viernes, julio 23, 2010

Escribir sobre nada

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Por Guillermo Vega Zaragoza

(Aparecido en la revista cultural En Tierra de Todos)

Se me ha pedido que escriba un artículo sobre “lo que me dé la gana”. Eso me ha recordado la frase con la que se anunciaba esa famosa serie de televisión Seinfield, que no tuvo tanto éxito en México como en Estados Unidos: “Una comedia acerca de nada”. En efecto, trataba sobre nada, o más bien, sobre cualquier cosa, sobre cualquier cosa que sucediera en la vida cotidiana de los cuatro personajes principales. La serie duró nueve años, 180 episodios y era visto por 76 millones de personas. Nada mal para un programa que trataba sobre nada.

En realidad, también la gran literatura trata sobre nada o casi nada. ¿De qué tratan, por ejemplo, El Quijote, o Ulises? De todo y de nada. Podríamos pecar de ingenuos y decir que Cervantes escribió un libro para burlarse de las novelas de caballerías y que Joyce hizo una paráfrasis de la Odisea, pero no tratan de eso, tratan de la vida, o sea, de nada. Como el magistral cuento de Efrén Hernández titulado “Tachas”, que trata precisamente de nada. Narra acerca de un muchacho que está en la clase de derecho y el profesor le pregunta “¿Qué son tachas?”. A partir de ahí, el chico se dedica a divagar, a ver por la ventana el cielo, las nubes, a la muchacha que tiende la ropa en la casa de enfrente, hasta que el profesor lo trae de vuelta a la realidad y en el mejor estilo cantinflesco, el protagonista suelta un galimatías y provoca la risa de sus compañeros. Ese es el cuento. ¿De qué trató? De nada. Y por eso es extraordinario, porque a partir de nada nos ha mostrado todo, es decir, un pedazo de vida, que es casi nada, que es a lo máximo que puede aspirar la literatura provocar la ilusión en el lector de que le está mostrando un pedazo, un fragmento de vida. No importa el género que sea: cuento, novela, poesía, teatro, ensayo.

A propósito del ensayo, el escritor David Martín del Campo dijo alguna vez que para escribir uno sólo requiere tener dos ideas y contrastarlas, a partir de ahí saldrá una tercera, entonces ya tendremos el ensayo. En realidad esto lo inventó Montaigne y antes de él Platón y antes de él Sócrates, nada más que Sócrates nunca lo escribió. Y lo siguen practicando deliciosamente escritores como Hugo Hiriart, a quien me encanta leer cada mes en la Revista de la Universidad de México. Hiriart es capaz de juntar tres fragmentos sobre tres temas y armar con ello un ensayo impecable. Altamente recomendable es el libro de Hiriart Disertación sobre las telarañas (FCE, 1988), donde lo mismo aborda y desmenuza temas y asuntos tan interesantes como el ibis, el huevo, el Apocalipsis y la mosca, el ciervo, el directorio telefónico, los instructivos, la gelatina y el cernícalo, las osamentas, el péndulo, el alfiler, el títere, la alfombra, la máscara de bronce, el matamoscas, el papalote, las dedicatorias y, desde luego, las telarañas.

O el poeta David Huerta, que toma cualquier minucia del lenguaje o la poesía y puede transportar al lector a territorios insospechados, relacionando autores, temas y referencias.

Otro autor genial, que acostumbraba escribir libros sobre cualquier cosa, era Julio Cortázar. Acabo de conseguir dos verdaderas joyas: las nuevas ediciones de Último round y La vuelta al día en ochenta mundos, publicados por Editorial RM, en formato grande, no los pequeños volúmenes de Siglo XXI. Se trata de libros “misceláneos”, como se les llamaba antes, que lo mismo incluyen relatos que ensayos que notas periodísticas que poemas. Estoy seguro que, si viviera, Cortázar amaría la Internet. De hecho, él escribió la primera novela interactiva, Rayuela (que también trata sobre nada), que ahora se llamaría hipertextual. También Cortázar fue el primer bloguero, no sólo por los dos libros mencionados, sino por Los autonautas de la cosmopista. Véase si no: entre mayo y junio de 1982, se subió a su combi, recorrió la ruta de París a Marsella y en cada lugar que le parecía interesante él bajaba su mesita y su máquina de escribir, y su mujer, la fotógrafa Carol Dunlop, capturaba imágenes. Todo eso lo pusieron en un libro. De haber existido entonces la Internet y los teléfonos inteligentes los hubieran subido a la red inmediatamente.

Aquí llegamos a una cuestión peliaguda: ¿por qué escribir sobre nada? A mí me gusta lo que dice el español Francisco Umbral en Los alucinados: “El escritor es una de las formas más corroborantes de ser hombre. Uno se está corroborando en cada línea… ¿Se elige el ser escritor por miedo a no ser, a no existir?” Es decir, se escribe sobre nada para ser, porque si no se escribe no se está viviendo, no se está siendo: “El oficio de escritor, y la materia de este oficio, consiste precisamente en decirse a sí mismo todo el tiempo, toda la vida, ininterrumpidamente”. Por eso, “cuando no se tiene nada que escribir, pero sigue escribiendo, cuando ya no tiene nada qué decir, en el puro reborde del oficio, en el visel literario de la prosa, es por donde mejor se conoce a un escritor. Escritor es el que lo es más allá de sus temas. El que sólo escribe cuando tiene algo que decir, es un señor que dice cosas”.

Y, desde luego, yo no tengo nada que decir.