Facundo Cabral (1937-2011)
Me duele la muerte de Facundo Cabral. Ya sé: la gente se tiene que morir tarde o temprano. El propio Facundo escribió en su libro Ayer soñé que podía y hoy puedo: “La muerte es una puerta más, un viaje más que nos libera del cuerpo y de la ilusoria idea del yo que nos separa del resto de la Creación…” Es decir, de alguna manera él ya preveía que moriría, inevitablemente, como todos (es lo único seguro que tenemos: que moriremos un día). Lo que no podía prever fue la forma absurda en que fallecería: víctima de la descabellada violencia perpetrada por una banda de criminales.
No importan ni las razones ni los culpables: mataron a un artista, un cantor, un poeta que su único pecado fue despertar conciencias e inspirar los corazones de miles o millones de personas a través de sus canciones, sus discos, sus libros y sus presentaciones.
Conocí a Facundo Cabral gracias a mi querido amigo Jorge Padilla a principios de los años noventa, cuando escuchábamos el cassette de un concierto que dio en la Sala Ollin Yoliztli en la Ciudad de México en octubre de 1986 titulado Vuele bajo. Desde luego, había escuchado “No soy de aquí… ni soy de allá”, pero nunca alguna de sus presentaciones. Me atrapó su voz y sus palabras, pero sobre todo la forma de dirigirse al público: una especie de loco predicador que va de pueblo en pueblo para traer las buenas nuevas (aunque en el caso de los últimos años de Facundo, esas nuevas eran prácticamente las mismas: sus presentaciones variaban muy poco en contenido pero no dejaban de ser divertidas).
Ese disco casi me lo aprendí completo. Sus palabras, aunque fueran verdades comunes y corrientes, ya escuchadas muchas veces, sonaban como verdades nuevas, salpicadas de humor y picardía, como la historia de la Cardo Seco, la puta del pueblo a quien le decían así porque se prendía enseguida. O las historias y dichos de su madre y de su abuela. Palabras como éstas:
"Haz las cosas sólo por amor, porque el que trabaja en lo que no le gusta, aunque lo haga todo el día, es un desocupado".
"¡Ahí va la mujer que me gusta con el hombre que le gusta!
No es mi culpa: estoy forzado a robar porque he llegado muy tarde.
Desde antes de nacer las cosas ya eran de alguien.
Por ejemplo: "El Quijote" era de Miguel de Cervantes, "Hojas de hierba" de Whitman, "Tristán e Isolda" de Wagner, España era de Franco, el "Guernica" de Picasso, Sofía Loren de Ponti, el "Oscar" de Marlon Brando, la gloria era de Gardel, las vacas eran ajenas, y si quedaba algo más, de eso ya nada queda.
Hasta la misma injusticia ya tenía propietario como la desesperanza es privilegio del tango. Si me gusta una mujer está de novio o casada. Si soy ladrón es por culpa de la propiedad privada".
Por el momento vital por el que atravesaba en ese entonces, las palabras de Facundo me reconfortaron e inspiraron porque me enseñaron que lo importante es ser uno mismo, perseguir los propios sueños, que lo material, el dinero, las posesiones, no son lo más importante en la vida, sino ser feliz haciendo lo que quieres, y amar, porque para amar es lo único que vale la pena hacer en este mundo.
Conseguí más de sus discos y algunos de sus libros, sobre todo sus memorias: Paraíso a la deriva, publicado por Planeta en 1985. Escucharlo y leerlo era adquirir un poco de inocencia y un mucho de sabiduría, que no por evidente resultaba menos verdadera. Me impresionó muchísimo enterarme que perdió a su esposa y su hija en un accidente de avión cuando tenía 40 años y que desde entonces había decidido no tener casa y sólo vivir en hoteles.
El que quizá sería uno de sus mejores discos de su última época lo grabó con el guitarrista y tanguero Osvaldo Avena en 1987: Facundo Secreto. Tiempo después, regresó con mucho éxito cuando se unió con su paisano Alberto Cortez para una gira interminable que dio como resultado varios discos: Lo Cortez no quita lo Cabral (volumen I y II) y Cortezías y Cabralidades. Sin embargo, entonces se encaminaba más por el lado de los chistes y las canciones más conocidas.
En 1998 vino a México a dar conciertos y presentó su nuevo libro Este es un nuevo día, editado por él mismo, al igual que sus discos, ya que las disqueras multinacionales habían perdido interés en un poeta que no había pegado un éxito en años. Por un insignificante contratiempo laboral (todos los contratiempos laborales son insignificantes), no pude ir a la Librería Gandhi de Bellas Artes a verlo para que me firmara un libro. Pero mi amigo Jorge sí pudo, así que me trajo el libro con la firma de Facundo estampada: “A Guillermo, FCabral, su cuate”.
Me gustaba imaginar al Facundo barbado y con el pelo largo, con su guitarra, casi ciego, como un loco predicador cantándole a la vida, al amor, a la mujer, a la poesía y a la esperanza, justo como debió ser su querido Walt Whitman, a quien amó “hasta el plagio”:
“Me canto y me celebro, me celebro y me canto, y si me canto y me celebro te celebro y te canto, porque cada átomo que me pertenece te pertenece, porque cada átomo que te pertenece me pertenece, porque tú y yo somos la misma cosa”.
De nada servirá que se sepa quienes fueron sus asesinos y que se les castigue. Qué más da, nada de eso le regresará la vida a Facundo, quien de alguna forma sabía que el ser un soñador ya lo preparaba para la muerte, que a final de cuentas es otra fase de la vida. Así lo dijo:
“El sueño es un anticipo un ensayo de la muerte (dormir es una manera de morir y despertar una manera de renacer)”.
Adiós, mi cuate Facundo.