miércoles, diciembre 21, 2016
por el Marqués de Sade
¡Oh, tú que quieres seguir esta espinosa carrera, no
pierdas de vista que el novelista es el hombre de la naturaleza, la crea para
ser su pintor!
Si no ama a su madre desde que ella lo trae al mundo,
que no escriba nunca, no lo leeremos en absoluto pero si siente una sed
ardiente de describir todo, si abre con frenesí el seno de la naturaleza para
buscar allí su arte y encontrar modelos, si siente la fiebre del talento y el
entusiasmo del genio, que siga la mano que lo conduce, habrá adivinado al
hombre, lo describirá. Dominado por su imaginación, que ceda ante ella, que
embellezca lo que ve. El tonto corta una rosa y la deshoja, el hombre
inteligente la aspira y la pinta, ése es al que leeremos.
Al aconsejarte embellecer te prohíbo apartarte de lo
verdadero; el lector tiene derecho a enojarse cuando se da cuenta que se le
pide demasiado; si ve que se trata de engañarlo; su amor propio se sentirá
herido, ya no cree nada cuando sospecha que se le engaña.
Al no encontrar ningún obstáculo, utiliza con libertad
el derecho de acceder a todas las anécdotas de la historia, cuando la ruptura
de ese freno se vuelva necesaria para los placeres que nos prepara. Una vez
más, no se te pide que todo sea verdadero, sino creíble. Exigir demasiado de ti
sería estropear las alegrías que esperamos; sin embargo, no reemplaces lo
verdadero por lo imposible y lo que inventes, que esté bien dicho. No se te
perdona que utilices la imaginación en lugar de la verdad sólo con el fin de
adornar y gustar. Nunca se tendrá derecho a decir mal todo lo que uno quiere;
si no escribes como R..., que eso todo mundo sabe, debes, como él, darnos
cuatro volúmenes por mes, no vale la pena tomar la pluma, nadie te obliga a
tomar el oficio al que te dedicas; pero si lo emprendes hazlo bien. Sobre todo,
no lo hagas para sobrevivir; tu trabajo se resentiría con tus necesidades, le
trasmitirías tu debilidad, tendría la palidez del hambre; podrás desempeñar
otros oficios: haz zapatos, pero no escribas libros; no por eso te apreciaremos
menos y, como no nos aburrirás, quizá te apreciemos más.
Una vez que hayas hecho un esbozo, trabaja
ardientemente para ampliarlo, pero sin encerrarte en los límites a los que
parece obligarte primero; serás frío y seco con este método. Son impulsos lo
que necesitamos de ti y no reglas. Sobrepasa tus planes, varíalos y auméntalos;
las ideas sólo llegan trabajando. ¿Por qué no quieres que la que te apresura
cuando compones sea tan buena como la que te fue dictada por tu esbozo?
Yo no pido de ti más que una sola cosa, que sepas
mantener el interés hasta la última página, pierdes tu objetivo si cortas el
relato con incidencias muy repetidas o que se apartan mucho del tema; que el
que utilices sea todavía más cuidado que el fondo; que tus episodios nazcan
siempre del fondo del tema y vuelvan a entrar a él. Si haces viajar a tus
personajes, conoce bien el país adonde los llevas. Lleva la magia al punto de
identificarme con ellos. Sueña que me paseo junto con ellos por todas las
regiones donde los pongas y que, al estar más instruido que tú, no te perdones
ni una falsedad en las costumbres, ni un error de vestimenta y, mucho menos,
una equivocación en la geografía. Como nadie te constriñe a esas escapadas, es
necesario que tus descripciones locales sean reales o mejor quédate en casa; es
el único caso en todas tus obras en el que no se puede tolerar la invención a
menos que los países a donde me transportes sean imaginarios, y aun en esta
hipótesis exigiré algo creíble.
Evita la afectación de la moral, no es en la novela
donde se busca. Si los personajes que tu plan necesita son a veces poco
razonables, que sea siempre sin afectación, sin la pretensión de serlo, no es
el autor el que debe moralizar, es el personaje y aun así no se le debe
permitir a menos que se vea forzado por las circunstancias.
Cuando se llega al desenlace, éste debe ser natural,
nunca forzado, nunca maquinado, siempre surgido de las circunstancias, no exijo
de ti como los autores de la Enciclopedia
que esté de acuerdo con los deseos del lector
porque ¿qué placer puede sentir cuando adivina todo? El desenlace debe darse de
acuerdo con los acontecimientos que lo preparan, que la verdad exige, que la
imaginación espera; con esos principios, los que corresponden a tu forma de
pensar y tu gusto amplían, si no lo haces bien, al menos lo harás mejor que
nosotros, porque hay que aceptar que en las novelas que se va a leer, el vuelo
audaz que nos permitimos tomar, no siempre está de acuerdo con la severidad de
las reglas del arte; pero no esperamos que la extrema verdad de los caracteres
lo arregle quizá. La naturaleza más extraña de lo que los moralistas la
describen, se escapa a cada instante de las barreras de la política que le
quisieran prescribir. Uniforme en sus planes, irregular en sus efectos, su seno
agitado se parece al cráter de un volcán, de donde se escapan, a cada momento,
piedras preciosas que lucen los hombres, o globos de fuego que los matan. Es
grande cuando puebla la tierra de Antonios o de Titos, pero terrible cuando
vomita Andrónicos o Nerones; pero siempre sublime, siempre majestuosa, siempre
digna de nuestros estudios, de nuestras plumas y de nuestra respetuosa
admiración, porque sus designios nos son desconocidos y esclavos de sus
caprichos o de sus necesidades, nunca es claro lo que nos hacen sentir debemos
organizar nuestros sentimientos por ella, pero sobre su grandeza, sobre su
energía, cualesquiera que puedan ser los resultados.
Terminemos con una garantía positiva: que las novelas
que sacamos hoy son absolutamente nuevas y no están bordadas sobre fondos
conocidos. Esta calidad tiene quizá algún mérito en una época donde todo parece
estar hecho, donde la imaginación agotada de los autores parece no poder crear
nada nuevo, donde ya no se ofrece al público sino compilaciones, extractos o
traducciones.
Donatien Alphonse François, Marqués de Sade, Ideas sobre la novela, Verdehalago, 1998.