jueves, junio 21, 2007

Zodiac

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Downey y Gyllenhall

David Fincher es uno de los directores más interesantes de la cinematografía actual. Desde su debut con Alien 3, pasando por Se7en, donde logra conjugar la quintaesencia del asesino serial fílmico, con el aterrador John Doe (interpretado por Kevin Spacey), incluso más allá del Hannibal Lecter de Silence of the lambs, hasta el retrato esquizofrénico de la decadencia moral del american way of life con Fight Club. Su interés primordial son las anomalías, los miedos y la locura debajo de la apariencia de normalidad, incluso en deslices no tan afortunados como The Game y Panic Room.

Por eso no sonaba tan descabellado que se hubiera embarcado en la realización de Zodiac, sobre el asesino serial que mantuvo en vilo a la ciudad de San Francisco, California, durante casi dos décadas, al que por cierto nunca pudieron atrapar y que se burló de lo lindo de la policía, los medios y la sociedad entera.

El reto era, pues, hacer una película sobre un asesino serial sin asesino serial. ¿Puede haber algo que cause mayor angustia que eso? La apuesta era alta y atractiva. ¿Cómo lograr un coitus interruptus sin que el espectador se sienta esquilmado sino todo lo contrario, hasta agradecido? Fincher decidió basarse en las investigaciones y conjeturas de Robert Graysmith, joven caricaturista que en los setentas se obsesionó con los asesinatos y con el tiempo se convirtió en el mayor especialista del caso, escribiendo varios libros de éxito sobre el asunto.

Para armar el relato cinematográfico y tratar de darle algo de coherencia, Fincher recurre a demasiadas licencias en relación con los hechos reales. Se justifica porque la película no pretende ser un documental sino una obra cinematográfica y su intención es mostrar al público los efectos de un caso como éste en la vida de los personajes y de la sociedad norteamericana misma, y sobre todo, destacar la paradójica y angustiosa ironía de saber quién es el asesino y no poderlo comprobar, si es que le hacemos caso a las discutidas conjeturas de Graysmith sobre el hecho de que Arthur Leigh Allen era el verdadero Zodiac y nunca se le pudo probar legalmente su culpabilidad.

Tres son los personajes sobre los que se sostiene la película: Mark Ruffalo, como el policía encargado del caso; Robert Downey Jr. como el periodista que da a conocer los acontecimientos, y Jake Gyllenhall como el mencionado Graysmith, que se obsesiona con el asesino y continúa investigando cuando ya a nadie parece interesarle aclarar nada. Algunos han criticado el desempeño de Gyllenhall, pero me parece que cumple con suficiencia su encomienda. Ruffalo actúa cada vez mejor y Downey está que ni mandado a hacer para papeles de chiflados obsesivos y decadentes.

Quizá el mayor problema de la película es que casi no hay acción. Los personajes van de aquí para allá, pero fuera de la reconstrucción de los asesinatos, en pantalla sucede muy poco. Así, es limitado lo que los actores pueden hacer para redondear a sus personajes y dotarlos de mayor relieve. Eso sí: la producción es impecable y Fincher es un obsesivo para recrear la atmósfera y los ambientes de la época, pero los diálogos contienen demasiada información y quien no esté familiarizado con los hechos reales se va a perder en la maraña de datos, conjeturas y procedimientos legales.

En resumen, no es la gran película de Fincher y tampoco es la película definitiva sobre el asesino del Zodiaco, pero sin duda les va a angustiar, a emocionar y a provocar múltiples reflexiones, si es que les gusta ir al cine no nada más a comer palomitas.

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