Buenas noches, que les vaya bien
A la hora de la comida me fui al cine que está enfrente de la oficina a ver Good night and good luck, la nueva película dirigida y actuada por George Clooney. La fui a ver porque Fernanda Solórzano la recomendó muchísimo en su programa del sábado en el canal 40.
Y sí, ante los acontecimientos actuales, no sólo de Estados Unidos sino también de México, es posible sacar muchas conclusiones a partir de lo que plantea.
La historia es muy sencilla. A principios de los años 50, en los albores de la televisión, Ed Murrow es un periodista que conduce un programa político en la CBS. Estamos en plena caza de brujas del macarthismo, que fue cuando a un senador loco de Wisconsin, Joe McCarthy, se le ocurrió perseguir a todo mundo acusándolo de comunista (igualito que Baby Bush ahora se la pasa acusando a todo mundo de terrorista).
Murrow se enfrenta a McCarthy, exhibe en su programa los métodos fascistas y tramposos del senador para inculpar a gente inocente, y sale triunfante. Nada más queen lugar de premiarlo casi casi lo corren de la estación. ¿Por qué? Porque su programa no tiene rating ni patrocinadores y por eso lo van a pasar al horario del domingo. Es decir, la dictadura del rating.
La película comienza y termina con Murrow dando un mensaje en un homenaje que le rinden varios años después y habla sobre el futuro (es decir, el hoy) de la televisión, y todo se ha cumplido. La televisión no educa, sino embrutece; no sirve para liberar la conciencia sino para alienarla.
Lamento decir que en el cine nada más estábamos cinco personas (bueno, martes a las 3 de la tarde no es la mejor hora para ir al cine), pero habla bastante de la respuesta que ha de tener entre el público masivo. Está filmada en blanco y negro, es sumamente retórica y quien no sepa nada de historia se va a dar una perdida fenomenal, pues va a entender bien poco. No obstante, la realización es impecable, las actuaciones mejores y la música celestial.
Se trata de un “cine con ideas” al que no está acostumbrado el gran público ni de aquí ni de allá. Y por lo mismo vale la pena verla. Aunque más me gustaría que la vieran los políticos y los ejecutivos de las televisoras, pero eso sí ya es demasiado pedir.
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