viernes, marzo 23, 2012
Por Guillermo Vega Zaragoza
Leído en la presentación del número de marzo de 2012 de la revista Coincidir, en la Biblioteca Campeche, en el marco de la Feria Nacional del Libro y Arte Universitario 2012 de la Universidad Autónoma de Campeche.
Conocí al maestro Pedro
Ramírez hace ya casi dos años en el curso de cuento del Diplomado de Creación
Literaria organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría
de Cultura del Estado de Campeche. En aquella ocasión, además de su generosa
hospitalidad y sus atenciones para que conociera la ciudad aunque fuera
someramente, me regaló varios ejemplares de Coincidir,
la revista que, desde 1998, edita junto con un grupo de locos entusiastas como
él. Y digo que está loco porque lo lleva haciendo desde entonces sin ningún
tipo de apoyo institucional, por el puro gusto de poner en manos de los
lectores una publicación literaria con textos de escritores de Campeche pero no
sólo de aquí, sino de todo aquel que coincida
con su visión acerca del arte y la literatura.
Hoy
se presenta un nuevo número de Coincidir,
luego de casi un año del último. Y de alguna manera nos encontramos con una revista
nueva, renovada. No se trata sólo del mejorado diseño editorial, sino de la
cuidadosa selección de los textos con un tema central: “lo gótico”, lo que
algunos llaman “dark” u “oscuro”. La revista incluye lo mismo artículos y
ensayos que tratan de explicar y explorar esa sensibilidad que ha atrapado y
sigue atrapando a multitud de jóvenes conformando un “movimiento” cultural que
ha trascendido fronteras y ámbitos artísticos tales como la literatura, la
música, el cine, las artes plásticas, etcétera. A pesar de que se trata de un
fenómeno cultural algo añejo, surgido en los años ochenta del siglo pasado,
todavía subsisten muchos mitos e incomprensiones acerca lo gótico, por lo que
resulta loable el esfuerzo de la revista por aclarar y puntualizar muchos de
estos malentendidos. Por ejemplo, el esclarecedor texto de Guadalupe Ruz, donde
señala que “el movimiento (gótico) es, sin duda, una derivación de la época
romántica, donde se encontraba atractivo en la fantasía, lo oculto, lo
desconocido o lo impenetrable, todo lo que se opone a la razón pura. Y donde
solo los sentimientos encontraban posibilidad de percibir el sentido de las
cosas”.
Asimismo,
se incluyen textos de creación, poemas y relatos, que ilustran esa sensibilidad
“oscura”, que exploran ámbitos de la muerte, la soledad, el mal y lo macabro,
como el poema “Las polillas fantasma”, del inglés Michael Coley-Smith,
traducido por la española Eva Pelaéz:
El campo está vivo con
polillas, bailando a la luz de la luna,
una reluciente red
cubría la negra masa del
escabroso suelo de columpios.
Trepo la valla donde los
garrotes están rotos,
y me paro entre ellas.
Se mecen a la altura de mis rodillas,
pálidas sobre los
macizos de hierba.
Más allá de los
jardines, las casas retroceden dentro de la oscuridad,
ventanas iluminadas
brillando.
Un perro ladra a la
Luna. Yo soy el perro que responde.
Estoy de pie, con los
brazos extendidos, el campo girando.
A mi alrededor, las
polillas fantasma,
flotando
arriba y abajo, de lado a lado.
En
sus ya casi 14 años de intermitente existencia, Coincidir ha evolucionado, desde luego ha tenido aciertos y
desaciertos, pero sin duda se ha ido conformando como un espacio de expresión
de escritores de Campeche que no han tenido oportunidad de figurar en los
medios literarios tradicionales, tales como periódicos, suplementos y revistas,
y que salen en busca de lectores interesados y curiosos.
Las
vicisitudes que ha experimentado Coincidir
en todos estos años no son muy diferentes a las de infinidad de publicaciones
independientes (es decir, que no tienen el apoyo de alguna institución pública
o empresa privada) que nacen, tienen muchos problemas para sobrevivir y ganar
lectores, y finalmente desaparecen dejando tras de sí algunas ediciones,
diversas experiencias y aprendizajes y, casi siempre, sentimientos de frustración
y hartazgo.
Nunca
ha sido fácil lograr que sobreviva una revista cultural y literaria, y mucho
menos en una sociedad ancestralmente alejada de la lectura, la educación
artística y la reflexión sobre temas más allá de la grilla política, los
chismes de la farándula y las vergüenzas del deporte nacional. No lo es en la
Ciudad de México, donde acorde a la tendencia centralista que caracteriza la
vida nacional, se concentran la oferta cultural, los recursos humanos y
económicos, los espacios físicos, los estímulos a la creación y los públicos
cautivos, y es aún más difícil en los estados, donde además de sufrir el
centralismo a escala local, se padecen el provincianismo, los cacicazgos
culturales, la improvisación y la ineficiencia burocráticas., así como la pobre
respuesta de los públicos que carecen de los elementos necesarios para
disfrutar y aprovechar la exigua oferta cultural que logran tener a su alcance.
