por Guillermo Vega Zaragoza
La polémica suscitada por la
publicación del “texto periodístico de no ficción” (la descripción es del autor
del mismo, Alejandro Sánchez González) titulado “El joven que tocaba el piano
(y descuartizó a su novia)” en la revista eme-equis
número 337 de septiembre de 2014 (http://www.m-x.com.mx/2014-09-21/el-joven-que-tocaba-el-piano-y-descuartizo-a-su-novia-int/),
involucra diversas aristas, de las cuales me abocaré a abordar someramente unas
cuantas, pues el asunto es de suyo interesante y de pertinente discusión, por
lo que no puedo agotarlo todo en estas líneas.
Primero, el más apremiante, que ha
suscitado la indignación de un grupo de ciudadanos que han promovido a través
de las redes sociales una carta abierta (http://www.change.org/p/retractaci%C3%B3n-p%C3%BAblica-de-alexsanchezmx-capacitaci%C3%B3n-a-emeequis-y-disculpa-a-familia-de-sandra?recruiter=157381000&utm_campaign=twitter_link_action_box&utm_medium=twitter&utm_source=share_petition)
para exigir la “retractación pública y por escrito de Alejandro Sánchez
González y una disculpa abierta para la familia de Sandra Camacho” (la mujer
violada, asesinada y descuartizada por Javier Méndez en junio de 2013): el
enfoque utilizado por el periodista donde, de acuerdo con los ciudadanos, está
“narrado desde el punto de vista biográfico del feminicida, empatiza
completamente con éste, envolviéndolo en un aura de romanticismo,
victimizándolo y justificando la violencia de género y el feminicidio”,
haciendo que “en todo momento la responsabilidad del asesinato recaiga en la
víctima, retratándola de una manera deshumanizada, describiéndola
insistentemente como una instigadora de su propia muerte y restando importancia
siempre a la voluntad del asesino sobre sus acciones hasta el punto de
prácticamente insinuar que él no cometió el crimen, pues no era ‘él mismo’
quien actuaba”.
En efecto, el periodista decidió
contar la historia del asesinato de Sandra Camacho desde el punto de vista del
asesino, que evidentemente tiene graves problemas psicológicos y de relación
con sus semejantes, sobre todo con las mujeres. Al terminar de leer el texto se
puede inferir que el periodista quiso explicar el contrasentido de que un joven
que parecía tener todo para triunfar en la vida de repente se convirtiera en un
asesino desalmado y calculador que tramó la desaparición del cadáver y luego
trató de escapar adoptando otra identidad. El asunto es de evidente interés
humano y periodístico, no cabe duda.
Sin embargo, el periodista se
equivocó al abordar su material. Primero, adopta el punto de vista del asesino
utilizando un narrador omnisciente en tercera persona que a veces se convierte
en primera persona (disculpen ustedes los tecnicismos literarios, pero así es),
cuya voz narrativa, apreciaciones, calificativos y consideraciones sobre los
hechos se confunden con los del mismo asesino, al grado de hacer
indistinguible dónde acaba el narrador y dónde empieza el asesino.
Tendré que citar para ejemplificar:
Descolocado, Javier siente cómo crece en su interior una molestia a
medida que Sandra se burla de sus pretensiones, lo hostiga y hace que él,
inexplicablemente, intente convencerla de que es verdad lo que le dice.
Es la primera vez que le ocurre algo así. Con ninguna de sus anteriores
novias de colegio, como Noemí, Lizzeth o Brenda, le había pasado esto. La
ansiedad crece. Le da coraje que una jovencita se burle de un modo tan cruel de
algo especial, de los años de trabajo, de estudio, de los viajes, de los
sacrificios que Javier ha hecho, de los desvelos, el poco descanso, de las
privaciones.
Sandra no para, sigue riendo, como una niña chiquita que no tuviera
corazón; se burla y se le acerca.
Javier reacciona. Se aleja de ella, quiere acabar con eso, pero no sabe
cómo. Sandra lo jode, se le acerca otra vez, lo jode, lo molesta mucho. La
desesperación se apodera de Javier. Está tan cerca. La quiere alejar, la
empuja, ella tropieza y cae.
Al levantarse Sandra tiene un chichón en la cabeza, Javier lo nota y se
asusta. Ella se da cuenta y comienza a gritar desaforadamente; él ni siquiera
es capaz de distinguir lo que ella, fuera de control, le reclama. Sandra se
abalanza sobre él, lo golpea y lo araña en la cara. El mundo, su pequeño mundo,
se retuerce.
