La vida, el caos y el arte
Es más fácil creerle a un asesino en el cine que en una nota de periódico. Siempre que los entrevistan me parece que hay algo burdo en sus motivos. No se ven particularmente infelices: sus neurosis son iguales a las mías. Lloran con Bambi, se masturban de vez en cuando, se caen del pesero, se fletan las colas del banco. Las cajeras del Wal-mart los tratan igual de mal, quieren un auto del año y sacarse la lotería.
La pregunta no es qué los convierte en asesinos, sino qué los hace diferentes a mí.
Allí está el tipo que hizo de su taxi una bola de boliche contra varios pequeños afuera de un kinder.
Allí está la mataviejitas que acabará por vender su historia a un guionista fracasado y regenteando los cigarros en prisión.
Allí esta el niño Santoy, que inaugura el asesino que privará en esta década: un chavillo clasemediero estudioso, blanco, guapetón y con futuro. El asesino del absurdo, el asesino aburrido, el cínico, una bestia solapada por la familia.
En cambio en una peli todo tiene sentido. Tus maestros de guión chingan hasta cansarse para que no se te ocurra escribir un personaje sin motivos: es un acomplejado, es feo (o gordo je), lo violaba su mamá, whatever. Tu personaje es un monstruo, pero tú escritor sabes por qué.
El cine no es realidad. El arte ordena el pinche caos que es la vida.
En efecto: casos como el de la Mataviejitas, éste de Santoy, o el del multiasesino Magaña (que mató a una familia completa, incluidas las sirvientas, en Tepepan), nos muestran que no son muy diferentes a nuestros vecinos o a nosotros mismos, que comen, duermen, cagan, se masturban, chillan, se encabronan, igualito a cualueira de nosotros.
A ver: ¿de veras "igualito"?
Veo la entrevista que le hizo Carlos Loret de Mola al papá de Diego Santoy. El señor habla sin inmutarse siquiera, como si le estuvieran preguntando sobre qué opina de que a su hijo lo hayan multado por pasarse un alto. Es decir, ni una muestra de sentimiento, pena, dolor o vergüenza. Nada. No se atreve a tanto, a decir que su hijo es inocente, pero sí siembra la duda de que hay contradicciones en las diversas declaraciones. Es decir, se niega a creer que su hijo haya sido capaz de hacer lo que dicen que hizo.
Luego leo la carta que escribió Ericka Peña, la ex novia y hermana de los dos niños asesinados. Es de una incoherencia bárbara, no sólo por como cuenta los hechos sino por la forma en que los evalúa. Claro, se puede argumentar que estaba bajo presión, aturdida, nerviosa o lo que sea, pero la nota revela a una chica sumamente desequilibrada, incapaz de evaluar la realidad, de darse cuenta de la gravedad de los acontecimientos. Es decir, tampoco se dio cuenta de lo que era capaz de hacer Dieguito.
Ayer, la madre de Erika dio una conferencia de prensa. Carajo, parecía más una artista de televisión, preocupada por verse bien en pantalla, maquillada, con lente ocuro y toda la cosa, que una madre a la que le mataron a dos hijos pequeños y a una casi la dejan lisiada. ¡Qué no vio nunca que el tal Dieguito es un cinicazo y un hijo de la chinagada manipulador psicópata? Pues no, al parecer a la señora le importaba más considerarlo un "niño encantador" y un "buen prospecto de matrimonio" para su hija que darse cuenta de cómo era el muchachito. Y luego esa estupidez de "yo no soy Dios para juzgar" y "lo perdono".
Es cierto: uno como maestro de guión o novela se la pasa chinga y chinga con eso de inventarles siempre a los personajes una motivación para sus actos, porque así es la vida. Nada en lo que intervienen seres humanos sucede de a gratis. Incluso lo más descabellado, la maldad más gratuita posible, tiene una motivación, una causa, un origen. Que nos parezca oculto, lo neguemos aunque sea evidente, o de plano no lo queramos o no lo sepamos ver, es otra cosa.
Y el trabajo del escritor es escudriñar en esos abismos del alma humana que permanecen invisibles incluso a los familiares, a los amigos y a las personas más cercanas a los personajes, cuantimás a las cámaras de televisión y a las notas periodísticas, porque además, en casos como éste, los pendejos periodistas nada más buscan el morbo y el sentimentalismo ramplón, en lugar de explorar e investigar. Es decir, el escritor es un buzo en las aguas negras del alma humana.
Sí, en efecto: el arte nos da la ilusión de que la vida tiene un orden. Por eso no podemos dejar de escribir: para tratar de encontrarle un poco de orden a este pinche caos que a veces nos parece la vida.
3 Comments:
A mí me parece que la vida está llena de actos inmotivados. Los "reality shows" pretenden hacernos creer que existe un guión previo que ordena las acciones humanos. Concuerdo con usted, me parece que tal causalidad simplemente, no siempre es necesaria.
Alx
Pues está guapa la chamaca, pero "pos" para volverte loco, ni al caso...ah pinche socieda´ del siglo XXI tan loca...
Hasta ahora me actualizo de su blog, maestro mío, y me doy cuenta de que he cometido una cita.
Le aprecio reteharto, teacher y le mando un apretado abrazo.
Si fuéramos gringos la mataviejitas ya estaría en postproducción.
Caray, qué desperdicio.
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