Entrevista a Guillermo Vega Zaragoza, por Consuelo Saenz
El viento, los cabellos blancos, el vestido gris, los olores, el azafrán. Hurgar en el ropero. La tía vestida siempre de negro. Las manos. Un chal negro, árboles y taxis, un muñeco de plástico, la cama de un hospital, la comida fría sobre la bandeja, las sillas en una sala de espera. Alguien portando un suéter demasiado grande, «la lluvia, la televisión y mis carritos». Los domingos familiares, y los domingos de luto: flores, lápida y cementerio. El mundo con sus afectos, acaso, ¿se reduce al apego con los objetos que nos rodean, a la fijación que creamos de ellos? El objeto transicional, para los psicólogos, es una conducta que surge entre los tres o cuatro meses de edad, cuando el infante se apega a algún objeto «la primera posesión del no-yo» lo que le brinda seguridad y le ayuda a controlar la ansiedad de la separación. También desde el punto de vista filosófico, se necesitan ser asignadas unas con otras la triada siguiente: objeto, idea y representación.
En su narrativa, encuentro, la riqueza que se desprende de las emociones cotidianas y perennes; con sus fijaciones, afectos, recuerdos, nostalgias y añoranzas. Al igual que los protagonistas en los cuentos Asunto de familia y El perro de Brasil, yo, tengo una historia con el azafrán, los roperos, la mujer que viste siempre de negro, los cigarros Delicados y las manos. La cita irremediable con los objetos.
Me refiero a la obra de Guillermo Vega Zaragoza (México, DF, 1967) Periodista, poeta y narrador. Sus textos han aparecido en más de 20 antologías y en diversas publicaciones de México, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Cuba y España, y han sido traducidos al inglés, francés, portugués e italiano. Además, ha escrito dos libros de poesía (uno contiene tres plaquettes) y dos de cuento.
Guillermo, eres un hombre muy joven pero, con una vasta trayectoria. Quiero agradecerte por haber aceptado la entrevista. Pregunté a algunos amigos que tenemos en común cómo te definen, cómo eres, y coincidieron en dos adjetivos: sensible y solitario. Dime ¿Es esa una definición certera? ¿Eres sensible y solitario?
Creo que me siento más joven de la edad que represento porque me gusta decir que uno tiene la edad mental en la que fue más feliz. Así es que para mí fue cuando tenía 13 años. Y era feliz porque mis necesidades básicas eran muy sencillas: los libros, la música, el cine y las mujeres bellas. Son las mismas necesidades que sigo teniendo, por eso digo que mi edad mental sigue siendo de 13 años aunque ya tenga casi 50.
Ahora, lo de sensible y solitario, no sé a quienes les hayas preguntado, porque en realidad yo soy bien desalmado y amiguero (risas). Sí: así soy, efectivamente, siempre he tenido una sensibilidad especial para observar y darme cuenta de cosas que a los demás les pasan inadvertidas, me afecta mucho lo que vivo y lo que experimento; es algo muy gozoso, porque la gente sensible tiende a apreciar mejor el mundo, pero al mismo tiempo es una maldición porque todo te afecta mucho más y una cosita que para los demás no tiene la menor importancia, para ti parece un cataclismo. Pero en general los artistas somos así. Decía Sabines que los poetas somos exactamente igual que los demás, nada más que tenemos la piel más delgada y por eso hacemos todo un drama por cualquier rasponcito.
Y me gusta estar solo, me la paso bien solo, aunque siempre he estado rodeado de gente (éramos cinco hermanos) y tengo muchos amigos. Me gusta decir que como yo me caigo muy bien a mí mismo, me gusta estar solo conmigo. A veces creo que la gente que no soporta estar sola es porque no se cae bien y tiene que sentirse acompañada. Además, pues el trabajo de escritor es una actividad fundamentalmente solitaria, hay que pasar mucho tiempo solo, leyendo y escribiendo, eso no se puede hacer en pareja ni en grupo.
¿Cuál es la historia de tu nombre? ¿Por qué deciden tus padres llamarte Guillermo?