¿Cómo
sobrevivían antes y como logran sobrevivir hoy las revistas culturales en
México? Ahora se reverencia, con justicia, la existencia de publicaciones
seminales para la historia literaria y cultural del país, tales como Contemporáneos, Pan, Examen, Taller, y otras posteriores como la Revista Mexicana de Literatura y Cuadernos del Viento, porque en ellas se
iniciaron muchos grandes escritores mexicanos como Xavier Villaurrutia, Jorge
Cuesta, Salvador Novo, José Gorostiza, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Octavio
Paz, Efraín Huerta, José Revueltas, Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Tomás
Segovia, Salvador Elizondo, José de la Colina, Huberto Batis, José Agustín,
Gustavo Sáinz, Elena Poniatowska. Sin embargo, compartían dos características
principales: eran publicadas en la Ciudad de México (salvo Pan, que se hacía en Guadalajara) y se financiaban gracias a las
aportaciones de mecenas e instituciones culturales. Huberto Batis cuenta en sus
memorias tituladas Lo que Cuadernos del Viento nos dejó el
vía crucis que tenían que padecer él y Carlos Valdés para conseguir el dinero
que les permitiera publicar cada número de la revista. Literalmente, tenían que
andar “sableando” a amigos con cargos y recursos públicos para comprar papel y
pagar la imprenta. Desde luego, ni siquiera pensar en pagarle a los colaboradores.
Desde entonces, como vergonzosamente sigue sucediendo ahora, la gran mayoría de
las revistas independientes no tienen la costumbre de pagar, aunque sea
simbólicamente, a quienes aportan sus textos para conformar el contenido de la
publicación. Se sigue recurriendo a las amistades, a las relaciones, a andar
mendigando una colaboración que no necesariamente tendrá la misma calidad que
si fuera solicitada a sabiendas de un pago justo por el trabajo realizado por
el autor. Esta situación se ha convertido en un valor sobreentendido por todos
los que participan en ella: todo se hace “por amor al arte”, cuando lo justo y
racional sería que todos recibieran un pago adecuado a la medida de su
esfuerzo, desde el editor hasta los colaboradores. Sin embargo, la realidad es
que los únicos que siempre reciben un pago por sus servicios son los impresores
(que nunca regalan nada ni tienen por qué hacerlo) y los diseñadores gráficos
(cuando no sucede que el mismo editor o alguien de su equipo se lanza a
realizar el diseño y diagramación de la publicación con resultados no siempre
“profesionales”).
Con
la creación y consolidación de las instituciones culturales en los diferentes
niveles de la administración pública se han ampliado y normalizado los apoyos a
la creación artística y los proyectos culturales, incluidas las publicaciones
periódicas. En el ámbito federal existe Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a
la Edición de Revistas Independientes, el cual tiene sus réplicas
correspondientes en algunos estados y municipios. Sin embargo, aunque a algunas
publicaciones estos estímulos les han servido para sobrevivir en épocas
difíciles y consolidarse, a muchas otras les han representado “la manzana de la
discordia” por la cual los miembros de sus equipos editoriales se llegan a
destazar literalmente por envidias, avaricias y agandalles por los ínfimos
recursos que representan dichos apoyos y terminan dándole al traste a las
propias publicaciones.
Las
revistas culturales que sobreviven como empresas privadas con finanzas sanas mediante
la venta de publicidad se pueden contar con los dedos de una mano, debido en
gran parte al desinterés de los empresarios mexicanos por apoyar la cultura y,
por otra, a la incapacidad congénita de los artistas e intelectuales para
actuar como empresarios culturales exitosos. Es decir, no tienen los
conocimientos mínimos para realizar un plan de negocio plausible, sus objetivos
y metas siempre son de un horizonte limitadísimo (sobrevivir al siguiente
número), desprecian la importancia de la administración, la investigación de
mercado y los sistemas profesionales de distribución y promoción, y, por lo
mismo, no pueden ofrecer a sus posibles anunciantes lo que requieren: público,
audiencia, lectores, a los cuales puedan hacer llegar la publicidad de sus
productos.
Por
lo demás, las revistas culturales más longevas son aquellas institucionales,
del gobierno, de las universidades o de alguna instancia académica o gremial,
por lo que no tienen que padecer el calvario de la búsqueda de recursos.
Reciben un presupuesto y se dedican a gastarlo, sin importar mucho si la publicación
es leída por alguien más allá de quienes la hacen, pues creen que ya cumplieron
su misión si logran que salga a tiempo, con la periodicidad establecida de
antemano.
Ante
este panorama que parece desolador, la tecnología digital les ofrece a las
publicaciones culturales de todo tipo una gran oportunidad para salir a la caza
de lectores, que a fin de cuentas debería ser su objetivo primordial. No dudo
que deba haber personas desencaminadas y confundidas que crean que pueden
hacerse ricas publicando una revista cultural o literaria. Pero si ya vimos que
a duras penas se consiguen los recursos para que sobreviva, mucho menos de ella
se obtendría el dinero para que alguien mantenga a su familia. Aunque no es
imposible, hay que ser realistas y situar las cosas en su justa dimensión.