El trata de defenderse como puede. Es lo único que quiere. No le quiere pegar,
sólo defenderse, pero la golpea en la cara. Ha sido un accidente. Pero ella
grita más y más fuerte. Javier le dice que se calle, sus gritos son
insoportables. Las uñas de Sandra rasgan levemente la piel del joven. Que se
calle, por favor. Que se calle ya.
Javier no resiste más. La toma del cuello y caen al piso.
Nótese cómo toda la narración de los
hechos se hace desde el punto de vista del agresor. Evidentemente el periodista
no puede tener el de la mujer asesinada. ¿Qué tendría que haber hecho entonces?
Algo muy sencillo: desmarcarse. Dejar muy pero muy claro para el lector cuáles
son las consideraciones del asesino y cuáles las del narrador. Contado así como
está, el lector asume que el narrador comulga y coincide con la perspectiva del asesino. Por ejemplo: ¿quién considera que los golpes y la
caída de Sandra “han sido un accidente”? ¿El asesino o el narrador? ¿Ambos?
Si el así llamado “texto periodístico
de no ficción” (más adelante veremos el galimatías que representa esta expresión)
fuera un texto narrativo de ficción habría algún mérito en el autor, pues ha
logrado meter al lector imperceptiblemente en la mente del asesino, en su
visión del mundo. De eso se trata la narrativa literaria, el cuento o la
novela, de meternos en un mundo ficticio y ver ese mundo desde los ojos de los
personajes también ficticios que lo habitan.
Pero un texto periodístico es otra
cosa. Los hechos no son inventados, sucedieron efectivamente. No se trata de
meter al lector “en la mente del asesino”, sino de contar con la mayor
precisión, exactitud y objetividad posibles cómo han sucedido los hechos,
recurriendo a las diversas técnicas de investigación periodística (observación
personal, investigación documental, entrevistas, etcétera), tratando de
mantener un equilibrio entre las diversas interpretaciones de un hecho cuando
hay visiones encontradas sobre el mismo. Los hechos son objetivos, sus
interpretaciones no. Ese es el error fundamental, gravísimo, del periodista
Sánchez González: colocó los hechos en un segundo plano y puso el énfasis en
una interpretación particular, específica, interesada de los acontecimientos:
la del asesino. Por ello sus interpretaciones sobre los hechos parecen
comprometidas a los ojos de los lectores.
No me meteré a discutir la visión
misógina, machista, justificadora del feminicidio con la que se ha señalado al
texto y al periodista. Eso ha sido suficientemente analizado y denunciado por
otras personas mejor de lo que yo lo podría hacer (por ejemplo: http://catalinapordios.com/2014/09/25/el-joven-que-descuartizo-a-su-novia-y-tocaba-el-piano/).
Concuerdo en lo fundamental con ellas. Me interesa en cambio adentrarme en los
vericuetos del llamado “periodismo narrativo” que se ha puesto de moda en
Latinoamérica sobre todo, como actualización o sucesión de lo que en los años
sesentas del siglo pasado Tom Wolfe bautizó como “nuevo periodismo”.
Básicamente, el periodismo narrativo
es la utilización de técnicas tomadas de la literatura para contar historias
reales de interés periodístico. El periodismo narrativo es, pues, una forma de
presentar una investigación periodística, pero las técnicas para conseguir la
información son, o deberían ser, las mismas, siempre. Como lo debería saber
cualquier estudiante de periodismo, existen diversos géneros periodísticos,
divididos fundamentalmente en dos: informativos y de opinión. En los primeros
debe dominar la información pura y dura, los datos objetivos y verificables,
además de procurar un equilibrio entre las partes involucradas cuando se trate
de un conflicto (casi todos los hechos noticiosos parten de un conflicto). No
se permite incluir la opinión abierta del periodista, pero sí su
interpretación, y cuando lo haga tiene que ser explícita y clara para el
lector. En los segundos, por el contrario, de lo que se trata precisamente es
que el periodista interprete y opine sobre los hechos noticiosos. Lo que predomina
es la subjetividad sustentada en hechos y argumentos. Existen géneros
fronterizos, como la crónica (donde lo que importa es justamente la forma en
que el periodista ve los hechos de los que es testigo y los interpreta), y el
reportaje, el rey de los géneros periodísticos, donde se puede echar mano de
todos los recursos y herramientas periodísticas.