Mi padre se llamaba Constantino. Como te decía, éramos cinco hermanos: Genaro Constantino, Jorge, Alejandro, Pedro y yo. Hasta hace poco me di cuenta de que todos son nombres de reyes. A mi hermano más grande no le gustaba llamarse como mi papá, así que fuera de la casa prefería que le dijeran Genaro. A mí me hubiera gustado llamarme Constantino. Es un nombre muy padre y distinguido, y hay pocos que se llaman así. A dos de mis hermanos, Jorge y Alejandro, mi padre les puso nombre de amigos suyos. Pedro fue por mi abuelo materno y otro amigo de mi papá. Y a mí por un tío de mi papá al que quería mucho y al que nunca volvió a ver porque desapareció, al parecer era muy borracho. Eso fue lo que me dijo cuando le pregunté. Si el nombre que te ponen de alguna manera determina tu destino, pues entonces me fregaron muy gacho (carcajadas).
En ti, no lo creo, hay demasiada sensatez para esa sentencia. El cuento de El perro de Brasil, lo dedicas a tu hermano Jorge. Nombras a su protagonista «Javier». La «J» podría ser un símbolo, no lo sé. ¿Está inspirado en algún episodio en particular de la vida de tu hermano o cuál es la razón?
Sí, los nombres están cambiados para proteger a los culpables. Está dedicado a él porque lo fundamental de la historia le sucedió a él y me la contó. Desde luego hay cosas cambiadas para ajustarlas a la ficción. Por ejemplo, el nombre de batalla de ella no era Brasil sino Panamá, pero ella le contó a mi hermano que le hubiera gustado ponerse Brasil, porque así se llamaba otra chica en el cabaret, así que pensé que Brasil se prestaba a jugar con más referencias, como lo de Ronaldo y esas cosas. El cuento lo escribí como parte de la clase de Eduardo Casar en la Escuela de Escritores de SOGEM. Cada semestre dejaba el mismo ejercicio: escribir un cuento donde aparecieran como algo significativo unos zapatos amarrados de las agujetas y atorados en un cable de la luz. De tantos que se han escrito se podría hacer una tesis sobre «La influencia de los zapatos amarrados en un cable de la luz en la literatura mexicana contemporánea».
Guillermo, mencionaste en alguna ocasión que, las grandes obras de la literatura tienen lo que llamas «altura mítica», es decir, eso que permea los distintos ámbitos sociales derivados de nuestras prácticas culturales que nos explican como individuos y sociedad. De ahí la importancia de explorar la mitología indígena, enriquecerla, actualizarla e integrarla a nuestra escritura, «es el aliento mítico el que da trascendencia a lo que se escribe» afirmas. En el cuento Asunto de familia, hay un pasaje donde la abuela ya está hospitalizada y tú hermano Jorge va a casa de ella a recoger algunas cosas y: «Desde la puerta, pudo ver una escena conocida: las puertas del ropero abiertas de par en par y una figura hurgando interminablemente en su interior. Dudó por un instante que fuera mi abuela la que había dejado en el hospital. Pero la evidencia de un chal negro lo desengañó. Después supo que la abuela había muerto esa mañana». ¿Es esto, resultado de un artilugio literario o un hecho sobrenatural?
Bueno, en rigor, la que está hurgando es la tía, que está buscando el dinero o las joyas que pensaba que la abuela guardaba (en realidad no dejó nada, más que un baúl lleno de loza y vajillas). Pero nunca pensé que fuera un fantasma o algo así. Qué bueno que se pueda dar esa lectura. Y sí, a eso me refiero con que a veces ni el mismo escritor es consciente del alcance o las resonancias que tiene lo que escribe, porque eso se revela hasta que el texto entra en contacto con el lector.
Sigo tu columna en la Revista de la Universidad de México, y es común la ficción autobiográfica en tus historias. En El Gabo nuestro de cada día, nos compartes que tu padre, don Constantino Vega Mendieta, guardaba parecido con el escritor Gabriel García Márquez. A manera personal, disfruto leer ese tipo de anécdotas. Se llega a querer y apreciar de una manera distinta a los personajes celebres; por la sencilla razón de que, encontramos en ellos, un rasgo que los acerca con el resto de los mortales. ¿Existe algo que te hubiera gustado haber dicho o hecho por o para tu padre? ¿Qué sería?
