viernes, junio 01, 2007

“It was forty years ago today…”

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El de 1967 fue un año muy especial para mí. No sólo nací en ese año sino que además Gabo publicó Cien años de soledad, Jim Morrison y los Doors se metieron a grabar su primer disco. También apareció el álbum más influyente de la historia del rock: el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles, mejor conocido como “El Sargento Pimienta”.

Mucho se ha escrito en estos días sobre cosas poco conocidas acerca de tan importante obra (como, por ejemplo, que Tin Tán iba a aparecer en la portada), así que no las repetiré, sino que me remitiré a contarles un poco cómo llegué a ella y cómo me afectó ese disco cuando crecí y tuve uso de razón (yo nací dos semanas antes de que apareciera al público).

Soy el más pequeño de cinco hermanos. A todos les gusta el rock y nomás por pura imitación a mí también me tenía que gustar. Claro, tuve algunos deslices. El primer disco que me regalaron fue uno de Topo Gigio cantando “Zacazonapan” (¿Qué diablos tenía que andar un ratón italiano cantando algo como esto: “En el Estado de México nací, yo soy de Zacazonapan, donde crecí…”?).

El primer disco que pedí que me compraran fue uno de un niño chileno que se llamaba Juan Carlitos, que cantaba una cosa más o menos así: “Mamita, yo no quiero un hermanito, lo que quiero es un perrito chiquitito y juguetón…” Quién sabe qué habrá sido de ese chamaco, que a pesar de su edad tenía la boca retacada de razón.

Luego llegó la fiebre de Cepillín y chillaba ante la tragedia cuasi griega de “Un día con mamá”: “Papi, dí por qué niños como yo, no tienen con quien jugar porque no tienen una mamá…” Aunque yo tenía a mi mamá y todo, me aventaba unas chilladeras como de Libertad Lamarque en cuanto oia la canción, al grado de que me tuvieron que esconder el disco para que no lo pusiera.

Mi papá me había regalado un tocadiscos portátil de baterías, que colocaba en el suelo en medio de la recámara y me ponía a dar vueltas en torno a él como si fuera piel roja invocando a los dioses de la lluvia. Esa era mi idea de bailar.

Hasta que descubrí el rock.

Fueron los Teen Tops los que pusieron a mover mis piecitos y mis patitas al compás de “Presumida”. Me gustaba tanto (y todavía me gusta) que me la aprendí de memoria y la bailaba como electrocutado. Ya luego mis primas me enseñarían los primeros pasos de baile rocanroleros: “Nos vemos presumida, no te puedo aguantar, esas puntadas tuyas no las puedo pasar, tú sin faisán y sin caviar no vives feliz, ¡¡¡¡MIENTRASYOSOLOQUIEROBAILARROCANROL!!!

De ahí pa’l real. Aunque a finales de los ochenta tuve mis deslices discotequeros con el travoltismo y, sobre todo, Olivia Newton-John (causante ella de mis primeras fantasías sexuales y poluciones nocturnas a los 12 años), siempre he sido fiel al rock. Al principio escuchaba los EP que de los Beatles tenía mi hermano Alejandro. Me gustaban sobre todo “El submarino amarillo”, “Todos juntos ya” y “El jardín del pulpo” porque las cantaban los muñecos de Plaza Sésamo con versión en español.

Cuando dí el salto de los discos de 45 rpm a los LP mis primeras expropiaciones de los discos de mis hermanos (ellos ya casi ni los escuchaban) fueron In a gadda da vida, de Iron Butterfly, Live at The Whiskey a-gogo, de Johnny Rivers, la compilación de los Rolling Stones que en México se llamó La mujer del Honky Tonk, pero que era popularmente conocido como “el octagonal”, porque tenía las puntas cortadas, el Let it bleed de los mismos Rolling, con su portada del pastel, y sobre todo el referido SPLHCB.

Desde luego, me cautivaba su atractiva portada. ¿Quiénes eran todos esos tipos que aparecían ahí, en esa especie de foto de boda (entierro, en este caso)? ¿Por qué había unos Beatles jóvenes y otros más viejos? ¿Por qué aparecían El Gordo y El Flaco? ¿Por qué le daban la bienvenida a los Rolling Stones?

En cuanto a la múisica, me llamaban la atención, más que todas, “When I’m sixty four”, porque me parecía fuera de lugar, como de película antigua; “For the benefit of Mr. Kite”, que se me figuraba un circo macabro; “Good morning, good morning”, con sus efectos de animales de granja, y “A day in the life”, que es como adentrarse en un sueño.

Años después, una vez que aprendí inglés, pude traducir todas las canciones de los Beatles y enterarme de qué onda se traían con ese disco, que lo sigo oyendo y me sigue pareciendo una obra de arte superior, tanto por su inventiva como por su calidad.

Nada ha sido igual después del Sargento Pimienta, y desde luego mi vida no ha sido igual después de haber nacido y haberlo escuchado.

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3 Comments:

Blogger Don Gato said...

No, no, no, no...no comprendiste en lo absoluto...Topo Gigio cantando entre 44 gatos y Cepillín cantando En un Bosque de la China eran canciones bien elevadas ese...!

Sólo que uno estando morrillo no lo nota...Topo Gigio Y cepillín eran la versión LSD para niños...o no es surrealista un ratón cantando entre gatos o Zacazonapan o un payasito regiomontano en China...??

12:47 a.m.  
Blogger Don Gato said...

PD.

LSD*

Lucy in the Sky of Diamonds

12:51 a.m.  
Blogger *Gina Halliwell* said...

Ni qué decir al respecto... Mi historia comenzó con Parchís y luego Timbiriche (parece ser que mi primer concierto fue ése donde ambos grupos se reunieron, pero yo obviamente no me acuerdo de nada), Topo Gigio jajaj era básico en los ochentas, de los clásicos alucinaba a Cepillín y la Chilindrina y así, luego vino Pablito Ruíz y mi ex ídolo Gloria Trevi (uffff, qué tiempos aquellos) y Stereo 97.7 , de ahí me brinqué a los Beatles (escuchaba el Magical Mystery Tour a los ocho años de edad porque en la portada había unos monitos disfrazados de animales raros) y Universal Stereo, luego apareció Marilyn Manson y la onda metalera/dark durante ene años, y total que yo no sé cómo acabé escuchando música electrónica, es demasiado alegre para mí :OP jajajaj

*Gina*

9:24 p.m.  

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