viernes, julio 09, 2010

Cuarenta grados de narración mutante

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Por Guillermo Vega Zaragoza


El cuento es descendiente de la leyenda y de la fábula. Sus raíces son fundamentalmente orales. Es hasta la invención de la imprenta, y aún más recientemente, con la prensa industrial, que se convierte en un género literario por sí mismo, con espacios específicos en periódicos y revistas. Uno de los pioneros del cuento moderno, Nathaniel Hawthorne, tituló a su famoso libro Twice-Told Tales (Cuentos contados dos veces), porque ya eran conocidos por los lectores. Fue precisamente, a partir de la lectura de este libro, que Edgar Allan Poe estableció en 1842 los preceptos del cuento moderno, que se caracteriza por la búsqueda de un efecto en cada creación, el control integral del proceso, la supeditación de los elementos constructivos a estrictos presupuestos de economía funcional y la apelación a todos y cada uno de los sentidos impresionables del lector. Es decir, durante el tiempo de lectura el alma del lector debe estar sometida al control y las intenciones del escritor.

En el número más reciente de la revista Luvina (verano 2010), el escritor Alberto Chimal da a conocer su “Manifiesto del cuento mutante”, donde plantea aspectos sugestivos del estado actual de este género literario. En principio, Chimal señala que el cuento es antiguo, pero no es una idea fija, sino que cambia, se modifica y se adapta, de acuerdo con las condiciones de quienes los escriben y quienes lo leen. Una de las más recientes adaptaciones del cuento tiene que ver con su presentación en forma de libro. Aunque se siguen publicando en diarios, revistas y blogs, lo cierto es que la gran mayoría de los lectores se han acercado al cuento casi siempre en forma de libro, como parte de una acumulación de textos individuales y aparentemente autónomos, completos en sí mismos, sin relación unos con otros.

Sin embargo, esto no siempre es así. Dice Chimal: “La impresión producida por el conjunto puede llegar a contar tanto como el de cualquiera de los textos aislados”. Y hace una taxonomía primaria de los tipos de colecciones de cuentos. Por ejemplo, habla de las colecciones “caóticas”, donde los textos son heterogéneos y no tienen relación entre sí. Ésta es la forma en que se nos presentan la gran mayoría de los libros de cuentos. Habla también de las “novelas en cuento”, o colecciones ordenadas, donde los textos tienen varios puntos de contacto (entrelazamiento, lo denomina Chimal), sobre todo porque introducen “referencias o ecos de una historia en otra, intentando unificarlas todas en un solo mundo narrado que las abarque y en el que se pueda hallar —o inferir— cierta consistencia”. Por ejemplo, un personaje protagonista en un relato puede aparecer como secundario o incidental en otro. Este tipo de libros buscan acercarse a la novela, aunque los textos pueden leerse aisladamente sin detrimento de su comprensión.

Estas “colecciones ordenadas” están formadas por textos homogéneos no entrelazados; su homogeneidad puede ser el resultado de varios elementos: un espacio o un tiempo comunes donde se desarrollen las historias, el tema, el tono, estilo o estructura de los cuentos, etcétera. Esto ya es más difícil de conseguir, aunque en mi experiencia, tarde o temprano los cuentos de un autor terminan por tener puntos de contacto, adquiriendo una unidad no tan evidente ni explícita, pero que la experiencia del lector puede detectar.

Finalmente, Chimal aborda las “colecciones mutantes”, que son aquellas que “en vez de acercarse a la forma convencional de invención novelesca, con toda su solidez y su fuerza mimética, prefieren conservar la variabilidad de las colecciones de historias breves”. Y profundiza: “Entre ellas no se crea la impresión de un «mundo común», fijo, anclado en descripciones, caracterizaciones y cronología consistentes, y el entrelazamiento se da en cambio por medio de temas, ideas, símbolos a partir de los cuales se crean variaciones. Claramente delimitados, los diferentes cuentos producen más fácilmente resonancias intertextuales porque éstas no se agotan en la tarea de reforzar una representación (o en la sugerencia de una representación, que de hecho es lo más que la literatura puede lograr). Además, se intensifica también el que podríamos llamar efecto de eco, que tiene lugar en toda narración breve: el vislumbre de implicaciones y asociaciones más allá de lo escrito que sólo puede llegar mientras las palabras escuchadas o leídas siguen aún en la conciencia del lector”.