Bueno, de hecho la novela que estoy escribiendo se llama Vida con mi padre, que es la historia de mi familia tomando como punto de partida los casi 4 años que mi padre vivió en mi casa luego de la muerte de mi madre. Creo que la relación con el padre no ha sido suficientemente explorada en la literatura mexicana, sobre todo si pensamos que la gran novela de nuestro país es la historia de un padre ausente y autoritario como Pedro Páramo. Federico Campbell fue uno de los pocos que exploró esa relación entre padres e hijos, sobre todo cuando el padre está ausente, o cuando no manifiesta afecto a los hijos. Hay padres, que aunque se viva en su casa y nunca falten a dormir, están ausentes porque no establecen lazos afectivos con los hijos, sino sólo el asunto de la manutención y los castigos. Siempre tuve el trauma de que mi padre no reconocía lo suficiente lo que yo hacía, entonces me la pasaba buscando su reconocimiento. Afortunadamente, pude cerrar el ciclo con mi padre, se fue sin que le guardara ningún rencor ni nada, porque comprendí que él era así y que no había aprendido a mostrar su afecto a sus hijos porque el mismo no vivió con su papá, no sabía cómo y la única manera que tenía de mostrar su afecto era manteniéndonos, dándonos de comer, dándonos educación y las cosas más necesarias. Nunca fuimos ricos pero siempre nos dio todo lo que necesitábamos y a veces hasta más. La novela no es en sí un mensaje para mi papá sino más bien contar la historia de mi familia y de lo que yo viví con él viviendo juntos, solos, sin mi madre. Ahí fue cuando yo en verdad lo conocí y creo que él verdaderamente me conoció, a pesar de que yo viví antes en su casa durante 35 años.
¿Por qué tuviste que vivir con tu padre, solamente? ¿Cómo fue esa época?
Se debió a que mi madre enfermó de diabetes y falleció a causa de esa enfermedad. Estuvo internada 18 días en el hospital y durante ese tiempo mi padre no se separó de ella. Dormía en la silla de la habitación. Sólo salía para bañarse y cambiarse. Luego, cuando murió mi madre, una amiga me recomendó que no lo dejara vivir solo con sus recuerdos, que me lo llevara a vivir conmigo, porque en esos matrimonios tan largos (estuvieron casados 54 años) uno muere y se lleva al otro en cosa de meses, y yo no quería eso. Así que casi casi secuestré a mi papá y me lo llevé a vivir conmigo, a mi departamento. Y así vivimos juntos tres años y medio. Él ya no podía trabajar, además había vendido su taller, así que entre semana se la pasaba solo en la casa, saliendo de vez en cuando al médico. Los fines de semana los pasaba con él, comíamos y platicábamos muchas horas, como pocas veces lo hacíamos cuando yo vivía en su casa. Así supe muchas cosas de él que ni me imaginaba y él también supo cosas de mí de las que no tenía ni idea. Luego, mi padre enfermó de cáncer, lo operaron, pero ya había hecho metástasis en el pulmón y le iban a hacer radioterapia, pero falleció dos días antes de que iniciara el tratamiento, de un paro cardiáco.
Preparas tu primera novela, ¿Cómo te sientes de dar ese paso?
Con temor e incertidumbre, porque respeto mucho al género y a los novelistas. Ideas para novelas tengo montones, pero nunca he encontrado la atmósfera, el ánimo, el ímpetu, para emprenderlas. Como que me ha faltado paciencia y decisión. Y ahora con la que estoy emprendiendo, me siento motivado y con el impulso para escribirla y culminarla. Ya te platicaré cómo me va.
Tus más recientes obras son: El perro de Brasil y Sinsaber. El primero es un libro de cuentos, el otro es un poemario. Has incursionado tanto en poesía como en narrativa. ¿En cuál de las dos disciplinas fluyes mejor?
Hace mucho que no escribo cuento. Cuando empezaba a escribir ese género me impuse que cada cuento tenía que ser diferente uno de otro, nunca repetir los mismos recursos, pero creo que se me acabaron las ganas muy rápidamente porque ya no volví a sentir ese ímpetu de escribir historias así. Creo que el cuento tiene que responder a un impulso inevitable, que se te tiene que ocurrir la historia y la tienes que escribir de una sentada, y en esa sentada tiene que salir todo o casi todo. Lo demás es corrección y detalles, pero lo principal del cuento tiene que salir en esa primera versión, todo: historia, voz, punto de vista, estructura. Si no sale a la primera, pues mejor tirarlo todo y volverlo a hacer. No creo en la mucha corrección ni en la reescritura interminable. O tiene cara de cuento desde el principio o no la tiene. Y creo que con la poesía es casi lo mismo: tiene que ser como una voz que te obliga a sentarte y escribir lo que te va dictando. Y puede ser que esa voz te alcance para unas cuantas estrofas o un verso o para todo un libro de 300 páginas. También en poesía siento que cerré un ciclo al publicar Sinsaber y que estoy por empezar otro. Ya no quiero escribir poemas sueltos y juntarlos en un libro. Quiero escribir un libro de poesía, con un tema central, una estructura y un objetivo fundamental, y eso se lleva su tiempo. En esas ando.
