martes, junio 12, 2012
Raymond
Bradbury nació en Estados Unidos en 1920. Desde muy joven se dedicó a la
literatura, sobre todo al cultivo de los géneros fantástico y detectivesco
(algunos relatos de esta última clase aparecieron mucho después reunidos en
forma de libro como Memoria de crímenes.) En su novela La Muerte es
un asunto solitario, Bradbury rememora una etapa de su vida, cuando tuvo
que pasar muchas apreturas económicas, y cuando lograr la publicación de un
cuento en las revistas pulp representaba un triunfo y una salida
temporal de la miseria.
A los
21 años, Bradbury publicó su primer relato de ciencia ficción propiamente dicha
en una revista considerada "menor" por los lectores fanáticos de la
época, que preferían a los prometedores autores de CF "dura" que
escribían con John W. Campbell en Astounding Science Fiction. Salvo un
par de ocasiones, Campbell publicó cuentos de Bradbury, ya que consideraba su
estilo "excéntrico", "sentimental" y "demasiado
fantástico".
No
obstante, Bradbury siguió publicando en otras revistas y poco a poco se fue
ganando una envidiable reputación y el respeto de los lectores del género, aun
sin contar con el patrocinio de Campbell. A la larga, "a pesar de la
oposición de ciertos círculos, Bradbury se transformó en un modelo para muchos
escritores jóvenes, quienes, aunque no lo emularon, sintieron que les había
ayudado a liberarse y a ser ellos mismos", asegura David Pringle en su
libro Ciencia ficción. Las 100 mejores novelas (Ed. Minotauro, 1990).
Esto le
llevó a ser el tercer autor en ser publicado por una editorial importante en
1950, inmediatamente después de Isaac Asimov. El libro fue nada menos que
sus Crónicas marcianas, que reúne relatos sobre el planeta rojo, los
cuales, sin llegar a convertirse en una novela propiamente dicha, mantienen una
unidad de tono y atmósfera, y están enlazados entre sí.
Con Crónicas
marcianas comienza el reconocimiento de la CF como género con méritos
literarios valiosos por sí mismos. Lo innovador en la obra de Bradbury,
dice Pringle, es que utiliza todos los recursos del género de la CF en función
de sus propios fines, prescindiendo de las opiniones sobre cómo se escribe un
cuento de CF, ya que puso más atención en el estilo y en la forma que en los
detalles o en la verosimilitud científica, lo que nunca le perdonaron los
escritores y los editores "duros".
Paradójicamente,
esto le valió a Bradbury el reconocimiento de críticos y público en general,
que se acercó (y seguirá haciéndolo) a este libro, porque a pesar de violar
algunas reglas de la ortodoxia de la CF (después de todo, en la literatura las
reglas se hicieron para violarlas), empezando por el hecho de que en 1950 ya se
sabía que los "canales" de Marte vistos desde la Tierra no se debían
a la existencia de algún tipo de habitante en ese planeta, puesto que por las
condiciones físicas del mismo es imposible la vida en ese lugar. Al situar sus
historias "en este mundo puramente literario" pudo llevar a la CF
"todas las ventajas de un país convencional de hadas", del tipo de
los que empiezan los relatos con "había una vez...", como señalan
Robert Scholes y Eric S. Rubin en La ciencia ficción: historia,
ciencia, perspectiva (Ed.
Taurus, 1982). A Bradbury poco le importó la evidencia científica y se
dispuso a narrar las aventuras humanas desde la colonización de Marte hasta su
destrucción y abandono, en una atractiva metáfora de la vida en la Tierra.
El otro
libro de Bradbury que puede ser considerado netamente como CF es Fahrenheit
451, que alude a la temperatura que necesita el papel para quemarse. Aquí
cultiva un tema caro a los escritores del género, desde George Orwell, en 1984,
hasta Aldous Huxley, en Un mundo feliz: la "distopía", es
decir, un lugar en el tiempo futuro donde sucede lo contrario a lo que se
esperaría que sucediera. En este caso, la premisa principal es que en este
mundo están prohibidos los libros y la gente se contenta con ver la televisión
y "leer" comics sin letras, sólo dibujos, lo que obviamente provoca
la rebelión de los inconformes .
Aunque
a Pringle le parece una "ingenua letanía de un moralista puritano y
anticuado", Fahrenheit 451 es un libro muy directo, una explosión
de cólera contra la manipulación de los medios de comunicación, que sigue
resultando muy actual y que sigue siendo muy leída, sobre todo después de la
versión cinematográfica que realizó el director francés Francois Truffaut.
En
cierta ocasión, Isaac Asimov elogió a Bradbury (lo cual es ya mucho decir de alguien
con el ego tan inflamado como Asimov): "Ray Bradbury se convirtió en
el apóstol de los gentiles, por así decir, en el embajador de la ciencia
ficción ante el mundo exterior. La gente que no leía ciencia ficción, y que
estaba desconcertada por sus convenciones extrañas y su vocabulario bastante
especializado, descubrió que podía leer y entender a Bradbury." Por otros
medios, con una prosa rica en imágenes poéticas e historias que aspiran a
llegar al corazón del lector, y a partir de ello hacerlo reflexionar sobre la
condición humana, Ray Bradbury se ganó un lugar especial en el mundo de la
literatura y no sólo en la CF, pues ha cultivó tanto la poesía como el teatro,
además del género fantástico, donde el volumen de cuentos El hombre
ilustrado es un clásico de todos los tiempos. En sus últimos años ya no fue
tan prolífico y sus ideas políticas tendieron hacia un cierto conservadurismo,
pero sus nuevos libros eran siempre esperados con ansiedad y los antiguos se
seguían reeditando con especial continuidad. Descanse en paz el gran Ray
Bradbury.