La
industria editorial, la que se dedica a la publicación de libros, periódicos y
revistas, está en una severa crisis, no sólo por la situación económica mundial
y la descarnada competencia en el ámbito de las industrias culturales y de
entretenimiento, sino por el espectacular cambio de paradigma que está
afectando a ese sector empresarial. En efecto, no sólo la gente lee menos
porque tiene que dedicar su dinero a otras cosas más urgentes, como alimentarse
y vestirse, sino que lo poco que dedican a cultivarse, educarse y entretenerse
lo dirigen a otras actividades diferentes a la lectura: el cine, la música, la
televisión, los videojuegos, etcétera. Hoy, más que nunca, hay muchísimas más
cosas qué hacer para entretenerse que leer libros o revistas.
A
todo ello hay que sumarle el advenimiento de la tecnología digital. La
integración de la computadora y las telecomunicaciones, que se refleja en la vertiginosa
proliferación del uso de Internet, está cambiando la forma en que hacemos
negocios, nos educamos, nos entretenemos, nos relacionamos socialmente y, desde
luego, leemos y disfrutamos de la literatura.
La
empresas editoriales están sufriendo una crisis porque no han sabido actuar con
inteligencia e imaginación ante la nueva situación. En lugar adaptarse y
encontrar nuevas oportunidades de negocio, se aferran a esquemas caducos y
obsoletos con sus socios, clientes y proveedores. No han entendido que el mundo
ya cambió y que seguirá cambiando aún más, y que más que oponerse al cambio
tendrían que encaminarlo, no quererlo dirigir autoritariamente como hasta ahora
lo han hecho, sino hacerlo en forma de que todos los participantes salgan
beneficiados: autores, editores y lectores.
¿Pero
qué es lo que sucede? Los editores se aferran a un formato de transmisión de la
información que en las circunstancias actuales resulta cada vez más oneroso y
poco práctico. Desde luego que me estoy refiriendo a las publicaciones
impresas: libros, periódicos y revistas. En el mundo físico ya no hay lugar
para más. Los estantes de las librerías, las bibliotecas, los puestos de
periódicos y las hemerotecas son cada vez menos y los lectores acuden a ellos
con cada vez menos asiduidad. Y no es para menos: es posible encontrar
información mucho más interesante y actualizada en Internet. Y cada vez habrá
más, lo deseen o no los señores editores del mundo del papel.
En
la actualidad, con las redes sociales en Internet, la posibilidad de llegar a
una gran cantidad de lectores potenciales se eleva dramáticamente en
comparación con lo que se puede lograr en el mundo “real”. Tan sólo tomemos en
cuenta que un libro o una publicación periódica cultural tiene un tiraje mínimo
de mil ejemplares (en efecto, así de exiguo es el mercado lector en México: mil
ejemplares para un país de 120 millones de habitantes). Al esfuerzo de
redacción, edición e impresión, hay que sumar el de la distribución y la venta.
No sólo se trata de producir la publicación sino que hay que hacerla llegar
físicamente a los lectores para que la compren y la lean. Con Internet, la
inversión de recursos se reduce drásticamente y la posibilidad de llegar a los
lectores aumenta tanto como se quiera. Es decir, por ejemplo, si tengo una base
de 5,000 “amigos” de Facebook o 10,000 “seguidores” en Twitter, con sólo un click puedo hacerles llegar mi
publicación. Y si muchos de ellos le dan retweet,
las posibilidades de llegar a nuevos lectores crecen exponencialmente.
Desde
luego, como casi todas las cosas que valen la pena en la vida, nada es gratis.
Para lograr algo como lo anterior es necesario invertir tiempo y recursos. Es
necesario aprender cómo funciona la edición, publicación y promoción en
Internet. Y desde luego, sigue pendiente el asunto de la obtención de recursos
para sostener la publicación: ¿vendo publicidad, cobro por la publicación a los
lectores, consigo patrocinios y donaciones, recurro a los apoyos
gubernamentales, sableo a mis amigos y parientes, robo un banco, me saco el
Melate, me caso con una viuda ricachona, me meto al narco…? No hay aún una sola
respuesta correcta. Cada quien tiene que encontrar la que más le acomode.
En
este sentido, a Coincidir le ha
tocado vivir tiempos interesantes, como dice la bienaventuranza china. Tiene
por delante un mundo de oportunidades para coincidir con sus lectores en el mismo tiempo y en el mismo espacio,
como reza su lema. Quienes la hacen han aprendido a sobrevivir, saben que lo
pueden hacer. Tan sólo es cuestión de que se atrevan a aventurarse con rumbo y
decisión. La mesa está puesta: hay que sentarse y disfrutar el banquete.
San
Francisco de Campeche, 21 de marzo de 2012.
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