AUTOBIOGRAFÍA
Hank ataca de nuevo
Guillermo Vega Zaragoza
Para
algunos, como el también fallecido Ricardo Garibay, era un escritorzuelo con
lenguaje de mingitorio y alma fornicaria, además de borracho, y drogo, que
apestaba más que un cerdo. Pero para muchos fue uno de los grandes escritores
norteamericanos de la segunda mitad del siglo xx. Lo cierto es que no se puede
permanecer impasible ante su obra, que suma más de treinta libros, entre
poesía, novela, cuentos, un guión de cine y varios volúmenes de
correspondencia.
Charles
Bukowski falleció en 1994, a los setenta y cuatro años, y desde su muerte han
aparecido dos nuevos tomos de su correspondencia: Living on Luck (1995)
y Reach for the Sun (1999); un libro de poesía inédita Bone Palace
Ballet (1997) y otro más con poemas y relatos titulado Betting on the
Muse (1996). Ninguno de estos libros ha sido traducido aún al español.
En todo
este tiempo, la catalana Anagrama (que tiene los derechos de exclusividad para
los países de habla hispana) apenas ha publicado dos libros más. El primero, Shakespeare
nunca lo hizo (1999), apareció originalmente hace veinte años y es la
crónica del viaje que el gran Buk hizo a Europa, invitado por sus editores,
sobre todo a Alemania, su tierra natal, donde se había convertido en un
fenómeno de ventas. El libro contiene una buena cantidad de fotos del terrible
Hank y su esposa Linda en su travesía, además de un epílogo con poemas escritos
en esas fechas.
El otro
libro publicado por Anagrama acaba de aparecer apenas este año, con gran
despliegue publicitario por parte de la editorial (quizá es la primera vez que
hacen algo así con un libro de Bukowski), y tiene el sugerente título de El
capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, una metáfora que
refleja muy bien el estado en que se encuentra el mundo desde hace un buen
tiempo.
Este
libro, contrariamente a los que ya se mencionaron, sí constituye una verdadera
novedad en el conjunto de la obra de Bukowski, pues se trata de la
primera ocasión en que el autor de novelas como Factotum y La senda
del perdedor llevó un diario donde plasmó la cotidianidad de sus últimos
días, en un periodo que abarca desde el 28 de agosto de 1991 hasta el 27 de
febrero de 1993, pocos meses antes de morir. Además, el volumen fue ilustrado
por otro símbolo de la contracultura norteamericana: Robert Crumb, quien
adereza y contrapuntea con sus ilustraciones las postreras andanzas de Hank.
¿Por qué
Bukowski nunca antes llevó un diario? Él mismo lo describe así: La gente que
apunta cosas en libretas y anota sus pensamientos me parece gilipollas. Yo sólo
estoy haciendo esto porque alguien sugirió que lo hiciera, así que ya véis: ni
siquiera soy un gilipollas original. En efecto. No tuvo necesidad de hacerlo
porque su visión de la vida, sus aventuras, angustias y episodios cotidianos se
encuentran plasmados, en cantidad pasmosa, en sus poemas, relatos y novelas. Su
obra está hecha de autobiografía.
Si hay un
escritor en cuyos libros la línea que divide la realidad de la ficción es muy
borrosa, es precisamente él. Su alter ego, Henry Chinaski, es el
protagonista de la mayoría de sus relatos, que entregan una visión
desmitificadora del sueño americano, al que se resistió escribiendo, hasta el
último momento, con una botella en la mano.
Pero este
diario es también único por otras razones. Si bien Bukowski ya no lo escribió
desde la pobreza y la marginalidad, pues había alcanzado reconocimiento, vivía
cómodamente en compañía de su segunda esposa y sus nueve gatos, y escribía en
una computadora Macintosh, se seguía resistiendo a darse por vencido y hacer
concesiones en su vida y su escritura, que para él eran lo mismo: Un escritor
no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la
disponibilidad de la página impresa. El mejor lector y el mejor humano son los
que me recompensan con su ausencia.
Cruzan
las páginas de este diario pensamientos cotidianos (debería cortarme las uñas
de los pies), reflexiones sobre el quehacer literario (cuando escribo vuelo,
enciendo fuegos. Cuando escribo saco a la muerte de mi bolsillo izquierdo, la
lanzo contra la pared y la agarro cuando rebota), sobre la muerte (no hay que
lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo
terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su
muerte), sobre los escritores a los que los mantienen sus madres y los
supuestos admiradores que lo importunan frecuentemente para tratar de constatar
que sigue siendo el legendario escritor pendenciero, borracho y fornicador.
Pero también se pueden encontrar anécdotas y episodios que cuenta con el mismo
estilo descarnado y sin concesiones que caracteriza su obra narrativa, y que bien
podrían ser incluso relatos independientes por derecho propio, como cuando
asistió a un concierto de rock o cuando está a punto de aceptar que una gran
cadena de televisión haga una serie cómica con un personaje basado en él.
Sin duda,
el tema recurrente, obsesivo, de Bukowski en este diario, es el hipódromo. Probablemente
tenga alguna enfermedad. Saroyan perdió el culo en el hipódromo, Fante con el póquer,
Dostoievski con la ruleta. Y realmente no es cuestión de dinero, a menos que se
te acabe. De la misma forma en que durante quince años trabajó en el servicio
postal y en las noches escribía desaforadamente, acompañado siempre de una
botella y de la música clásica proveniente de un radio desvencijado, en estos
últimos días, casi religiosamente, se levantaba temprano para ir a apostar a
los caballos, siempre en busca de un sistema que le permitiera pronosticar
cuándo iban a ganar los que no eran considerados como favoritos. Cuando ganaban
los favoritos se enojaba y cuando estaba cerrado el hipódromo se angustiaba.
Esto es totalmente congruente con lo que él siempre sostuvo durante su vida. Su
simpatía estaba con los lisiados, los torturados, los condenados y los
perdidos, no por compasión, sino por camaradería, porque yo soy uno de ellos.
Pero para
Bukowski el hipódromo también es algo más: Siempre puedo escribir sobre el hipódromo,
ese gran agujero vacío de la nada. Voy allí a sacrificarme, a mutilar las
horas, a asesinarlas. Hay que matar las horas. Mientras esperas. Las horas
perfectas son las que paso delante de esta máquina. Pero hay que tener horas
imperfectas para tener horas perfectas. Tienes que matar diez horas para hacer
que otras dos horas vivan. De lo que tienes que tener cuidado es de no matar
todas las horas, todos los años.
El
archivo de Bukowski sigue llenando las arcas de su viuda y de su editor, John
Martin, al ofrecer novedades como este singular diario a los miles de lectores
que dejó en la orfandad el llamado último escritor maldito de la literatura
norteamericana. La editorial Black Sparrow, que Martin creó en los años
sesenta con el único objetivo de publicar a Bukowski, posee aún otros
manuscritos, que promete entregar en el curso de los próximos años, así que
tendremos Buk para rato.
Charles Bukowski,
El
capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco,
Anagrama,
Barcelona,
2000
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