(Publicado en el semanario Trinchera 662: se puede bajar desde aquí)
viernes, junio 08, 2012
Colosio, el asesinato, o “porque parece mentira la verdad nunca se sabe”
Por Guillermo Vega Zaragoza
Porque parece mentira la verdad nunca se sabe es el
título de la soberbia novela de Daniel Sada que trata, precisamente, acerca de
un fraude electoral cometido en un pueblo ficticio. Para la película Colosio, el asesinato, el director
Carlos Bolado parece recorrer el camino inverso: para que se sepa la verdad
(una verdad, su verdad) ha decidido contarnos una mentira, una ficción
cinematográfica arriesgada, valiente, oportuna para comenzar a curarnos de la
desmemoria que, mezclada con el silencio, el miedo y la autocensura, tanto mal
nos ha hecho como nación.
La
estrategia es simple: al principio de la película, como una ráfaga, presenta
los hechos reales, tomados de los noticieros de televisión y los encabezados de
los periódicos y luego, en fondo negro y letras blancas, advierte: “Esta es una
ficción basada en los hechos reales”. Y nos interna en la vida hogareña de un
agente policiaco y una locutora de radio con el pequeño hijo de aquél.
Encienden la tele y se enteran del atentado contra Colosio. Andrés, el agente, recibe la llamada
del “Licenciado” (del que nunca sabemos su nombre pero se infiere que es José Francisco
Ruiz Masseiu), a quien “El Doctor” (Daniel Giménez Cacho haciéndola de un
temible José Córdoba Montoya, el poderoso secretario del gabinete de Salinas de
Gortari) le ha encargado que haga una investigación paralela a la oficial sobre
el asesinato del malogrado candidato. Andrés rearma su equipo de colaboradores
y a través de él nos vamos internando en la maraña de la intriga. El fiscal del
caso (José Sefamí como el abogado Miguel Montes, pero con el apellido cambiado)
llega a las conclusiones que todos conocemos: pasa de la teoría de la “acción
concertada” a la del “asesino solitario”. Pero Andrés llega más allá. El que le
da la clave es “Don Fernando” (Gutiérrez Barrios, interpretado por Emilio Echevarría
como el defenestrado ex secretario de Gobernación de Salinas y añejo jefe de la
policía política del priísmo).
Don
Fernando es quien le da las claves a Andrés para entender: “Todos lo mataron,
pero nadie es responsable. Fuenteovejuna”. Don Fernando se lo dice a Andrés
para que El Doctor sepa que él sabe (hay que recordar que el real Gutiérrez Barrios
fue secuestrado años después y sólo se supo de ello cuando ya había muerto). La
verdad que plantea Bolado es: Colosio no quiso ser títere de Salinas y pactó
con Manuel Camacho para chingarse a los Salinas y compañía en cuanto fuera
presidente. Así que Salinas lo mandó a eliminar. Andrés le revela los
resultados de su investigación al Licenciado, quien a su vez lo informa al
Doctor y manda a éste a la chingada por tratar de joderlo. El Licenciado es
secretario general del PRI y pronto sería presidente de la Cámara de Diputados,
pero todos sabemos que lo manda matar el desaparecido Manuel Muñoz Rocha, compinche de Raúl
Salinas. El matón, "El Seco", que se ha encargado de eliminar a todos los involucrados en
el complot para asesinar a Colosio, también se echa al plato a Andrés y a su
mujer (Kate del Castillo).
Lo
realmente importante no es si la película nos revela la verdad sobre el
asesinato de Colosio. La verdad que nos revela, oportunamente en estos tiempos
electorales, es de lo que pueden ser capaces los príistas (los salinistas para
ser más específicos) con tal de conservar el poder. Es preciso reconocer que la
tan festejada “transición democrática” del PRI al PAN no ha sido más que una
engañifa, como lo demuestran las recientes declaraciones del expresidente Fox.
PRI y PAN son lo mismo. O no: los priístas son peores. Y eso es lo que Bolado quiere que nos quede muy claro con su película.
Contrariamente
a los finales del cine gringo, Colosio,
el asesinato no termina esperanzadoramente, no nos reconcilia con la
realidad. Muy al contrario, es deprimente y desoladora: la sangre del
protagonista Andrés se confunde con las aguas negras del desagüe al que su
cadáver fue lanzado. Las cosas se han podrido, parece decirnos Bolado. Pero sólo
si lo permitimos. La película termina colocándonos de nuevo en la realidad, con
los datos actuales de la “guerra contra el narco”, recordándonos que la
disolución social empezó ahí, el 23 de marzo de 1994, el día que los priístas
mandaron a matar a su propio candidato.
Al ver Colosio, el asesinato es inevitable que
no vengan a la mente varias películas: JFK,
de Oliver Stone, desde luego. Pero también La
sombra del caudillo, de Julio Bracho (que curiosamente fue desenlatada y
finalmente exhibida en el sexenio de Salinas) y, sobre todo, La ley de Herodes, de Luis Estrada. Ésta
última fue estrenada en 2000, a pocos días de las elecciones, y sin duda
contribuyó al ambiente de rechazo al PRI que llevó a la victoria a Fox y el
PAN. La cinta de Estrada era una tragicomedia y así fue el sexenio de Fox. Nadie
podía prever entonces que terminaría en una charada, dilapidando la esperanza que
depositaron en él millones de personas. Ahora, Colosio, el asesinato, una tragedia, llega también en vísperas de
elecciones. Esperemos que el sexenio venidero, gane quien gane, no ensombrezca
al país con ese tono.