domingo, septiembre 29, 2013
Por Guillermo Vega Zaragoza
Nada de actores.
(Nada de dirección de actores).
Nada de personajes.
(Nada de estudio de personajes).
Nada de puesta en escena.
Sino el empleo de modelos, tomados de la vida.
SER (modelos) en lugar de PARECER (actores).
Robert Bresson.
Para
el director Fernando Eimbcke (México, 1970), la combinación de actores
profesionales con otros de poca o nula experiencia histriónica permite mantener
un equilibrio entre lo que él llama “la técnica” y la frescura en materia
interpretativa. “No soy un dogmático, pero me gusta arriesgar. Y hay riesgo
tanto en un tipo de actores como en otro. El secreto está en que todas las
películas las enfrentes como si fueran tu opera prima”. Y suscribe las tesis de
Robert Bresson: en una película, la historia la cuenta el director a través de
imágenes y acciones, no los actores. “El director es como el piloto de un avión
que sabe cuáles botones apretar.”
¿Por qué te gusta trabajar con
personas que no tienen una formación actoral profesional?
―Lo primero
que habría que aclarar es que en las dos películas que he dirigido hay una
mezcla de actores profesionales, con una formación académica, y otros actores
con poca o casi ninguna experiencia. En el caso de Temporada de patos: actúa Enrique Arreola, que estudió en el CUT y
ha hecho muchísimo teatro, junto con Danny Perea, que traía cierta experiencia
en televisión, pero no tenía una formación académica, o Diego Cataño, que había
hecho pequeños papeles, o Daniel Miranda, que de plano sólo había hecho
pastorelas en su escuela. Para mí no es un dogma decir: “Sólo quiero trabajar
con actores no profesionales”. Siempre estoy muy abierto en los castings, y se convoca tanto a actores
profesionales como a las escuelas de teatro, pero también a gente de la calle.
En el casting es donde me empiezo a
dejar sorprender y no me importa si son o no actores. El trabajo del director es
buscar esa naturalidad en los actores, sean o no profesionales. Eso depende de
que el director tenga claro quién es el personaje, qué quiere, qué busca, cuál
es su conflicto, y si eso lo tiene claro, cualquier actor lo va a hacer bien,
profesional o no. A veces el riesgo del actor profesional es encasillarse en un
papel y recurrir al camino más fácil, y eso muchas veces es culpa del director
y no del actor, que cae en la condescendencia por falta de análisis del
personaje.
¿Entonces qué determina que se decida
recurrir a actores profesionales o a actores sin tanta experiencia?
―Lo
determina tanto el proyecto como la intuición del director. En el caso de
Daniela Valentine, en Lake Tahoe,
abrimos el casting a todo mundo. Había muchas actrices profesionales que lo
hacían muy bien, pero hubo algo que encontré en Dani Valentine que me
sorprendió muchísimo: una ternura que no había imaginado yo cuando escribí el
guión, lo cual decidí explotar en la película y enriqueció mucho el personaje.
Si lo malo de usar actores
profesionales es que a veces se encasillan, ¿qué encuentras de malo en los
actores con poca experiencia?
―Lo he
padecido con algunos actores (ríe), no voy a decir nombres, pero a veces tienen
poca conciencia de lo que está sucediendo alrededor. Quizá para ellos no es tan
importante aprenderse el diálogo y llegan al día de filmación sin habérselo
aprendido y todo se vuelve una pesadilla. Por eso trabajar con ambos tipos de
actores te puede traer un equilibrio.
¿Entonces lo que más aportan los
actores no tan experimentados es fundamentalmente la frescura?
―Creo que
los actores profesionales también se pueden dar el chance de encontrar esa
frescura si trabajan conjuntamente con el director. Es como cuando haces tu
opera prima y tiene toda esa frescura precisamente de opera prima. ¿Pero qué va
a pasar cuando hagas la segunda, la tercera, la cuarta? ¿Vas a perder esa
frescura que tenías cuando hiciste tu primera película? Al trabajar con Lena
Esquenazi, que lleva varios años como sonidista, me di cuenta de su
acercamiento hacia las películas: trabaja en ellas como si fueran su primera
vez, siempre dispuesta a correr riesgos, sin dar nada por sentado, sin recurrir
tanto a “la técnica”. Por eso a veces se pierde la frescura, por no correr
riesgos, y si no se corren riesgos se termina haciendo siempre la misma
película. Si el director corre riesgos, si el actor profesional le tiene
confianza también va a correrlos. Y trabajar con actores con poca experiencia
es un riesgo, y lo otro también lo es. No hay que ser dogmático ni tampoco
encasillarse.
El
multipremiado director cuenta que, por ejemplo, en Lake Tahoe, Héctor Herrera ―un actor de teatro fársico de mucha experiencia―, se dio la oportunidad de correr riesgos y confió en él como director.
“En
el set recorté muchos de sus diálogos y a veces le pedía que no dijera nada.