“Las colecciones mutantes sugieren un espacio no físico sino conceptual que agrupa a las historias y que se encuentra en constante transformación: un espacio donde las ideas y el lenguaje pueden tener primacía sobre la representación «realista» sin necesidad de abandonarla. A la vez, considerar este tipo de colecciones permite modificar el esquema mostrado previamente y sugerir con él no un movimiento sino un campo: un mapa de las posibilidades de una colección de segmentos narrativos.”

Estas reflexiones nos permiten adentrarnos en la lectura de Cuarenta grados, el primer libro de cuentos de Askari Mateos, joven escritor nacido en Oaxaca. ¿Qué tipo de colección es la suya, de acuerdo con la caracterización propuesta por Chimal? Nos encontramos con seis cuentos esmeradamente trabajados, que tienen, a primera vista, un tema en común: se trata de historias que transcurren en ambos lados de la frontera de México con Estados Unidos. Pero aún más: los personajes provienen del sur de México, de Oaxaca y Chiapas, fundamentalmente. Esto ya nos anuncia cierta unidad de espacio, de visión y de lenguaje utilizado por el autor.

A pesar de que el tema de los migrantes es el pan de cada día en los encabezados de la prensa y en los artículos de opinión de los especialistas, casi no se ha abordado esta problemática desde el punto de vista narrativo. Se habla de compatriotas indocumentados, perseguidos, deportados y hasta asesinados por la Border Patrol, pero pocas veces se muestran las historias detrás de cada nombre, que finalmente termina pasando inadvertido. Así, en estos relatos, Askari Mateos le da voz a algunos de los múltiples casos de migrantes en ambos lados de la frontera: el infierno de cruzar el desierto para llegar a la tierra prometida, un sacerdote víctima de los demonios de la carne en la ciudad del pecado, dos niños que añoran al padre migrante inmersos en la pobreza, la aspirante a actriz que cruzó la frontera para hacer realidad un sueño que se convirtió en pesadilla, la tragedia de los migrantes encerrados en un contenedor y abandonados por el pollero, la obsesión de un hombre por el juego para salir de la insoportable situación a la que se ha condenado al emigrar al norte. Se trata de un breve catálogo de personajes e historias en el que el autor nos muestra un atisbo de una angustiante realidad, de la que no está exento el humor, la ternura y la belleza.

Por otro lado, a los relatos los hermana el tono sobrio con que aborda las diferentes situaciones en que se desenvuelven los personajes. En casi todos los casos no enfrentamos a verdaderas tragedias y, sin embargo, el autor no compadece a los personajes ni trata de aleccionar al lector, guarda una prudente distancia en relación con lo narrado. Sólo dos de los seis relatos están contados en primera persona por sus respectivos personajes. Es notable la capacidad de Askari Mateos para fusionar el ambiente, el paisaje y las peripecias de los personajes, a través de imágenes claras y sugerentes. Por ejemplo, en el inicio del cuento que da nombre al volumen:

“Ve a lo lejos un lago como un gran espejo enterrado en el horizonte, siempre a la misma distancia. Luego tiene la impresión de que mira el mar y hasta cree escuchar el tumbo de las olas agolpándose en la playa. Todo es una ensoñación. Camina delante y detrás de otros tantos que como él darían lo que fuera por un poco de agua. Lo que fuera, porque ya ninguno de los que quedan quiere llegar, sino nunca haber llegado a ese lugar cuyos bordes están en algún punto de Sonora y en algún otro de Arizona”

Askari Mateos es un narrador austero y cuidadoso, su talante como escritor es clásico, con el pulso exacto que le impide desbordar la emoción que podría invadir la narración y echarla a perder. Sin grandes aspavientos, su prosa se desliza tersamente, sosteniendo la tensión que cada relato amerita.

De esta manera, Cuarenta grados podría ingresar perfectamente en la categoría de “cuentos mutantes”, en tanto, como señala Chimal, “sugieren un espacio no físico sino conceptual que agrupa a las historias y que se encuentra en constante transformación: un espacio donde las ideas y el lenguaje pueden tener primacía sobre la representación «realista» sin necesidad de abandonarla”. Su excelente factura, el estilo depurado y lo entrañable de sus historias permiten predecir que la carrera literaria de Askari Mateos nos depara grandes sorpresas.

(Algo así dije o quise decir en la presentación del libro de Askari Mateos en el Atrio Espacio Cultural el pasado 1 de julio de 2010)

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Esos cuentos no atraviesan el océano, y una con ganas de mutar.

Excelentes reflexiones, las tuyas y las de Alberto Chimal. Cuando regrese a México espero encontrar estas y otras historias.

6:11 a.m.  

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