En alguna entrevista respondiste que, cada vez que te enamorabas y desenamorabas escribías poesía. Ahora, deseas escribir un libro de poesía ¿Qué tema central anda dando vuelta por tu mente?
La idea del libro que ando escribiendo surgió durante un viaje que hice a Facatitivá, Colombia, en 2013, a un encuentro de poetas. Me invitó una poeta colombiana que conocí acá en México, en Zamora, Michoacán. Ella es descendiente de una etnia, los muiscas, que fueron arrasados por los españoles durante la Conquista, y están recuperando su lengua, sus tradiciones y su memoria histórica. Platicando con ella le dije que mi mamá era oriunda de Michoacán, de un pueblo que se llama Angamacutiro, en la zona purépecha, por lo que de alguna manera traigo sangre purépecha. Por esa razón ella se quedó con la idea de que tenía raíces indígenas y me invitó a ese encuentro al que convocó a poetas que fueran herederos de alguna de las etnias originarias de América Latina. Y yo fui el único mexicano al que invitó. Muy raro, porque yo nunca me he sentido especialmente preocupado por esos aspectos de la etnicidad ni nada, ni siquiera cuando el zapatismo. Yo creo que todos somos iguales, independientemente de tu origen, raza, color, religión o equipo de futbol. Ese viaje fue la primera vez que salí de México (Yucatán no cuenta como salida al extranjero) y en el avión me preguntaba: ¿A qué diablos voy a hasta allá?, ¿qué voy a encontrar? Y sí, me encontré el tema para un nuevo libro de poemas. Allá me di cuenta de la importancia de los ancestros, los abuelos, padres, hermanos, maestros y amigos en la conformación de quién eres, como hombre. También me di cuenta de que los hombres escribimos mucha poesía sobre las mujeres amadas, la madre y hasta las hijas, pero no escribimos sobre otros hombres. No hablo de poesía gay, que de esa también hay mucha, sino de poesía de cariño viril, de agradecimiento a los hombres que nos han hecho ser lo que somos, con su presencia o su ausencia, con su ejemplo, sus enseñanzas, sus virtudes y defectos. El libro se va a llamar «Todos los hombres que soy» y estará formado por 33 poemas (nomás por la edad de Cristo y que fue la edad en que se casó mi papá con mi mamá). Cada uno de ellos contará parte de la vida de los hombres que han sido importantes en mi vida, empezando con mis abuelos, mi padre, mis hermanos, mis maestros y mis amigos. Además, cada poema hará homenaje a un poeta favorito mío, cada poema será «a la manera de…», digamos, Sabines, Huerta, Lizalde, Bonifaz Nuño, Rojas, etcétera. Como ves, la idea ya está muy armada. La bronca ahora es ponerse a escribirlos, que aterrice la musa y no la suelte hasta terminarlos.
¿Cómo defines a la poesía actual?
En principio, creo que nunca se había escrito y publicado tanta poesía como en la actualidad, tanto en forma de libro como a través de la Internet. Creo que hay dos tendencias extremas: hacer poesía complicada, oscura e ininteligible para la gran mayoría del público, o hacer poesía muy sencilla, muy elemental, influida por la canción popular. Y creo que las dos formas son válidas como forma de expresión, pero no necesariamente todo lo que se escribe de una forma u otra es poesía (no quiero decir «buena» o «mala» poesía: la poesía nunca es mala, sólo es o no es poesía). La poesía oscura tiene un problema fundamental: la poesía tiene que comunicar, tiene que hacer que lo que siente, percibe o piensa el poeta llegue al lector de una forma estética, poética, que sea percibido, apreciado, gozado e interpretado (no quiero decir entendido, porque hay mucha poesía que no se entiende de una forma unívoca sino que tiene muchas interpretaciones, todas válidas de acuerdo con cada lector en cada época), pero si la poesía es tan intrincada que sólo unos cuantos la entienden, ¿entonces para qué diablos escribirla? Los grandes poetas son grandes porque escriben para toda la humanidad, para todas las épocas Precisamente, el poema Sinsaber lo escribí porque yo leía o escuchaba a muchos poetas actuales que leían sus poemas y yo pensaba: «Qué bien suena, pero no le entiendo ni madres». A mí me gusta escribir poesía de manera sencilla y directa. Entonces un día estando solo en la oficina a la hora de la comida me puse a escribir un poema donde no supiera ni madres de qué estaba hablando pero que sonara muy poético. Por eso cada estrofa empieza «No sé qué diablos sea la poesía, pero…» Pudo haber sido un poema interminable, pero se acabó la hora de la comida y así quedo. Si me preguntas no sé de qué habla ni a qué se refieren las imágenes y las metáforas, pero creo que tiene una atmósfera especial, que crea en el lector una sensación singular. Cada lector puede sacar las conclusiones que quiera. Pero aun así, el lenguaje que utilizo es perfectamente comprensible, sencillo, sin mayor rebuscamiento.
