Sobre Rafael Tomé y su Máscara de cristal
Por Guillermo Vega Zaragoza
No tuve la fortuna de conocer a Rafael Tomé. Conocí su novela Máscara de cristal porque Andrés Cisneros y Adriana Tafoya me invitaron a escribir la nota de la solapa. La leí y me encantó. Semanas después, por los mismo Andrés y Adriana, me enteré que Rafael había fallecido y que no pudo ver su libro impreso. Toda muerte es lamentable, pero más la de un creador, porque siempre nos quedará la duda de cuáles obras pudo haber escrito de no fallecer, y en el caso de Rafa Tomé lo es aún más porque prometía regresar con más libros de este tipo, novelas desparpajadas, plenas de humor, de malicia, de saludable desmadre.
Porque hay que decirlo: la literatura mexicana en su gran mayoría ha sido muy solemne, quizá demasiado. Son pocos los ejemplos de autores que ha elegido el humor como una manera de abordar la realidad, de enfrentarse a ella, de tratar de dominarla, de exorcizar sus demonios.
También hay que decir que la gran mayoría de la literatura mexicana es elitista, no sólo por el origen de quienes la escriben y por la cantidad de lectores que la procuran, sino sobre todo por los temas que aborda, donde los elementos de la cultura popular y la cultura de masas brillan por su ausencia, por considerar que eso no da “lustre”, no da “prestigio”, es “rebajarse”, contaminarse. Fue a partir de los años sesenta, con la mal llamada “literatura de la Onda”, que los temas juveniles relacionados con el rock, el cine, la televisión y los cómics, empezaron a aparecer en nuestras letras.
Sin embargo, curiosamente, uno de los temas poco frecuentados por los autores mexicanos ha sido el de la lucha libre. El cine mexicano aportó un género único a la historia de la cinematografía, precisamente el de luchadores, el cual hizo cruces imposibles entre subgéneros, como el fantástico, el de monstruos, el de ciencia ficción, el de suspenso y hasta el de espionaje, con historias de complots sobrenaturales, internacionales y hasta intergalácticos, los cuales eran combatidos y derrotados por los superhéroes enmascarados, que además de hacer las delicias de chicos y grandes sobre el cuadrilátero, se daban tiempo de salvar al mundo.
Los escritores mexicanos le han sacado al parche precisamente por la solemnidad y el elitismo ya mencionados, y soslayaron olímpicamente el tema de los luchadores, cuando pudo haberse convertido en una verdadera mina de historias, personajes y aventuras, que podían haberse alimentado del cine y viceversa.
Afortunadamente, algunos escritores más recientes, aquellos nacidos precisamente con la televisión, el cine, el rock, los cómics, en suma, inmersos en la cultura popular, están integrando todo ese mundo entrañable en libros divertidos, antisolemnes y entretenidos que buscan identificarse con el lector.
Aunque Rafael Tomé estaba ya en plena madurez no me cabe duda que era un espíritu joven, que disfrutaba la vida y la escritura, que le encantaba compartir la literatura con los demás y hacerlos pensar, además de divertirlos, como poeta, escritor, promotor cultural, amigo.
Por todo ello es importante esta novela, que se distingue aún más por ser la única que logró legarnos su autor. Por eso, el mejor homenaje que podemos hacerle es leerla y divertirnos y pensar y regocijarnos, y seguir leyendo.
A continuación, el pequeño texto que escribí para la solapa del libro:
"La vida puede ser tan emocionante como una película de El Santo. O debería. Rafael Tomé Zamora se lanzó desde la tercera cuerda y ha escrito una novela delirante, caótica, llena de humor y con un estilo vertiginoso; sublime y alburera; pícara y kitsch; técnica y ruda al mismo tiempo. Estamos en el México de los sesentas, cuando la Ciudad de México está dejando de ser “la región más transparente” para convertirse en “la cabeza de la hidra”, la megalópolis inabarcable, insólita y abominable que es hoy. Y El Santo, el mismísimo Ruddy Guzmán, es el héroe que lo mismo atrapa raterillos de poca monta, que viaja a la Luna, que desface entuertos internacionales y aplaca complots comunistas. El héroe que nos faltó y nos sigue faltando. Un universo paralelo donde lo mismo deambula una jovencita aprendiz de periodista y Enrique Guzmán (sí, el cantante), que un chaval enamorado con los calzones parchados y Fernando Benítez (sí, el periodista, pero en papel de policía), con apariciones especiales de César Costa, José Agustín, Alberto Vázquez, Carlos Fuentes y hasta Johnny Laboriel. Homenaje, parodia, declaración de amor, ajuste de cuentas. Rafael Tomé Zamora nos aplica la de a caballo con este sorprendente librito y amenaza con regresar. Próximamente en esta sala".
(Leído en la presentación-premiere-homenaje a Rafael Tomé en el Teatro del Pueblo el pasado 2 de julio de 2010)
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