jueves, septiembre 07, 2006

Breve (más bien brevísima) historia de la democracia en México

por Jesús Gómez Morán

Podríamos decir que la duración de la democracia moderna en México duró unas cuantas horas. Quizás solamente la noche del 2 de julio de 2000 cuando luego de que se declaró la irreversible ventaja de Vicente Fox Quesada, nos enteramos que ése era el día de su cumpleaños. Algo empezó a oler mal y la pestilencia se volvió contundente cuando un año después eligió esa fecha para anunciar su enlace matrimonial con la señora Martha Sahagún. La presidencia fue usada por este personaje sólo como un escaparate social para su esposa y de lucimiento personal para el susodicho. Todo lo demás terminó siendo coronado bajo la estructura de un burdo sainete, concluyendo con el apegado seguimiento del guión después del reciente dictamen del Tribunal Electoral Federal de la Nación: todo lo que puede pasar en un país que es como el jarrito donde todo cabe o donde todo resulta tan fársico que hasta uno se confunde, porque en medio de las impugnaciones paralelas yo ya no sé si le dieron la constancia de mayoría para ser presidente a Carlos Monsiváis y al Jelipillo el Premio de Literatura Juan Rulfo que, legalmente, ya no se llama así).

Es prácticamente imposible encontrar un político que se ostente a sí mismo con las “manos limpias”, y eso incluye desde luego al licenciado Calderón Hinojosa, pero al menos podía pensarse en un respeto para guardar las formas. Es más: con todo lo atrabiliario que era el priato, el respeto por guardar las formas daba la impresión de que se trataba de una banda de rufianes, pero bien educados. Con los panistas enquistados en el poder, el uso de la retórica sólo sirve para atentar no sólo contra la credibilidad de la ciudadanía, sino contra todo posible ejercicio de la lógica. En tales circunstancias, la descripción del mundo maravilloso de Foxilandia ha sido comprado por el discurso legaloide de quienes tenían la misión de velar por la aplicación de justicia con sensibilidad, esto es, de los magistrados electorales (y luego del retiro de José Ramón Fernández de Tv Azteca, sustituido por Pablo Latapí —¿?—, las veredas de eso que llaman democracia son prácticamente inexistentes ya).

El vacío que vivimos en el presente sexenio pareciera que no fue suficiente y ahora se ha dictaminado la aplicación de una dosis doble, hecho que evidencia la imposición de las instituciones sobre los ciudadanos. Y aun en el caso de que nos inoculáramos el virus de la credulidad, el fracaso del sistema de elecciones coloca rumbo a la silla presidencial no al candidato más capacitado para gobernar, sino al que manejó con mayor solvencia el aparato publicitario para conseguirlo. En caso de culminarse esta impostura, será hasta el 1° de diciembre que se despeje la incógnita de cómo será Calderón como gobernante, porque la única noción que tenemos de él como funcionario es su fugaz paso por la Secretaría de Energía bajo el mando de Fox, pues aparte del crecimiento de la fortuna familiar de su esposa, en realidad durante su gestión no pasó nada. Y en general, con las honrosas excepciones de la abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU para autorizar la invasión de Irak y la creación del IFAI, defino este periodo presidencial como “los años que vivimos en el limbo”. Y lo peor es que como en los capítulos de una mediocre serie televisiva, “esta historia continuará...”

Por lo tanto no queda más que contraponer a toda esta andanada de justificaciones chapuceras la certeza de los sucesos. Y lo que consta en las actas es que durante todo el sexenio el señor Fox no hizo otra cosa más que mentir: mintió cuando dijo que el país llegaría a crecer al 7%; mintió cuando dijo que resolvería el conflicto en Chiapas (de los quince minutos mejor ni hablemos); mintió cuando dijo que frenaría la migración de mexicanos a Estados Unidos; mintió cuando dijo que iba a construir un aeropuerto en Texcoco; mintió cuando prometió las reformas hacendaria y energética; mintió cuando llamó al eximio creador de Ficciones con el nombre de “José Luis Borgues”, y también nos mintió previo al 1° de septiembre cuando dijo que presentaría su sexto informe de gobierno en la Cámara de Diputados. Por lo tanto, en esa línea de continuidad, la gente tiene todo el derecho a creer que mintió cuando el año pasado dijo que el candidato presidencial del PAN habría de obtener el triunfo en las urnas y mintió al decir que, una vez efectuadas las elecciones, existía un “claro ganador”. Su gestión puede resumirse con ese gesto al salir por la puerta de servicio de la Cámara de Diputados sin meter siquiera las manos (remember el “¿y yo porqué?” del chiquihuitazo) y con la cola entre las patas porque nunca supo cómo operar acuerdos para gobernar (siendo lo único lamentable de tal hecho que, debido a su incontinencia verbal, nos perdimos la joya del presichente parodiando el sexto informe de gobierno de López Portillo diciendo, con una coherencia impecable: “ya nos robamos las elecciones, pero no nos las volveremos a robar”). Si se consuma la impostura, quizá lo único efectivo que haya hecho como gobernante sería el cerrarle el paso a su contrincante pejeño rumbo a la silla presidencial, pero ni siquiera ese mérito me atrevería a otorgárselo, porque como lo pudimos constatar existen una serie de operadores en dicho proceso que van desde Ugalde y los magistrados del IFE, hasta el Consejo Coordinador Empresarial y algunos jerarcas de la Iglesia católica.

En contraste, resulta innegable la diferencia con el paladín de Macuspana, pues aunque dejó pendientes los problemas de corrupción sacados a la luz y resultados más contundentes en la lucha contra la inseguridad, todo lo demás de su gestión arroja un saldo positivo: estuvo en lo cierto cuando dijo que instauraría pensiones para los ancianos; estuvo en lo cierto cuando dijo que construiría el segundo piso del Periférico; estuvo en lo cierto cuando dijo que sometería la continuidad en su puesto a una votación abierta de la ciudadanía cada dos años; estuvo en lo cierto cuando dijo que crearía la UniPeje, para satisfacer la alta demanda de educación de los jóvenes; estuvo en lo cierto cuando dijo que se apoyaría a los padres de familia con paquetes de útiles escolares, y recientemente estuvo en lo cierto cuando dijo que el proceso de desafuero fue complotado por Salinas, Fernández de Cevallos, Döring, Creel, Fox y toda la ilustre camada de panistas cuyas caras estreñidas nos hemos aprendido de memoria de entonces a la fecha. En congruencia con lo anterior, es posible aceptar que esté en lo cierto cuando dice que la pasada elección federal estuvo manipulada, que en un minucioso escrutinio (“voto x voto, casilla x casilla”) él resultaría el triunfador y que luego, de la usurpación legalizada, al decir que resulta urgente la refundación de las instituciones también esté en lo cierto (y para estar a tono, esta historia continuará).