Decíamos que eso de “texto
periodístico de no ficción” es un galimatías porque el periodismo es siempre (o
debería serlo) de no ficción, es decir, el periodismo trata de la realidad, de
los hechos realmente ocurridos, no de las cosas creadas y existentes sólo en la
imaginación de un escritor. Me imagino que la confusión del periodista proviene
de querer emular lo que Truman Capote llamó “novela sin ficción” (non-fiction novel), es decir, “un libro
que se leyera exactamente igual que una novela, sólo que cada palabra de él
fuese rigurosamente cierta” (así se lo dijo Capote a Lawrence Grobel). Pero,
ojo, Capote no quería hacer periodismo, quería hacer “una hazaña literaria”. La
paradoja fue que le escamotearon el Pulitzer precisamente por considerarlo
“comercial” y periodístico.
Como lo explico en un artículo
reciente sobre este autor norteamericano (http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=781&art=16325&sec=Art%C3%ADculos),
con A sangre fría Capote se enfrentó
a algo que se ha visto pocas veces: que un artista se debata ante un verdadero
dilema entre lo ético y lo estético. ¿Debía intervenir Capote para cambiar el
destino de Perry Smith y Dick Hickock y que no fueran ejecutados, a expensas
del final ideal para la novela? ¿Valía la pena tratar de evitar el sacrificio
de dos vidas con tal de alcanzar un logro estético excepcional? Capote se
jactaba de que “el gran logro de A sangre
fría es que yo no aparezco ni una sola vez. En el libro nunca sale la
palabra yo”. Es decir, que había desempeñado el papel de un ojo divino que sólo
registraba los hechos. Pero en realidad, Truman Capote como persona también
intervino en la historia que relataba; su presencia, su acción o inacción,
afectaron de alguna manera el curso de los acontecimientos. A fin de cuentas, como
cualquier novela, A sangre fría no deja de ser un relato de ficción, donde el
artista —jugando a ser dios— decidió dejar muchas cosas fuera, diseccionando la
realidad y acomodándola artificialmente para lograr un efecto estético.
Finalmente, Smith y Hickock fueron
ejecutados e insistieron que Capote estuviera presente. Capote no terminó
ninguna novela luego de A sangre fría.
Se sentía exhausto. Se hundió cada vez más en el alcohol, las drogas y la vida
disipada para tratar de aplacar los demonios que lo habitaban: “Nadie sabrá
nunca lo que A sangre fría se llevó
de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acabó conmigo. Antes de
empezar yo era una persona bastante equilibrada. Luego, no sé qué me sucedió.
Sencillamente es que no puedo olvidarlo, especialmente los ahorcamientos del
final. ¡Espantoso! El recuerdo de todo aquello no deja de resonar en mi
cabeza”.
Me he entretenido en contar esto (de
ninguna manera comparo este “texto periodístico de no ficción” con la obra maestra de
Capote), porque quiero poner énfasis en un asunto: el compromiso principal de
la literatura es con la estética, no con la ética. Pero el periodismo no es
literatura, es periodismo y su compromiso debe estar con la ética. El
periodismo es una profesión de servicio social: informar a los ciudadanos de lo
que sucede en su entorno de la manera más precisa, objetiva y clara posible. Y
en un entorno tan enrarecido como el del México actual, donde campea la injusticia, la
violencia, la corrupción, la impunidad y el lucro desmedido, el periodista
no puede darse el lujo de no tomar partido a favor de los mejores valores sociales: la
vida, la justicia, la tolerancia, la democracia.
¿Era necesario poner énfasis en las
contradictorias condiciones del asesino y su víctima? ¿Era necesario ser tan
maniqueo? ¿Para qué? ¿Para explicar cómo un joven inteligente y con un futuro
promisorio estalló en un momento de psicosis y mató y descuartizó
despiadadamente a una mujer a la que apenas conocía? ¿Los hechos no parecían
suficientes al periodista como para transmitir la tragedia y conmover al
lector? ¿Tenía que recurrir el periodista a sazonar el relato de los hechos con
apreciaciones literarias fuera de lugar, de ínfima calidad, que no pasarían el
filtro de un mediocre taller literario?