En el caso del otro extremo, el de la poesía sencilla, se ha dado lugar a mucha charlatanería y falta de rigor, a mucho «primerintencionismo» (palabreja que me acabo de inventar), a mucha gente que escribe lo primero que vomita, lo encabalga para hacerlo pasar por poema, no lo corrige (incluso con evidentes faltas de ortografía) y lo publica tal cual, lo sube a las redes, en su blog o comete la imprudencia de publicarlo como libro en papel. Como obtienen muchos «likes» y comentarios elogiosos de personas que creen que eso es poesía, creen que ya son poetas y se presentan como tales. Conozco a una señora que una vez me dijo que ella no leía a otros poetas ni leía nada de cuestiones técnicas y de composición poética porque «no quería contaminar su poesía» con esas cosas, sino que quería que saliera limpia y prístina (lo de prístina lo digo yo, porque no creo que ella haya utilizado alguna vez esa palabra o siquiera sepa su significado). Y esa señora ya lleva como 20 libros publicados y se pasea por festivales y encuentros literarios como la gran poeta que el mundo siempre esperó. Y nadie se atreve a decirle la verdad sobre lo que escribe, o si se lo han dicho, ella asume que es producto de la envidia. Haz de cuenta como en el cuento del traje nuevo del emperador. «Si no aprecian lo bien que escribo es que son unos pendejos».
En fin, lo que creo es que hay un justo medio entre ambas posiciones. Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre.
¿Encuentras diferencias o similitudes entre la poesía del sur, centro o el norte de la república?
No, ninguna que yo haya detectado. Quizá por los temas o los paisajes, pero no creo que eso determine que se pueda hablar de una poesía regional, salvo que casi todos escriben en español, o algunos en lenguas indígenas.
Como rasgo distintivo a tu carácter, encuentro, una gran generosidad. Eres un hombre que tiende la mano a quien lo necesite. Lo sé, porque una forma de demostrarlo es difundir el trabajo de personas emergentes, de los nuevos creadores. Realizas entrevistas, reseñas, presentaciones. ¿Ha sido fácil tu camino en el ámbito literario? ¿Qué has aprendido de los momentos de frustración?
Me gusta apoyar a los demás de acuerdo con mis posibilidades, porque yo no tuve quién me ayudara y me apoyara cuando empezaba, salvo mi hermano Jorge. Crecí en un ambiente sumamente antilibresco y eso me llevó a idealizar la vida literaria, o lo que yo creía que era eso. Cuando me metí a estudiar periodismo me encontré que no había carrera más antilibresca que esa: allí nadie leía nada de nada, ni los periódicos. Los reporteros no leen ni lo que escriben, porque si lo leyeran no estaría tan mal redactado. Entonces yo no tuve ni un guía ni un mentor ni nada parecido hasta que entré al taller de periodismo cultural de Huberto Batis, que es la persona más generosa del medio cultural que haya conocido. Muchos que ahora se sienten «estrellitas» recibieron su primera oportunidad de publicar sus adefesios en sábado de unomásuno. Como ya lo conté en un artículo que escribí para celebrar sus 80 años: «Toda la culpa es de Huberto».
