lunes, agosto 05, 2013

La poesía en los tiempos del cólera

 
 
por Jaime García Balandrán
 
(Publicado en el suplmento cultural del semanario Guía, de Michoacán, el 3 de agosto de 2013)
 
Como todo  buen humano indigno del Parnaso crecí pensando que ese lugar, paraíso de los vates, era un espacio cuyo interior jamás conocería, y si la fortuna me lo permitiría, habría de volverme loco de no entender el complejo lenguaje de la poesía (verso sin esfuerzo). Mis profesores me lo confirmaban cuando me mostraban aquellos poemas cuyo entendimiento me era ajeno y no encontraba en aquellos versos más que retórica y palabras domingueras impropias para un joven cuyos intereses estaban en lo efímero y lo vacuo; y los poetas, entre poses pomposas, se jactaban de ser mejores que los demás por el desconocimiento comunicacional de sus textos, cuasi fuesen sacros. Lo cierto es que la poesía le fue (y es) ajena a muchos por vastas razones.

Pero desde hace algunos años una especie de individuos decidieron explorar nuevos horizontes literarios dándole un segundo aire que significó su acercamiento a un público mayor de lectores. Yo encontré esto en la poesía de Alejandro Aura, que en su nostálgico “Despedida” conecta perfectamente con el sentimiento de la pérdida y la muerte, y permite factibilizar lo escrito a un uso cotidiano. Seguramente muchos lo hicieron con otros escritores, que hartos de la “estática” del canon clásico decidieron revelarse con el uso certero y práctico de la palabra.

Aprovecho la verborrea dicha hasta ahora para conectarla con uno de los escritores contemporáneos cuyo más reciente libro resulta una aportación valiosa a la literatura moderna, me refiero al escritor defeño Guillermo Vega Zaragoza y su “Sinsaber”.
El Guillermo escritor, que no poeta, porque su talento le impide segmentarse, tal como los poetas se obstinan en hacerlo (se llaman poetas y no escritores porque se dicen tocados por una especie de dios desconocido), nos presenta en “Sinsaber” textos directos, contundentes, pero igualmente líricos, de los cuales el lector los entiende en su totalidad como un camino transitado entre los sentimientos amorosos y de vida más ansiados, pero igualmente odiados.
Sorteando la tradición clásica y hermética, valga decir caducada del poeta, comienza su libro con un mensaje para quienes piensan aún que la poesía se alimenta de bombones rosas: “Lamento contradecirlos, señores poetas de este y otros siglos, que el amor surge de la contaminación”. “Sinsaber”, según mi humilde percepción, puede leerse de muchas formas, y aunque está dividido en dos partes (“Registro de causantes” y “Sinsaber”), la precisión del lenguaje y su proyección emocional vuelve al lector conforme su recorrido en los versos, identificación e introducción en las historias donde vida y texto se unen volviéndose uno solo. Así, entonces, se explica cómo a muchos nos arranca un suspiro el ritmo y la evocación de líneas como: “Me pregunto si entre sus virtudes está el silencio preciso, para sincronizar nuestros relojes y respetar la hora en que tenemos que compartir nuestras soledades”.

Leer a Guillermo es someterse a una bifurcación literaria, es leer a Whitman y a Keats; a Sabines y a Bonifaz Nuño, andar de un siglo a otro, de un estilo a otro, reconociendo en la palabra de los demás poetas la suya y la de nosotros. Somos entonces de pronto una colectividad andante, que cual álbum fotográfico con gratos o ingratos momentos vamos transitando el recuerdo y pronunciando un futuro. El escritor Vega sigue en su libro el camino ya comenzado con la ingenuidad del enamorado pero no se detiene, tal vez cabalga (valga la expresión) con seguridad porque tras algunas páginas se vuelve invisible y queda sólo la voz que suena en nuestras mentes. Personalmente me pregunto si será en momentos la de Ernesto de la Peña en líneas como “Quién te manda, estrella, santa, hora, a despertar leones dormidos en el Alba. A escoger entre las vidas que se le ofrecen, a extraviar pasados imposibles…” Y ciertamente en cada página habitan más voces, no todas célebres, está la del ignoto, la del corazón roto que denuncia a la mujer arquetipo que es ella (sus enamoradas, las nuestras), pero también puede ser él, porque humano, sin importar género, sufre por igual las desventuras de la pasión amorosa. ¿Quién en este libro es el Pip o la Estela de Dickens?, ¿quién sufre, quién ama, quién se acepta vulnerable o verdugo? Nadie más que uno mismo confesará ante los poemas de Guillermo si lo allí escrito es un extracto fino de sí mismo.

“Sinsaber” sinduda, y aunque sorprenda, sí es otro libro más, porque es otro material que se incrusta en el universo literario de esas obras que tienen una importancia desde lo estático de su formato hasta la acción que cada lector le dé en las circunstancias correspondientes. Leer a Guillermo Vega, como charlar con él, demuestra que la literatura es cotidianidad, y que ésta tiene muchas cosas dignas de apreciarse. La vida es poesía, el lenguaje es poesía y este escritor y su libro lo demuestran.

Cerrando, recuerdo una anécdota que pasó hace algunos años que tuve la oportunidad de presentar al escritor en un encuentro. Sucedió que ante el micrófono dije que el libro de Memo era bueno porque podía leerse en el baño. Entre comentarios juguetones y no, fue, ha sido, y seguramente seguirá siendo un constante reclamo, pues para los “poetas” fue una barbaridad; sin embargo, y en el fondo sé me entiende, me refería a que sus poemas al ingresar al lugar más íntimo del hogar (donde uno se encuentra en soledad absoluta y aleja la mente de las ideas de trascendencia), al leerse, disfrutarlos y entenderlos, logran despedirse de un Parnaso que parece caerse en pedazos.