domingo, marzo 29, 2015

Hank ataca de nuevo


AUTOBIOGRAFÍA
Hank ataca de nuevo

Guillermo Vega Zaragoza

Para algunos, como el también fallecido Ricardo Garibay, era un “escritorzuelo con lenguaje de mingitorio y alma fornicaria”, además de “borracho, y drogo, que apestaba más que un cerdo”. Pero para muchos fue uno de los grandes escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo xx. Lo cierto es que no se puede permanecer impasible ante su obra, que suma más de treinta libros, entre poesía, novela, cuentos, un guión de cine y varios volúmenes de correspondencia. 

Charles Bukowski falleció en 1994, a los setenta y cuatro años, y desde su muerte han aparecido dos nuevos tomos de su correspondencia: Living on Luck (1995) y Reach for the Sun (1999); un libro de poesía inédita Bone Palace Ballet (1997) y otro más con poemas y relatos titulado Betting on the Muse (1996). Ninguno de estos libros ha sido traducido aún al español. 

En todo este tiempo, la catalana Anagrama (que tiene los derechos de exclusividad para los países de habla hispana) apenas ha publicado dos libros más. El primero, Shakespeare nunca lo hizo (1999), apareció originalmente hace veinte años y es la crónica del viaje que el gran Buk hizo a Europa, invitado por sus editores, sobre todo a Alemania, su tierra natal, donde se había convertido en un fenómeno de ventas. El libro contiene una buena cantidad de fotos del terrible Hank y su esposa Linda en su travesía, además de un epílogo con poemas escritos en esas fechas. 

El otro libro publicado por Anagrama acaba de aparecer apenas este año, con gran despliegue publicitario por parte de la editorial (quizá es la primera vez que hacen algo así con un libro de Bukowski), y tiene el sugerente título de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, una metáfora que refleja muy bien el estado en que se encuentra el mundo desde hace un buen tiempo. 

Este libro, contrariamente a los que ya se mencionaron, sí constituye una verdadera novedad en el conjunto de la obra de Bukowski, pues se trata de la primera ocasión en que el autor de novelas como Factotum y La senda del perdedor llevó un diario donde plasmó la cotidianidad de sus últimos días, en un periodo que abarca desde el 28 de agosto de 1991 hasta el 27 de febrero de 1993, pocos meses antes de morir. Además, el volumen fue ilustrado por otro símbolo de la contracultura norteamericana: Robert Crumb, quien adereza y contrapuntea con sus ilustraciones las postreras andanzas de Hank. 

¿Por qué Bukowski nunca antes llevó un diario? Él mismo lo describe así: “La gente que apunta cosas en libretas y anota sus pensamientos me parece gilipollas. Yo sólo estoy haciendo esto porque alguien sugirió que lo hiciera, así que ya véis: ni siquiera soy un gilipollas original.” En efecto. No tuvo necesidad de hacerlo porque su visión de la vida, sus aventuras, angustias y episodios cotidianos se encuentran plasmados, en cantidad pasmosa, en sus poemas, relatos y novelas. Su obra está hecha de autobiografía. 

Si hay un escritor en cuyos libros la línea que divide la realidad de la ficción es muy borrosa, es precisamente él. Su alter ego, Henry Chinaski, es el protagonista de la mayoría de sus relatos, que entregan una visión desmitificadora del sueño americano, al que se resistió escribiendo, hasta el último momento, con una botella en la mano.
Pero este diario es también único por otras razones. Si bien Bukowski ya no lo escribió desde la pobreza y la marginalidad, pues había alcanzado reconocimiento, vivía cómodamente en compañía de su segunda esposa y sus nueve gatos, y escribía en una computadora Macintosh, se seguía resistiendo a darse por vencido y hacer concesiones en su vida y su escritura, que para él eran lo mismo: “Un escritor no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la disponibilidad de la página impresa. El mejor lector y el mejor humano son los que me recompensan con su ausencia.”
Cruzan las páginas de este diario pensamientos cotidianos (“debería cortarme las uñas de los pies”), reflexiones sobre el quehacer literario (“cuando escribo vuelo, enciendo fuegos. Cuando escribo saco a la muerte de mi bolsillo izquierdo, la lanzo contra la pared y la agarro cuando rebota”), sobre la muerte (“no hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte”), sobre los escritores a los que los mantienen sus madres y los supuestos admiradores que lo importunan frecuentemente para tratar de constatar que sigue siendo el legendario escritor pendenciero, borracho y fornicador. Pero también se pueden encontrar anécdotas y episodios que cuenta con el mismo estilo descarnado y sin concesiones que caracteriza su obra narrativa, y que bien podrían ser incluso relatos independientes por derecho propio, como cuando asistió a un concierto de rock o cuando está a punto de aceptar que una gran cadena de televisión haga una serie cómica con un personaje basado en él. 

Sin duda, el tema recurrente, obsesivo, de Bukowski en este diario, es el hipódromo. “Probablemente tenga alguna enfermedad. Saroyan perdió el culo en el hipódromo, Fante con el póquer, Dostoievski con la ruleta. Y realmente no es cuestión de dinero, a menos que se te acabe.” De la misma forma en que durante quince años trabajó en el servicio postal y en las noches escribía desaforadamente, acompañado siempre de una botella y de la música clásica proveniente de un radio desvencijado, en estos últimos días, casi religiosamente, se levantaba temprano para ir a apostar a los caballos, siempre en busca de un sistema que le permitiera pronosticar cuándo iban a ganar los que no eran considerados como favoritos. Cuando ganaban los favoritos se enojaba y cuando estaba cerrado el hipódromo se angustiaba. Esto es totalmente congruente con lo que él siempre sostuvo durante su vida. Su simpatía estaba con los lisiados, los torturados, los condenados y los perdidos, “no por compasión, sino por camaradería, porque yo soy uno de ellos”. 

Pero para Bukowski el hipódromo también es algo más: “Siempre puedo escribir sobre el hipódromo, ese gran agujero vacío de la nada. Voy allí a sacrificarme, a mutilar las horas, a asesinarlas. Hay que matar las horas. Mientras esperas. Las horas perfectas son las que paso delante de esta máquina. Pero hay que tener horas imperfectas para tener horas perfectas. Tienes que matar diez horas para hacer que otras dos horas vivan. De lo que tienes que tener cuidado es de no matar todas las horas, todos los años.”
El archivo de Bukowski sigue llenando las arcas de su viuda y de su editor, John Martin, al ofrecer novedades como este singular diario a los miles de lectores que dejó en la orfandad el llamado “último escritor maldito de la literatura norteamericana”. La editorial Black Sparrow, que Martin creó en los años sesenta con el único objetivo de publicar a Bukowski, posee aún otros manuscritos, que promete entregar en el curso de los próximos años, así que tendremos Buk para rato. •

Charles Bukowski,
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco,
Anagrama,
Barcelona, 2000