De ahí creo que me viene el ejemplo de ser generoso, de apoyar a los demás y de sentir gusto cuando los amigos tienen éxito. Sus éxitos yo los siento como míos, nomás por el hecho de ser mis amigos. Porque el medio literario está lleno de envidias, maledicencias, zancadillas, golpes bajos y vendettas. Como decía Woody Allen: «Los intelectuales son como la mafia: sólo se matan entre ellos». La gran mayoría (consagrados y no consagrados) maneja sus carreras por medio del «banco de favores»: «si tú hablas bien de mí, yo hablo bien de ti»; «si me publicas, te publico»; «si me apoyas, te premio o te doy la beca». Es raro el que no se maneja así. Yo me puedo jactar de que he hecho favores y que no me ha interesado cobrarlos. Si me los quieren pagar de alguna forma, adelante. Si no, pues que les vaya bien. A lo mejor (no a lo mejor; seguramente) he sido muy pendejo y por eso no figuro tanto como otros, que con unos poemitas o un librito pedorro ya tienen beca, premios y se sienten «intelectuales», pero que lo han logrado medrando, barbeando y grillando.
Eso sí, trato de ser agradecido y pagar con la misma moneda. Dicen que los verdaderos amigos se conocen en la cárcel, en el hospital y en las presentaciones de libros. Si un amigo va a una presentación mía, lo de menos que puedo hacer es que yo vaya si me invita a una suya. Si me piden que presente un libro y me gusta, pues lo hago, y no estoy pensando: «¿Qué beneficio me traerá presentarlo, qué le podré sacar a este tipo?»
Quizá por eso, me he tardado más que muchos en publicar y en tener alguna repercusión más allá de notitas que han salido (escritas, por cierto, por amigos). Dos veces he pedido beca y no me la han dado. Participé en cinco concursos y en tres saqué mención. Es posible que sea un idealista, pero me gusta pensar que el reconocimiento me lo da la calidad de mi propio trabajo y no andar en medrando en el «mundito literario». Parece paradójico, porque trabajo desde hace 11 años en una de las revistas culturales más importantes, pero nunca he usado mi posición para trepar, obtener canonjías o cobrar favores para mi beneficio personal. Me siento orgulloso de poder decir que lo poco que he alcanzado ha sido por mi trabajo y mi poco talento, pero no le debo nada a nadie.
Al principio sí me sentía algo frustrado, sobre todo viendo a los escritores de mi generación (los del Crack) que publicaban libros y ganaban premios y becas. «Carajo», pensaba, «yo debería estar también ahí». Pero si no lo estuve y no lo estoy es porque no lo quise y no lo he querido, porque si lo quisiera hubiera hecho lo necesario para estar ahí, pero no lo hice. ¿Por qué? ¿Falta de valor, de talento? De valor, a lo mejor, pero de talento, lo dudo, sobre todo viendo lo que han publicado y publican muchos de ellos. No, no lo hice porque no lo necesitaba. Si lo hubiera necesitado, lo hubiera hecho, hubiera trabajado, intrigado, trepado, hasta matado, para conseguirlo. Pero no lo necesité ni lo necesito.
Facundo Cabral contaba que una vez un reportero le preguntó si no le gustaría tener tanto éxito como Julio Iglesias. Y Facundo le contestó: «No, porque Julio necesita todo ese éxito para ser feliz y yo no». Y el reportero: «¿Pero a poco no le gustaría tener casas, barcos, aviones, carros, como Julio Iglesias?». Y Facundo: «No, yo prefiero tener amigos que tengan casas, barcos, aviones, y carros, y me inviten o me los presten». Por eso les digo a todos esos que se quejan de que no tienen «éxito» en sus carreras literarias: si no lo tienes es quizá porque no lo deseas lo suficiente, o porque no estás dispuesto a hacer todo lo que se necesita para conseguirlo. Pero de que se puede, se puede. El mejor ejemplo es Jorge Volpi. Es tanta su necesidad de éxito y reconocimiento que a pesar de que todos los críticos le han tundido, él sigue escribiendo como si nada. Y si sigue así, es capaz de conseguir en unos años que le den el Nobel, nomás que se dé la oportunidad.
Qué consejo le darías a las personas que tienen dudas acerca de cuál es la mejor manera de publicar su ópera prima ¿Editorial o autopublicación? ¿Pros y contras? ¿Qué se debe preguntar, qué se debe saber?
