martes, mayo 23, 2006

Elegía por un Ángel

por Jesús Gómez Morán

1. La persistencia de la memoria


Dicen (las malas lenguas, que la mayoría de las veces son as más confiables) que don Ángel Fernández empezó a dejarse morir desde el domingo a las 7 de la tarde. No era para menos: ése día pudimos constatar no sólo la campeante ausencia de criterios entre los que (se dicen) son sus colegas ejerciendo el mismo oficio de cronistas deportivos, sino también el miserable nivel de competencia del torneo de futbol local. Con la noticia de su muerte, acaecida el día de hoy, encuentra uno el mejor calificativo que pudo darse, no sólo a todos aquellos elementos que rodearon a este partido en particular, sino al torneo de clausura en general (y si me apuran, también al sistema que lo rige).

Por ende, quiero pensar que allá arriba tenemos a un nuevo ángel que vele por estas almas del purgatorio adictas y enfermas a lo que él mismo llamó "el juego del hombre". Porque, en honor a la verdad, el goce de un partido narrado por don Ángel podía ser doble: al fin y al cabo partidos malos los hay ahora como los ha habido desde antes, pero cuando pasaban a través del tamiz de sus comentarios, más allá de las dimensiones épicas que le otorga Juan Villoro, encontrábamos la chispa que sólo los ingenios maduros son capaces de producir, la nota pintoresca, la pincelada de humor que permitía imaginar al "Chaplin Ceballos" con bastón y bombín o al "Supermán" Marín con capa roja y una "S" en el pecho, por mencionar sólo dos apodos de su autoría. En fin que la posibilidad de manifestar de estas expresiones tan coloquiales regresaba al ambiente creado entorno a este deporte a sus orígenes no sé si más puros, pero, contrastando con la situación actual sujeta al albedrío del poderoso caballero "don Dinero", sí a sus orígenes más nobles (los de la cascarita en el barrio, los del llano).

Si mal no recuerdo (aparte de su trabajo en la radio) su última aparición en televisión aconteció hace 8 años, durante la Copa del Mundo de Francia 98. El contraste era inevitable: breves comentarios intercalados entre los de Hugo Sánchez desgañitándose con las anotaciones de Ricardo Peláez y Luis Hernandez, y el relato del señor Bermúdez de la Serna que repitiendo "matador, matador, matador", parecía un taladro sobre la corteza cerebral. Tal vez sea pantagruélico, pero precisamente por eso hago la siguiente acotación: lastimera resultaba su presencia en la misma proporción en que le sucedió al albatros personificado por Baudelaire en el poema dedicado a esta ave: frente a la pedestre preeminencia de los intereses mercantiles, don Ángel era esa ave cuyas alas de gigante le impedían andar por la tierra. Así pues, con este deceso, queda sellada sobre concreto la enorme diferencia de cronistas como él (y los dos: Fernando Marcos y Fernando Luengas), y los que medran con la principal afición deportiva en este país, tanto en Chapultepec 18 como al pie del Cerro del Ajusco. Del mismo modo en que han quedado asentados los resultados de las finales tanto en la Primera División como en la Primera "A", habría que reconocerlo: la distancia que va del Pachuca a su filial, los Indios de Ciudad Juárez, es la misma que hay entre Ángel Fernández y su "A todos los que quieren y a todos los que aman el futbol" y el perro Bermúdez con su frase: "Aficionados que viven la intensidad del futbol"...

2. La persistencia del olvido

La ausencia del cronista que se pone la playera de su oficio y no la de su compañía televisora se hizo más que patente el domingo pasado, dentro de un cotejo que definió el árbitro, merced a la polémica marcación de un penalti (suceso que, dentro de una la final --marcado o no-- siempre dará de qué hablar): su carácter ambiguo es como las dos caras de Jano, pues ciertamente Ángel Reyna tiene la intención de obstruir el paso de Chitiva, y el contacto se produce abajo --y no con un empujón arriba como apuntaban los brillantes comentaristas aztecos--, y en esa medida era falta, sólo que resultaba imposible que el jugador del Pachuca pudiera caerse debido a esa jugada: más bien optó, tras sentir el contacto referido, por el clásico "clavado", elección que en mi fuero íntimo le agradezco en grado sumo, pues evitó que siguiéramos padeciendo una final peor que la del Necaxa-Celaya, acontecida hace más de diez años y cuyo partido de vuelta, con marcador de 0-0, se definió por el inefable gol de visitante (durante el juego de ida).
 
Nuestra miseria es doble porque ahora ya ni siquiera la crónica deportiva salva un mal partido. Los herederos de esta tradición forjada a pulso por los cronistas de antaño no han sabido honrarla: si de por sí para este partido va a ser anécdótico el "Pachuca campeón", un asunto de mero trámite burocrático, qué televisora haya hecho la transmisión será doblemente anecdótico, lo cual quiere decir doblemente destinado al olvido. ¡Qué pena escuchar desde el partido en que salieron eliminadas la Chivas  cantar a los joserritos que trasmitirían el último partido del torneo como si se hubieran sacado la lotería! Es más: ubicada la distancia entre el perro Bermúdez y don Ángel, imagínense la que habrá con los "joserritos" que le copian a "Pelón de bailando por un sueño" sus insípidos apodos a los jugadores. Merolicos ante la ausencia del espectáculo, miden en la altura decibélica de sus gritos la emoción de una jugada, y cuando quieren acceder a la nota chusca no logran sino el patetismo de un engominado Christian Martinolli vociferando: "Toma chango tu banana". Carentes de toda gracia, quizá un Ángel Díaz, con toda su naquez, le vendría a modo una expresión así y sin embargo (hay que decirlo) sus comentarios resultan más elegantes. Ojalá, como póstumo homenaje (digo, para no tener la sana costumbre de ignorarlos cerrando el volumen durante las transmisiones televisivas, ahora que se aproxima Alemania 2006) los comentaristas deportivos aprendieran un poco de don Ángel y se olviden un mucho del otro Fernández, José Ramón, para mayores datos...
 
Dicen que don Ángel Fernández empezó a dejarse morir desde el domingo a las 7 de la tarde. El desenlace pues, acaecido el día de hoy, sólo fue el resto de un inexorable proceso fisiológico.
 
El Chuchín