Por ejemplo, en los primeros
párrafos:
Ella lo abraza con la determinación
de quien se sujeta a un salvavidas en el mar. Él, de 19 años, piensa que ese es
un momento romántico y lindo. Se siente ilusionado y a gusto. Qué importa que
apenas la haya conocido unas dos semanas antes en las redes sociales.
Media hora después de que se
desnudaron, el tono rojizo de la tarde empieza a anunciarse. Se visten y pasan
al sillón de la sala, donde siguen platicando.
¿Cómo se leería el texto sin las
paparruchas pseudoliterarias?:
Ella lo abraza apasionadamente. Él,
de 19 años, piensa que ese es un momento romántico y lindo; se siente
ilusionado y a gusto, no le importa que apenas la haya conocido unas dos
semanas antes en las redes sociales.
Media hora después de haberse
desnudado, se visten y pasan al sillón de la sala, donde siguen platicando.
Hechos, simples hechos, narrados
sencillamente, y las apreciaciones atribuidas a quien corresponde.
El periodista informa al final de su
texto que “todos los hechos descritos están basados en entrevistas y relatos de
los protagonistas, expedientes judiciales, la evaluación sicológica, correos
electrónicos y mensajes de celular”. Digo, es lo que hacen todos los
periodistas serios, ¿no? Investigar. ¿Por qué curarse en salud? Ah, sí: “No
vayan a pensar que todo me lo inventé yo”. Pues le resultó peor: por pretender
que el periodismo satisfaga funciones que no le corresponden (por ejemplo, las
erradas aspiraciones literarias de un periodista), un grupo de lectores
críticos se han indignado con entendible razón por el equivocado y tendencioso
tratamiento.
Lo que resulta más extraño es que un texto así, primero, haya sido escrito por un periodista galardonado como Alejandro Sánchez González, y segundo, publicado en una revista como eme-equis, que se ha distinguido por el alto nivel de sus reportajes, muy por encima de lo que habitualmente se publica en otros medios.
Y, a la distancia, uno piensa que
todo hubiera sido tan fácil. Un simple trabajo de edición, de un buen editor,
con criterio y gusto literario, que pusiera las cosas en su lugar.
Nunca estará de más repetirlo una y otra vez: el
compromiso primordial del periodismo es
con la ética. Perder de vista esto y confundirse es meterse en problemas,
porque el horno no está para bollos.
PD1: A las pocas horas de haber escrito el presente texto, el periodista Alejandro Sánchez Gonzalez publicó su disculpa pública (http://www.m-x.com.mx/2014-09-27/a-la-familia-camacho-y-los-lectores-una-carta-de-alejandro-sanchez/) por haberse equivocado en el tratamiento del reportaje, esencialmente por las razones aquí expuestas, pero además por otra más grave: no explicar claramente que la familia de Sandra Camacho no quiso hablar.
PD2: El 3 de octubre de 2014 el Consejo Rector de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que organiza el Premio GGM en cuya categoría de Cobertura para la edición 2014 Sánchez González había sido considerado como finalista por otro trabajo, dio a conocer un comunicado en el que se desmarca del reportaje donde afirma:
"En nuestra opinión, el trabajo
“El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)” adolece de
graves errores en el tratamiento periodístico, los que quedan en
evidencia al presentar una versión unilateral sobre un acto de violencia
criminal que le costó la vida a la joven Sandra Camacho en México.
"El texto en cuestión carece de rigor profesional, entre otras cosas, al omitir la identificación del origen de los testimonios en que se basa. El propio autor del reportaje ha reconocido sus errores en una carta de disculpa pública dirigida a “la familia Camacho y a los lectores”.
"Los errores mencionados ponen en evidencia, además, fallas en el trabajo de edición de parte del responsable de la publicación.
"En todas sus iniciativas y actividades la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) promueve la calidad del periodismo narrativo, entendiendo que ésta es inseparable del rigor en la investigación periodística y el apego irrestricto a los valores éticos.
"Para la Fundación Gabriel García Márquez es imprescindible velar por la congruencia entre el apego a los valores éticos del periodismo, la excelencia narrativa y el rigor y precisión en los datos.
"Instamos a los periodistas y editores a encauzar sus críticas e interrogantes sobre el problema que aquí se expone, para extraer las mejores lecciones de esta experiencia y evitar que se repita en el futuro. Todos debemos empeñarnos en mejorar la calidad del periodismo, y confiamos en que el Consultorio Ético de la FNPI será un excelente canal para seguir promoviendo este necesario debate permanente".