La industria editorial ya cambió, pero todos se resisten a darse por enterados, empezando por los propios escritores. En la actualidad, lo principal es conseguir lectores, no vender libros. Los libros se venden solos si tienes lectores. ¿Cómo conseguir lectores? Usando los nuevos medios, las redes sociales. A las editoriales tradicionales ahora lo único que les interesa es vender libros, no conseguir lectores. Lo que hagas con el libro después de que lo compraste les tiene sin cuidado, si te limpias con él o lo usas para la estufa, o lo lees. Ellos ya vendieron el libro. Por eso publican lo que sea. Las editoriales dejaron de hacer su trabajo: servir como filtros y garantía de calidad para lo que publicaban. Ahora publican cualquier basura si se vende. Por eso publican los consejos de Yuya o 50 sombras de Grey.
Lo que nos han traído las redes sociales es la posibilidad de conseguir lectores, pero para ello tienes que atraerlos y cultivarlos diariamente, dándoles algo a cambio de su atención, aportándoles cosas valiosas y no sólo tratar de enjaretarles tu libro o llenándolos de publicidad. Si quieres «figurar» en el medio literario en México, pues gana premios, concursa para becas, haz «vidita literaria», hazle la barba a las «vacas sagradas» de tu comarca, y a lo mejor la editorial de tu estado te publicará un libro, que nadie leerá y a nadie le importará, pero ya «figurarás». Ahora, si lo que quieres es que te lean, pues publica tú mismo tu libro, promociónalo mediante las redes sociales, súbelo a las librerías digitales, crea tus propios lectores. En una de esas, a una editorial tradicional le interesa que tengas 5 mil o 10 mil o 100 mil seguidores dispuestos a comprar tu libro. Ahora el escritor tiene que hacerla de todo, además de escribir una obra extraordinaria: corregir, editar, publicar, promocionarse, vender, cobrar. Si no sabes, pues aprende, o recurre a quien sepa.
Hablando de tecnologías y redes sociales, ¿Qué se llevó la era de Facebook y qué nos dejó?
Bueno, en términos sociales y no literarios únicamente, las redes sociales, no sólo Facebook, les han abierto el mundo a muchas personas que antes no tenían ni peregrina idea de que hubiera tanta gente parecida a ellas, con la que compartieran tantas cosas, desde sus gustos y pasatiempos hasta sus prejuicios. Ahora, las redes sociales sirven para lo que tú quieras que sirvan. Si las utilizas para mandar videos chuscos, fotos de gatos o memes «motivadores», pues estás desperdiciando una herramienta de comunicación poderosísima. Las puedes usar para hacer negocio, para compartir información o para generar conocimiento. Yo, primordialmente, la uso para conocer personas, promover mi trabajo y compartir información. Me gusta la idea que leí alguna vez de que uno es el «curador» de su muro de Facebook. Uno es una especie de editor de su propio periódico diario. Todo lo que compartes es leído por tantas personas que ni te imaginas lo que piensan de ti o la imagen que les proyectas. A mí me gusta compartir cosas útiles de lo que leo, generalmente relacionado con la literatura, la música y la sociedad. Sobre política no me interesa ni compartir ni polemizar, aunque eso no quiere decir que sea apático o apolítico. Simplemente prefiero ocupar mis energías en otra cosa.
¿Dónde podemos leerte, seguirte y adquirir tus libros?
Me pueden leer casi todos los meses en la Revista de la Universidad de México, a veces en La Jornada Semanal de La Jornada y en Confabulario de El Universal. Tengo un blog, algo abandonado, que utilizo más como bitácora y archivo, en http://omblogismo.blogspot.com El primer libro de cuentos está agotado, pero muchos de ellos, sueltos, se pueden leer en la red. El perro de Brasil, que es e-book, se puede conseguir aún en la librería virtual de Educal. Los dos poemarios se pueden descargar gratuitamente en http://issuu.com/guiveza Estoy en Facebook y en Twitter como @tundeteclas
Yo mencionaré algunas palabras y tú su definición:
Objeto: Algo que no es sujeto.
Cabello: Lo que termina por caerse inevitablemente al paso de los años.
Azafrán: El olor de la casa de mi abuela.
Olor: El más primitivo y animal de los sentidos.
Armario: Lugar donde se guardan los otros yo de los que nos disfrazamos a diario.
Manos: Artilugios para acariciar cuerpos.
Árbol: Ojos con que nos miran los muertos.
Libro: Ventana para conocer otros mundos.
Niño: El que me gustaría seguir siendo.
Hijo: Descendiente que, hagas lo que hagas, terminará culpándote de haberle desgraciado la vida.