amigo cuentista Edgar Pérez, poner un criadero de langostas allá en las playas vírgenes de Guerrero. Espero que no sea uno más de sus cuentos dañados.

¿Pero por qué sigo promocionando a otros? La primera compilación me trajo enemigos porque el librito estuvo mal impreso. Un par de los integrantes, quienes (que yo sepa) jamás han vuelto a publicar, incluso, me pidió regalías. “Te has de haber llevado un buen billete” –dijo, agregando, por supuesto, unas altisonancias. Si alguien conoce a alguien que vendiendo libros de poesía haya ganado buen billete, que me lo presente, por favor, porque yo sólo saco lo necesario para pagar impresión, insumos, transporte, internet, diseño y, a veces, para un coctelito el día de la presentación. Como aquí en Bellas Artes hay que pagar servicio de meseros, copas y descorche hoy tendrán que perdonármelo. Hasta hoy sigo vendiendo mis libros a muy bajo costo, para demostrar que los libros se pueden salvar de la inflación y los impuestos. Aun así, luego ni los antologados mismos quieren comprarlos.

Tanto mal agradecimiento en mi corto camino de antogista me inspiró a compilar De perros y otras malas personas, que mereció un comentario de Vicente Quirarte, maestro y amigo que merece toda mi admiración. Cuando Quirarte me regaló unas palabras, creí que ya la había hecho en grande y me puse a buscar a los escritores más cotizados para que comentaran o presentaran mis antologías. Sorpresas que me llevé. A mayor prestigio, mayor cobro querían por una contraportada. Una reseña en una revista cotizada me costaría como una publicidad. Y muchos escritores que yo creí –porque así los había escuchado nombrase- promotores de la lectura, de los nuevos talentos y amantes de la literatura, me salieron más falsos que las promesas de campaña. Algún día diré los nombres de quienes me trataron con desdén, indiferencia y, claro, con altisonancias por mi insistencia.

Con tantas altisonancias que me han dicho, decidí compilar mi Calemburetruécanos. Antología de groserías y doble sentido en la poesía mexicana, en la que rescaté los exquisitos versos, entre otros, de “Renato Leduc y Salvador Novo quienes reivindican, en formas clásicas, el manejo creativo de la grosería”, tal como escribió Monsiváis en la cuarta de forros. En la casa de Carmen Boullosa, le pedí a su hermano si me dejaba incluir su Poenalga en la siguiente edición; y antes de que Pablo pusiera peros, su hermana me autorizaba: “Sí, hazlo, yo soy su agente literario”. Me ha dicho, con groserías cariñosas, que si incluyo a algún famoso quizá la antología se difunda en la televisión, que es el nuevo escaparate de los escritores. Si no sales en la tele no existes. Creo que tampoco quiero eso. Ya no me peleo con los escritores y sus agentes, ni con las divas que tanta risa me dan, ni con los primerizos que buscan desaforados la fama. Estoy tan curado de eso que hice una antología literaria que le hiciera la competencia a los libros de autoayuda; Carpediemeros, en la que Eduardo Casar habla de vivir al máximo “ora que puedes”, Javier Sicilia agradece a la vida, o Ernesto Cardenal habla de lo bello que es un amanecer. Cuando no quiero pelear con los de aquí, me voy a Cuba y compilo Palabras en la arena, Antología de jóvenes poetas cubanas.

Quiero que mis próximas antologías las lean gentes tan comunes y corrientes como yo, quiero seguir incluyendo a jóvenes inéditos, quiero hacer mi cuarto libro de besos y mi cuarto libro de cuentos dañados, quiero que se agoten los 500 ó 1000 ejemplares que edito, quiero que de vez en cuando las comenten y presenten verdaderos lectores y amantes de la literatura, no divas ni señores prestigiados, quiero seguir presentándolos en una cárcel, en una plaza, en un bachilleres y, hasta por qué no, en un recinto de Bellas Artes, como hoy, rodeado de amigos, de familiares, de alumnos y de algún distraído que entró por casualidad, a ver si había cóctel, y que estoy seguro que no se irá sin su libro de besos. Cómpralo, la poesía es para ti, no para privilegiados. Compra mi antología, podrás leer a 90 poetas mexicanos, el más grande tiene 191 años, se llama Guillermo Prieto y fue un hombre de una sola pieza; y la más joven tiene 24, se llama Ileana Garma, y anda por aquí, para firmarte su poema. En total son 100 poemas, no tienen el 16% de impuesto. ¿Pagarías cincuenta centavos por cada poema?

Leído en Bellas Artes en la presentación de Nectáfora (28/10/09)