“¿Cómo nada? ¿Ni un gesto ni nada?” Nada, quédate en silencio. Y no dijo nada.
A lo mejor otro actor que no confía en el director y con miedo a meterse a un
terreno desconocido, se aferra a que tiene que decir sus diálogos y le empieza
a discutir al director. Eso es un riesgo”.
Eimbcke
afirma que “en el cine, la historia no la cuenta el actor (lamentablemente para
el actor): la cuenta el director”. En su libro Dirigir cine (Ediciones El Milagro, 1997), “David Mamet dice que el
director es como el piloto de un avión, que es una máquina muy grande que requiere
tener el control de muchos botones. Y a veces el actor cree que si saca la mano
por la ventana, el avión va a dar solito la vuelta. Y así no funciona la cosa”.
Sostiene
Eimbcke que “el director tiene que saber cómo va a contar la historia mediante
imágenes y acciones muy concretas, y comunicárselas claramente al actor. Esa es
su responsabilidad. Claro que el actor puede improvisar y si la idea que tiene
el director de hacia dónde va la escena se enriquece, pues adelante; pero si
no, le tiene que decir al actor que no funcionó su idea y que mejor hay que
hacerlo de la manera más sencilla”.
¿Se le puede pedir a un actor sin
mucha formación la construcción de un personaje?
―Claro que
sí, pero la construcción original del personaje la hace el director, desde el
guión. Y al hacer la película la hace conjuntamente con el actor. Muchas veces
se piensa que el director tiene todas las respuestas, que todo lo sabe, que no
se puede equivocar. En el set de filmación a veces sí tiene que ser así, por
obvias razones, pero antes de todo eso, existe la oportunidad de platicar con
el actor, de que salgan todas sus dudas, y le diga: “Esto no lo tengo claro”. Y
el director tenga el chance de decir: “Ah, caray, yo tampoco. Deja pensarlo y
mañana te digo”. Pero en el set ya no se puede preguntar sobre los motivos del
personaje, el director tiene que estar atento a otras muchas cosas.
¿Trabajas mucho en la preparación
previa con los actores?
―No mucho,
apenas dos sesiones: una de lectura de guión y otra de dudas, y si es
necesario, una más. En realidad, a mí no me gusta manosear mucho el guión. De
hecho, no me importan tanto los diálogos. No me gusta que los actores se
aferren a aprendérselos exactamente tal cual. A veces se los doy casi casi en
el momento, dependiendo de las circunstancias. Parece contradictorio, pero en realidad
no tengo algo muy establecido al respecto, sino más bien es algo intuitivo.
Apenas llevo dos películas, así que me gusta experimentar.
¿En el set eres abierto a la
improvisación y la espontaneidad?
―Es una
mezcla. La construcción del personaje es un trabajo previo, más de escritorio,
por decirlo así. En el trabajo de escena, hay muchas muy claras y otras donde
se puede improvisar. Por ejemplo, en Lake Tahoe, el personaje de Lucía canta
una canción que se supone que está escribiendo, y en efecto, la tuvo que
escribir en escena, a pesar de que en el guión ya venía una, y resultó algo muy
orgánico.
Para
finalizar se le pregunta qué significa para él actuar para cine. Luego de
meditarlo unos segundos afirma:
“En el cine,
el actor tiene que confiar en el director y estar conciente de que el director
es el que cuenta la historia, que no es la actuación la que sostiene todo. Robert
Bresson ―que era mucho más radical y dogmático en ese sentido― no les llamaba actores sino “modelos”. Usaba personas
que nunca habían actuado nada. Él creía en esa esencia. Su tesis era que el ojo
no es capaz de captar todo lo que capta la cámara; el ojo del director no es
capaz de captar lo que capta esa máquina tan fría, que sí puede captar la
esencia del personaje, del modelo. Confiaba en contar la historia a través de
la imagen y del sonido, no a través del actor. Siempre hacía esta diferencia:
entre el cine y el teatro, incluso él le llamaba “el cinematógrafo”. Decía que
uno de los grandes errores del cine era copiar al teatro y que era ahí donde se
perdía su esencia, porque se convertía en una imitación burda. El cine tiene su
propio lenguaje: imagen y sonido. El director debe contar una historia con esos
elementos. ¿Cómo contar que el personaje está triste con imágenes y acciones?
Si le pides al actor que actúe como si estuviera triste, va a parecer
sobreactuado. Hay que contarlo con imágenes. En el cine la sobreactuación es
algo muy delicado. En el teatro puede resultar bien, pero en el cine siempre es
un peligro, porque la cámara potencia todo”.
Y
finaliza con una sonrisa:
―Aunque
claro, siempre hay excepciones, como Cassavettes o Bergman, pero por eso son
genios.
(Publicada en Cine TOMA. Revista Mexicana de Cine, núm. 6, septiembre-octubre 2009)
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