lunes, mayo 05, 2008

Mi Monsi favorito

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Después de Alfonso Reyes, Salvador Novo y Octavio Paz, Carlos Monsiváis (que por estos días anda celebrando sus 70 años) es una de las figuras intelectuales más reconocibles por el gran público, incluso por aquellos que nunca han leído una sola línea de sus libros o de los miles de artículos que han aparecido en casi todas las revistas y periódicos de este país desde hace más de 50 años.

Muchos no saben ni siquiera lo que significa ser “intelectual”, pero en cuanto escuchan esa palabra lo primero que les viene a la mente es un señor de cabello cano y despeinado, con lentes, chamarra de mezclilla y cara de despistado que pronuncia frases ininteligibles, pero que seguramente significan algo muy profundo y trascendente.

Precisamente por su notoriedad y su calidad de “ajonjolí de todos los moles” (desde hace años existe la leyenda urbana de que tiene varios dobles a los que envía a sus múltiples compromisos: presentaciones de libros, marchas y mítines, programas de televisión, etcétera), a Monsiváis se le pide opinión sobre todo: lo mismo sobre política que cultura, libros, cine, música y pintura, que acerca de telenovelas e historietas.

Por ejemplo, hace un par de semanas lo convocaron para que opinara en un programa de deportes de Televisa, junto con el antes temible José Ramón Fernández, sobre el cese de Hugo Sánchez como entrenador de la selección nacional. Monsiváis, de plano, confesó su extrañeza al haber sido invitado, ya que no tenía la menor idea acerca de la trascendencia de tan importante acontecimiento para la vida nacional, pero aún así urdió un par de razonamientos interesantes sobre la cultura del futbol y el espectáculo.

Lo mismo que con Gabriel García Márquez, todo mundo parece tener una anécdota que contar en la que haya tenido que ver Carlos Monsiváis. Todo mundo, menos yo. Porque a pesar de haber coincidido con él (es un decir) en tal o cual conferencia o mítin político, siempre me ha tocado verlo de lejecitos, como se ven a los popstars como Bono o Juan Gabriel. Digo, después de todo, no cualquiera puede vanagloriarse de haber sido convertido en personaje de la tira de “El Santos y La Tetona Mendoza” ni el gobierno le da un espacio para que guarde su colección de historietas y monitos de lucha libre.

Pero sí puedo decir que lo he leído y lo leo, y que creo que su obra es una de las referencias indispensables para entender una etapa importante de la vida cultural y política de nuestro país, por lo menos desde los sesenta hasta estos días, aunque a últimas fechas su capacidad de comprensión y asimilación de los fenómenos sociales y culturales ya no sean tan brillante y sorprendente como antes. Todo por servir se acaba, diría mi abuelita.

Desde luego, mi Monsiváis favorito es el de sus primeros libros de crónica de los sesenta y setenta: Amor perdido y Días de guardar (ambos publicados por Era). Entonces estudiante de periodismo, leía yo arrobado las crónicas de Monsiváis y consideraba inalcanzable su capacidad para entender y relacionar los fenómenos más disímbolos, desde la alta cultura hasta la cultura popular, desde Rufino Tamayo hasta Raphael.

Luego están los libros de crónica de fines de los ochenta y principios de los noventa: Entrada libre: Crónicas de la sociedad que se organiza (que incluye el recuento más indeleble sobre acontecimientos como el temblor del 85 y las elecciones del 88), y Escenas de pudor y liviandad, donde le entra sin ídem y con ídem a sus pasiones más desbordadas sobre ciertas figuras de la farándula, desde María Félix hasta Luis Miguel y Gloria Trevi.

Sin embargo, a finales de los noventa, la pluma de Monsiváis empezó a desmerecer. Quizá se haya debido a su preocupación por lograr el reconocimiento nacional e internacional, y descuidó el mantenerse actualizado sobre las tendencias más recientes, o simple y sencillamente la realidad lo rebasó, y nadie tiene la obligación de estar siempre al tanto de todo lo que pasa en el mundo como él parecía estarlo. Los héroes también se fatigan, quéselevacé.

Lo cierto es que Monsiváis es un fenómeno netamente mexicano, por más que en estos últimos años le hayan dado cuanto premio exista o esté por inventarse. Su influencia es eminentemente nacional y si acaso regional, pero no ha sido ni probablemente será multicitado ni traducido internacionalmente como, digamos, Octavio Paz, que lo mismo escribía de historia de las ideas y de política nacional que de tendencias culturales del mundo contemporáneo.

Y no obstante esto no hace que desmerezca en lo más mínimo la importancia de la obra periodística, ensayística y crítica de Carlos Monsiváis. Aunque algunos necios metidos a opinadores de ocasión en listas de correo electrónico o señoras tránsfugas de la canasta uruguaya metidas a profesoras de literatura abominen de vez en vez contra las opiniones y posiciones políticas de Monsiváis, su presencia y su obra es ineludible para entender el México contemporáneo. Sí, caótica, desigual y abrumadora, a ver quién es el valiente que se atreve a organizarla y sistematizarla, ya no digamos a editarla críticamente. Un labor titánica, del tamaño de su curiosidad y su inteligencia, le pese a quien le pese.

Muchos años más de lucidez y compromiso, don Monsi, aunque a veces no esté tan acertado, pues errar es de sabios, pero rectificar es de dioses.